Fue una de las cuentistas más originales de nuestra literatura y gran maestra de escritores. En esta entrevista, Hebe Uhart cuenta parte de su historia familiar, habla de sus influencias, recorre a Sarmiento y Mansilla y no oculta su antipatía hacia Sartre.
Hebe Uhart es una de las narradoras más prestigiosas de Argentina, poseedora de un estilo propio que impuso a fuerza de libros publicados y de una postura silenciosa y sin poses en la literatura. El humor, la ironía y una mirada muy particular hacia la realidad son elementos distintivos de su obra, Del cielo a casa, Camilo asciende y otros relatos, Mudanzas son algunos de sus libros que así lo demuestran.
-¿Cómo empezó su interés por la literatura?
-Empezó de chica, como un ejercicio esporádico, cuando estaba sola. Los chicos se aburren mucho más de lo que se cree. Yo, cuando me aburría me ponía a escribir, aunque, obviamente, si había algún chico con el que podía jugar, dejaba de escribir.
– ¿Cuáles fueron sus primeras lecturas?
– En mi casa eran muy católicos y había libros sobre la vida de Jesús y ese tipo de cosas. Leía lo que podía, pero en mi casa no había una gran biblioteca. Accedí a la literatura cuando llegué a la facultad. Me acuerdo que un primo culto me dijo un día “tenés que leer a Neruda, a Vallejos y a Nietzsche”. Después, cuando fui la facultad, tuve un amigo muy interesado en la literatura que leía mis cuentos y me señalaba cosas. Era, ahora que lo pienso, como un profesor de taller. En esa época, yo escribía, trabajaba, estudiaba Filosofía y, por supuesto, también vagaba. Como vivía en Moreno, solía quedarme horas en los bares, haciendo tiempo para cursar. Todo eso hacía. En los bares, con mis amigos, hablábamos horas y horas, pero no mucho de literatura, la cuestión era estar, divertirnos.
– Usted publica su primer libro en el ’62.
-Sí, en una editorial que es un invento de un amigo rosarino. En esa época era difícil publicar. Ahora duran mucho más las editoriales medianas y pequeñas, como así también las revistas. Una revista literaria en esa época no pasaba del número 3.
-¿Quiénes fueron sus primeros referentes a la hora de empezar a escribir?
– El uruguayo Filiberto Hernández, uno de los escritores que más me gusta y admiro. También siento muy cercanos a ciertos escritores que son casi coetáneos, como Alicia Steimberg o Isidoro Blaisten.
-En cuentos como Camilo asciende, donde aparece la mirada del inmigrante que llega a la ciudad o también hay otro relato que cuenta la vida de una mujer del interior que viene a vivir a Buenos Aires y se enamora de un rubio que luego la abandona, ¿cuánto hay de esa chica que vino de Moreno a estudiar a la Universidad?
-La familia siempre fue una referencia muy fuerte para mí en cuanto a la temática de mis cuentos. Yo sabía todas las historias familiares, desde chica me gustó escuchar lo que contaban mis familiares, sobre todo los de la parte materna, porque eran de origen italiano, en cambio, por parte de mi padre, eran vascos, y por eso, mucho más cerrados. Escribir fue para mí una especie de trabajo de la memoria. En cuanto a Leonor, la protagonista es una señora que trabajaba en mi casa. Lo que más me fascinaba de ella era su uso del lenguaje. Recuerdo que cuando se presentó me dijo “yo avanzo en la vida sin pordelantear a nadie”. Está muy bien eso. El lenguaje era excepcional. También recuerdo que cuando una cosa había que cerrarla, a diferencia de lo que hacen los sectores medios, mediante analistas y vueltas existenciales, ella lo resolvía diciendo “esto delo por perimido”. Está bien ¿no?, lo que no va no va. Yo escribí la novela de toda su familia, pero no me convence. Allí hablo de todos sus hijos. Cinco hijos tuvo en total.
– ¿Y qué fue de la vida de su hija menor, la nena a la que le gustaba Rafaela Carrá?
-Ah, … se volvió prosti. Fue reina del corso de Florencio Varela, la más mimada de los cinco.
-: ¿Qué cosas no le gustan de esa novela?
-No sé, no podría decir qué es lo que no me convence. Tendría que revisarla, aunque no suelo revisar lo que escribo. Tiro muchísimas cosas y vaya uno a saber por qué, esa novela la dejé. Pero no me gusta.
-¿Se siente más cómoda escribiendo cuentos o novelas? ¿O le es indistinto?
– Los géneros literarios son algo que a mí no me interesa. Mientras me guste lo escrito, me da lo mismo que sea un cuento, una novela, una crónica, no me fijo en esos límites. Y hablando de crónica, el género ese me parece de una riqueza extraordinaria. Es algo que acá no se practicó demasiado, a excepción de unos pocos, como Roberto Arlt. En Brasil es diferente, uno de los grandes escritores brasileños, Rubén Braga, es exclusivamente cronista. Escribió siete libros de crónicas. También el poeta Olegario Andrade escribió crónicas maravillosas.
– Desde hace más de 20 años da talleres de escritura ¿En qué consiste el trabajo que realiza allí junto a sus talleristas?
-Leemos cuentos que propongo yo, o también ellos, y luego leemos sus escritos y los analizamos. Teoría literaria muy rara vez vemos. La teoría que podemos llegar a leer, siempre está ligada a la práctica.
– ¿Cómo se conjugan su formación en Filosofía y su escritura?
-Yo soy medio esquizofrénica (se ríe). La Filosofía va por un lado y la escritura por otro. Sólo una vez hice una fábula inspirada en mi lectura de Spinoza. Igualmente creo que la Filosofía debe estar inscripta en alguna parte de mi escritura, pero no puedo determinar en qué medida. La Filosofía me gusta principalmente para enseñarla, pero nunca me dediqué al estudio sistemático de un filósofo, o de una escuela filosófica.
– ¿Cuáles son los filósofos qué más le interesan?
– Nietzsche, Hume, Spinoza. Los franceses, en cambio, suelen darme un poco de bronca. Por ejemplo, pienso en el caso de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir con respecto a la concepción de “pareja abierta”. Allí la libertad siempre está en el decreto, en lo deliberativo ¿cómo se sostiene esa libertad sino desde una tensión preconcebida, intelectual? Pienso que ese tipo de personas no se dejan atrapar para que en la vida les pasen cosas. Además, creo que Simone la debía pasar mal. Jean Paul cantó primero, y ella acató su juego.
– Volviendo a Sartre, ¿qué opinión tiene al respecto del escritor comprometido?
– Creo que ese tipo de compromiso del que habla Sartre ya cayó en desuso, está perimido (se ríe). El escritor cuando escribe se compromete, sí, pero con su material, no con otra cosa. Por empezar, un escritor es una persona como cualquier otra. El intelectual que tiene una función rectora en la sociedad cayó hace mucho tiempo. Por otra parte, el escritor no tiene por qué saber de todo. Por ejemplo, para saber política, hay que saber economía. Una vez en la Feria del Libro una señora me hizo una pregunta, no recuerdo bien qué, pero yo le respondí que para contestar a su pregunta yo tendría que saber de Economía. Ella entonces me dijo ¿y por qué no estudia Economía? No sé, no creo que uno tenga que saber todo, lo que sí creo que debe hacer el escritor es plantear bien un problema. Las respuestas la dan los sociólogos, los psicólogos, etc. Además, lo político está implícito en la forma en que se plantea ese problema, ¿no? Pero el escritor no da respuestas ni demuestra nada, sino ¿para qué escribir ficción? Para eso sería mejor escribir un ensayo.
– ¿Qué otro oficio o profesión le hubiese gustado hacer?
– Me hubiese gustado dedicarme a la observación de los animales, a analizar sus lenguajes.
– No es una tarea muy diferente a la filosofía.
-No, no, es verdad. Los animales y los hombres somos muy parecidos. Creo que simplemente lo que nos diferencia es que nosotros, por nuestro sentido histórico, somos los únicos que podemos prometer.
– ¿Qué es lo que aún, a pesar de no ser creyente, valora de su formación religiosa?
-: Lo que comparto con la religión es el considerar la vida humana como algo sagrado.
– ¿Y cómo es su relación con Buenos Aires?
– De chica iba a visitar a una tía que vivía acá, y hacíamos compras, porque en Moreno no había un gran centro comercial. Después, mi relación con Buenos Aires estuvo muy ligada a mis compañeros de la Facultad, que, debo confesar, eran muy excéntricos. Recuerdo que en las fiestas casi siempre alguien tiraba las llaves por el balcón, de manera tal que nadie podía irse, y tampoco entrar, claro. Pero volviendo al tema de mi relación con Buenos Aires, yo creo que la gente que nació acá, se mueve con un ritmo diferente al de la gente que viene de afuera. Yo, por ejemplo, sigo teniendo el ritmo de provincia. Por otra parte, algo que me encanta de la ciudad es la vorágine de cosas que hay para hacer, aunque al final, la mayoría de las veces no haga nada. Pero la certeza de que están, de que puedo ir a esos lugares, es muy importante. Si quiero, voy.
– Volviendo a sus cuentos, hay algo muy interesante en ellos y es que la voz del narrador no es una voz omnipresente, sino que toma la voz de uno de los personajes, aunque no siempre del protagonista, y eso hace que se pierda en las otras voces.
-Encontrar la voz es una tarea que considero fundamental a la hora de escribir. El 29 de agosto voy a dar una charla en la Biblioteca Nacional acerca del humor de la generación del ´80, la generación de Mansilla, Fray Mocho y Wilde (lamentablemente, cuando se haya publicado la revista, ya habrá pasado esta charla). Lo que más me entusiasmó de estos autores fue su oído absoluto para el registro de voces.
– ¿Sarmiento le gusta?
-Sí, Sarmiento escribió muy bien. Pero el que tuvo la visión más lúcida fue Mansilla cuando escribió “Digo yo, ¿cómo se sabe hasta dónde puede llegar una raza?”. Porque él vio a los indios concretamente, vio que eran distintos, con sus grandezas y flaquezas, en cambio Sarmiento sólo los imaginó. La película de Una excursión a los indios ranqueles no se hizo todavía. A alguien debería ocurrírsele, puede ser muy interesante. Mansilla tuvo una relación compleja con los indios, pero describe de una manera tan bien sus vidas que eso merece que lo conozca todo el mundo. Y sí, como dije antes, tuvo una relación compleja, pero fue una relación mucho más piadosa que la relación que tuvieron Alberdi o Sarmiento. Mansilla dice “nuestros antepasados trataban mejor a los indios que nosotros”. Y eso se debió a que entre 1830 y 1840 todavía existía la idea del “buen salvaje” de Rosseau, que luego se fue perdiendo. Ya no eran “buenos salvajes”, sino “salvajes de mierda”. Había tres teorías con respecto a qué hacer con los indios: una era hacer dos naciones separadas, otra era integrarlos y la última es la que sucedió lamentablemente, y que consistía en exterminarlos.
-Finalmente, ¿qué siente que aún no pudo plasmar en su literatura?
– Si bien pienso que registro muchísimas cosas que suceden a mi alrededor, hay infinidad de otras cosas de las cuales no tengo la menor idea. Está pasando de todo, es un poco angustiante eso, pero no hay que hundirse en la angustia, sino que hay que escuchar y registrar todo lo que uno pueda. En mi caso, viajar es fundamental para esa tarea, como así también leer, leer mucho y no sólo literatura, sino todo lo que genere inquietudes en uno mismo.
Fuente: Los asesinos tímidos