Evocando, claro, a Pantagruel y otros personajes de viejos siglos pero también a Ugo Tognazzi y a Ettore Scola, El Pejerrey empedernido se mete con un tema polémico y no duda en fijar posición. (Imagen de Portada: “Venus recreándose en la música” – fragmento -, de Tizziano).

O la creación de la VI Internacional, y escribo sexta porque no quiero desmadejes con quienes hace ya tiempo peroran acerca de una V de queridos zurdos rejuntados, ya que ustedes muy bien deben saber que los Pejes, nuestros corazoncitos tenemos, los cuales, dicen, desde las épocas presocráticas de la phýsis y la tékhnē del Corpus hippocraticum, siempre hacen que las savias fluyan por la mismísima izquierda. Y decía  de una VI Internacional porque esta vez se trata de una zarabanda mundial por la conjura de los gordos y de la gordas, de los amantes de la gula pecadora, de los excesos del cuerpo y del aliento divino, como la negrada jodedora, corta cabezas y tapa culos de gobernadores y gobernadoras de Haití cuando el El reino de este mundo, del gran don Alejo; y a contravía y desprecio por despelleje de cuanto cagatintillas con jubón o bragas de mercería del bien pensar tan estreñido por las tripas como las ideas… Todo esto nace cuando mi amigo Ducrot me contó: estaba yo don Peje entreverado con algunas ideas que no es del caso referir y por cruzar una calleja del barrio por el que  carruajes a combustión circulan, cuando una voz de irredento patán me espetó gordo de mierda, no ves que la luz está en rojo… Dudé, le confieso, entre rebolearle un adoquín flojo de esos que sobreviven por nuestras vías y carreras de bondis que truenan y de tachos para mugres desfondados, o recordar las sabias preocupaciones de aquél abogado francés, don Jean Anthelme Brillat-Savarin, quien en tiempos de reciente entonces Revolución escribió su Fisiología del gusto, y alertaba ya sobre la buena costumbre de no renegar de nuestros vientres… Y no me vengan con aquello de la barriga del burgués porque prefiero la generosidad compartida del bandullo a cincel de almas y calderos, de potajes y garrafas de tinto; tampoco con lo de la salud y la obesidad como enfermedad, que no transcurre por ahí el devenir del nuestro presente coloquio. No me entrevero con médicos, sí con los sayones de toda laya que ejecutan las órdenes del castigo y la maldición estética al goce porque sí de los cuerpos… Mientras el patán se perdía por los espectros de la esquina me dije, y a usted se lo pido camarada Peje, garabatee al respecto, es la hora de la sublevación y la justicia, ¡arriba los gordos y las gordas del mundo, entre arreboles de manteles y sábanas del milagrero pecado! Y ya que estamos, repare usted en las palabras que estampó don Leo Baldo en su blog de hombre entintado con decires y comeres certeros; lea esto y después proceda, don Peje: Gordo… He comido mucho durante toda mi vida y lo sigo haciendo. Durante mucho tiempo fui gordo. Cuando comencé a serlo, me lo decían y enseguida me enojaba, y capaz me iba a las manos. Después no me quedó otra que aceptar las gastadas de una sociedad que se desconoce y de reírme de mi mismo. Llegó a gustarme que me dijeran puflo, bola, gomón, beluga y demás cosas. Si, era todo eso y te llevaba a la hipérbole del enunciado en cuanto adjetivo. Gordo, pelo largo, sin pelos, cachetes rosados, tetón. Una especie de jabalí depilado o de Bonadeo bonaerense (me cabía el gordo) que, al momento de entretener a mis compañeros, escondía cartucheras en mi panza. También he comido hasta reventar. Unos de los récords, con 15 años, 13 empanadas caseras, fritas, de carne de vaca, hechas por mi abuela y cuatro milas a la napolitana, también caseras. Otro: volviendo de Córdoba, en La Carlota, era el único de mi familia que pesaba la comida y metía casi cerca de kilo y medio cuando los demás conocían solo la medida gramo. He festejado al enterarme que se iba a comer buseca o puchero de chancho, o asado, o parrillada, o arroz con pollo o mariscos. Mi vieja me llevaba a la nutricionista porque crecía para los costados y yo me escapaba a la casa de Pepe (mi amigo) a comer chorizo o bondiola a las dos de la tarde. O capaz que cenaba asado los sábados y me iba a lo de Cacho y me clavaba de postre una mila completa con salsa casera. Y me identificaba con Chris Farley o con Belushi.  Con el tiempo, algunos alimentos (muchos) se extinguen en medio de la cotidianeidad más apresurada y optamos por otros que son maravillosos. Una ensalada, legumbres, milanesas al horno, tartas, arroz, limón, banana, lavanda, semillas, cebolla, ajo. Pero, en definitiva, sé lo que es ser gordo y disfrutar dionisiacamente de la comida hasta escuchar cómo se sube de peso. Los domingos, de entrada, pastas, y después se veía si se morfaba pollo o carne al horno con papas (crecí en una familia en la que el primo piato era infaltable). Ayer por la tarde regresé a mi gordura. La vi cuando mi vieja puso la fuente con tallarines y salsa sobre la mesa. Fermín, el sobrino de dos años, miró la fuente, sonrió y festejó. Yo le hice la segunda y lo acompañé. En realidad, todos los que estábamos en la mesa. Y, si, morfamos. Me pregunto si será que las familias necesitan de un gordo que engorde carcajadas. No sé. En cuanto a vos, Fermincho o “chicho”, como ya te dice tu hermano mayor, disfrutá y hacé deporte. Epílogo, familia reunida. Aclaración: quien lea esto como una apología al exceso desconoce la belleza de la cocina, del comer y del aprendizaje que ella demanda para con nuestros cuerpos… Y así entonces es que les confieso amigas y enemigos de las lecturas que ofrenden o  nieguen, que poco más me dejó por procurarles mi amigo Ducrot, quien conforme a su reciente acometida parece que se auto percibe (hay que estar a la letra y moda) como un plebeyo alzado en armas en defensa  de vientres paganos… Aunque tal vez algo pueda aportar a esta mesa y canto del exceso liberador, pues no siempre el cielo fue reino de los magros, y si dudan vean los que fue el inicio de los tiempos, para que quede constancia: con ustedes, la estatuilla en la que desde una piedra caliza vive una mujer desnuda, gorda y voluptuosa, conocida como la Venus de Willendorf, de más o menos el año 27.500 antes de la llamada era cristiana y que fuera hallada en 1908, a la vera del Danubio. Al saber de tantos, una representación de la vida y el goce pleno en la sociedad cazadora y recolectora del paleolítico… Para quienes quieran saber más acerca de las ideas y proyectos de la VI Internacional Gordos y Gordas Uníos y Gozad recomiendo leer algunos textos del monegasco Georges Vigarello, historiador del cuerpo y profesor en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales (EHESS) de París. Entre otros los libros Historia de la obesidad (metamorfosis de la gordura) y Corregir el cuerpo (historia de un poder pedagógico), aunque no todos los militantes del nuevo movimiento global, humanos, pejes y de las especies que fueran, así somos de amplios, democráticos e inclusivos, no compartamos al pie de la letra cada una sus ideas… Otras (algunas apenas) evocaciones entre los senderos de la Historia (que se bifurcan): fue la iglesia católica la que convirtió a los glotones y a las golosas en malditos pecadores, para condena al fuego en la Tierra y en el Infierno a los pobres que tuviesen la osadía de excederse… En 1532, François Rabelais publicó las primeras andanzas de Gargantúa y Pantagruel, en las que los festines son puñaladas ensartadas en el garguero de los poderosos… En el adorado Renacimiento, las formas generosas de los cuerpos que desean relucieron con respetos y admiraciones…En el siglo XVII, las pinturas gordas de Rubens… Y entonces sí, después, con la Ilustración derrapada por derecha, cuando la Revolución se fosiliza, tuvieron que ser los libertinos los de armas tomar contra la entonces naciente y maldita eficacia por la que clamaba y clama el poder burgués, para que los cuerpos flacos produzcan más y más plusvalía…Y en esas seguimos, desde el XX y ahora más que nunca, y no la sigo porque tendría para tanto, pero tanto… Por eso esto de la VI Internacional, organización pecadora que en este texto reconoce membrecía de honor a los menús de Ugo Tognazzi en La Gran Comilona, la maravilla en celuloide de Marco Ferreri, y a su desbordante Andrea Ferrol;  a Antonietta Beluzzi, sí a ella, la de Amarcord, del gran Federico y que se fuera entre arreboles allá por el 1997; a Lina y Rodi, que entre los dos llegan a los 263 kilos de amor y refocilos en la novela La educación de los sentidos, del argentino  Miguel Vitagliano; a los gordos y las gordas de del colombiano Fernando Botero, que aunque él diga que no lo son porque su plástica se dedica al volumen, sí es que lo son, bellos y bellas … Y por último a un cocinero de película, en La Cena, de Ettore Scola, quien quizá haya acertado con gloria a la hora de encontrar la clave de entendimiento para las tantas confusiones, harto de aquello que en su cocina confundan a John Lennon con Lenin y de los turistas japoneses que piden kétchup para sazonar sus espaguetis… Entonces, repito: ¡Vivan los gordos y las gordas del mundo… Salud!

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