Aunque de nadares generalmente pacíficos, El Pejerrey Empedernido suele bullir de enojo ante las injusticias capitalistas, la canasta de alimentos que parece volar y, por supuesto, la represión de los trabajadores. Así que de ahí se metió con el osobuco, que se puede hacer de muchas maneras más que en puchero.
Sentí sí y ya la canícula, aunque no tanto como la que llegará cuando el verano asome y por la Bahía del Samborombón y el Tuyu, las jornadas resplandezcan entre aguas, cielos y arenas; pero ya pintaba la mañana para retozar a la sombra de las retamas sin que lo humanos jodiesen con redes y cañas, puesto a leer sobre lo que sucede en el mundo, porque sí, mis amigos, los Peje somos curiosos además de levantiscos hasta por el si acaso. Y resultó que entéreme de lo siguiente: Pablo Gonzales es un trabajador de Danone, la corporación francesa que con Arcor, la nacional, y otros sellos conforman esa trama de negocios con la mala leche de las convocatorias y las fugas de capitales que se llama La Serenísima, marca controladora y formadora de precios sin escrúpulos del marcado lácteo en esta tierra argenta, en la que los saqueadores se disfrazan de señoritos respetables… Hace algunos días y porque se manifestaba en solidaridad con un despedido por la empresa, Gonzales fue cagado a palos en la taquería cuarta de la Bonaerense, en Longchamps, la misma que, ¡oh casualidad!, recauda adicionales para su tropa por prestar servicios, sí acertaron, a Danone… Bueno, ya sé, una más de la cana que desde Ramón Camps para acá, con el tiempo sólo fue especializándose en represiones y argucias asociativas con políticos, funcionarios de toda laya y grado y criminales, en pos de buenos negocios, control de territorios y por supuesto, el de los arcanos del poder… Sin embargo viene a cuento porque fíjense vosotros y vosotras de mi amistad, que el caso cae como anillo al dedo para ejemplificar acerca del círculo maléfico entre fuerzas del (des) orden y otras menudencias del Estados, ya sea entre federales, provinciales o comunales, empresarios y fabricantes de espejitos de colores estadísticos y publicitarios, gran hacedor por cierto de ese subibaja que nunca baja de los precios del morfi, aparato del mal vivir que escribas, estadísticos y lustrosos economistas te la quieren vender, pero quienes la yugan y hacen las compras de cada día bien saben que es verso mal recitado y que aquí, antes del horno donde se vamo’ a encontrar, siempre ganan los mismos, los de arriba, aquellos que para cocineros y cocineras, comensales y comensalas, son quienes le dieron una vuelta de tuerca a la sabia fórmula del viejo Marx e inventaron la “plusvalía caracú”… Dejadme que, al decir de Chabuca, les cuente limeñas y limeños, pues espero que alguien con lompas de domingo o percales sin rubores vaya a leer más, allá del riego que corro de ponerme largo; y todo sea bajo promesa de breve recetario con osobucos y yogur, pero del bueno éste, no con aquél del orto que paga por manos torturadoras: resulta ser que en el seminario sobre Cocina, Cultura y Comunicación que me viejo amigo Ducrot perora desde la Facultad de Periodismo de la UNLP, a distancia ahora por el bichito ese que nos barbijea, uno de su ilustrísimo estudiantes batió la mayonesa sin pausa para que no se corte tal cual se baten las ideas a discutir, y abrió el debate… ¿No será que la TV y todo ese enjambre mediático creador de modas (y negocios) es de alguna manera el responsable de que la yapa con la verdurita para la sopa, los huesos con caracú y las arañitas o escondidos de las caderas de la señora vaca hayan dejado de ser atención del bolichero a la vecina o al vecino, o casi, y ahora se coticen a precio de endivias de los Países Bajos o de lomo de exportación, del que sale de las pasturas pampas para que se morfen los de la Vieja Dama Indigna, mientras aquí, la gilada tenemos que zafarla con nerca de feedlot y choris que son mitad lo que deben ser y mitad conservantes?… Y entre los cortes y quebradas al ver y al oír que se pavonean en esa suerte de aulas a control remoto, una voz se alzó y dijo: por supuesto que sí, observen que las corporaciones de la alimentación y del negocio gastronómico en sus variopintas facetas le dan cara y alma a una suerte de “dios padre maligno”, aplicado a generar ganancias sin par con eso de la productividad que le dicen ahora y no es otra cosa que la parte del valor que los laburantes le otorgan al producto, sea material o intangible, pero nunca lo perciben como retribución completa a sus tiempos laborados… Y ahí está el “nefando hijo” que duerme sus siestas como lata, botella o ramillete, fresco o congelado, en las góndolas de los supermercados, hasta que alguien lo mete en un carro o changuito y lo convierte en dinero, en dinero que otra vez pasará a engrosar las cuentas del “turridios padre”… Y por último, con ustedes el “espíritu maldito”, la red mediática que entre periodismo comprado y publicidad, como un hálito pero no sagrado sino ordenador de conductas y de emociones, se encarga de que cada uno nosotros compremos y compremos, para felicidad del, por supuesto ya evocado “turridios padre”… Esa es la perversa trinidad del capitalismo global, que es voz y silencio y a todo convierte, una y otra vez, en mercancía; la que, a la hora del yante y el escabio, debe ser comprendida en tanto lo que por ahí llamaron “plusvalía caracú”… Ya sé, cortala Peje y dale a las recetas prometidas…Entonces, va la primera: guisad esos opus máximos que son los osobuco con sus caracúes en vino, hierbas de vuestro gusto, especias santas como el comino y los polvillos de cardamomo y de coriandro, sin demasiados picores; y con todo ello luego haced unas cortaduras, mejor que picaduras, que en zarabanda con sarraceno o trigo burgol y huevos frescos batidos en tanto albóndigas quede transformado… Han de proveerse de yogur del bueno, del hecho en casa, o de lácteas no dominantes, o del que en los boliches del comer árabe se consigue bajo el nombre de laven, nunca de aquél del orto (ya saben a qué me refiero) y lo unen en goces con hojas rutilantes de menta, pimienta negra, un dejo ¡ay de mí! de ajo y caricias sin exagerar de aceite oliva…Mientras piensan en los fulgores de vuestras albóndigas que serán bailarinas de toda danza con la salsa de yogur, elijen un tinto que hoy se me antoja Petit Verdot y dialogan con higos secos, aceitunas del color que prefieran y guiños de queso feta (siempre del bolichero sirio, libanés o palestino)… Después me lo cuentan, y por supuesto, a resistir… ¡Salud!
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