El error de una conductora televisiva que confundió al aire la muerte de un inglés actual llamado William “Bill” Shakespeare con la del autor de “Hamlet”, muerto a principios del Siglo XVII, llamó la atención por lo grosero, pero refleja la realidad cotidiana del periodismo televisivo de hoy.

La única explicación posible que le encuentro al anuncio de la muerte de Shakeaspeare es que los redactores de Canal 26 le hayan querido jugar una broma a la conductora, o que estuvieran haciendo chanzas antes de salir al aire sobre el carácter homónimo del muerto y la chica se mandó la frase de pura atolondrada. Porque si no hay que creer que no es ella sola, sino una cadena de redactores y productores que no se dieron cuenta en la previa que una noticia confundía la identidad del primer vacunado contra el coronavirus con la del Bardo.

Hace algo más de diez años, cuando a última hora de la tarde se conoció la noticia de la muerte de Massera, hubo que subir de apuro una biografía del genocida en la web de un diario de alcance nacional. Pese a que Massera tenía 85 años y venía complicado de salud hacía rato, no había necrológica lista, y el periodista no tuvo mejor idea que entrar a Wikipedia y copiar unos párrafos. Quizás corrido por el apuro, pegó la biografía completa y la subió a la web. Al rato, la página del diario informaba que a Massera le gustaba el sexo anal de chiquito, que le practicaba felatios a sus subordinados y que consumía cocaína con Videla y Agosti, entre otros datos. O sea, el redactor había copiado sin leer justo en el momento en que la entrada de Wikipedia sobre Massera era alterada. Tengo entendido que la persona renunció ese mismo día.

Obviamente, nadie pide ese paso por parte de la presentadora de Canal 26 (cuyo escarnio, quizás, sea peor por su condición de mujer, y en un canal que cosificó a través de la señorita Malaspina), pero el caso permite ver las miserias de las empresas de medios.

A saber: en muchos casos no importa el mérito, que no debe confundirse con la meritocracia (como música no es lo mismo que música militar); rige un sistema de premios y castigos a la hora de promocionar o postergar ciertas carreras, las más de las veces de anónimos trabajadores de prensa; no se fomenta, desgracia de este tiempo de Internet, el chequeo exhaustivo; se imponen, gracias a Google, noticias sobre asteroides que destruirán la Tierra, eclipses varios, y cosas así; todo al calor de la precarización laboral. Las cosas de calidad, bien hechas, requieren inversión, si no, nos arreglamos con lo que hay, y que salga como tiene que salir (lo cual me recuerda a un capitán de navío de la Armada interventora de Segba, que a fines de los 70 le proclamó a un grupo de ingenieros, entre ellos mi padre: “Acá vamos a hacer capacitación con mayúsculas; si quieren estudiar francés los mandamos a la Alianza, y si quieren estudiar inglés se van a la Franco-Inglesa”).

Por supuesto, se supone que hay un background previo, porque va de suyo que no se puede andar explicando la diferencia entre William Shakespeare vacunado contra el coronavirus que acaba de morir y William Shakespeare dramaturgo muerto en 1616. Pero la desidia patronal, que va de la mano con salarios magros, acrecienta que se sucedan este tipo de situaciones.

Lo grave del asunto es que hace mucho que los medios pasaron a ocupar el lugar de la escuela a nivel formativo. Y con el agravante de una segunda parte del asunto, que es que esa formación que no le corresponde la llevan a cabo, ya no con periodistas mejor o peor formados que un docente, sino a través de gente que se dedica a las relaciones públicas.  Es lo que explica, entre otras cosas, el fanatismo para que llegue la vacuna de Pfizer.

Más allá de los chistes que despierta la ignorancia en cámara, el caso es sintomático del estado de cosas en los medios y en la sociedad. Su consecuencia es la burla, no una mesa para debatir la obra de Shakespeare, o un ciclo de películas basadas en sus obras. Chesterton decía que el periodista es aquella persona que informa sobre la muerte de Lord James a gente que no sabía que Lord James estaba vivo. Acá se hizo de goma ese axioma, en un sistema de medios calamitoso, que en estas horas celebra el cuarto de siglo del diario Olé, que combina las peores formas de sintaxis con unos modos de producción pre-capitalistas. Yo mismo forma parte de este sistema y me hago cargo desde la crítica.

La burrada sobre la muerte de Shakespeare es antológica, pero el estado general de las cosas acerca más esa gaffe a la regla que a la excepción. Desde ayer hay chistes sin parar, muchos ingeniosos y en gran medida de personas cultas y formadas que se burlan con altura y elegancia, porque tampoco es cuestión de dejar pasar algo que deja los dinosaurios vivos de Susana Giménez al nivel de un error de imprenta. El problema pasa por la burla desde el propio sistema de medios, como si no hubiera conchabado a unos cuantos personajes que dan vergüenza.

Una conductora de noticiero, de notable pedantería, ayer quiso explicar al teatro isabelino y a Shakespeare desde la web de Clarín, a raíz del desliz de su colega. Es un texto que produce vergüenza, si esa es la reacción para sacar chapa de ilustrado (y sobre el error de un par, menudo detalle que hace a la ética), estábamos mejor antes del furcio de Canal 26. Ya de mucho tiempo previo al anuncio de la muerte del Bardo teníamos cosas como el periodista que da clases de música en base a una tilinguería insuperable (la última: rebautizó la Suite Bergamasque de Debussy como Suite Arabesque) o, según me contaron hace unos años, un redactor de fútbol que ante la expresión “patente de corso” dijo al aire que no sabía que había que sacar permiso para circular con una murga en carnaval. Los pibes que respondían cualquier cosa en las preguntas de “Feliz Domingo” no resultaban tan penosos.

Bajemos un cambio a la hora de pontificar. Mejor pensemos en cosas como: la formación de los periodistas; el interés o no interés de las empresas en capacitar; las malas remuneraciones; las condiciones precarias que anteceden a la pandemia; el ahorro en insumos que se traduce en malos productos; la dependencia de Google y los clicks. Si tuviéramos un sistema modelo, no solamente que no hubiera pasado esta confusión: directamente habría habido alusiones a Olivier o, por qué no, a Ronald Shakespear, a ver si es un pariente lejano del Shakepeare que acaba de morir.

Mientras, nos ilustran almas bellas que no sabemos si leyeron “Hamlet”, pero por ahí vieron la película.

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