Entre el asesinato en manada en Villa Gesell y el recuerdo de un ataque fatal a una indigente que dormía en un cajero automático de la zona alta de Barcelona.
El salvaje ataque que terminó con la vida de un pibe de origen humilde en Villa Gesell, asesinado a patadas en la cabeza por un grupito de otros pibes que comparten la práctica del rugby, en estos días ha dado pie a muchos enojos y explicaciones, muchas veces traídas de los pelos. Esta nota no pretende equilibrar nada, ni tiene pretensiones de verdad. Es, sencillamente, uno de esos rebotes de la memoria, que a colación de un hecho nos recuerdan otro. Narro.
Primera escena
Tiempo. La noche del 15 al 16 de diciembre de 2005.
Escenario. Un cajero de banco en el barrio de Sarrià-Sant Gervasi. Zona alta de Barcelona. Predominio de clase media alta. En Barcelona, quienes no tienen hogar, durante el invierno suelen dormir en los cajeros. Si un cliente acude en busca de dinero les da las buenas noches, contestan si están despiertos, y cada uno a lo suyo. Vivir y dejar vivir.
En el cajero de las calles Guillem Tell y Zaragoza había buscado cobijo María Rosario Endrinal, la “Charo”, de 50 años. Había conocido tiempos mejores, pero diversos avatares la habían llevado a ser una mendiga. Ninguno de los vecinos pudo hablar mal de ella, todo lo contrario. Era muy apreciada. No molestaba a nadie.
Sobre las 22 del 15 de diciembre, dos jóvenes de 18 años atacaron a la indigente arrojándole diversos objetos, desde una naranja hasta dos conos de señalización del tránsito.
Cuando se retiraron la mujer puso la traba de la puerta, para que no volvieran a entrar. Pero no contó con la astucia de sus agresores.
Siendo casi las 2 de la mañana, o la madrugada, como prefieran, del día 16, un tercer joven, menor de edad, tocó la puerta con la aparente intención de usar el cajero. La mujer la abrió la puerta, y se desató el infierno.
Los dos primeros, que habían recurrido al menor para engañar a la mujer encerrada, ingresaron al reducido recinto y, los tres, empezaron a insultarla y pegarle. Hasta que, probablemente, quedó inconsciente. Esto lo dedujo la investigación por que ella desaparece del encuadre de la cámara de seguridad que graba lo que sucede en el interior de ese cerrado recinto. Porque todo fue grabado, y por eso se hizo fácil su identificación.
Luego de un par de entradas y salidas regresaron con un bidón de plástico lleno de un líquido combustible.
Las pericias indicaron que se trataba de una mezcla acetona, acetato de etilo, metanol y tolueno, sustancias que aceleran la combustión. En sus posteriores declaraciones señalaron que el bidón lo encontraron en unos “andamios” cercanos. Afirmación que resulta harto dudosa, pero que, al fin, es lo de menos.
Los tres jóvenes, que no era la primera vez que atacaban a indigentes, como la pandilla de “La naranja mecánica”, vaciaron el combustible sobre la mujer caída. Luego la colilla de un cigarrillo encendido inició el fuego; y ellos huyeron.
Pocas horas después María Rosario Endrinal, la “Charo”, de 50 años, moría en un hospital, como consecuencia de quemaduras en el 65% de su cuerpo.
Segunda escena
Detenidos por los Mossos d’Esquadra -la policía autonómica de Cataluña- Ricard Pinilla Barnes y Oriol Plana Simó, mayores de edad, y Juan José M.R., que en ese momento tenía 16 años, fueron el centro de las noticias y se pudieron leer y escuchar palabras sorprendidas, indignadas y hasta comprensivas.
Sorprendidas; porque si el hecho se hubiera producido en “La mina”, el barrio donde viven, mayoritariamente, gitanos, más de uno hubiera dicho: ¿Qué te extraña? Pero, en los barrios altos, en Sarrià-Sant Gervasi sólo viven buenos chicos de buenas familias. (Para los poco dotados para la ironía aclaro: esto es irónico.)
Indignadas; porque un indigente, un mendigo, ya lleva su cruz, y no se merece ser maltratado y quemado vivo por unos señoritos de barrio alto. Agrego. Entre tanto turro también hay buena gente y, en ese barrio, se hicieron varios homenajes a la “Charo”, injustamente (¿podía ser justo?) asesinada por buscar cobijo en un cajero, en las cercanías de tres descerebrados.
Comprensivas; porque muchos, seguramente pensando en sus hijos, o los hijos que podían llegar a tener, reclamaron que la Justicia fuera clemente; porque no les parecía adecuado enviar a la cárcel a chicos tan jóvenes, con un futuro promisorio pendiente. Al fin, María Rosario Endrinal, la “Charo”, era una sobra del sistema. En la balanza pesaba poco, muy poco.
Por supuesto, también se habló de familias mal estructuradas, fallas en la auto estima, y de la influencia nefasta de las malas compañías, fascistas y pronazis. Lo de siempre. Pero volveré sobre las “malas compañías”.
Cierro
La Justicia condenó a 17 años de cárcel a los dos mayores y a internación al menor. Cuando los mayores llegaron a la cárcel una multitud de presos se congregó para darles la bienvenida a patada limpia. Salvaron su vida por milagro. Hoy, los tres, gozan de un régimen de salidas y libertad controlada y, dicen, que no pueden comprender lo que hicieron ni por qué lo hicieron.
Entonces retrocedo a ese recuerdo de aquel hecho, llamado a mi memoria por el asesinato, a golpes, de un pibe sencillo en Villa Gesell, y me digo si el problema no estará, al fin en las malas compañías. Pero no pienso en ideólogos nazis, sino en padres, familia, maestros, curas de la parroquia.
Se me ocurre que, seas o no jugador de rugby o niño de barrios altos, tu primera influencia ideológica es muy cercana. Es tu padre, es tu madre, es tu tío, quien dice más de una vez, como hemos escuchado en Argentina, que hay que quemar las Villas Miseria con todos los pobres adentro.
Lamentablemente -no soy jurista- las leyes no prescriben que los padres de los vándalos asesinos sean tenidos como partícipes necesarios, y compartan sus condenas. Tal vez así esté bien -ya digo, no soy jurista- pero da bronca que los que llenaron de mierda la cabeza de los matadores, se la lleven de arriba. Claro, ya lo sospechan, no descarto que la bandita de jugadores de rugby haya elegido a su víctima porque tenía cara de pobre. Y, se me ocurre, para poner el punto final, una tontería, una cuestión de forma. A veces la naranja mecánica puede no ser redonda, a veces puede ser ovalada.
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