Entre el frío invernal, la disparada del dólar provocada por el gobierno después del resultado de las PASO y los precios que hacen de la comida un problema económico las cosas se han puesto complicadas. Contra todo eso, El Pejerrey Empedernido te propone una rica polenta con albóndigas. O sea, bueno y barato.

Los Pejerreyes, los empedernidos claro está, somos curiosos y por eso siempre nos advertimos unos a los otros, cuidado con dejarnos llevar por el impulso, pues el tanto deambular a la búsqueda del luminoso objeto o sujeto de nuestro deseo puede ser aprovechado por esos arteros usadores de redes, cañas y trasmallos. Tan curiosos que en ya lejana juventud, cuando por primera vez llegué a tierras de mi querido primo huachinango, compartí una cena con colegas que me recomendó el amigo Ducrot en la Casa de de los Azulejos, en aquél entonces restaurante Sanborns, en el corazón mismo de la ciudad chilanga. Y cómo olvidarme de aquél pozolli o tlapozonalli, que en cristiano che se le dice pozole, por favor corazón de mi vida qué guisote mágico que ya lo preparaban los que la parlaban en náhuatl muchísimo antes que llegase hasta aquellas comarcas la bestia parda llamada Cortés. Memorable plato a base de maíz cacahuazintle, en danza de placeres y pecados con cebollas y ajos; laureles, tomillos, mejoranas y oréganos; carnes diversas según la región de la receta; chiles por supuesto y cuántas cosillas más. Recuerdo que por pendejo fanfarrón lo pedí picante al estilo vernáculo, y cuando me zampé la primera cucharada mis ojos estallaron, sólo repararon en una foto que llevo estampada desde aquél día como un gran recuerdo, las de mis amados Pancho Villa y Emiliano Zapata sentados a una mesa allí mismito, cerca de donde me habían acomodado los tan  amables contertulios mexicanos; y guardo copia de aquella foto sobre una pared, muy cerquita del teclado que ahora golpeó, para recordar que con el chile al estilo de las tierras México no se jode mis amigos amados todos, a menos que uno quiera hacer el papelón que protagonicé con mi boca que rajaba fuego y pedía a gritos cualquier cosa, birra, agua o tequila, para peor claro. Pero vuelvo al ruedo de lo que pretendo referir hoy, que es acerca de una polenta para Zapata, pero no para Emiliano sino para Alejandra, bella, ella, fotógrafa y de otras artes, entre tantas la del bailar flamenco, que expone en estos días en el Centro Cultural Sábato de Económicas de la UBA. Se trata de “La luz de la Música”, una colección de fotografías blanco y negro y color justamente sobre músicos, seres de tan admirable condición. Entre todas las placas, muy difícil seleccionar preferencias, pero una me embelesó porque por sí misma es un relato acerca de la justicia que puede ofrendarnos un bandoneón y quien lo hace sonar, con su cabeza cubierta como por un capote de campera, y con ojos de exaltación – el bandoneonista es Amijail Shalev, quien con Manuel Masetti en guitarra y Pablo Andrés en contrabajo forma parte del Cuarteto del maestro el Julián Graciano, lo mejor del tango contemporáneo. El embozo bandoneonero nos presta felicidad en tiempos de tantos otros emboscados con puñales arteros en sus manos, para lacerar los cuerpos y las almas de esta Argentina entre bramidos, a mi modesto entender en demasiada sordina. Las fotos pueden verlas en la exposición y en laa redes sociales de Alejandra Zapata y lo que sigue está al alcance de vuestros gustos por el manduque en un bodegón pequeño de esos que suelen pasar desapercibidos como un “bar, café pizza” más de los tantos que habitan en la rumbosa Santa María de los Buenos Ayres, en la esquina que hacen la avenida Córdoba y la calle Paso. Lleva por nombre Pablo’s y allí, disfrazado para pasar por humano, dime una panzada de polenta en su punto de haceres milagreros, cremosa, untuosa, como deben ser por mandato de las nada puritanas y por lo tanto más hermosas costumbres del buen comer; albóndigas en salsa sí, y antes para acompañar la espera unos quesos a la plancha con pimientos, que los en milonga apretada con huevos y panceta los dejé para una próxima ocasión; vino tinto, de la casa. Tanto fue el disfrute de aquella cena con otros humanos de mi mejor amor, os digo, porque por allí llegamos esquivando las piñas que lanza el viento frío de este agosto alumbrador de rajes para el infame de la Rosada, cuando la suerte, la fortuna o la baraka nos llevó a mandarnos de una, sin reparar en los antecedentes del solar, acerca de los cuales ni puta idea teníamos. Un jolgorio; si una noche de éstas pasan por allí entren y díganle al bolichero vengo de parte del comisario Montalbano, del gran Andrea Camillieri, que hace unos días nos dejó solos. ¡Y a la salud de la bella Zapata!

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