Desde hace meses, y en el pico de la crisis, se vuelve a discutir sobre movimientos sociales y economía popular. El flamante libro Por un futuro común. Diálogos sobre economía cooperativa, popular y solidaria* (Huvaiti Ediciones, 2022), del que publicamos este fragmento, trata esos temas mediante entrevistas a especialistas y militantes protagonistas de “la otra clase trabajadora”.

Paula Abal Medina nació en el seno de una familia muy politizada; y construyó su propio camino. Una temprana militancia, en el secundario, en la Villa 20, donde hacía apoyo educativo, la entrelazó con el universo popular y la academia le permitió intervenir críticamente sobre esa situación.

Empezó a estudiar sociología a mediados de los años noventa, luego de un breve y decepcionante paso por las aulas de Derecho. Quería ser abogada laboralista; se convirtió en socióloga ligada a cuestiones laborales. “Estudié un año, hasta Derecho Civil y todo ese bodrio. Había que aprender de memoria los artículos del Código y no había discusión de ningún tipo. El clima era poco estimulante. La Facultad de Ciencias Sociales fue una especie de refugio en ese momento. Fue una suerte estar en ese lugar”, reconstruye.

A principios de los 2000 ingresó en el Ministerio de Trabajo, durante el gobierno de la Alianza, y fue otra desilusión. Cuestionaba “las políticas híper focalizadas que buscaban al más pobre entre los pobres para darle una miseria y pedirles todas las acreditaciones de pobreza”. Y para salir de ahí, en 2001, con la crisis en ascenso, se presentó con éxito a una beca del Conicet. “Entonces eran dos mangos. Aun así, nos aplicaron el 13% de descuento que les aplicaron a todos los trabajadores estatales”, recuerda.

La sociología del trabajo fue su área de investigación como becaria. “Los movimientos piqueteros que era un objeto de estudio muy común entre mis compañeros. Iba a los cortes en la ruta 3. Pero me entusiasmó más el estudio de los trabajadores precarizados. En especial, los de supermercados. Comparaba las distintas formas y dispositivos empresarios e hice una tesis inicial sobre eso. Después, para el doctorado, sumé a los trabajadores de call center, que se multiplicaron muy rápidamente a raíz de la modificación del tipo de cambio en 2002”, señala.
Aquella investigación se convirtió en el libro Ser solo un número más. Trabajadores jóvenes, grandes empresas y activismos sindicales en la Argentina actual, editado por Biblos. Desde entonces está más abocada al estudio de la articulación gremial en la economía popular, su tejido comunitario y territorial. Actualmente también es la vicepresidenta de la comisión directiva del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS).

-¿Cómo caracterizar teóricamente a la economía popular? ¿Qué puntos de enlace tiene con otras formas?

-El concepto economía popular tiene la riqueza de haber surgido desde las mismas organizaciones y es producto de un largo proceso. Es necesario recuperar entonces ese trayecto largo del concepto y de la discusión en el Tercer Mundo, en las periferias del capitalismo. Más allá del término en particular, la discusión sobre cómo se logra el desarrollo en países que entraron de manera tardía en el proceso de industrialización tiene entre sesenta y setenta años. Franz Fanon, por ejemplo, intentando redefinir el concepto de lumpemproletariado. O, en América Latina, con discusiones muy interesantes, como la que sostienen el argentino José Nun y Fernando Henrique Cardoso, que luego sería presidente del Brasil, respecto de cómo caracterizar a las llamadas “poblaciones sobrantes”. Es decir, a todos esos sectores de la población que no eran absorbidos por los procesos de industrialización, que como tuvo lugar de manera tardía no se produjo durante la fase competitiva del capitalismo, sino durante su fase monopolista. Si debían ser analizadas como ejércitos industriales de reserva, como Karl Marx las llamaba en la fase competitiva, o si, en realidad, esas poblaciones sobrantes en los países del tercer mundo asumían otro tipo de funcionalidades o eran afuncionales. Y existen otras discusiones a partir de aporte de la OIT y la CEPAL.

-¿Cómo se dio ese debate en la región?

-El debate latinoamericano señala tres espacios: la economía comunal o popular, la informal y la economía de mercado. Y cómo se dan las interrelaciones entre esas distintas economías. Si son economías que se desarrollan en paralelo o son economías entre las cuales se establecen relaciones de subordinación muy complejas, con dispositivos cada vez más opacos que terminan generando transferencias permanentes desde los sectores de la economía más desprotegida (ya sea comunal o informal) hacia los sectores monopolistas, extranjerizados o concentrados. Lejos de ser un lastre para el sector formal, como se intenta imponer, el empobrecimiento de esos trabajadores está ligado directamente al enriquecimiento de la economía formal y a los procesos de concentración y centralización del capital. Esta discusión me parece importante retomarla cuando se piensa, por ejemplo, en el salario universal o el salario social complementario. Las formas salariales de retribuir a estos trabajadores serían, en realidad, formas de restitución de valores que no se les paga a esos trabajadores. Que sufren, además, distintos modos predatorios, de estafa, de sub-remuneración. Entonces, el planteo es distinto. Lejos de decir “subsidiemos por una cuestión casi de ética social”, tenemos que hablar de restitución. Porque lejos de ser “los mantenidos” son “los estafados”.

-¿Cómo pensar el tema de la formalización, en tanto acceso a seguridad social, a obra social? Hoy existe el monotributo social, pero es muy endeble y con acceso a derechos más restringidos.

-Sin duda. Recuerdo la discusión del trabajo autogestivo entre constituirse en cooperativas o exigir la estatización. En muchos casos, se sabía que la correlación de fuerzas no permitía la estatización, y era una lectura razonable. La discusión se traslada, con otras características, a la economía popular: ¿no terminaremos generando, legalizando y legitimando un conjunto de trabajadores de segunda, en definitiva, con menos derechos? ¿Cuál es el lugar donde se dignifica o el lugar donde se desprotege porque, en definitiva, se terminan legalizando condiciones precarias? Ahí hay una discusión para dar. El kirchnerismo apunta, desde un principio, a la recuperación económica y a la recuperación, con ella, del trabajo asalariado. Cuando se da cuenta de que eso no se iba a lograr del todo, que no logra bajar la informalidad más allá del 33%, crea la Asignación Universal por Hijo y aumenta la cobertura jubilatoria. ¿A qué responden? A esa realidad de deterioro de la condición de trabajadores con menos derechos que, por lo tanto, no podían tener ni las asignaciones familiares ni garantizados sus aportes jubilatorios. A cierta certeza de que había que construir una nueva política de derechos laborales para ese otro movimiento obrero. El monotributo social fue otra medida impulsada por Néstor Kirchner que tuvo mayor intensidad, después, con Cristina. Y, desde la calle, con la movilización, se producen también nuevos derechos. Ahí aparece tanto el salario social complementario como una idea que ronda esta discusión de restitución de valores no pagados.

-Si uno mira la historia argentina del siglo XX, puede decirse, de manera quizá grosera, que el radicalismo incluyó a las clases medias, el peronismo a las clases trabajadoras. ¿El kirchnerismo fue la inclusión de estos sectores de trabajadores que habían quedado en la informalidad?

-En principio, veo bastante desencuentro entre el impresionante proceso político que significó el kirchnerismo, el más rico de todos los que viví, el que más me marcó, con una audacia enorme, y cierto menosprecio de las mediaciones. De las mediaciones populares, la comunidad organizada, el movimiento obrero organizado y todo ese tejido comunitario de los barrios. Ahí hay desencuentro que lleva a ciertas desconfianzas. Porque ese desencuentro dilapida fuerzas de cambio y transformación muy necesarias. Y nuestro país tiene una urgencia de transformación importante para revertir una situación que condena a 60 por ciento de sus niños y a parte de su población a condiciones de vida completamente indignas. Tiene que darse ese reencuentro entre el proceso político kirchnerista, desde arriba, y el proceso de organización territorial, barrial, de la economía popular desde abajo.

-¿Qué perspectivas observa para la economía popular en términos productivos, de productividad?

-Hay un libro celebratorio de la economía informal desde el más absoluto liberalismo económico. Se llama El otro sendero. La revolución informal y es de Hernando de Soto, con prólogo de Mario Vargas Llosa. Fue un texto parteaguas que explica por qué, a veces, algunos sectores del neoliberalismo actual de la Argentina, como el macrismo, tendieron a tener una política más directa con los sectores organizados de la economía popular que, incluso, el kirchnerismo. El prólogo de Vargas Llosa, por ejemplo, es la celebración de la economía informal. Dice que puede ser la más productiva de todas. Subordinada y encausada por la economía concentrada, la economía informal potencia su productividad. Hay que discutir con esas ideas. Hay que repensar qué es el valor, qué es el trabajo, qué es la productividad y de qué tipo de productividad hablamos. Son discusiones mucho más profundas para confrontar cuando se dice, por ejemplo, “esos sectores son improductivos, esos sectores no producen riqueza”. Hay generaciones enteras salvadas por la organización comunitaria, porque hay salas de primera infancia, comedores, posibilidad de multiplicar las ollas populares cada vez que se viene la mala. Entonces, ¿cómo se calcula? ¿Cómo se piensa la productividad? No es una ecuación económica o utilitarista, solamente. Más bien, hay que pensar en términos de Karl Polanyi y La gran transformación, en el aprovisionamiento de bienes y servicios para el bienestar social.

-Preguntábamos sobre productividad, no en términos capitalistas, sino sobre las posibilidades de desarrollo de la economía a partir del trabajo como valor principal, del precio como precio justo, acordado entre los productores y los consumidores, en donde las formas cooperativas de trabajo predominen sobre las formas de patrón…

-Creo que sí, porque es un sector que, en la medida en que se organiza y produce en forma colectiva, logra compensar muchas de sus debilidades. Y que tiende a mostrar una capacidad de organizarse y, a partir de ahí, producir. Existe una maduración de los sectores populares que se organizan por el trabajo y para garantizarse bienes y servicios. No me parece que sea una romantización de un proceso decir que lo encuentro muy autosustentable. El sistema de subsidios del Estado a la economía concentrada es enorme. La economía popular necesita créditos tanto como los necesitan los sectores de la economía formal. No es que puede prescindir de aquello que no pueden prescindir los sectores más concentrados de la economía. Es un sector que tiene mucho potencial.

-¿Cómo observa el futuro de la relación entre centrales sindicales como la CGT o la CTA, o el sindicalismo en general, y los movimientos sociales?

-Ahí hay que registrar un avance, algunas articulaciones en los últimos años. Juan Carlos Schmid, siendo uno de los triunviros de la CGT durante el gobierno de Macri, transmitió cuál es la fuerza de este sector. El Gringo Castro, desde la UTEP, define a la organización del trabajo a partir de lo gremial más tradicional, pero también de lo comunitario territorial y de la movilización popular, como tres patas. Es decir, la institucionalidad, pero también la calle. Esas prédicas, la visibilidad que fueron conquistando estos sectores, la capacidad de pensarse dentro del Estado han servido, han permitido ciertas transmisiones, ciertos ecos y un mayor reconocimiento mutuo. Recuerdo algunas entrevistas que hice en 2010 a muchos referentes sindicales. Decían “nosotros somos el movimiento obrero organizado, tenemos que empezar por nuestros trabajadores, los organizados, después vamos a llegar a todos los demás”. La idea era que a esos otros no se los reconocía como un sujeto que ya estaba organizado. Algo de eso se fue modificando. La llegada del Papa Francisco influyó, porque muchos de los sectores sindicales están fuertemente ligados a ideas socialcristianas, a la doctrina social de la Iglesia. Francisco generó encuentros internacionales de los movimientos populares. Y las comunidades eclesiales de base han tenido que ver directamente con muchos de estos procesos de organización comunitaria territorial. Durante el gobierno de Macri se dio una articulación muy potente. Es la que da lugar a la Ley de Emergencia Social, que habilita el salario social complementario. Hay avances y hay una oportunidad de que una organización como la UTEP se integre a la CGT. Al principio, supongo, con un carácter subordinado, cosa que lamentaría. No como un sindicato pleno, como cualquier otro. Pero bueno, ya llegará lo otro también.

-¿Hay algunas experiencias en ese sentido?

-Sí, está la Unión Obrera Ladrillera de la República Argentina, por ejemplo. Es uno de los sindicatos más chicos que están en la CGT. Hace unos diez años cambió su estatuto y dijo que no sólo iba a representar a los trabajadores de fábrica, sino también a los trabajadores clandestinos, a los pequeños horneros. Es decir, a todo el universo de la economía popular. Y plantean ofrecer una política similar a los trabajadores de fábrica, supuestamente registrados. Conozco la experiencia porque fui a visitar esas fábricas. Había trabajadores que cuando llegaba una inspección los mandaban a esconder al fondo del campo porque no estaban registrados. Había montones de niños entre los trabajadores. Para transformar la realidad del trabajo no sólo está la realidad del trabajador empobrecido o sin relación de dependencia, sino que está todo este otro universo que, con mucha capacidad de organización del sindicalismo tradicional, puede ir modificando su realidad.

-En cuanto a políticas públicas ¿hacia dónde le parece que deberían orientarse en los próximos años?

-Viene todo el tema de los registros. Primero, el Registro Nacional de Barrios Populares. Ahora, el Registro Nacional de Trabajadoras y Trabajadores de la Economía Popular. Y, después, el de la agricultura familiar campesina indígena, el de los comedores y los merenderos. El registro como política pública necesaria. No como simples bases de datos estatales, sino como medio para construir un marco de protecciones adecuado para la realidad de ese otro mundo trabajador. También la cuestión de una política específica de crédito bancaria, que ya trabaja el INAES. Y todo lo que tenga que ver con un reconocimiento fuerte de una paritaria, de una negociación colectiva. Hay que construir una mesa de negociación entre los intendentes, las cámaras empresariales y los estados provinciales. Para dar un sistema de protección a quienes hoy no la tienen: derecho a enfermarse, las licencias por enfermedad, la cobertura jubilatoria… Un derecho laboral para los trabajadores sin relación salarial, en definitiva. Y lograr un salario que restituya los valores no pagados como un piso y todo el sistema de fortalecimiento de la organización productiva. Ahí hay mucho para hacer.

Entrevista realizada por Walter Isaía y Manuel Barrientos, octubre de 2021.

*“Por un futuro común”, según expresan sus autores, “pretende aportar una serie de herramientas y propuestas concretas para avanzar en los debates sobre el estado actual y el porvenir de la economía social, solidaria, comunitaria y popular en la Argentina, a partir de la palabra de sus protagonistas”. Incluye entrevistas a Paula Abal Medina, María Castillo, Gringo Castro, Pedro Cerviño y Miguela Varela, Juan Pablo Della Villa, Verónica Gago, Ariel Guarco, Natalia Manini, Francisco Martínez, Oscar Minteguía, Valeria Mutuberria, Plácido Peñarrieta, Luis Precerutti, Alex Roig, Juan Manuel Rossi, Caren Tepp y Eva Verde.