El Almirante Cero siempre tuvo ambiciones políticas y, como parte del lanzamiento de su propio partido, fundó una publicación destinada a atacar a Viola y de Martínez de Hoz, mientras seguía reivindicando el terrorismo de Estado. Cambio, una publicación que habla de las internas en la dictadura y del proyecto de uno de los personajes más siniestros de la historia argentina.
Los estudios sobre la prensa durante la última dictadura no suelen tomar en cuenta la experiencia de Cambio para una democracia social, un periódico quincenal que se publicó entre 1981 y 1982 con el fin de propagandizar la candidatura presidencial de Eduardo Emilio Massera. Tal vez porque tuvo aparición irregular y vida efímera. O porque no suelen encontrarse ejemplares en las bibliotecas públicas.
El periódico fue una pieza central en la estrategia de Massera en aquella época y un instrumento para relacionarse con políticos, sindicalistas e intelectuales y ampliar una base de adhesiones que en principio parecía algo bizarra. Pero en 1981 el almirante parecía lo suficientemente optimista sobre sus chances futuras como para imaginar que podía liderar un movimiento y al mismo tiempo un partido, ambos bajo la denominación Democracia Social.
Alfredo Vezza, un ex dirigente del Movimiento de Integración y Desarrollo incorporado al masserismo, apareció como el editor responsable. Pero solo aportaba su nombre y alguna columna de opinión de la que probablemente solo le correspondía la firma. El editor en las sombras era Víctor Lapegna, dirigente del Partido Comunista Revolucionario hacia fines de los años 60, convertido en la década siguiente al catolicismo y a la militancia en la agrupación Guardia de Hierro.
Lapegna se acercó a Massera en 1978, no a título personal, según aclaró, sino en el marco de un acuerdo entre el almirante y Guardia de Hierro. Si al ser detenido en 1970 como dirigente del PCR fue un icono de la lucha estudiantil –“Lapegna/ tu ejemplo nos enseña”, era la consigna, en alusión al rechazo a negociar su libertad con la dictadura de Lanusse-, poco después pasó a ser señalado como caso testigo de la colaboración periodística con los militares del llamado Proceso.
El experimento
Según Lapegna, quien falleció el 15 de octubre de 2018 cuando preparaba una biografía del papa Francisco, la estructura de Cambio se reducía a su propia persona y a Luis María Castellanos, por entonces ex redactor del diario Noticias y de las agencias Télam y France-Presse. “Comprábamos colaboraciones, invitábamos a escribir a distintos periodistas e intelectuales –recordó, en una entrevista-. Teníamos cubiertas una serie de páginas con esas colaboraciones. Luis y yo éramos profesionales expertos en temas como el cierre y el armado técnico de una publicación, los dos habíamos sido secretarios de cierre, y ser secretario de cierre te da una experiencia muy rica para editar”.
Lapegna, Castellanos y Guillermo Aronín fueron denunciados por Miriam Lewin durante el Juicio a las Juntas Militares, como colaboradores de Massera en las oficinas que el almirante instaló en Cerrito 1126 a su retiro de la Armada, y posteriormente citados a declarar en la causa por el robo de los papeles de Rodolfo Walsh.
En una declaración judicial de 1998, Castellanos reconoció una participación menos relevante en el proyecto periodístico de Massera:
-Fui llamado a colaborar en la revista por Massera hijo –afirmó-. Lapegna, que era el jefe de redacción, me pagaba. La revista no tenía staff; tenía un jefe de redacción, Lapegna, y luego colaboradores que no aparecían mencionados.
Los testigos de la declaración de Castellanos –entre ellos, Patricia Walsh, que promovió la causa para rastrear los papeles de su padre junto con Lilia Ferreyra- se mostraron incrédulos respecto del desconocimiento que alegaba haber tenido entre 1979 y 1981 de las acusaciones que pesaban contra Massera y crecían como una bola de nieve a medida que se difundían los testimonios de detenidos-desaparecidos.
-Cuando empecé a trabajar en la revista, la agencia France-Presse había investigado el tema desaparecidos –dijo Castellanos, ante la reiteración de la pregunta-. Se sabía que había detenidos y campos de detención clandestinos. Pero yo no sabía que la Esma entrara en esa clasificación.
Castellanos creía que el proyecto político de Massera era “la vía para arribar a la democracia”. En el momento de la declaración ante los jueces y los familiares de Walsh, aclaró, tenía “un pésimo concepto personal” del almirante, pero en 1981 la situación era distinta: “antes de la guerra de Malvinas, nadie podía imaginar que se diera una situación así, que iba a provocar en definitiva la caída del gobierno de facto” y, aseguró, no se conocían los casos emblemáticos que implicaban a Massera en la represión ilegal, como la desaparición de Fernando Branca, el asesinato de Elena Holmberg y el secuestro de Héctor Hidalgo Solá.
El primer número de Cambio apareció en junio de 1981. “Massera enjuicia cinco años del Proceso”, decía su título de tapa, que contraponía una foto del almirante a otras de Videla y Martínez de Hoz. La nota, un “balance”, presentaba un reportaje a Massera, una columna de su mano derecha, el almirante Eduardo René Fracassi, y una comparación entre los objetivos planteados por la dictadura y sus logros –entre los que contaba “la erradicación de la subversión”. El planteo era que Videla y su sucesor Roberto Viola habían desvirtuado “los Documentos básicos del Proceso”, en especial por su política económica. Las críticas a los mandos del Ejército y al ministro Martínez de Hoz se repetían en una nota en la que el periódico exigía resolver la situación de María Estela Martínez de Perón, detenida desde marzo de 1976.
–Cambio tenía muchos colaboradores –dijo Lapegna, que reivindicaba con orgullo profesional la experiencia-. Era muy amplio en el espectro y muy crítico del gobierno, con defensas expresas de Isabel y posiciones claras en favor del peronismo desde una posición no liberal, nada que se pareciera al republicanismo liberal, antes bien era un periódico peronista, aunque no explícitamente.
La nota sobre la viuda de Perón y reportajes a los sindicalistas Juan José Taccone y Saúl Ubaldini, entre otros artículos, tenían su sentido profundo en ese contexto, el de los contactos y las conversaciones entre Massera y sectores del peronismo, como Guardia de Hierro.
-En aquel momento –dijo Lapegna- una de las publicaciones más exitosas en Argentina había sido Satiricón, que tenía un costado de crítica política. Lo que le propusimos a Massera fue una publicación que hiciera un patchwork de publicaciones que habían sido exitosas en la clase media urbana, que era el público que podía recibir el producto –se entusiasmaba y reconstruía su propuesta como si tuviera delante a Massera-. “Vamos a hacer un medio que sea una combinación de Satiricón, con algunas cosas de humor, algo de lo que fue La Opinión, en cuanto a notas de análisis, en un formato similar a Le Monde y en un diseño similar”. Eso fue Cambio.
En formato tabloide, papel de diario y 16 páginas, los títulos del periódico intentaron un tono a la vez crítico y mordaz: “Recuperar las Malvinas exige más que palabras”, “El cine argentino tiene demasiada censura y poca plata”, “Menotti y Pernía son tristes. El fútbol y el país también”. La omnipresencia de Massera saltaba a la vista en la tapa, el pliego central y la contratapa, donde firmaría columnas de opinión grandilocuentes y retóricas, en el estilo de los comunicados de la junta militar.
Perversiones del lenguaje
En las salas de tortura y en los centros clandestinos de detención, los grupos de tareas crearon una jerga con eufemismos y expresiones figuradas, para lo cual resignificaron palabras y fórmulas de uso cotidiano. Pozo designaba el centro clandestino, el lugar de ejecución, la fosa común; chupar, el secuestro y por extensión chupadero aludía al centro clandestino; el tubo era la celda; tabique, la venda o capucha que se ponía al detenido; el traslado, irse para arriba (en la Esma, sobre todo), la muerte; el quirófano, el lugar de tortura. Los editoriales de Cambio hicieron un estilo de esas perversiones del lenguaje.
El editorial del primer número, “Por qué Cambio”, comenzaba por señalar “el envilecimiento de las palabras” y “la pérdida del poder creador del lenguaje”. Parecía una preocupación de Massera, o de quienes le escribían sus discursos: en 1977, al ser distinguido por la Universidad del Salvador, había dicho que antes del golpe de 1976 “las palabras, infieles a sus significados, perturbaron el raciocinio” de los argentinos. También el general Ramón Camps, jefe de la policía bonaerense, exhortaba a “reflexionar acerca de las palabras fundamentales de nuestro tiempo”.
La palabra cambio, según el periódico de Massera, era una de “las más vapuleadas por los personeros de la hipnosis cultural”, una difusa entelequia que parecía apuntar contra la propia dictadura, y la propuesta era rescatarla de sus usos en el capitalismo salvaje –ejemplificado siempre en Martínez de Hoz- y en “la izquierda subversiva”. La reflexión viraba sobre el final a la consigna -el cambio “es para la democracia social”, “como modo de vida”- y al programa: se trataba de convocar a personalidades en la búsqueda de soluciones de fondo, ya que “la Argentina requiere impregnarse del cambio para consolidar un destino nacional”.
En el tercer número, Cambio hizo una encendida defensa de la libertad de prensa en solidaridad con La Prensa. El 16 de junio, el gobierno de Viola le había retirado la publicidad oficial al diario de Máximo Gainza Paz, molesto por las críticas que recibía por parte de Manfred Schonfeld. El 22 de junio unos desconocidos abordaron al periodista cuando llegaba a su casa y lo golpearon con una manopla de hierro.
Las agencias internacionales dieron difusión a los hechos. Cambio se sumó al repudio de entidades periodísticas con una cita sorprendente: “para decirlo como Brecht, todos somos Manfred Schonfeld”. Más que una crónica de los hechos expuso una reflexión sobre la idea de libertad. Y eso no fue todo: “Además de la adhesión solidaria, es necesario un debate de fondo –planteó-. No podemos aceptar más interpretaciones oblicuas acerca de la misión del periodismo”. Es decir, había que discutir en torno a la ética. Finalmente, reproducía parte de un artículo publicado en La Prensa por una estrella que asomaba en el periodismo: el español Jesús Iglesias Rouco, el futuro editor de El Informador Público, paradigma de la prensa asociada a los servicios de inteligencia.
Pese a que escribía “prácticamente toda la revista” junto a Castellanos, y era el jefe de redacción, Lapegna apareció mencionado en los primeros números como “periodista invitado”. Misterios de la edición. El periódico trató de incluir firmas reconocidas como parte de su oferta, y así en el tercer número incluyó en tapa la lista de sus colaboradores, consciente de mejorar así sus argumentos de venta: el periodista Roberto García, el dirigente rural Humberto Volando, el militar retirado Horacio Ballester, el economista Aldo Ferrer, el peronista Ángel Robledo y el radical Luis León, entre otros.
A la luz del presente, los colaboradores de Cambio podrían ser sospechados de vínculos con el masserismo. Con la excepción de Robledo, que tuvo una relación de amistad con el marino, la participación de la mayoría fue ocasional y Cambio aclaró que se trataba de invitados. Los columnistas más frecuentes pertenecían al partido de Massera –notoriamente, Vezza y Fracassi- o a grupos de derecha afines a su ideología, como Alberto Asseff. Había un sesgo más profesional en las notas de Santiago Cayón –seudónimo-, Ignacio Palacios Videla –ligado a la Iglesia Católica-, Mario Octavio Álvarez, Alejandro Castelli –seudónimo- y César Mansilla.
El perfil apuntaba, más bien, a criticar al gobierno militar. Massera proponía una especie de retorno a las supuestas fuentes del golpe de 1976, del que creía representar su versión más consecuente. En 1981, cuando el periódico estaba en la calle, todavía creía redituable políticamente la reivindicación del “triunfo contra la subversión”.
El sumario de la revista incluyó también temas de cultura y espectáculos, como reportajes a Fontanarrosa, Nito Mestre y a militantes feministas –una rareza para la prensa de la época- y una crónica del recital de Frank Sinatra en Buenos Aires. Los contactos de Lapegna y Castellanos en las agencias periodísticas también incidieron en las colaboraciones de periodistas extranjeros, como los venezolanos Rafael Tomás Caldera y Ramón Escovar Salom y el español Juan Francisco Herrera. Y Massera agregó alguno propio, como la escritora Marta Lynch.
El periódico tuvo su mayor suceso con el número 3, gracias a la clausura por 30 días que decretó el dictador Roberto Viola luego de que Cambio pusiera en su tapa una foto de la Casa Rosada con el cartel de “no funciona”, bajo el título “Esto no va más”. En el interior, Castellanos le tomaba el pelo al presidente en el artículo “Viola, Colón, un solo corazón”, en el que asociaba al militar con el club santafesino, en peligro de irse al descenso, y a la vez comentaba los abucheos que había recibido en Rosario al presenciar un partido de la selección nacional con un equipo local.
A principios de julio de 1981, el gobierno secuestró la edición e impuso diez días de arresto a Massera. Cambio se revistió por un momento con la aureola de los perseguidos. Incluso la Sociedad Interamericana de Prensa y el Departamento de Estado norteamericano condenaron su clausura, aunque en el orden local los repudios y las expresiones de solidaridad no excedieron el círculo de relaciones políticas del Almirante.
Massera convocó a una conferencia de prensa. “Cambio va a seguir en su mismo tono, cuando vuelva a tener oportunidad de salir nuevamente a la calle”, dijo. Según escribió Claudio Uriarte en Almirante Cero, “estaba exultante y se trasladó a la prisión de Azul con la misma alegría que si estuviera yéndose de vacaciones”.
El periódico interpretó que la clausura respondía a un ataque contra Massera y le sacó el máximo jugo posible a esa inesperada publicidad, que no solo despegaba al almirante de la dictadura sino que podía hacerlo pasar por una víctima. Superada la clausura, reapareció con un número que volvía a poner al almirante en tapa, con una mira telescópica que hacía blanco en su cabeza, bajo la pregunta “¿Por qué?”.
Los encargados de responder el interrogante no eran sino Lapegna y Castellanos. En “Mientras se habla de apertura todos los cañones apuntan contra Massera”, dijeron que el ex comandante de la Armada criticaba a Videla y Viola por “lealtad a los principios” de la dictadura y advertían a “los falsos demócratas que buscan en realidad la derrota de las Fuerzas Armadas” a no repetir la experiencia del 25 de mayo de 1973, cuando los militares fueron insultados en la asunción del presidente Héctor Cámpora. “Para quienes realmente quieren una democracia estable, es fácil comprender por qué se apunta contra Massera. Es como las campanas. Tocan por todos nosotros”, concluían, con una especie de nota de lirismo totalmente extraña para el personaje.
La contratapa del cuarto número estuvo dedicada a “El miedo al cambio”, un desmesurado análisis del incidente. Los editores de Cambio decían que el gobierno los tomaba por subversivos y creían necesario defenderse de la supuesta imputación con un extenso artículo en el que volvían a cuestionar a la izquierda y al liberalismo que encarnaba Martínez de Hoz. “Nuestra búsqueda es una convocatoria a favor de soluciones concertadas”, aclaraban. También deslizaban ironías poco graciosas sobre el gobierno militar: “si nos ha tocado el papel del espejo que refleja la fealdad del que se mira, no nos hacemos responsables de esa fealdad”, decían.
Castellanos recordaría que sus artículos en Cambio “versaban sobre críticas al gobierno de Viola”. También publicó columnas de opinión como “Gardel o Sui Géneris, una discusión que es una zoncera de manual”, donde confesaba su predilección por el tango “Viejo coche”, de Celedonio Flores, y notas costumbristas. Entre otras notas sobre temas gremiales publicó un análisis del paro de la CGT del 22 de julio de 1981 en el que cuestionó la respuesta del gobierno de Viola y el “activismo desmovilizador”, como definía irónicamente a los sindicalistas Triaca y Guerrero, que no adhirieron a la medida.
La clausura le dio difusión a Cambio, pero el perfil que había imaginado Lapegna se desdibujó con el paso de los números. El periódico pasó a convertirse en un organismo partidario, dedicado a difundir los actos del Movimiento Nacional para el Cambio –que Massera lanzó en agosto de 1981- y a dar alguna visibilidad a sus ignotos dirigentes.
El 30 de marzo de 1982, Cambio llegó a los quioscos con el título “Todos a la plaza”. Convocaba al respaldo del gobierno de Galtieri y el plan de recuperar las Islas Malvinas, un caballito de batalla del periódico.
-A partir de allí se produjo la guerra de Malvinas y como consecuencia de Malvinas venía la normalización política –dijo Lapegna-. Yo le advertí a Massera que volvía al peronismo y fue nuestro último número.
-¿Por qué dejó de publicarse Cambio? -le pregunté.
-Después del 30 de abril de 1982 se agotó el proyecto. Massera nos había dicho a todo un grupo de confianza, donde estaba yo, que había llegado a un acuerdo con Galtieri y con Anaya por el cual la movilización del 30 de abril de la CGT sobre la plaza de Mayo iba a culminar con un discurso de Galtieri anunciando la recuperación de Malvinas, la formación de un gabinete económico social de transición que modificaría la política vacilante que se seguía por aquel entonces por otra de sesgo nacional popular y un proceso de normalización institucional disponiendo la libertad de los presos. Cuando fuimos a la plaza nos cagaron a palos y nada de todo aquello se cumplió. Massera nos dijo que el ejército había traicionado el acuerdo. Seguimos un poco más, por la toma de Malvinas y para acompañar al Proceso por una cuestión de identidad patriótica.
Cambio alcanzó a publicar otros tres números hasta dejar de circular en julio de 1982, sin lectores ni firmas en sus artículos.
“Precisamos otro Nunca más. Nunca más los periodistas deben dejar de informar”, dijo Robert Cox en una video conferencia transmitida en la Biblioteca Nacional en diciembre del año pasado. La recomendación del ex director del Buenos Aires Herald apuntó a la colaboración periodística con la última dictadura. La publicación de Cambio para la democracia social es apenas un capítulo en esa historia, en la que todavía queda mucho por investigar.
¿Querés recibir las novedades semanales de Socompa?
[mc4wp_form id=”10991