Sin dar una fecha para el paro, el único orador de la CGT reclamó, con abrumadora obviedad, salarios justos y trabajos dignos, se despegó de cualquier definición política y quiso mostrarse ante el gobierno como más bueno que Lassie.

Un flaquito con una campera roja que decía GAP se sonrió apenas y le comentó a alguien que estaba al lado: “esto terminó antes de que empezara”. Para los miles de manifestantes (aunque no tantos como siempre) el sentimiento era de desánimo. En el acto de Ferro el mensaje había ido de abajo a arriba, el “pongan una fecha, la puta que los parió” obligó, dilaciones mediante, a que la cúpula de la CGT llamara a un paro. Esta vez el reclamo desde abajo tuvo una respuesta burocrática, la convocatoria a un plenario para dentro de más de un mes con la eventual e imprecisa idea de implementar un plan de lucha. Hay razones para sospechar que cualquier decisión esperará hasta saber el resultado de las legislativas.

Hoy fue como si la reticencia del triunvirato de la CGT a tomar cualquier medida se hubiera transmitido a la gente, pese a los cantitos en contra del gobierno y los reclamos por la aparición de  Santiago Maldonado, que obligaron al único orador, Juan Carlos Schmid, a mencionarlo.

Llamó la atención que hablara uno solo de los triunviros cegetistas, tal vez haya sido así porque no tenían mucho para decir.  Planteó  lo  previsible: oposición al ajuste, acusaciones al gobierno de falta de sensibilidad social, rechazo a  las reformas que Macri piensa implementar después de octubre, pase lo que pase en las urnas: la ley de contrato de trabajo y el régimen previsional. Y se desmarcó de cualquier adhesión política, hecho, dicho sea de paso, celebrado por Clarín. “No venimos a levantar la bandera de ningún candidato, ni venimos detrás de ninguna conspiración, venimos con una demanda: trabajo digno y salario justo, esa es nuestra principal demanda”, fueron sus exactas palabras.

Entre quienes lo acompañaron en el palco estuvieron Sergio Romero (UDA), Pablo Moyano (Camioneros), Omar Plaini (Canillitas), Daniel Menéndez(Barrios de Pie), Juan Carlos Alderete (Corriente Clasista y Combativa),  Víctor Santa María (SUTERH) y Facundo Moyano y el  muy cuestionado después de los episodios de Pepsico Rodolfo Daer (Industria y Alimentación), entre otros, mientras que a ras del piso había varios dirigentes de Unidad Ciudadana y de la izquierda como Jorge Taiana,  Axel Kicillof y Héctor y Mariano Recalde, Nicolás del Caño y Myriam Bregman, además de aquellos sindicalistas que no tenían un lugar reservado en el palco como Hugo Yasky, de la CTA y Gerardo Martínez de la UOCRA. Seguramente las razones de su ausencia en la parte alta del acto fueron bastante diferentes.

Lo que parece irse acentuando en este proceso en que el sindicalismo juega a dos puntas es una tensión entre los juegos políticos –internos y externos- de la cúpula sindical y una base que se siente amenazada y que no termina de entender este juego de dilaciones, agachadas y bravatas.

En el mismo momento en que se desconcentraba Plaza de Mayo, Macri armaba un encuentro con jóvenes de una consultora y declaraba que manifestaciones como las de hoy no servían para nada. A su vez,  La Nación anunciaba en su página web la creación de casi 100.000 nuevos puestos de trabajo entre privados y estatales. Se ve que aun en su moderación y contra su voluntad, el sindicalismo genera desconfianza en el poder. Por más que los actos parezcan terminarse antes de tiempo.