La derecha más rancia y clasista, más esa parte extensa de la sociedad argentina que volvió a gorilizarse, ven con regocijo los padecimientos de CFK, los del gobierno y los del peronismo. Es el retorno de una fantasía: acabar con el peronismo para convertirnos en “un país serio”. Entre tanto, horizontes cortos, conductas miserables y la dificultad de identificar a la verdadera barbarie.

El catalán Manuel Vázquez Montalbán, además de ser un enorme escritor, fue un fino analista de la realidad de su tiempo. Una vez le escuché decir que para un intelectual lo más difícil es identificar al enemigo. Ponía como ejemplo a Orwell, que en Homenaje a Cataluña se mandó toda una perorata de comentarios de señorito inglés pero que en medio del enjambre de grupos en pugna dentro de la izquierda española, en plena Guerra Civil, comprendió que el enemigo tenía el rostro y el nombre de Francisco Franco.

La identificación de ese enemigo hace al posicionamiento propio. But Lancaster lo dijo en términos hollywoodenses en un western ambientando en la Revolución Mexicana, Los profesionales, en estos términos: “Una revolución se reduce a dos bandos en pugna, los buenos y los malos. El asunto pasa por saber quiénes son los buenos”.

Al anochecer del 6 de diciembre de 2022 esa distinción está muy clara en la República Argentina y es de una enorme deshonestidad intelectual no admitirlo. Acabamos de presenciar un fallo vergonzoso, político y no jurídico, que se armó sobre la nada misma y que rompe una cadena de responsabilidades imposible de culminar en Cristina Fernández como titular del Poder Ejecutivo al tiempo que se absuelve a quien era el ministro que manejaba la obra pública, y sin establecer la existencia de una asociación ilícita. El grado de cooptación del Poder Judicial hace posible esto, con la ayuda de medios amigos, que a su vez amplifican las voces de los guardianes de las buenas virtudes republicanas: los macristas.

Solamente un gorilismo preverbal, que nubla la visión, puede argumentar en favor de este fallo, que encima es apelable ante una Cámara que también está cooptada. Se asocia al peronismo con corrupción como si su alternativa estuviera compuesta por vestales impolutas. La más reciente experiencia de esa índole desfalcó a la Argentina a manos del más primitivo capitalismo financiero, pero tienen el coraje de indignarse por causas atadas con alambre en sede judicial, mientras no pueden explicar deudas por el canon del Correo o departamentos en la zona más paqueta de Buenos Aires, por ejemplo.

Gran parte del debate político podrido que padecemos viene de la crisis de la 125. Fue el acto refundador de la derecha argentina después de la implosión de la Convertibilidad. Le sirvió para generar un contrarrelato y encontró un sujeto político del cual agarrarse: el bloque agro-exportador, el sector más abiertamente clasista de la Argentina. Eso imbuyó a sus personeros. De hecho, es de notar la regorilización de los radicales, que desde entonces hablan con una retórica anterior a 1973. Seguimos entrampados en esa lógica que, aun cuando no haya un hilo conductor (porque en el medio estuvo la elección de 2011), sirve para explicar las condiciones de posibilidad de la presidencia de Macri.

Como la 125 habilitó las peores prácticas discursivas de una derecha sedienta de revanchismo, retrocedimos hacia terrenos espantosos: el uso del suicidio (porque eso fue un suicidio, no le den más vueltas) de Alberto Nisman y, ahora, la trama putrefacta del atentado del 1º de septiembre, que no fue repudiado por la oposición y que puso a la Argentina al borde del incendio.

Un límite a la irracionalidad

El nivel de desquicio encuentra un límite que hay que ponderar: Cristina. Ella misma se encarga de bajar los decibeles, no azuza a sus seguidores, no echa leña al fuego. Está por encima de rencillas y de la posibilidad de pudrirlo todo. Hay un montón de cosas para criticarle, pero su sentido de la institucionalidad está fuera de duda, o debiera estarlo. La acusaron de bipolar y aporta la racionalidad que se encargan de reventar sus opositores.

Probablemente entremos en una dinámica internista muy fuerte del peronismo, porque el renunciamiento de CFK abre la tranquera a unas PASO entre Alberto Fernández y alguien que ella apadrine. Salvo que Fernández le ponga el moño a su penoso gobierno (del que Cristina forma parte y cascoteó mientras se quiso diferenciar) y con la anuencia del peronismo acepte ser el mariscal de una derrota anunciada.

La Argentina tiene por delante la profundización del ajuste para pagar la festichola de la fuga de capitales del macrismo. Probablemente sean los mismos que generaron esa descomunal crisis de deuda los que se ocupen de la cuestión dentro de un año. El gobierno del Frente de Todos se encargó de facilitarles la vuelta al poder, y encima esa derecha aprovecha para el acoso y derribo vía patrañas, como la causa Vialidad.

Hay un componente antiperonista en esta sociedad que, aun a costa de sufrir como todos los embates de la inflación, disfruta este momento. Imagina a Alberto Fernández no como Raúl Alfonsín sino como un presidente peronista con un panorama similar al del 88-89 y se relame ante un descalabro político, social y económico que se llevaría puesto al peronismo y habilitaría un ajuste profundo para ser un país en serio, como Chile. El tendal de excluidos de semejante experimento sería apenas un detalle, como si este país no hubiera generado pobres a mansalva desde la desindustrialización del ’75 en adelante. Lo cual vuelve acuciante la cuestión de cuántos excluidos más son tolerables en un país con 50 por ciento de informalidad laboral y 40 por ciento en la miseria. Ese componente gorila festeja hoy como si Boca, en mitad de tabla, hubiera goleado a River. Así de cortito es su horizonte. Y su miserabilidad, porque nadie puede negar que esta causa se jugó con cartas marcadas.

Le cabe una responsabilidad enorme a la porción de la población que no es peronista y que, pese a ser crítica de Cristina, el kirchnerismo y sus formas, no es gorila. El sector que reconoce los avances del primer peronismo subrayando el componente autoritario de Perón y condenando sin medias tintas la barbarie del bombardeo de Plaza de Mayo, digamos. De un lado están los adherentes a CFK y del otro sus detractores. En el medio está la porción crítica del kirchnerismo (que, justo es decirlo, compró los espejitos de colores de Alberto en 2019), carne de cañón de medios inescrupulosos, que tiene que dilucidar lo que Vázquez Montalbán y Lancaster, cada uno a su modo, plantearon sobre posicionamientos políticos.