The Post, la última película de Steven Spielberg, ha sido mencionada hasta el hartazgo por el “periodismo independiente” vernáculo de manera no sólo tendenciosa y auto justificatoria sino traspasando los límites del ridículo. En lo que sigue, y pretendiendo hacer honor al irónico título de esta pieza, el autor intercala definiciones de Ludwig Wittgenstein en su Tractatus logico-philosophicus.

El mundo es todo lo que acaece.

Hay una película sobre el periodismo que circula entre nosotros hace un tiempo. Es The Post, de Steven Spielberg. La historia es la del Washington Post antes del caso Watergate, esto es, cómo se enturbió la relación entre el diario y Richard Nixon antes del caso que lo eyectó de la presidencia. El eje del film pasa por la filtración que hizo Daniel Ellsberg de los llamados Papeles del Pentágono, que probaban la manipulación política en la guerra de Vietnam.

El diario se hizo de los documentos y los publicó pese a las presiones de la Casa Blanca, que litigó hasta llegar hasta la Corte Suprema. Lo que quedaba en entredicho era la Primera Enmienda, la libertad de prensa.

En la que quizás sea la escena más impactante de la película, el periodista que consiguió los documentos le lleva al editor del Washington Post, Ben Bradlee (Tom Hanks), una bolsa de cartón, se la da y le dice: “Siempre quise iniciar una revolución”. Bradlee otea el contenido y le lleva la bolsa a Katherine Graham (Meryl Streep), la dueña del diario, inmersa tanto en la puja inesperada con Nixon como con la recomposición accionaria de la empresa. El editor desparrama sobre una mesa lo que contiene la bolsa: ejemplares de diarios norteamericanos de ese día, que en tapa reproducen el material explosivo por el cual el Washington Post fue a la Justicia. El país entero ya sabe que la guerra en el sudeste asiático se ha hecho en base a mentiras.

El mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas.

En la Argentina de 2018,  al tiempo que The Post llegó a los cines, tuvimos nuestros Papeles del Pentágono. A los que podríamos definir como Escuchas de la AFI. Son las grabaciones de Cristina Fernández de Kirchner con Oscar Parrilli. Charlas de entrecasa en las que la ex presidente reduce a Parrilli al nivel de un mero amanuense. Hablan de cuestiones políticas como si estuvieran tomando un café en un bar y ella no se guarda gruesos epítetos para diferentes actores políticos y para Parrilli, merecedor del mote de “pelotudo”, y que suele responder a las diatribas de su jefa con un casi invariable “Sí, sí, tenés razón”.

Ese material incorpora, Luis Majul mediante, nuevas grabaciones. Lo que se agrega es novedoso: audios de CFK diciéndole “pelotudo” a un Parrilli que apenas asiente. Luego anuncian más grabaciones: Cristina, para sorpresa de todos, le dice “pelotudo” a su colaborador. Majul anuncia que hay más grabaciones. Morimos de ansiedad por saber qué dirá la dos veces presidente de la Nación.

Para conocer un objeto no debo conocer sus propiedades externas, sino todas sus propiedades internas.

A raíz de la difusión de las escuchas de Cristina, el juez federal Rodolfo Canicoba Corral afirmó que Majul pudo haber incurrido en un delito. “Si encontró la cinta de grabaciones tiradas en la calle no cometió un delito. Si las compró o se las dio un funcionario público ya es otra cosa”, dijo el magistrado. Haciendo gala del género epistolar, Majul eligió el modelo de la carta abierta para responderle al juez, vía las redes sociales. “Comprendo que el entorno donde se desempeña está demasiado contaminado por ese tipo de cosas. Y que para usted esto sea lo habitual”, dice el hombre de prensa, quien agrega, con un manejo de la ironía que difícilmente envidiaría Oscar Wilde: “También comprendo que no le debe gustar nada el apodo que, desde hace muchos años, como sostienen algunos medios, le pusieron, confundiendo su apellido con la palabra coima”.

Foto. Daniel Ellsberg.

Majul nos informa que “considero que las escuchas judiciales que obtuve contienen un evidente interés público”. Justifica: “No solo por tratarse de una ex presidente sino también por revelar el contenido de importantes decisiones políticas, su propio carácter y su personalidad como ex funcionaria y como persona”.  Se resguarda en la preservación de las fuentes y recomienda al juez ver The Post. “Trata sobre la filtración de unos papeles del Pentágono durante la presidencia de Richard Nixon y el papel de la justicia”.

Del material divulgado hasta el momento no hay, que se sepa, algo que permita “revelar el contenido de importantes decisiones políticas”, por fuera de la verborragia de Cristina. Pero Majul compara lo suyo con la filtración de documentos sobre una guerra que costó miles de vidas y generó un terremoto político. Porque no está de más recordar que Ellsberg le pasó los documentos a la prensa durante una presidencia que aun estaba embarcada en Vietnam. La ¿oportuna? filtración de los audios de CFK y Parrilli ocurre cuando ya llevan más de dos años en el llano. Dato no menor: una escucha la hace la AFI, se supone que con permiso de un juez. Ese material no es de divulgación pública, menos si hay en curso una investigación.  Si alguien, dentro de la AFI, no filtró los audios, no hay forma de acceder.  Menudo trabajo de investigación el de Majul.

Se ha dicho alguna vez que Dios pudo crear todo salvo lo que fuese contrario a las leyes de la lógica. La verdad es que nosotros no somos capaces de decir qué aspecto tendría un mundo ilógico.

La campaña de Majul con los audios consabidos entronca con la línea periodística de América. Programas de panelistas que presentan informes como el de la supuesta corrupción en el INCAA, hace un año, que movilizó a la industria cinematográfica en repudio de Alejandro Fantino. Para muchos fue evidente que, al igual que ahora con Majul, alguna usina oficial pudo haber servido de fuente para hacer lo que se denomina “operar”. Fantino y su mesa de “Animales sueltos” fueron pródigos en la materia durante el último año. Allí está, en especial, la avanzada sobre Página/12 tras la divulgación acerca del blanqueo de Mauricio Macri y sus allegados.

Para Fantino y compañía fue lógico ocuparse de supuestos tejes y manejes en el INCAA, que derivaron en la salida de su responsable en medio de la solidaridad general, y de un diario atosigado por la distribución de la pauta. Lo que no resultó lógico fue el efecto boomerang. Vale decir: aquello fue una práctica loable del periodismo, mientras que darle aire a Natacha Jaitt se encuentra en las antípodas de la práctica profesional por parte de Mirta Legrand desde la óptica del ex relator. Según parece, serían dos esferas distintas.

La sustancia es aquello que independientemente de lo que acaece, existe.

“Este es uno de los mejores periodos de libertad de prensa de la Argentina. No hay hostigamiento, no está ese componente de resentimiento del kirchnerismo hacia la prensa crítica. Tampoco hay un apoyo en términos desmesurados de la prensa adicta”. Lo dijo José Claudio Escribano, el decano de la prensa conservadora, en diálogo con El País de Madrid. Para el otrora hombre fuerte de La Nación, la libertad de prensa está en una edad de oro, el oficialismo carece del resentimiento kirchnerista y lo que no duda en llamar “prensa adicta” no cae en el panegírico hacia la figura de Macri. Lo cual no se condeciría con algunas columnas en extremo elogiosas del matutino.

Pero el doctor Escribano hace algo más grave ante la nula vocación por la repregunta de parte de su entrevistador: erigir la imagen de un desarmado hombre de prensa que nada podía hacer ante un terrorismo de estado cuyos alcances afirma desconocer. Se encarga de decir que “el golpe de 1976 fue frente a un gobierno absolutamente impopular” como si eso justificara la interrupción del orden constitucional (el relato procesista suele omitir que Isabel Perón iba a convocar a elecciones ese año) y que no sabía nada de los desaparecidos, aunque termina admitiendo: “Creo que podíamos haber hecho más”.

En uno de sus escasos avances, el entrevistador le recuerda el caso del Buenos Aires Herald, y Escribano lanza el tiro por elevación. “El Herald fue un caso aparte, porque se ocupaba de los derechos humanos pero a la vez apoyaba la política económica de Martínez de Hoz”. Vaya forma implícita de hacer un mea culpa, porque La Nación también apoyaba a Martínez de Hoz (y se asoció al estado terrorista en Papel Prensa, dato nada menor). O sea que el diario anglófono era oficialista al 50 por ciento, porque apañaba la liberalización de la economía pero, a diferencia del diario de los terratenientes, sí se plantaba frente a las atrocidades del régimen. Conviene tener presente la pregunta lacerante que impregnaba a la redacción del Herald, según recuerda Uki Goñi en Judas, su libro sobre la infiltración de Alfredo Astiz en Madres de Plaza de Mayo: ¿cuántas desapariciones más puede tolerar la prensa masiva sin decir nada?

De lo que no se puede hablar, mejor es callarse.

Claudio Andrade, periodista de Clarín en Bariloche al que algunos han confundido con un vocero del ministerio de Seguridad, publicó el pasado 8 de febrero una nota titulada con un potencial, o sea, una no noticia: “Autopsia al mapuche muerto en Mascardi: le habrían encontrado restos de pólvora en la mano”. La bajada dice: “Es Rafael Nahuel, quien murió en noviembre en un presunto enfrentamiento con la Prefectura”.

Casi dos meses más tarde, el 30 de marzo, llega la certeza. “Las pericias determinaron que mapuches y prefectos tenían restos de pólvora”, titula el diario la nota de Andrade, cuya bajada precisa: “Las pruebas dieron positivas en 2 manifestantes y 5 efectivos. Para el Ministerio de Seguridad, el informe abona la teoría de que hubo un enfrentamiento armado”. Hay que ir al interior de la nota para saber sobre “el joven Rafael Nahuel fallecido en Mascardi el año pasado” (la ausencia de comas no es tan chocante como el “fallecido”). Recién en el cuarto párrafo nos enteramos que “Nahuel no tendría señales concluyentes en este sentido. Sin embargo, altas fuentes aseguran que queda camino por recorrer y que el trabajo no es definitivo tampoco en la persona del joven muerto”. Otra vez un potencial.

El mismo día, sobre el mismo informe, Maia Jastreblansky escribe en La Nación que “Rafael Nahuel no presentó rastro alguno de disparo” y que “en el caso del joven fallecido, sobre 4163 partículas analizadas, ninguna dio positivo. Es decir, ninguna partícula contenía, al mismo tiempo, los tres elementos característicos de los granos de pólvora: bario, plomo y antimonio”.

Jastreblansky aporta dos datos que Andrade omite respecto del contacto de los mapuches con pólvora. “En la causa, por caso, se verificó que varios mapuches levantaron casquillos de la tierra tras el enfrentamiento. Los dos mapuches investigados, en tanto, son los que bajaron el cuerpo de Rafael Nahuel hasta la ruta 40”. Además, “otro informe reservado, elaborado por la Dirección de Criminalística y Estudios Forenses de la Gendarmería y que estudió las prendas de los dos mapuches que quedaron detenidos durante los incidentes, señaló que esas ropas ‘no presentaron residuos atribuibles a armas de fuego’”.

La nota de Andrade finaliza así: “En la visión del Ministerio de Seguridad conducido por Patricia Bullrich, el trabajo de Serquis (Adriana, responsable del informe del Centro Atómico Bariloche) y compañía sustenta el relato de los Albatros: hubo un enfrentamiento armado. Desde esta perspectiva determinar quién hizo el disparo que impactó en el cuerpo de Nahuel no es verdaderamente relevante puesto que el efectivo respondió a un ataque. ‘No se puede condenar a un prefecto por realizar su trabajo’, señala una voz”.

Comparemos con el cierre de Jastreblansky: “La autopsia determinó que Rafael Nahuel murió por un balazo de un arma 9 mm que le ingresó por un glúteo y comprometió órganos vitales. La causa aún no tiene procesados. Se espera que en lo próximos días declaren como testigos los albatros que participaron en el operativo de Villa Mascardi y que no avanzaron sobre la ladera. Su relato puede ser clave para conocer detalles de los incidentes. Y lo más importante: quién efectuó el disparo que mató a joven mapuche en Villa Mascardi”.

La periodista de La Nación pone el foco en el tema central: quién disparó contra Nahuel. Mientras que Andrade se apoya en la versión oficial, que habla de enfrentamiento y escribe que “no es verdaderamente relevante” saber el nombre del prefecto que disparó porque hacía su trabajo.

La confusión sobre el carácter de vocero oficial de un periodista ya no sería tal.