Siempre puede correrse el límite del periodismo oficialista. Siempre se puede servir al poder con más enjundia. Lo demuestra en cada una de sus notas Pablo Sirvén, vocero no del todo encubierto de Macri. La última, proponer la alternativa del cierre de Télam.

La encuesta tuvo lugar en Twitter el jueves de la semana pasada. Su tema, los despidos en Télam. La opción ganadora fue la de reincorporar a los despedidos, con un 40 por ciento. La reestructuración (que no se sabe qué quiere decir) llegó al 30 por ciento. La expansión cosechó un magro 3 por ciento. Finalmente, el 27 por ciento restante fue para la alternativa de cerrar. El autor del sondeo fue Pablo Sirvén.

La muestra tuvo 35.807 votos. Entre los votantes, pues, hubo algo más de 10 mil que adhirieron a la posibilidad que planteó el hombre de La Nación de cerrar una agencia nacional de noticias. Algo que no sonaría aceptable en Italia con Ansa, en Alemania con DPA, en Francia con AFP, en España con Efe. ¿Por qué debería ser aceptable entre nosotros, en una república de los confines del mundo, al sur del Río Grande? La respuesta antecede esta cuestión: pasa por el hecho de que se ha naturalizado la práctica profesional de periodistas como Sirvén.

Alcanza con ver sus notas en La Nación desde diciembre de 2015 para constatar que se trata de un vocero casi preferencial del gobierno en el área de comunicación. No sólo  en sus notas en off desde la oficina presidencial con Mauricio Macri, sino en cosas como esto:

“Levante la mano a quien le gustaría trabajar no más de seis o siete horas diarias por un sueldo bruto promedio, sumando plus varios, de $85.000. Y recibir hasta el 200% del jornal si resultara excepcionalmente convocado el fin de semana para desempeñar alguna tarea. Y $29.000 extras por mes si aporta su auto para completar la faena asignada”. Así arranca su nota “Comienza una nueva batalla en la TV Pública” (La Nación, 7 de enero de 2018), la cruzada del periodista, en consonancia con la Casa Rosada, para justificar el ajuste en el canal estatal. Nota en la que cuenta: “Por de pronto Lombardi ya resolvió designar ad honorem al directorio y suprimir el equipo de asesores, lo que supone un ahorro anual de 48 millones de pesos”. Una loable medida que se concreta después de dos años de gestión. O sea que la cara visible del mejor equipo de los últimos 50 años en materia de comunicación dilapidó 96 millones de pesos en dos años sólo para pagarle al directorio y a los asesores. Claro que para él el problema pasa por trabajadores “cuyas caprichosas modalidades laborales son dignas de la imaginación de un autor de realismo mágico”.

En el medio, se redujeron las horas para los noticieros, algo que los trabajadores resistieron con ediciones de emergencia que hicieron a través de las redes sociales. Un escenario mucho más acorde al realismo mágico por obra y gracia de la política hacia los medios públicos.

En  2014, o Año 1 AM (Antes de Macri), el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner entraba en la recta final.  A la cabeza de las muchas críticas que había para hacer estaba su política comunicacional, la existencia de programas como 678 y la bajada de línea permanente por los medios públicos. En 2016, o Año 1 DM (Después de Macri), los medios públicos cambiaron su impronta, pero no para mejor. Sirvén, anclado en la figura de un estudioso de medios de los años del primer peronismo, ha sentido que salimos de una suerte de neoapoldismo (por Raúl Apold, el zar del aparato de prensa y propaganda del primer peronismo).

En rigor, entramos y salimos, en forma permanente, con el cambio de gobierno, en la lógica de los medios como coto de ocupante de turno de la Casa Rosada. Los medios del Estado funcionan no como eso, sino como medios del gobierno de ocasión, a su imagen y semejanza. Eso explica el tinte pseudo-intelectual del alfonsinismo (que tuvo un enorme poder de fuego mediático con tres canales de TV e infinidad de radios), la chabacanería del menemismo, la nada absoluta de la Alianza, el toque nac and pop del kirchnerismo, y el sedicente (y falso) pluralismo de Cambiemos a la hora de tomar el timón de los medios que se sustentamos entre todos.

La inocultable militancia de Sirvén por el macrismo no deja de tener un matiz a considerar: lo hace desde las páginas de La Nación, no desde un contrato en la TV Pública, Radio Nacional o Télam, como sí lo han hecho otros periodistas que antes de 2015 querían preguntar. Desde un punto de vista liberal, toma posición como vocero, sin tener un sueldo pagado con dineros públicos. No deja de ser loable.

Tanto como su entrevista televisiva a María Eugenia Vidal, en el canal del diario de los Mitre. El hombre que denostó el modelo de 678 inquirió a la gobernadora bonaerense sobre un eventual futuro presidencial. “Señora María Eugenia, toc toc, soy la Historia, necesito que sea presidenta”, fue la frase que usó para graficar el sino del destino que aguardaría a la gobernadora. Vidal, acostumbrada a cabecear centros de la prensa complaciente (al punto tal de haberse llamado a silencio durante días y días ante lo grosero y evidente del caso de los falsos aportantes a la campaña del año pasado), no pudo evitar la cara de asombro.

Uno se pregunta qué forma de periodismo pudo haber inventado Pablo Sirvén sin que nos diéramos cuenta. Es lo que surge al leer “En qué piensa y qué siente Macri cuando las cosas se complican y cuál es su cable a tierra” (La Nación del 17 de junio pasado). No fue la primera vez que incurrió en ese tipo de relato, ni será la última. Quizás no haya nada nuevo bajo el sol y sea un ersatz democrático de lo que hacía Renée Sallas en la revista Gente, quien llegó a despedir a Videla de la Casa Rosada en 1981 con una nota que decía: “Me gustó usted, Videla. Me gustó como persona, quiero decir, me gustó como compatriota”.

Al leer la nota de Sirvén se percibe algo que es palpable en otras notas previas: habla desde el despacho presidencial como un testigo invisible que ve el día a día de Macri al frente del gobierno. No hay que ser muy avisado para darse cuenta quién es su fuente principal en textos que son altamente elogiosos. De su pluma salen cosas como “Nada hay que al Presidente le guste más que desconcertar con algo inesperado. Y siempre se guarda algún as en la manga”. O “La resiliencia -característica primordial de Macri- funciona como una suerte de estabilizador emocional que tanto le impide deprimirse en las malas como mostrarse eufórico en las buenas”.

El riesgo de armar una nota en base a un testimonio en off es que se puede filtrar algo que ni dicho en off podría publicarse. Allí es donde naufraga el hombre, pese a sus buenas intenciones por querer humanizar a Macri, que creció a la sombra de papá Franco. Veamos este párrafo:

“Impresiona cómo su cara, al borde de los 60 años, que cumplirá en febrero próximo, y tras dos años y medio de presidente, se va transformando cada vez más en la de su padre, su alter ego fraterno pero conflictivo y, tal vez, el principal forjador de su temple desde que era un niño y lo sometía a aburrirse en kilométricas reuniones gerenciales hasta la competencia tóxica dentro del grupo familiar que hicieron que ‘el delfín’ buscara mayores desafíos fuera de esa no tan cómoda fortaleza”.

Sirvén podría rematar con la sutileza y la belleza de una buena combinación de ajedrez, el hipnotismo de una flauta que resalta sobre el resto de la orquesta, la sensación de plenitud ante la lectura de un poema. Podría. Pero lo hace así: “Ese hombre, con el que libró tantas batallas psicológicas y de egos, ahora postrado, y rodeado de enfermeras, en sus breves momentos de lucidez, le pide que lo saque de ese estado y que lo mate”.

Hay que tener agallas para divulgar cuán mal está Franco Macri y con tanta puntería para hacer público el deseo del pater familias el mismísimo Día del Padre. Tantas como para plantear que se cierre Télam.