El neoliberalismo también anda sobre cuatro ruedas. Si la presencia de Uber en América Latina tiene algún éxito es porque los pasajeros les terminaron dando la espalda a los tradicionales taxistas.
El taxi viene circulando por Avenida de Mayo desde Salta hacia Santiago del Estero. No lleva pasajeros y su conductor parece cansado y aburrido, lleva el brazo derecho apoyado en el respaldo del asiento del acompañante y su cabeza gira hacia un lado y el otro como diciendo que no a una realidad que llega cargada de inconvenientes.
“Yira que te yira a través de la ciudad” –dice Rodolfo Taboada en su poesía tanguera, la que lleva por título: Taxi mío. Hoy con lo que cuesta la nafta no debe resultar tan placentero tener que yirar por la ciudad en busca de pasajeros, mientras los pasajeros pueden estar esperando, a la vuelta nomás, un taxi que nunca llega. El apuro con que vivimos y las exigencias que afrontamos, nos han privado definitivamente de la ilusión de la espera y del placer del encuentro casual. “La ciudad es la selva que te ignora” –sostiene el poeta. La ciudad parece ignorar a ese tachero que circula por Av. de Mayo rumbo al Congreso. ¿Por qué la ciudad haría algo así? ¿Tendrá el tachero alguna responsabilidad?
Entre los cambios de usos y costumbres que generó la inseguridad en la Ciudad de Buenos Aires a fines del siglo pasado surgió el servicio de radiotaxi, lo cual hacía prever que el taxista que yiraba por la ciudad estaba condenado a desaparecer; sin embargo, los tacheros encontraron rápidamente un antídoto contra la modernización: se adhirieron a un empresa y pusieron la radio-llamada; pero no la usaron. Lo que les importaba era tener el cartelito de la empresa para tranquilizar las miradas de los pasajeros temerosos que en la calle buscaban la identificación para recién allí detener al auto.
Frente a la inseguridad citadina, la tendencia del mercado imponía recurrir al radio-taxi como una manera de brindarle tranquilidad a los clientes; pero los taxistas independientes no pensaron demasiado en el otro y juntaron 1.500 firmas para pedir que la ciudad los autorizara a poner en el baúl del auto un cartel con el número de teléfono de sus domicilios. De esa forma no se sintieron discriminados: ellos también podían brindarle seguridad a sus pasajeros, aportándoles sus números de teléfono.
“Este taxi mío es un mundo en libertad” –dice Taboada. El placer por vivir en ese planeta libertario hizo que los tacheros manejaran (y manejen) fumando o escuchando por la radio el partido que jugaba el equipo de sus amores, o los consejos del Baby Echecopar, o hacían bajar del taxi al pasajero si era su último viaje y su casa estaba en el sentido contrario al indicado, o avisaban que se habían quedado sin combustible y que tenían que pasar por la estación de servicio antes de iniciar el viaje, o se negaban –porque llovía, o simplemente por fiaca, a abrir el portaequipaje, o suspendían el servicio para comerse el choripan en la costanera, o dormirse una plácida siestita debajo de un árbol. Cuando Buenos Aires era un municipio –tal vez el lector lo recuerde- hubo intendentes que pretendieron acotar esas libertades con un cartelito que decía en qué lapso de tiempo el taxi debía estar obligatoriamente prestando servicio. Nunca fue posible coartarles las libertades individuales. Y no hablemos de los que truchaban el reloj y cobraban el doble o los que hacían artimañas con el vuelto.
“Cada pasajero que consigo levantar es un libro extraño que yo aprendo a deletrear” dice la poesía de Taboada; sin embargo, con el paso del tiempo los pasajeros dejaron de ser extraños con los que había que familiarizarse para ser un público cautivo que debía subir al taxi y viajar como de favor en el auto de alguien que al ser el dueño del vehículo imponía sus gustos, sus caprichos, su maltrato y hasta su adicción. El tachero parecía desconocer esa delgada línea que existe entre el derecho a la propiedad y la libre empresa y el hecho de estar brindando un servicio público. Los tacheros se convirtieron en abanderados del liberalismo, siguiendo esas reglas que permiten aprovecharse de la vulnerabilidad de los otros.
Así como los taxis deambulaban (y deambulan) por la ciudad en busca de sus pasajeros, también las personas apostaban a conocerse de una forma casual, el paseo por el Rosedal podría ser un clásico de lo que significaba el encuentro fortuito en los lagos de Palermo y vimos una propaganda de cerveza -vigente aún- que se refiere al sabor del encuentro.
Pero, en este mundo que cada vez circula a una mayor velocidad resulta difícil tener el tiempo para sostener esa búsqueda. Entonces, la búsqueda se potencializa a través de los dispositivos electrónicos. Hoy buscamos el encuentro con el otro a través de Tinder, Zonacitas o Amor en línea. Y si existen aplicaciones que nos permiten ubicar al otro en línea y llegar a tener un encuentro amoroso, algunos llegaron hasta el matrimonio, cómo no iba a existir una aplicación para encontrar el auto adecuado, a la hora justa, que nos lleve al sitio preciso. Hoy ese servicio se llama Uber.
Uber es una empresa internacional que proporciona a sus clientes vehículos de transporte con conductor, a través de su software de aplicación móvil (app), que conecta a los pasajeros con los conductores de vehículos registrados en su servicio, los cuales ofrecen un servicio de transporte a particulares. La empresa organiza recogidas en cientos de ciudades de todo el mundo y tiene su sede en San Francisco (California). Debido a su gran expansión a lo largo y ancho del globo terráqueo, llegó a Latinoamérica en 2013 y desde su inicio fue catalogada como competencia desleal por los tacheros ya que se trata de un servicio que no ha sido formalmente regulado. ¡Justamente! ¡Un producto del liberalismo donde lo que se demanda es que el Estado no asfixie con la regulación!
Raúl Martinez Fazzalari, abogado especialista en Derecho Informático sostiene en el diario Clarín del 05 de septiembre de 2018 que un reciente fallo de la Corte Suprema de Justicia se refirió a la legalidad de la prestación de servicios por parte de Uber en la Argentina. Esta vez –sostiene el jurista- y por una cuestión procesal se ha habilitado la celebración de contratos de transporte entre particulares por la mencionada empresa intermediaria. Si la presencia de la empresa en América Latina, aún con sus altos y bajos, recreando ahora la vulnerabilidad no de los clientes; sino de los conductores, tiene algún éxito es porque los pasajeros de taxis le terminaron dando la espalda a los émulos de Rolando Rivas.