Para respetar la veda de este fin de semana electoral, El Pejerrey Empedernido propone una entrada de empanadas de carne cortada a cuchillo y un puchero de aquellos, aunque haga calor. En fin, acuérdense de comprar vino, que el domingo no se puede.

Cuando se duerman las flores recostándose en los tallos, qué pena tendrá mi pena, si tú no estás a mi lado. Pero sí lo estás y con revoleo de camisón con faldones. Sólo me refiero a otras penas o penurias, más de aquí, mas de muchos, y que obedecen a una ausencia, a una incapacidad; a la de las urnas, las que, además de ranuras para el paso de las papeletas, deberían contar con patas y botines de cuero duro, para que resultado de los comicios pueda ser muy literal a la hora de meterles un boleo en el culo a todos aquello que forman parte del turraje local y cercano, que ajustan y apalean, y encima anduvieron por ahí con eso del sí se puede, porque ojo, que se trató más de un convocatoria a gorila, clasista y bracista a futuro, para hacerle daño a lo que pueda estar por llegar, que de un pedido con esperanza cierta de muchos votos de rejunte. He dicho, pues ustedes que los Pejerreyes Empedernidos no podemos con nuestros humores políticos y alguna zaranda siempre tenemos para propinar, aunque por favor no digan que ando clamando por degüellos ni mucho menos que el prójimo me importa un comino. Sucede que las empanadas son como la lámpara de Aladino, aunque no se frotan sino que se muerden, se les hinca el diente hasta el jugo mismo y chau Pinela, la vida te cambia; a veces para bien de tus amigos, a veces para mal de tu enemigos. Acaso no será esa la fórmula perfecta. Quizás, pero de endeveras lo que aquí pretendo es dejar constancia del menú que espero zamparme la doménica que nos espera, con mis amados y amadas, para festejar que el garca y su gavilla de prostibularios caciques piantarán de la Rosada, porque además me disfrazaré de humano, cacharé el deneí de plástico y al sufragio ciudadano pondré rumbo. Entonces sí a los nuestro, tanto que las empanadas con carne de res vacuna cortada a puñal extraño por su doble filo y picosas serán para mientras tanto despedimos la morfadas del frio con un, sí, mixto, porque sabe mejor y tiene historia. ¿Qué tenéis que le dar? Una reverenda olla a la usanza de la aldea, que no habrá cosa que coma con más gusto cuando venga. Que por ser grosera y tosca tal vez la estimen los reyes, más que en sus mesas curiosas los delicados manjares; me conformo con la olla. Píntame el alma que tiene, buen carnero y vaca gorda, la gallina que dormía junto al gallo, más sabrosa que las demás, según dicen; me conformo con la olla. Tiene una famosa liebre que en esta cuesta arenosa ayer mato mi Barcina; que lleva el viento en la cola, tiene un pernil de tocino. Quitada toda la escoria que chamusque por San Lucas, me conformo con la olla, dos varas de longaniza que compiten con la lonja del referido pernil, un chorizo y dos palomas. Y si questo, Joaquín, ajos, garbanzos, cebollas tiene, y otras zarandajas, me conformo con la olla. Más o menos así nos hablaba Lope de Vega acerca del plato del día, nuestro bendito puchero. Que llegó de España como olla podrida y aquí fue rebautizado. Que supo ser el comer de los comeres entre los cosos y las cosas aquellas que habitaron la Colonia y luego la enquilombada Argentina adolescente, con imperio de mando hasta el desembarco de la multiplicidad inmigrante con su diversidad de yantares; y aquello fue de tanta propiedad que apenas si por los Nortes a la hora de la mesa en disputa le salía al cruce la yanuna, que fue locro. El sabio puchero cocido tiene un lugar en nuestra historia política, porque lo hubo asesino. ¿No me creen? Pues entonces lean con atención el párrafo que sigue: en agosto de 1810, para los saavedristas conservadores, la figura de Mariano Moreno era insoportable; y una noche, durante la cena en la que participaron el propio Saavedra y varios de sus cómplices, juntos tomaron la decisión de asesinarlo. Hacía frío y los conspiradores comieron en una de las recámaras del cuartel en la que don Cornelio solía transcurrir buena parte de su tiempo. Aquella mañana, un soldado del regimiento de Patricios visitó “la fonda de Clara, la inglesa”, y sin hablar con la patrona, le propuso a Rose, su asistente y cocinera, la posibilidad de ganarse unos dinerillos extras. Sólo debía lucirse con uno de esos pucheros que tanto hacían las delicias del traidor, y asegurar que el servicio y dos esclavas estuvieran a las nueve de la noche en punto. La sentencia de muerte contra el secretario de la Primera Junta allí fue sellada, entre vítores, entrechocar de copas y eructos. Pero como los pecadores fueron aquellos saavedristas, recontratatarabuelos del gorilaje contemporáneo, nada tenemos contra el plato de marras. Todo lo contrario; y por eso, aunque suene a lugar común, les cuento que esta historia fue escrita antes de comer, mientras por los parlantes de la compu sonaban los versos de Roberto Medina; Cabaret, Tropezón, era la eterna rutina. Pucherito de gallina, con viejo vino Carlón. Cabaret, metejón, un amor en cada esquina…unos para tomar el chocolate; otros, facturas con mate o el raje para el convoy. A mí me gusta así. Primero un buen caldo de falda u osobuco y gallina, con muchas verduras, sal, pimienta y la hierbitas que les plazca. A colar los jugos y en él cocer papas, zapallo, zanahorias, repollo blanco, batatas y garbanzos. Aparte, para evitar el exceso de grasas, como fieles devotos de la santa vida sana que somos, cocinar en agua y en recipientes diferenciados, un trozo de panceta, chorizos colorados y patas de cerdo. ¿Está todo listo? Entonces, y con el cuidado de que viandas – a no olvidarse osobucos y  gallinas –  y menestras se mantengan bien calientes, dispongan de lo que será festín con mostazas fortachonas cerca, todo sobre una fuente de retruques amorosos. Mantengan al rescoldo aquél caldo original, si no tienen Carlón metanlén al tinto de su preferencia, y como final, antes de los postres, un tazón de sopa hirviente, batida con un chorrillo de sabio Oporto, para despuntar siempre el eterno deseo. Y no ahorren escancios ni vasos compartidos, que esa tarde cuando caiga el sol habrá que seguir concelebrando, propongo sin humildad alguna, el misal ateo de los justos. ¡Salud!

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