Hace pocas semanas Buscarita Roa, Madre y Abuela de Plaza de Mayo, chilena como su hijo desaparecido, fue homenajeada por la embajada de su país. Esta es su historia, contada por ella misma al filo del año 2000*, altri tempi, y la de José Poblete, militante incansable a ambos lados de la cordillera y creador del Frente de Lisiados Peronistas.

Esta historia debería comenzar el día de Reyes del año 1955 en Chile, cuando nació José Poblete. Sería bueno comenzarla así para no tropezar de movida con el temor que aflora en Buscarita apenas se enciende la señal del grabador. Buscarita, la madre de José, se ataja de esta manera:

-Es un poco problemático todo esto para mí; porque cuando hablo de mi hijo me emociono mucho.

Es como ella lo anticipa: se quiebra en la décima línea de la desgrabación. De modo que, por ahora, mejor comenzar esta historia en una barriada obrera al sur de Santiago de Chile, con José y sus numerosos hermanos. A los cinco años Buscarita anotó a José en un jardín de infantes y la maestra le avisó: ojo con este chico que es muy avispado. En el inicio de su vida no defraudó: de un salto pasó a segundo grado de primaria. A los doce se metía en el secundario con ganas de estar en todas partes, en el colegio, en las escuelas, en el barrio con los chicos.

-Él siempre estaba presente en el barrio para hacer algo por la gente. Me llevaba todos los niños a mi casa. Yo a veces me enojaba porque decía que la casa era chica y me la llenaba de niños. Él me decía: mamá, los chicos no pueden ir al colegio. Porque los padres a veces eran tomadores y ellos salían a la calle a vender diarios o caramelos, no iban al colegio. Entonces los llevaba a casa y con otros amigos les enseñaban a leer y a escribir. Siempre me decía que tuviera una toalla para los niños. Les hacía lavarse la cara, las manitos, porque en los barrios humildes, en esa época, en las familias que trabajaban, los niños estaban muy abandonados.

Los sustos de Buscarita por las correrías del hijo fueron precoces. No a los 16 o a los 18 o a los 20, sino a los 13 años de José. Cuenta que decía “Voy y vuelvo” y desaparecía a la medianoche llevándose una frazada. En qué se habrá metido, dónde se habrá metido, se preguntaba Buscarita. A la mañana siguiente se aparecía por casa y sin frazada. ¿Qué has hecho con la frazada?, preguntaba Buscarita. Se la dejé a unos viejitos, respondía José. O bien, se la dejé a una señora que tiene muchos niños.

-Yo le decía, “¡Negro!, somos muchos. Vos te llevás las cosas y acá las necesitamos. Qué sé yo si esa gente necesita eso”. Él me decía “Si querés te llevo”. Y se quedaba en esos lugares para que la policía no se llevara a la gente. Yo vivía aterrada, a veces le prohibía salir y se me escapaba por la ventana, cuando ya estábamos durmiendo. Así empezó su militancia, haciendo ese tipo de cosas.

Después de controlar su amago de quiebre en el comienzo, Buscarita apura el relato arrancando y cruzando mil anécdotas distintas sobre la infancia y adolescencia de José en Chile. Cuenta la toma de la primaria del barrio en la que estudiaban sus hijos. Un día una madre descubrió que el depósito donde guardaban los alimentos que recibían los chicos estaba “sucio y lleno de ratas”. Los padres pidieron una desinfección y la directora contestó que qué atrevimiento, que los padres no debían meterse en asuntos sobre los que no estaban en condiciones de opinar. Buscarita tuvo la mala idea de comentarlo a sus hijos y les dijo que a partir de ese momento volverían a comer en casa.

-Él escuchó y entonces se fue a hablar con la señora que había visto eso. Hizo toda una revolución, habló con todos los padres, tomaron el colegio, se sacó la mercadería. Era cierto estaba toda comida de ratas, estaba sucio. La directora no se preocupaba demasiado, los bancos estaban rotos, las sillas quebradas, un desastre. Tomaron el colegio, echaron a la directora, organizó a los padres para que arreglaran los pupitres, para que pintaran el colegio. Así que terminé yo participando de la pintura del colegio, en la toma del colegio, toda la familia terminó haciendo un montón de cosas. Eso fue lo primero que hizo y la directora dijo que él era comunista, que seguramente los padres eran comunistas. Yo en esa época vivía con mi marido, a él nunca le gustó la política ni se metió en eso, ni le gustaba la religión, era una persona muy así.

Ya con su pequeño Vietnam a cuestas, José siguió buscando nuevos escenarios en los que aplicar sus dotes leninistas de organización. Cuando cumplió 15 años se formó una junta vecinal en el barrio, algo que, como apunta Buscarita, era común en el Chile de entonces y aquí también. “Organizó la junta de vecinos, llamó a todos los padres del colegio, a todas las madres y se formó una capillita. Vino un cura y la capillita era de madera, muy pobre. Mi hijo se hizo amigo del sacerdote que habían mandado al barrio, era muy joven, y él le dijo que por qué no hacíamos colectas entre todos para hacer la capillita de ladrillo. Se organizó todo eso y de nuevo terminé también trabajando en la capillita. Hasta mi ex marido terminó haciendo de todo, en la kermese, juntando dinero porque no había nada”.

-El sacerdote era divino también. Se hizo la capillita con mucho sacrificio; salíamos con las bolsitas a recolectar plata de todas partes. Todo el mundo ponía o un paquete de fideos o uno de arroz, se hacía una canasta o una rifa.

El día en que se apareció el intendente

Fue tanto el revuelo en el barrio que hasta el intendente se apareció a la hora de elegir presidente de la junta. Era la época de la presidencia de Salvador Allende y cuenta Buscarita que muchos barrios humildes se estaban poniendo coquetos, “todo asfaltado, con agua, con electricidad, alcantarillas”. Casitas que tenían su living comedor, dos dormitorios, un baño, patio, un antejardín, “piso de flexi” y la posibilidad de que los vecinos terminaran de ponerlas según su gusto y posibilidad. En la barriada de José terminaron por ser 360 casas más el local para la junta. Cuando llegó el momento de dialogar con el intendente, los vecinos levantaron la fórmula José Presidente. El intendente miró hacia abajo, en dirección a José

-¿Qué edad tiene este niño?

-Quince años, contestó él. E inmediatamente adelantó la diestra, se la estrechó al intendente y le dijo mucho gusto.

El hombre lo miró un poco azorado y de la misma manera miró a la gente a su alrededor. Pero los vecinos comenzaron a reivindicar acalorados el currículum de José y sus dotes, remarcando punto por punto todas las iniciativas de ese líder enano, incluyendo a los arbolitos que entonces eran tan enanos como él y que hoy son gente grande. Tras la discusión, pueblo y gobierno llegaron a un acuerdo. Designaron como presidente formal a un vecino llamado Hugo, pero quedó en claro que Pepito se quedaría a su lado para seguir tirando ideas. Una inmediata fue la creación de una sala de lectura en la que José y sus compañeros se dedicaron a alfabetizar a medio mundo.

-Así organizó y les enseñó a leer y escribir a muchos chicos del barrio, personas que ahora son grandes. Y ahora, muchas veces, cuando voy a Chile, me dicen: “Pepito me enseñó a leer”.

El Chile de Salvador Allende. Foto: James N. Wallace.

A los 17 José ya había terminado el secundario y salió a hacer un viaje por el sur del país. Fue entonces cuando sufrió el accidente que lo hizo venir a la Argentina: cayó del tren en que viajaba a las vías.

-Quedó con las piernas rotas. Lo operaron, pero no le pudieron salvar nada. Yo creí que en ese momento se le iba a venir todo encima. Pero terminó el colegio, le faltaba muy poquitito, siguió adelante. Yo creo que siguió porque tenía tanto espíritu revolucionario que eso le afianzó un montón de cosas.

El alma del fin de milenio viene lo suficientemente apagada y triste como para que cualquier traductor-mediador de entrevistas intente manejar ciertas distancias cuando aparecen expresiones tales como “espíritu revolucionario”. Se sabe: hay un pudor incorporado según el cual hay que esquivar esas cosas por temor a que nadie se las crea. Ocurre que el traductor tampoco puede traicionar el material con el que trabaja. Los recuerdos de Buscarita Roa sobre su hijo son así, impresionantes. Y resulta embarazoso dejar que languidezcan como meros apuntes marginales.

Durante un tiempo, de regreso del hospital, José estuvo en su casa rodeado de amigos del barrio y el colegio, en un clima de acá no pasó nada. Uno de los visitantes más asiduos era un profesor amigo y compañero de militancia. Fue el encargado de bajar a tierra a José, de decirle que a partir de la pérdida de sus piernas la vida iba a continuar pero que iba a ser de otra manera. Le dijo también que él tenía que enfrentar solo su nueva vida y que las cosas ya no iban a ser iguales. Fueron pasando las primeras semanas y un día, cuando todavía la familia no le había comprado la silla de ruedas, se desató un incendio en el barrio.

-El comenzó a desesperarse. Me decía: “Mamá, yo tengo que hacer algo”. Porque se quemaron como cuatro casitas y él estaba acostumbrado a salir corriendo cada vez que pasaba algo. Me dijo: “Acá cerca vive alguien que usa silla de ruedas, ¿por qué no le decís a los chicos que la vayan a pedir prestada? Que se siente en una silla y me la preste por un rato, nada más”.

La silla llegó y José inició una nueva colecta, pero esta vez sobre ruedas. Consiguió colchones, frazadas, comida y no paró hasta la noche. A la mañana siguiente, desacelerado, cuenta Buscarita que llegó su reacción. Habló con la madre y le anunció que iba a tener que irse hacia cualquier país en el que le pusieran algo en lugar de las piernas. Le recordó a Buscarita la indemnización que había recibido de la empresa de ferrocarriles y le dijo: “Comprame la silla de ruedas y comprame un pasaje”.

-Él pensaba ir a Francia, pero no alcanzaba el dinero para ir a Francia. Entonces dijo que se iba a la Argentina.

¿Esto cuándo fue?

-Más o menos en el ‘73, antes de la dictadura en Chile.

José llegó justo a tiempo para vivir el prólogo de la nuestra.

Santiago de Chile-La Plata-Barrancas de Belgrano

“Una romería de gente”, según expresión textual de Buscarita, fue a despedir a José cuando salió rumbo a la Argentina. Nadie tenía plata para acompañarlo más allá de los límites del propio barrio y Buscarita tampoco la tenía como para andar con una máquina de fotos para registrar la escena, cosa que todavía lamenta. Así que Pepito rumbeó solo con su valija, le cargaron la silla de ruedas, lo auparon a bordo del micro. Y adiós. Traía una única dirección de gente conocida en La Plata con la que estuvo un tiempo y de allí salió rodando hasta internarse en un instituto para rehabilitación de lisiados en Barrancas de Belgrano.

Como siempre -miles de pequeños Vietnam- José hizo las cosas con prisa y sin pausa. Cuando comprobó que las subvenciones estatales no alcanzaban para hacer del instituto un lugar mejor, comenzó a pelear y terminó fundando el Frente de Lisiados Peronistas. Puede que como figura política la denominación sorprenda, pero en esa época las cosas eran así: Movimiento de Villeros Peronistas, Movimiento de Inquilinos, agrupaciones y sub-agrupaciones en todos los barrios, en todos los gremios. Lo curioso es que las reivindicaciones del Frente -un cuarto de siglo después- hablaban de los mismos problemas de hoy: lisiados condenados al encierro, discriminados en la calle y en el trabajo. José comenzó a organizar paseos en micro por Mar del Plata, por San Andrés de Giles, por donde fuera. Al mismo tiempo que comenzaba a meter jaleo, encargó, gracias a la mediación de la embajada chilena, unas prótesis que vinieron de Alemania y terminaron de ajustar en el instituto. Al poco tiempo, como decía el viejo chiste, anduvo boludo, pero anduvo. Tan es así que a los seis meses se presentó en Santiago estrenando piernas.

-Nadie lo podía creer. Se bajó de un taxi en la puerta de mi casa y dijo “Acá vengo, caminando y parado”.

José Poblete. Memorias de su militancia.

En 1974 Buscarita vendió en Santiago todo lo que pudo y se trajo al país a sus otros seis hijos. Se instaló en San Martín, cerca de la ruta 8, en una piecita prestada por compatriotas. José seguía peleando: consiguió que el Estado comenzara a pagar pensiones y batalló públicamente por la apertura de fuentes de trabajo. Por esos días el frente de la casa de Buscarita era un estacionamiento perpetuo de hasta diez sillas de ruedas simultáneas. José, que tenía un título de tornero, comenzó a trabajar como administrativo en Alpargatas y se puso a estudiar Psicología en La Plata. Conoció a una mujer, Gertrudis Marta Hlaczik, se casó con ella y ambos se fueron a vivir a Guernica. Militaban en el grupo Cristianos por la Liberación. Tuvieron una hija: Claudia Victoria.

Ojos por las rendijas. El Olimpo

Claudia tenía ocho meses de edad cuando secuestraron a su padre, el 28 de noviembre de 1978, en Plaza Once. “Casi simultáneamente”, según informa el Nunca Más, su mujer Gertrudis fue raptada con Claudia en brazos por un grupo de policías de la Brigada de Lanus. A la nena la llevaron envuelta en una sábana, llorando. “Eso fue lo que vio la gente -cuenta Buscarita- por entremedio de las rendijas”. Llevaron a los tres al campo de concentración El Olimpo. Pero Claudia sólo estuvo allí un par de días.

Por una vez, una madre de desaparecidos tuvo noticias relativamente rápidas y certeras acerca del destino de sus familiares.

-Un día una chica ciega que también había sido secuestrada, porque era amiga de ellos, del instituto, apareció tirada en la General Paz. Sus padres eran de mucha plata, él era gerente de la fábrica de Mantecol. La hicieron aparecer porque ahí debe haber habido alguna presión. Había otras dos personas también. Yo me junté con ellos que estaban muy asustados y me comentaron que mi hijo y mi nuera estaban vivos y estaban en un lugar que lo llamaban El Olimpo.

En el informe Nunca Más también se cita el llamado que recibió Buscarita, en diciembre. Era Marta, su nuera, que apenas alcanzó a explicarle que ya no tenía a la beba porque se la había pedido “un tipo al que le dicen Colores”. Se sabe, el tal Colores era compañero de “Paco” y el “Turco Julián” en el gremio de los torturadores del Olimpo. En el Nunca Más se puede leer este párrafo:

“Tanto Gertrudis como José Liborio Poblete -a quien los represores apodaban ‘Cortito’, burlándose de la falta de sus piernas- fueron brutalmente torturados. A ella ‘la pasearon desnuda, arrastrándola de los pelos mientras la castigaban’; a su marido lo recuerdan ‘cuando lo veían pasar por el baño todos los días arrastrándose sobre sus manos, ya que no tenía piernas y le habían sacado la silla de ruedas’”.

Buscarita supo algo de todo esto mucho antes de la aparición del informe de la CONADEP.

-Chiche, uno de los lisiados -porque se llevaban a los lisiados también- que era el marido de Mónica, esta chica ciega, los vio, habló con ellos. Me dijo que los había visto en los baños, porque tenían duchas separadas por un tabique. Me dijo que como Pepito no tenía piernas se estaba bañando en el piso. Pepito vio las piernas con fierros de este chico que tenía polio. Entonces le preguntó: “Chiche, ¿sos vos?”. Él le dijo que sí y le avisó: “Mirá que yo me voy, a mí me largan”. Pepito le pidió que me dijeran que ellos estaban bien, que a lo mejor salían de ahí.

A José se lo llevaron para siempre en uno de los traslados del año 1979. Sus compañeros del Olimpo lo supieron dos días después, cuando vieron su silla de ruedas tirada en el estacionamiento del campo.

En la Presidencia de la Nación

-Al poquito tiempo que desapareció estuve con Madres. Cuando vi que había gente

relacionada con los desaparecidos que se juntaban en Plaza de Mayo, me fui ahí y me enteré. Después ya supe de Abuelas. En ese tiempo no estaba esta presidenta que hay ahora, era maravillosa también, y me fui ahí y empecé a participar.

De nuevo aparece algo increíble en el relato de Buscarita Roa. Algo que esta vez se refiere al lugar desde el cual ella salía, varias veces por semana, hasta la sede de Abuelas. No lo hacía desde su casa en Guernica -comprada con ayuda de los cientos de banderas del Mundial ’78 que vendieron sus hijos- sino desde su lugar de trabajo, ubicado en un lugar muy particular.

-Yo en esa época trabajaba en Presidencia de la Nación, era supervisora de limpieza. Entonces, cuando salía del trabajo, me iba y hacía las cositas, colaboraba con lo que yo podía. Yo estaba en Presidencia y me hacían el Side (sic) cada tres meses para saber qué pasaba con mi familia. El Side es para ver si vos participás en algo, si participás en política. Ahora, cómo me tomaron, cómo pude entrar ahí, no sé. Llegué porque una vez me encontré con una chica en el colectivo. Yo estaba sin trabajo y me dijo: ¿no querés trabajar para una empresa de limpieza? Me tomaron y empecé.

Las Madres, 45 años atrás.

A los seis meses Buscarita Roa, chilena, madre y abuela de desaparecidos, fue ascendida en la Presidencia de la Nación al puesto de encargada de limpieza. “Yo trabajaba muchas horas. Me decían si me podía quedar hasta las 6 y me quedaba, hasta las 8 y me quedaba. Y si me podía quedar a la noche, me quedaba”. Durante años nadie nunca supo nada. Buscarita salía con su guardapolvo celeste y con el guardapolvo se iba a la Plaza, daba la ronda y se volvía a trabajar “porque estaba muy cerquita”. Así fue hasta bien entrada la democracia.

-Cuando fue el juicio de los militares, tuve que ir a declarar. Seguía trabajando ahí hacía ya 14 años. Entré al final del gobierno de Isabelita y salí en los primeros meses del de este hombre, Alfonsín. Viene el juicio y yo ahí adentro no me podía borrar, no me podía poner nada en la cara. Entonces salí en la tele. Mis compañeras, amigas mías y toda la gente del trabajo me decían “Cómo pudiste con tanto sufrimiento, cómo no me contaste, que nadie se enterara, cómo hiciste”. Me dieron mucho apoyo. Yo había pensado: “Acá me echan”. Y no me llamó nadie.

Pepito no se fugó

-Yo ahora me aseguré de que los mataron y todo por los años que han pasado, porque yo hasta hace poco todavía tenía la esperanza de que Pepito se hubiera fugado, que hubiera ido a dar a otro país. Esta es la película que uno se hacía, que a lo mejor él no se podía comunicar con nosotros pero que en algún momento lo iba a hacer, siempre las esperanzas estaban. Durante muchos años tuve esa esperanza. Inclusive yo fui después al manicomio, fui a todos esos lugares porque pensaba que a lo mejor había perdido la memoria o lo tenían por loco. Pedí las listas de los enfermos, pero nunca más. De mi nuera también, porque yo pensaba que como ella no tenía participaciones políticas muy grandes, a lo mejor la iban a largar y le iban a decir que se fuera a otro país. Pero tampoco. Y como a los dos años que había desaparecido mi nuera, mi consuegra se mató, se suicidó, así que yo también ahí ya perdí la compañía de ella. Con ella andábamos por todos lados.

¿Recordás cuándo pensaste que Pepito ya no iba a volver?

-Pasaron como quince años y un día me fui a la iglesia. Yo siempre tengo la costumbre de entrar a la iglesia cuando está sola, cuando no hay misa. Ese día yo entré a la iglesia y es como que alguien me dijo que no estaba más. Fue como una cosa que yo sentí, que no lo buscara por vivo, incluso con mi nuera. Todavía pienso que puede estar viva porque a veces veo chicas en la calle parecidas. Incluso las he seguido y hasta que no les he visto la cara no me he quedado tranquila. Pero mi hijo era muy notorio porque era el único lisiado que se llevaron sin piernas, porque las piernas ortopédicas de él las tengo yo, me las tiene una amiga porque yo no las pude tener en mi casa. Yo ahí ya les dije a mis hijos: Pepito no está más. Ya empecé a prenderle velitas, los lunes.

La vuelta ahogada a la Plaza

“Ahora hace mucho que no voy a Abuelas porque me hace muy mal, entro a Abuelas y entro a llorar, no puedo parar. Lo mismo me pasa en Plaza de Mayo. Cuando voy a la plaza doy toda la vuelta y toda la vuelta estoy ahogada, nunca más me pude recuperar. Tengo ahí alguna ropa de mi hijo, la conservo, la tengo ahí muy escondida porque cada vez que la veo es un sufrimiento… No puedo, tengo seis hijos y para mí es como que falta ése y no hay caso, ningún hijo llena el vacío de otro hijo, es imposible. La desaparición de un hijo es terrible porque si a uno se le muere un hijo uno sabe que se murió, lo entierra, hay un lugarcito donde uno puede ir a dejar una florcita. Hubo un tiempo en que yo iba al cementerio y dejaba una flor en cualquier tumba, cosas así, uno hace cosas muy extrañas cuando tiene este problema. Yo creo que a todas las Madres les debe pasar lo mismo.

Hace poquito fui otra vez a sacarme sangre al Hospital Durand, me lo pidieron las Abuelas. Pero un poco he abandonado toda la lucha. No es que esté rendida, si yo tuviera alguna punta del ovillito seguiría haciendo. La nena me preocupa un poco porque digo yo: si llega a aparecer, pobrecita. La historia que deben vivir los chicos como ella debe ser terrible también. Algunos por ahí no lo pueden asumir.

   –¿Ese es el mayor miedo?

-Sí, ése es el mayor miedo. Tengo mucho miedo de que la niña, al aparecer, diga no. No, yo no soy nada de ustedes.

¿Cómo te imaginás que puede ser un encuentro con tu nieta?

-No sé, me la imagino de tantas maneras. Me imagino que si ella tiene algo de ellos se va a poner contenta de encontrar a su familia, su identidad, y también me imagino que a lo mejor lo rechace. También a veces pienso que va a rechazar todo, que va a culparlos, que por culpa de que ellos eran revolucionarios ella se crio en otro lado. Hay muchas formas de pensar. Uno dice cómo será, será alta, bajita, rubia como la madre, morocha como el padre, tendrá los sentimientos de ellos, tendrá buenos sentimientos, no tendrá.

Sigue hablando Buscarita, sin mediaciones.

“Antes de morir quiero encontrar a la nena, no sé cómo, pero la voy a encontrar. Es muy importante que los chicos se hagan el ADN, porque yo pienso que uno tiene que saber su identidad. Mira lo que me sucedió a mí: yo me crie con una abuela, mis padres murieron cuando yo tenía tres años y resulta que me crió mi abuela paterna. La mamá de mi mamá crió a dos hermanos míos que eran hijos de mi mamá solamente. Mi hermana tenía seis y mi hermano nueve. Y resulta que, por esas contrariedades de las familias, que antiguamente pasaba mucho, que no se quería una familia con la otra, nos separaron y yo me crie con una abuela.

“Yo, como me crie sin padres, llevaba un dolor adentro de saber que no conocía a mis padres y tampoco conocía a mis hermanos. Mi abuela nunca me dijo que yo tenía hermanos y pasaron los años y mis hermanos me buscaban, me buscaban por todos lados y yo me vine a vivir a la Argentina y por supuesto no me encontraron. Y una vez ellos fueron a la televisión en Chile y una amiga de mi hijo, del que tengo, le contó, le dijo a Fernando que andaba una familia buscándome a mí y mi hijo Fernando dijo: “¿Unos hermanos? Si mi mamá no tiene hermanos”.

“Le dijeron que buscaban a una Buscarita Roa y tenía que ser yo. Llaman al canal y les dicen que sí, que efectivamente había una señora y un señor que andaban buscando a una señora Buscarita Roa. Ahí le dan el teléfono de mi hermano que vive en el sur de Chile y mi hijo llama y se presenta como mi hijo y le dicen que es el sobrino. Le dicen que buscan a su hermana y mi hijo viajaba al día siguiente a Chile y queda en encontrarse con él. Mi hermano se fue para Santiago donde estaba mi hijo. Ahí se encontraron por primera vez, yo me enteré y nos encontramos por primera vez hace cinco años. Mira lo que hace la familia a veces. Esa alegría tuve, de haber encontrado a mis hermanos.

“Tengo 56 años y a Pepe lo tuve cuando tenía 15. Por eso. Si yo encontré a mis hermanos después de tanto tiempo, cómo no voy a encontrar a mi nieta”.

Cuando me voy para Chile

Buscarita se sigue levantando todas las mañanas para ir a trabajar, visita a sus hijos, sale de vez en cuando al cine con una amiga, hizo gimnasia mientras pudo pagar las clases. Le gusta tejer, hacer manualidades y leer. Dice que leer la distrae mucho, que se compra un libro cada vez que puede y que también está “escribiendo algo, aunque tengo poco estudio, así que me cuesta un poco”.

-Yo lo que quiero hacer cuando tenga un poco más de tiempo es ir a Chile, llevar un grabador e ir a hablar con gente que conoció a mi hijo. Y que me cuenten qué es lo que ellos vieron de él cuando era chico y cuando él hizo cosas. Me gustaría mucho grabar todo y después hacer un libro, ir a hablar con algún escritor y que lo haga.

Llora una vez más cuando lo dice. Se repone y continúa.

-Si algún día aparece la nena para que lo tenga, ése es mi sueño. Yo, para morirme en paz, quiero encontrar a mi nieta y escribir el libro. Que alguien me escriba el libro con todo lo que hizo mi hijo en la corta vida que tuvo. Porque él desapareció con 22 años y en esa corta vida hizo tantas cosas.

Claudia Poblete en una entrevista para Tiempo Argentino. Foto: Soledad Quiroga.

Vuelve a parar, retoma. Lo cuenta una vez más.

-En estos momentos en Chile hay un lugar donde lo recuerdan a él. No en la escuelita, sino que hicieron como un club social donde le pusieron el nombre de él. Ahora, cuando yo voy a Chile, hay muchos jóvenes grandes que se acuerdan de él y me dicen:

-Josecito me enseñó a leer.

*Este texto, escrito en base a una entrevista de Paula Romero-Levit, fue redactado para un libro sobre las Abuelas y los nietos que nunca se publicó, a la vez un complemento del documental Botín de guerra, de David Blaustein. Las entrevistas se hicieron en 1999. Buscarita, su familia y las Abuelas encontraron a la nieta, Claudia Poblete Hlaczik. Había sido apropiada por un ex-agente del Batallón de Inteligencia 601. El encuentro se produjo el 10 de febrero del 2000 en el juzgado de Gabriel Cavallo, 22 años después.