La película de Jayson McNamara, estrenada esta semana, reconstruye la historia del diario en inglés que se transformó en baluarte de la defensa de la libertad de expresión y los derechos humanos durante los años más oscuros de la historia reciente.

El periodismo de periodistas suele ser, en el gremio vernáculo, una práctica que se ejerce o denuesta según la conveniencia. Lo mismo ocurre cuando se mira el pasado reciente, en especial, los 2817 días transcurridos entre el 24 de marzo de 1976 y el 10 de diciembre de 1983. Más de tres décadas después todavía afloran investigaciones inéditas que revisan hechos o rescatan protagonistas de aquellos años vividos bajo el control operacional de las Fuerzas Armadas, mientras otras esperan ser saldadas o se las condena al ostracismo. Quizás esos dos factores expliquen que recién ahora se estrene el primer documental que se realiza sobre el posicionamiento del diario Buenos Aires Herald con la llegada de los militares al mando de Videla, Massera & Agosti. Se titula El mensajero (Messenger on a White Horse), comenzará a exhibirse a nivel comercial esta semana, y la concepción tiene un detalle más a tener en cuenta: es la iniciativa de Jayson McNamara, un australiano de 29 años que aterrizó en la Argentina en 2013 sin conocer la historia que al año siguiente se embarcaría a reconstruir.

El BAH llevaba un siglo en los kioscos porteños cuando se consumó el golpe de estado contra Estela Martínez de Perón. Ya en los estertores del gobierno derrocado, el matutino desoía la prohibición de no incluir noticias domésticas entre la información que editaba en inglés, con la única excepción de un editorial. Aquella redacción estaba al mando del británico Robert Cox, radicado en Buenos Aires en 1959, y la integraban otros ingleses o descendientes de ingleses como James Neilson y Andrew Graham-Yooll; norteamericanos como Raymond McKay y Pamela Wheaton o nacidos en EE.UU. como Uki Goñi. La mitad de la empresa era -lo fue hasta 1998- propiedad de la estadounidense Evening Post Publishing Company y el principal accionista era Peter Manigault (a quien está dedicado este documental).
Aquellos periodistas fueron de los pocos -sino los únicos- que recibieron a esas mujeres y pocos hombres que denunciaban la desaparición de hijos, hijas y familiares directos sin encontrar otro medio que lo hiciera ni funcionario que los atendiera cuando deambulaban por la Plaza de Mayo. “¿Por qué vienen acá si este diario se escribe en inglés?”, les preguntó un día Goñi. “Porque en otros diarios no nos atienden”, le contestaron.
McNamara ingresó al Herald en octubre de 2013 -trabajó allí hasta diciembre de 2014- y un par de meses después tuvo que corregir un suplemento por el trigésimo aniversario del regreso de la democracia con columnas de Cox, Graham-Yooll y Neilson. “Ahí descubrí gran parte de la historia y me generó tanto interés que cuando llegué a casa lo primero que hice fue buscar videos, documentales, etcétera. Como había poco y nada, me propuse hacerlo. Unas semanas después, con la ayuda de un amigo, reuní un equipo de jóvenes cineastas y empezamos a filmar a principios de 2014”, recuerda.
El documental de McNamara se estructura sobre el testimonio que Cox prestó en el juicio a las juntas; entrevistas propias a él y a la esposa Maud; a Goñi, Graham-Yooll, McKay y Wheaton, entre otros; con el apoyo de imágenes de archivo que resultan deslumbrantes por lo inéditas: la mayoría proviene de emisoras públicas europeas YLE (Finlandia), Beeld en Geluid (Holanda), Studio Hamburg (Alemania) y la BBC (Reino Unido); material de Associated Press y Reuters “y una larga y muy interesante entrevista” con Cox en el programa Firing Line de PBS. “La búsqueda de material de archivo fue lo más divertido del proyecto porque era como abrir una caja de sorpresas constantemente con descubrimientos que iban nutriendo y fortaleciendo la historia que queríamos contar”, cuenta McNamara, quien apeló al crowdfunding para financiar este proyecto de casi tres años.
A los testimonios se suman el de madres como Nora Cortiñas y Vera Jarach y abuelas como Estela Carlotto y Chicha Mariani, quienes explican que gracias a que otra madre Renée Epelbaum hablaba inglés se pudo establecer contacto con Cox e iniciar una relación de confianza y amistad que perduró aún después del exilio del editor en diciembre de 1979. En el documental, Cox se emociona hasta las lágrimas al recordar la cigarrera de plata y la afeitadora eléctrica que recibió de ellas como regalo.

Robert Cox

El guión no elude las contradicciones de Cox y equipo: de la confianza inicial en Videla y compañía para restablecer el orden o considerar que quienes habían sido secuestrados eran todos terroristas –como se los consignaba en las páginas del BAH- al descubrimiento de las desapariciones y asesinatos que evidenciaban un plan sistemático y despiadado.
Sebastián Lacunza, director del BAH hasta el cierre en julio último, celebra la decisión de McNamara de mostrar ese tránsito de la adhesión al régimen al principio, a las denuncias formuladas luego con inteligencia y cuidado.
Goñi recuerda: “la redacción del Herald era muy pequeña, y los que escribíamos sobre temas de derechos humanos éramos unos pocos. Pero como dice en la película Raymond McKay, uno de los integrantes de aquella redacción, nada hubiera sido posible sin Robert Cox. Los periodistas que escribimos sobre el tema, como McKay y yo, solo lo hacíamos en la estela de Cox, porque él abría el camino. Hablar del Herald es hablar de Cox. El Herald era Cox”.
Y agrega: “Nada fue lo mismo después de su partida. Yo me sentía en una soledad muy grande durante esos tres años que permanecí después de su partida. James Neilson reemplazó a Cox como editor. Yo siento una fuerte admiración por Neilson como pensador y columnista, intercambiábamos poemas que escribíamos en tono chistoso entre ambos. Él me hablaba mucho sobre poesía japonesa de la cual sabe mucho. Mi respeto intelectual por Neilson es total. Pero no era lo mismo que Cox. Bob siente el dolor ajeno como propio. Es una figura de una altura y una conciencia moral insuperable, que además puso esa conciencia al servicio de acciones concretas, como denunciar él mismo los crímenes que se venían cometiendo en Argentina. Ese fuego se perdió. Yo seguí informando sobre la lucha de las madres, recibiendo sus denuncias y yendo a sus marchas, pero ya en soledad”.
El documental se centra en la figura de Cox y no tiene más testimonios que los mencionados de otros miembros de aquella redacción –Lacunza también hubiese deseado que se incluyeran otras voces en el relato-; ni tampoco hurga demasiado en el clima que se vivió tras la partida del editor.
Antes de iniciar un recorrido mundial en plan festivalero, El mensajero -que participó de la última edición del BAFICI- podrá verse desde el jueves en el cine Gaumont (dos funciones por día) y en el centro cultural “Leonardo Favio” de la ciudad cordobesa de Río Cuarto; a partir del viernes (a las 21) y hasta mediados de noviembre en la sala de la asociación amigos del Museo de Bellas Artes (avenida Figueroa Alcorta 2280) y el 25 y 26 de octubre en el ciclo Miradas Latinas de la ciudad de La Plata.
La avant premiere realizada el viernes 6 -a la que Cox no pudo asistir por cuestiones de salud, aunque ya vio el filme- sirvió de excusa para que antes de que comenzara la función McNamara anunciara la decisión de donar material en crudo del documental al archivo de Memoria Abierta para dejarlo abierto a la consulta pública. Jarach -“la madre que más me acompañó”, la presentó McNamara- aprovechó para destacar que no sólo las madres y abuelas tienen una deuda de agradecimiento con Cox, sino todos los organismos de derechos humanos porque “fue tan importante que este diario dijeran lo que otros callaban”.
“A la consigna de memoria, verdad y justicia, yo le agrego nunca más silencio. Hoy muchas cosas están retrocediendo y aunque no hay censura, cada vez se estrechan los espacios y hay síntomas para tener en cuenta. Tenemos que defender el derecho a la información y la ética periodística”, advirtió Jarach.
Goñi sintió una gran emoción con esta película porque “durante mucho tiempo pensé que la historia del Herald estaba completamente olvidada. Eso me daba mucha pena. Pero ver esa historia finalmente reconocida y contada por sus propios protagonistas me hace darme cuenta de que estaba equivocado”. Que recién ahora se haga “será porqué no es un tema que le preste rédito político a nadie. El Herald no estuvo aliado a ninguna bandera política en Argentina. No me parece coincidencia que sea un extranjero quien haya realizado el documental. Para un argentino sería muy difícil encarar un proyecto así sin ser presionado para poner el proyecto al servicio de alguna facción política”.
Claro que también se podría agregar la resistencia de la prensa tradicional argentina a revisar lo que hizo no sólo entre 1976 y 1983 sino también en las últimas cuatro décadas. Cuando en julio último cerró el BAH, los diarios Clarín y La Nación recordaron sin tapujos que entre los hitos del matutino “está el de haber sido el único diario que, en plena dictadura, denunció cotidianamente los secuestros y desapariciones de personas”.
Rescatar la hidalguía de hombres como Cox o, por citar un ejemplo, Manfred Schönfeld, columnista del diario La Prensa, donde también se publicaron algunas denuncias de desapariciones; o reconstruir tantas otras historias olvidadas no sólo les hace justicia, desmiente aquello de que no se sabía lo que pasaba y reafirma que en realidad fueron pocos los que animaron a ejercer el periodismo mientras el resto prefirió un silencio colaboracionista que aún hoy defienden.