Una recorrida por las diferentes columnas que confluyeron para protestar por la reforma jubilatoria. Las organizaciones sindicales y una movida que abre expectativas.

La marcha fue hermosa. Claro que casi nadie se preocupó en mostrarla. Por ahí en algún sitio de la izquierda anda sobrevolando la imagen de un drone que muestra que fue mucha la gente que volvió a manifestarse, hoy lunes, contra la posible sanción de la reforma jubilatoria que impulsa el oficialismo.

Por supuesto que nadie se preocupó en mostrar la masividad del reclamo porque había otras cosas más urgentes e importantes para mostrar, como la salvajada que ocurría en plena Plaza Congreso.

Socompa, una vez más, estuvo en la calle para contar y analizar los hechos. Porque, se sabe, estamos en la frontera. Pero de este lado.

Lo primero que conmovió al recorrer la marcha fue la organización de las columnas sindicales, y su masividad. Ya había trascendido ayer que los sindicatos que decidieran movilizar lo harían organizadamente. Esto se logró a medias, pues se vieron muchas agrupaciones sueltas, de la UOM y de otros sindicatos. Aun así, esos pocos también marchaban organizados. Para un mejor análisis, leer la columna de Eduardo Blaustein que antecede a esta nota.

Una primera lectura de las dos marchas ocurridas en menos de una semana es que el Gobierno ha obtenido una victoria pírrica. Sancionará, mediante extorsión, una ley muy impopular y apenas logrará mantener tranquilo al electorado que le dio el apoyo hace apenas algunas semanas.

La entrada en acción de un gran sector de trabajadores, organizados, provoca un cambio en la situación política. Es real que la mayoría se encuentra lidiando en sus gremios y en las propias federaciones con conducciones que, lejos de ponerse a la cabeza de los reclamos, reaccionan espasmódicamente, como lo ha hecho la CGT.

Aun así, hay nuevas conducciones que impulsan la movilización para enfrentar al gobierno organizadamente. Y eso ayer se notó.

También se notó que mucha gente sigue acudiendo en soledad, motu proprio, a estas manifestaciones que, dada la actitud de las fuerzas de seguridad, se convierte en un peligro adicional.

(Basta nomás escuchar el relato de una ciudadana, por radio, que se movilizó con su hermano y su hijo y casi se la llevan detenida porque su hijo tenía bicarbonato en la cara, para contrarrestar los efectos del gas lacrimógeno. Una versión aggiornada de que no sólo hay que ser inocente sino que hay que parecerlo. La señora y su hijo adolescente fueron salvados de la garra de Gendarmería por un equipo médico que alegó que la señora estaba en shock y era peligroso detenerla. Antes, por lo bajo, uno de los efectivos la provocaba llamándola “puta, hija de puta, alejate de tu pibe, te vamos a matar. No ves que no podés hacer nada por tu hijo, tomátelas, puta”, y lindezas por el estilo que relató en vivo en el programa de Marcelo Zlotogwiazda.)

Sobre Avenida de Mayo se ubicó el grueso de las columnas. Cinco cuadras compactas de gente en actitud de reclamo, simple, sin violencia, con la bronca contenido de saber que una vez más le meterían la mano en el bolsillo.

Sobre Entre Ríos, hacia el sur, en el cruce con Hipólito Yrigoyen, hacia la avenida Belgrano, se ubicaron otros sindicatos, con muy compactas columnas de trabajadores. Sólo que en la vanguardia no estaban los dirigentes de esos sindicatos sino un grupo de encapuchados, numeroso grupo, que tiraba piedras hacia el lado de la pasiva Policía de la Ciudad.

Lo mismo ocurría en otros lugares. La situación más tensa este cronista la vivió sobre Callao, en el cruce con Bartolomé Mitre, donde otro sector pequeño de manifestantes había logrado tirar las vallas y se encontraba cara a cara con los efectivos policiales, que se limitaban sólo a contener y no responder los insultos, aunque se salieran de la vaina. En este sector no había piedras, pero sí mucha bronca contenida. De un lado y del otro.

Hasta ese momento este cronista pensaba que la marcha sería un éxito, que la ley se aprobaría y que todos tristes y sanos para sus casas. Pero, al parecer, alguien había pergeñado otros planes.

Otra recorrida por el resto de la marcha mostró que empezaban a cobrar protagonismo aquellos que, sin banderas visibles a la vista, se robaban el protagonismo, tal vez conscientes de que ya la televisión los había transformado en protagonistas exclusivos de la tarde, cual culebrón venezolano.

Ya no importaba el debate, ni las acusaciones, ni el quórum, ni nada. Había mucha gente en la calle, que no podía llegar al Congreso, pacíficamente, porque cien metros más adelante este numeroso grupo de personas se enfrentaba con la policía, ahora sí ya reforzada por agentes de la Federal y de la Gendarmería, que, oh casualidad, estaban ahí disponibles, acuartelados, esperando.

Relatar los hechos de violencia sería caer en el simplismo que mostró la televisión, que necesita de la imagen para esconder el debate. La violencia es violencia, y es condenable. El tema está en ver a quién beneficiaron los hechos violentos.

Sugestivamente, la misma ley, votada en el Senado, con un grupo importante de gente en las calles, recibió media sanción. El mismo proyecto, días después, con el quórum amenazado, se vota en medio de un escándalo de proporciones.

Preguntas que quedan sin respuestas. La violencia no favorece a nadie y todos la condenan, pero…

Lo que se pudo ver hacia las cuatro de la tarde era un mar de gente desconcentrando, en tanto la televisión mostraba a “los violentos” enfrentarse con la policía. Esa no era la marcha. Empezaba a quedar claro, al menos para este cronista, que una vez más el diablo había metido la cola en una movilización popular.

Un viejo recurso, muy efectivo, que se usa como excusa para reprimir desde los tiempos en  que un infiltrado hizo explotar una bomba en medio de una manifestación, cuyas detenciones luego derivaron en el asesinato de los Martires de Chicago, en cuya memoria se recuerda el 1º de Mayo como el Día Internacional de los Trabajadores.

Llama la atención, sí, la ingenuidad de los dirigentes que, al movilizar, no tienen en cuenta a los provocadores y casi que los dejan actuar libremente. Así, se los veía ir y venir tirando piedras, rompiendo veredas y calles, sin que la policía ni la seguridad de los sindicatos interviniera.

A alguien le estaban siendo útiles.

Es imposible probar si existió o no un plan deliberado de las fuerzas de seguridad para provocar el alboroto que se armó en sendas marchas. Lo que sí se puede probar es que la televisión unificó el discurso, que se demoró en transmitir el debate y que la ley, finalmente, se aprobaría.

Cuando ya el cronista de Socompa se retiraba de la marcha, ante la inminencia del descontrol que siguió por la zona, se le ocurrió encarar a un policía federal que estaba de servicio muy lejos de los disturbios. Con respeto, lo miró y le preguntó: qué pasa? Por qué tanto quilombo?

“Esos están todos pagos”, me dijo, y siguió mirando la nada.

Me dejó pensando.