Desplazadas hace años por alambrados y desmontes hacia zonas más urbanas, tres comunidades del pueblo wichí luchan por recuperar y volver a vivir en un territorio ancestral a orillas del Río Bermejo.

De la Comunidad fuimos a ver, porque muchas empresas querían adueñar del territorio, había criollos que también querían adueñar… entonces nosotros, los descendientes, fuimos. Cuando fuimos estaba todo cerrado, con alambre, pero fuimos igual. Encontramos el horcón de la iglesia (anglicana), que estaba lleno de arbustos, y encontramos el cementerio donde están los padres, los abuelos y los ancestros. Y después nosotros decidimos limpiar y volver a nuestra tierra”, dice Alejandro Ramírez, presidente de la Comunidad wichí El Pajarito. Es un hombre que ronda los cincuenta años, bajo pero robusto, enfundado en una remera negra con logo deportivo.

Hace calor en Tres Pozos, una comunidad wichí a 30 kilómetros de Las Lomitas, en centro de la provincia de Formosa, y las chapas del techo del centro comunitario no ayudan nada para aliviarlo. La de Tres Pozos es una de las tres comunidades en que se han distribuido, fragmentados, los descendientes de la Comunidad ancestral de Los Esteros, a orillas del Río Bermejo, ahora rebautizada El Pajarito en memoria de un cacique ancestral. Hace muchos años debieron irse de esas tierras y hoy sus descendientes viven dispersos por Las Lomitas -en la Comunidad Lote 27 -, Tichá y Tres Pozos.

Socompa con los líderes de la Comunidad.

Sentado frente a una mesa donde tiene una carpeta con fotos y documentos, Ramírez dice también: “Vino gente del Museo de La Plata y estuvieron en el territorio. Ellos nos dieron una plaqueta donde ellos certifican que estudiaron nuestro cementerio y que esos territorios son netamente originarios”.

El territorio ancestral se divide en dos áreas, cercanas entre sí, que suman alrededor de 550 hectáreas de monte. De una de ellas, los wichí ya obtuvieron del gobierno provincial un título de propiedad comunitaria; la otra también ha sido reconocida como territorio ancestral pero el Estado todavía nos les ha dado el título de propiedad. Como en casi todas las cosas de sus vidas, en esto también los pueblos indígenas de Formosa andan sin papeles pero no renuncian a sus derechos.

Lejano pero propio

Aunque El Pajarito queda muy lejos, quieren volver. No sólo porque tienen derecho a esas tierras sino también para encontrar un lugar donde hacerse fuertes para enfrentar a un nuevo enemigo: la adicción a las drogas que hace estragos entre sus jóvenes.

Las tierras están en la zona de los Esteros y Castor, territorios ancestrales de esos grupos wichí que, con los años, fueron corridos hacia la ruta nacional 81. Los territorios originarios recorrían 15 kilómetros sobre la ribera del río Bermejo y se prolongaban hasta diez kilómetros más allá de la ruta 81. De todo eso, hoy sólo les queda El Pajarito, una tierra que también habían perdido a manos de los blancos a la que han vuelto después de años de negociaciones con el gobierno provincial, que finalmente les dio un permiso de ocupación. Pero un permiso de ocupación es poco más que nada en la Formosa de los alambrados criollos.

Un territorio ancestral en la ribera del Bermejo.

Desde Las Lomitas son tres horas de viaje si no ha llovido y los caminos están bien. Primero hay que hacer unos sesenta kilómetros por la ruta nacional 81 hasta Tres Pozos y ahí doblar hacia el río por un camino de tierra que sólo se puede hacer con una 4 x 4. En algún momento, ese camino se topa con la ruta provincial 9, que no es más que otro camino de tierra, peor que el anterior. Hay un proyecto para pavimentarla, pero ese progreso quizás no se traduzca en un beneficio para los pueblos indígenas sino todo lo contrario. El pavimento valorizará las tierras y aumentará la codicia de los criollos y las empresas.

Por eso, hace cinco años, cuando el Estado les reconoció el derecho de ocupación de esas tierras, los wichí de El Pajarito se apresuraron a abrir una picada a golpe de machete y hacha, con el único auxilio de una motosierra. También, con la ayuda de la Asociación para la Cultura y el Desarrollo (APCD) – una ONG que colabora con los indígenas formoseños – realizaron los trabajos de mensura que son condición ineludible para obtener la titularidad de las tierras.

Volver a las fuentes

La reunión del cronista con los representantes de la Comunidad en Tres Pozos avanza morosa. Primero fueron las presentaciones, uno por uno, de todos los asistentes. Los wichí dan la mano y dicen su nombre casi ceremonialmente. Tienen cosas para decir y quieren decirlas claro porque son muy pocas las ocasiones que tienen para hacerlo.

“La gente del país no nos conoce, no sabe que estamos en una situación muy grave. Les decimos que traten de escuchar, les pido a los gobernantes que piensen que nosotros tenemos otra meta con las tierras. Nosotros vimos que cuando ellos agarran la tierra, desmontan; pero nosotros no, nosotros queremos así conservarla porque sabemos que ahí está nuestra comida”, dice Ramón Hilario, cacique de Tres Pozos y bisnieto de Afuenché (en lengua wichí: Pajarito), en cuya memoria han rebautizado las tierras que están recuperando.

Los dos territorios de la Comunidad El Pajarito.

“Nosotros somos descendientes de la gente del río, nuestros abuelos vivían allí. Antiguamente nosotros, como somos originarios, comíamos alimentos sumamente naturales. Cuando yo digo naturalmente significa que nosotros comíamos miel, pescado, docas, frutas del monte cuando llega la época de la cosecha del año; las mujeres hacen artesanía, los hombres cazaban, pescaban y hacían postes. Nosotros vivimos con la naturaleza, crecimos ahí y gracias al río que te da de comer, el río te cría, por eso yo tengo lástima cuando corto un algarrobo, yo tengo que respetar porque esa planta es la que me hizo crecer”, insiste Alejandro Ramírez, el presidente.

Los demás participantes, una decena de personas, guarda silencio y sigue con atención la conversación. Sobre una de las paredes, han montado una serie de láminas. Una de ellas es un croquis  que representa los dos territorios que, sumados, pertenecen a la Comunidad El Pajarito; otra lámina, dibujada a mano, identifica a las 32 familias que vivían en el territorio en la década de los ’40, antes que tuvieran que abandonarlo; en una tercera han pegado fotos que representan los trabajos que, desde hace cinco años, vienen haciendo en esas tierras.

Dos de las fotos los muestran haciendo alambrados. Se trata de una verdadera paradoja: están obligados a utilizar instrumentos de “los criollos” para marcar los límites de la una pequeña parcela recuperada dentro de un enorme territorio que les perteneció por completo a sus ancestros.

Otras muestran a uno o dos hombres mayores señalando diferentes lugares a un numeroso grupo de jóvenes. “Nosotros fuimos a llevar nuestra juventud, porque nuestros jóvenes vieron que ellos se pierden, ya no conocen como es el lugar. Y les mostramos: ‘Este es un bajo en el que cuando yo era chico yo me bañé, porque este no se secaba nunca’. Y caminamos por donde transitaban nuestros ancestros y les decimos cómo conseguían la comida, cómo se llamaba ese lugar. Les explicamos, porque si no se pierden”, dice Ramírez.

En esos viajes – transportados por las camionetas de APCD – se arman campamentos y se continúa con los trabajos de abrir picadas, ampliar claros en el monte para levantar viviendas y seguir alamabrando en el futuro. “Nos levantamos temprano, con el sol, y trabajamos con los jóvenes y,  cuando nos cansamos con el calor, nos refrescamos en el río, en el Bermejo, como nuestros ancestros”, dice Ramón Hilario, el cacique.

Un territorio sin drogas

La recuperación de las tierras de El Pajarito se ha vuelto más urgente para los integrantes de las comunidades dispersas que tienen derechos ancestrales sobre ellas: también las necesitan para preservar a sus jóvenes de la adicción a las drogas, un fenómeno que desde hace pocos años viene creciendo con una intensidad devastadora.

Las más afectadas son las comunidades que están en los márgenes de las ciudades. Los chicos empiezan inhalando nafta y poxirán, siguen mezclando pastillas con alcohol y terminan capturados por el paco. En la Comunidad La Pantalla – en las afueras de Las Lomitas -, un relevamiento realizado por uno de sus líderes mostró que, de 120 jóvenes, 48 se drogan. En Lote 27 – comunidad de Las Lomitas cuyos habitantes tienen derechos sobre El Pajarito -, la asamblea comunitaria estima que la mitad de los niños y los adolescentes se drogan.

Una ONG aporta el traslado al territorio para los trabajos.

Al estar alejados de la ciudad, los wichí de Tres Pozos están menos afectados por las drogas, pero el número de casos ha crecido de manera alarmante en el último año. “Cuando un chico se endroga ya tiene media vida perdida, le pueden pasar cosas gravísimas, entonces si nosotros no pensamos frenar estas cosas dentro de veinte años no tenemos ningún joven. Se quedan en el camino”, dice el cacique Hilario.

Los wichí de Tres Pozos – como también los de La Pantalla y Lote 27 – dicen que el Estado no les da soluciones. La policía persigue y encarcela a los consumidores, pero la política de prevención no pasa de alguna charla aislada en la escuela y nada más.

Esa falta de respuesta los llevó a ensayar una solución propia: tratar de recuperar, para los jóvenes, la cultura y la espiritualidad ancestrales de los wichí. Por eso, dice ahora Alejandro Ramírez en la reunión de la Comunidad de Tres Pozos, tienen que irse a vivir a las tierras de El Pajarito cuanto antes, porque ahí nadie va a ir a venderles drogas a los chicos.

“Yo como ser humano tengo nietos, tengo hijos, todos los que están acá tienen hijos, entonces hay una preocupación muy grande… vimos gente que se endroga, entonces ahí nosotros necesitamos un lugar lejano, como Pajarito. Entonces ahí queremos ir, llevar nuestros hijos para alejarlos un poco estos problemas. La idea nuestra es melear, enseñarles nuestra cultura, salvarlos para que no se endroguen más”, explica.

En ese sentido, algo han avanzado los wichí de la Comunidad El Pajarito: a lo lejos se escucha un batir de tambores, son los jóvenes de la Agrupación Ele’ que ensayan para desfilar en los próximos carnavales de Las Lomitas para hacerles conocer sus costumbres y tradiciones a “los criollos”.