Son tiempos difíciles para el ejercicio del periodismo. Despidos, aprietes, censura y un paisaje mediático cada vez más concentrado. “No nos callan nunca más” es un alegato a favor de un oficio que no se resigna a morir en medio de los juegos de poder.
Saguier, decime que se siente/ ver al gremio reaccionar/ Te juro, que aunque dure la lucha/ Nunca vamos a aflojar/ Porque prensa está de pie/ Unidad para luchar/ A este gremio no lo callan nunca más”.
Las palabras cantadas retumbaban al ritmo de Bad Moon Rising de Creedence Clearwater Revival. Trabajadores y trabajadoras de una gran cantidad de medios de comunicación situados a ambos lados de la llamada “grieta” habían copado el hall del diario La Nación como parte de una movilización en la que reclamaban recomposición salarial y el no a la precarización laboral.
El cántico iba dedicado a Julio César Saguier, uno de los propietarios del centenario matutino. No era nada personal: en otras oportunidades se cambiaban los apellidos, por ejemplo, por Magnetto, Szpolski o Lombardi (en referencia a Héctor, CEO del grupo Clarín; a Sergio, que estuvo al frente del Grupo Veintitrés; o a Hernán, el titular del Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos).
Ese 7 de junio de 2013 quedó marcado en la memoria del gremio de prensa. En una masiva movilización, cientos de periodistas irrumpieron en el edificio en donde estaba emplazada la aristocrática redacción deLa Nación. Fue cortar las alambradas de la estancia periodística y, por un rato, cantarle las cuarenta a los terratenientes.
Por primera vez en 37 años se estaba produciendo una negociación paritaria para diarios, revistas, agencias y portales de noticias. A pesar de la burocracia del viejo sindicato, la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (UTPBA), los paritarios fueron elegidos en asamblea y se conformó un plenario de delegados que se puso al frente de un reclamo largamente postergado. En las semanas previas a esa histórica marcha hubo abundante movimiento en las empresas periodísticas, con asambleas y fotos grupales e individuales en apoyo a las #ParitariasPrensa2013.
Ante la previsible cerrazón de empresarios que, acostumbrados a su impunidad, no querían ceder nada, los delegados convocaron para el Día del Periodista a un acto frente a las oficinas de la principal cámara patronal del sector, la Asociación de Editores de Diarios de Buenos Aires (AEDBA), a metros del Obelisco.
La fecha era especial. Las patronales seguían sin reconocer el feriado con el que se honraba la creación del primer periódico patrio, La Gazeta de Buenos Aires, y a su creador, el revolucionario Mariano Moreno. Ese derecho había sido arrebatado por la dictadura en 1976. La restitución del feriado era una demanda sentida para un gremio que sufrió en carne propia el terrorismo de Estado. De a poco comenzaba a reconstruirse la memoria de un gremio que estaba sumido en la cultura del “no te metas” y el “sálvese quien pueda”.
Por eso llamó tanto la atención lo que sucedió ese Día del Periodista. Ni los más optimistas esperaban una convocatoria tan exitosa. Media Avenida 9 de Julio quedó cortada por la muchedumbre aquel mediodía soleado de otoño. Los discursos pronunciados por los delegados desde una camioneta, que prestó el sindicato telefónico FOETRA, contagiaban entusiasmo. Era un acto sin estructura, apenas banderas de cada empresa, pancartas con las demandas, algún megáfono y un par de bombos. Al terminar las arengas era tanta la energía que se había generado que se decidió improvisar un recorrido por empresas cercanas. Una masa compacta, ruidosa y festiva avanzó por la avenida Corrientes, detrás de un trapo con la leyenda “Paritarias Prensa”.
Al llegar al Bajo, el envión de la avenida pareció aportar el ímpetu que faltaba para que la marcha no se detuviera al llegar al edificio de La Nación, a la vuelta del Luna Park, sobre la calle Bouchard. Sin que estuviera planificado, atravesaron puertas giratorias y molinetes ante la mirada atónita del personal de seguridad. Después de varios minutos de cánticos y de algunas palabras de los delegados del diario el recorrido prosiguió hasta Editorial Atlántida, con sus portones infranqueables. La caravana, algo mermada, terminó en el playón con palmeras de Ámbito Financiero. En total, unos 5 kilómetros de caminata que no merecieron mayor cobertura de los medios masivos de comunicación, salvo honrosas excepciones.
Al día siguiente, el Colectivo de Trabajadores/as de Prensa tituló su crónica: “Caos de tránsito por protesta de trabajadores de prensa (o el mejor regalo para el Día del Periodista)”1. Apuntaba directamente a cómo los medios hegemónicos, la mayoría de las veces, desdibujan la esencia de los reclamos y desvían la atención hacia las complicaciones vehiculares.
Pese a su singularidad y significancia, la noticia de la movilización pasó desapercibida para los lectores. La Nación no publicó una sola línea sobre la sorpresiva ocupación del hall ni sobre la masiva marcha. Tampoco publicó nada cuando terminó la paritaria y se recuperó el feriado por el Día del Periodista.
Es paradójico. Quienes trabajan con la comunicación están incomunicados a la hora de contar sus propios padecimientos y deseos. Sobre todo, si se trata de reclamos colectivos. De esto se habla poco: un cerrojo impide que se sepa lo que sucede adentro de los medios. Es un pacto de “caballeros” entre patrones. Entre bueyes no hay cornadas. Para el discurso hegemónico no hay sujeto colectivo. Si se habla de “los periodistas” es en referencia a figuras conocidas que están más cerca del negocio del entretenimiento que de la práctica del oficio periodístico, indispensable para que salgan adelante diarios, revistas, sitios, agencias, programas y noticieros de radio y televisión. Esa es la norma. Pero hay excepciones, como pasaría a fines de 2015 en el mismísimo diario La Nación.
Ni bien se conoció el resultado del balotaje donde se impuso la alianza Cambiemos, los altos mandos del diario quisieron marcarle la cancha al nuevo gobierno del presidente Mauricio Macri. Sin esperar ni un día, La Nación publicó un editorial proponiendo beneficios para genocidas condenados por crímenes de lesa humanidad y acusando a los desaparecidos de ser tan “terroristas” como el Estado Islámico (EI), que acababa de perpetrar un sangriento atentado en París. Fue entonces que sucedió algo inesperado: gracias a su organización sindical, los empleados de La Nación decidieron diferenciarse del pensamiento de los dueños y dieron a conocer su compromiso con la memoria, la verdad y la justicia. La foto que se tomaron con carteles en repudio al editorial y la consigna “Nunca más”, sumada al comunicado y las publicaciones en las redes, llamó la atención de numerosos corresponsales extranjeros y de todos los medios locales. En un hecho sumamente atípico, el mismo diario publicó la imagen y el texto tanto en su web como en la edición impresa. A diferencia de tantísimas otras oportunidades, la empresa mostró un pluralismo inusual y no silenció la voz de los trabajadores de prensa organizados.
De esa disputa trata este libro. De los momentos en los que el engranaje de la maquinaria periodística queda en evidencia y se expresa el disenso interno ante el discurso mediático patronal. Detrás de las bambalinas hay realidades ocultas. Una de ellas es cuando los periodistas se emancipan por un instante de los condicionamientos de la relación laboral y sus jerarquías. Así dan a conocer una postura distinta a la de los dueños del medio. Con sus propias palabras e imágenes. La organización sindical funciona en las redacciones como garantía de libertad de expresión.
Los cuestionamientos a la línea editorial de los medios –surgidos desde asambleas, comisiones internas, agrupaciones de base y organizaciones sindicales– constituyen un contrapeso ante la decadencia de cierto periodismo; ese periodismo transformado mayormente en propaganda oficialista, destinada a disimular los efectos de políticas donde unos pocos se enriquecen a costa de las grandes mayorías que se empobrecen. A contrapelo de esa realidad que para muchos es desmoralizante, surgen desde distintas redacciones pronunciamientos que hablan de otro periodismo.
En estas páginas se consignan expresiones colectivas que son parte de la historia reciente del gremio de prensa. Son expresión de prácticas contra hegemónicas. Lo dominante es el individualismo, el “carrerismo”, la zanahoria del ascenso profesional y la hoguera de las vanidades. Carneros por temor o convicción son nuestro talón de Aquiles. Patrones, gerentes de recursos humanos y mercenarios lo saben. Alientan el miedo a quedarse sin trabajo o a no poder desarrollarse profesionalmente. Respetan poco y nada el oficio periodístico al cual conciben solamente como un negocio y una plataforma de lobby para mejorar su desempeño en otros negocios. Para ellos, salarios, viáticos y otros pagos por derechos adquiridos constituyen gastos que hay que recortar todo lo posible. Excepto sus propios ingresos. Anhelan la liquidación del Estatuto del Periodista y de los convenios colectivos de trabajo.
Por abajo, en las redacciones, cunde el malestar. El secretario general del SiPreBA, Fernando “Tato” Dondero, suele describir al presente como “el peor momento para el periodismo desde el retorno a la democracia”. Cuando asumió el gobierno de Cambiemos el jefe de gabinete, Marcos Peña, aseguró que se acababa “la guerra contra los medios”. Si seguimos con la metáfora bélica, que ya había utilizado el editor y columnista de Clarín, Julio Blank, al hablar de “periodismo de guerra”, podríamos decir que fue más bien el comienzo de una guerra contra el periodismo, que se traduce en la hostilidad y el desprecio que muestran los funcionarios del gobierno ante los trabajadores de prensa que no responden a sus mandatos. Reina la utilización arbitraria de la pauta para disciplinar a las voces disidentes y se ahoga presupuestariamente a los medios comunitarios. En tres años de gobierno macrista más de 3300 trabajadores de prensa perdieron sus puestos. A esto se suman decenas de periodistas y fotógrafos amenazados, heridos o detenidos mientras cubrían hechos de represión. En paralelo se produce la consolidación de los grupos más poderosos con la fusión Clarín-Telecom y la caída de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (LSCA): son solo dos drásticos ejemplos.
El ataque masivo a los medios públicos, con achique, despidos y vaciamiento en la TV Pública, Radio Nacional y la agencia Télam es otro paso en la ofensiva general de un gobierno al cual no le importa más que camufrlar su intención de acallar voces disidentes y limitar la actividad periodística a un puñado de grupos monopólicos.
Los padecimientos que se viven en el gremio de prensa son una muestra de lo que sucede a nivel general. Con una particularidad: no solo se afecta el sustento de miles de familias sino también el derecho a la información y la libertad de expresión. Pero, a la par del malestar, también se propaga la resistencia de quienes defienden la posibilidad de hacer periodismo libremente, conscientes de que si prima el silencio el maravilloso oficio periodístico va a ser apropiado por escribas y gerentes del poder.
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