Como la mayoría de los funcionarios de Cambiemos, Nicolás Dujovne y Luis Caputo la juegan de tipos simpáticos, descontracturados, cercanos a vos. Como buenos estafadores, volvieron a montar su numerito el viernes, en una conferencia de prensa donde con mentiras y sonrisas siguieron ocultando la única verdad: que el abismo está cada día más cerca.

Toto, ¿querías agregar algo?” pregunta Nico. No estamos en una historieta de Billiken ni en una comedia para preadolescentes del canal Disney. Esta pregunta fue hecha por el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, al ministro de Finanzas, Luis Caputo, el viernes 4 de mayo a la mañana, mientras la economía ardía y el dólar se iba a los 23 pesos. Pero Toto y Nico son dos sujetos descontracturados, todo bien todo tranqui, y ni en el peor de los momentos pierden la falta de compostura. Toto y Nico, Nico y Toto: vamos a hablar aquí de lo que se cifra en el nombre.

El elenco de Cambiemos se llama entre sí por su nombre de pila. Y por su sobrenombre, que en muchos casos es un apócope. Mauri, Marquitos, Lilita, Nico, Mariu, Piter. Hay una estrategia de búsqueda de la familiaridad. Los periodistas replican esto y en cámara hablan de “Marquitos” en vez de “el Jefe de gabinete”. En esta conferencia de prensa no parecen dos ministros: parecen dos amigos de la barra. Quieren que veamos eso. No a dos funcionarios sino a dos sujetos como vos, como yo, como todos. “Voy a agregar algo a lo que agregaste”, dice Marquitos y los dos se ríen. Y volvemos a estar en una sitcom de adolescentes. “Mauri, Gaby y Guille: nos gobierna el elenco de JUGATE CONMIGO”, como escribió alguna vez una tuitera.

Llamarse Nico y Toto también es una cuestión de clase. De clase alta. Este un gobierno que no tiene Gracielas, Déboras, Yaninas, Kevines ni Nahueles. Sí hay un alto número de Facundos, Ignacios, Agustines, Nicolases y Pedros. En la clase alta argentina existe la costumbre de combinar un nombre corto con apellido extenso: “Tico Fernández Álzaga”, “Poti García Iturriaga”. Quizás para compensar lo largo del doble apellido con la brevedad del nombre. O para despertar simpatía: un garca que se llame “Tuco” resulta más querible que un Ignacio María.

Pero esta estrategia de cercanía –dos ministros que se llaman entre sí por sus apodos durante una conferencia de prensa- tiene algo de falso. Los que no pertenecemos sentimos que algo no encaja. Es como cuando el empleado de MacDonalds nos pregunta “hola, ¿cómo estás?” o el telemarketer se nos presenta con un “hola, mi nombre es Luciana, ¿con quién tengo el gusto de hablar?”. Una desconfianza similar a la que despierta Mauricio Macri conversando animadamente con el operario de una fábrica que dentro de tres meses se va a cerrar, por culpa de la política económica del gobierno. Somos cordiales, aunque nuestras políticas no lo sean. Empáticos en lo personal, ecpáticos (que excluyen los sentimientos, actitudes y pensamientos hacia el otro) en lo social.

¿De qué hablan Nico y Toto? Son cordiales y campechanos y hasta cancheros, pero su discurso es incomprensible. (recordar el dictum de Kiciloff: “Si no entendés lo que los economistas están diciendo, es porque ellos están mintiendo”). La charla transcurre entre cifras y porcentajes y varios “este año tenemos los números más grandes de la historia”, ese recurso que los todos políticos aman usar. “En campaña le hablan al pueblo como si tuviera tres años; en crisis balbucean como si todxs fuéramos expertos en finanzas”, agrega Guadalupe Carnota. Todas esas cifras apuntan a decirnos que todo está bien y que va a ir mejor. No hay respuesta a la recesión, ni a los despidos ni a los aumentos (bueno, sí, hay una: van a continuar).

Nico y Toto prometen solucionar este despelote con más ajuste y más aumentos. Si Nico y Toto fueran una historieta, serían una de aquellas que siempre terminan igual, con la misma frase. Como el “…si no me tienen fe” de Olmedo, el “exijo una explicación” de Condorito o el “no va a andar” de Calabró. Aunque no contagien alegría.

Y nosotros hacemos “plop.”