Socompa cumple dos años el 30 de diciembre y queremos recuperar una parte del material que hemos publicado en este tiempo. Arrancamos con este texto de Eduardo Blaustein en el que aparecen algunas de las cosas que teníamos en la cabeza por entonces y otras  que nos proponíamos hacer.

Están ustedes posados sobre esta mole de roca, a 6.031 metros de altura sobre el nivel del mar, cagados de frío. Es lo más súper mega alto de los Andes, en lo más remotísimo e ignoto de la puritita puna. Sí: sabemos que tiembla y se sacude el suelo bajo sus pies, al filo de abismos ominosos, que los acechan yetis kollas y los envuelven fumarolas que emiten vapores sulfurosos. Ustedes, en el esfuerzo de ascender hasta aquí, están exhaustos y no sacian sus pulmones las exiguas partes de oxígeno del aire enrarecido. Es natural: padecen ustedes fuertes dolores de cabeza, fiebres, vómitos y les sangra profusamente la nariz. Ya va a pasar. Vuelvan a masticar las hojas de coca, camaradas. Y no se alarmen: los temblores de la tierra son obvios, pisan sus pies la materia misma de un volcán activo. De nuevo: no se alarmen. Recuperen la conciencia y sobre todo el coraje. Manténgase quietos, traten de relajar, intenten respirar; el aire amarroca oxígeno pero es diáfano (aquí llueve una vez cada quinientos mil años).

Bien, así. Traten de respirar aunque les resulte dificultoso y todo alrededor sea yermo, árido, rudo, filoso, amenazante, muerto, humeante, espantoso.

Esto es Socompa.

Ahora que recuperan cierta capacidad respiratoria pueden apreciar los otros volcanes en la lejanía. Y en la cercanía más inmediata nosotros, los de Socompa, dejamos marcas fosforescentes y signos tallados en piedra para que puedan llegar. Pisen con cuidado en esta cornisa. Despacio, eso. Ahora: a seguir esa cornisa unos cien o doscientos metros más. Con cuidado, muchachos. Giren en el desfiladero próximo, agárrense de donde puedan, no pisen piedras flojas que les hagan rodar y caer 6.031 metros sobre el nivel del mar. No estaría bueno. Es a la izquierda. Con cuidado.

¿Ven ahora el ascensor vidriado?

Sí, es el punto exacto y el medio para llegar a nosotros. Estamos a 24° 25´ 30”” latitud Sur y a 68° 20” 30”” longitud Este.

¿Ven ahora sí el ascensor vidriado? No, camaradas, ese no. Ese otro ascensor feo, con olor a orines, es para la servidumbre, para albañiles bolivianos y pintores paraguayos que vienen aquí a practicar arreglos, para mineros de tez oscura y arruinada que apenas conocen el castellano, para los muchos fantasmas de esos mineros y para los motoqueros que hacen el reparto de pizzas, empanadas y comida china. El otro, el vidriado, que es más grande y mucho más bonito.

Ese.

¡Bien! Aprieten el botón, por favor. No se asusten si bajan rápido.

Quedarán atrás cuando aprieten el botón las fatigas, el soroche, los desfiladeros y los abismos vertiginosos, las temperaturas nocturnas de quince grados bajo cero y las minas explosivas que dejaron puestas los ejércitos de Pinochet para los ejércitos de Videla. No digan entonces que no avanzamos en democracia.

Nosotros, los de Socompa, nos instalamos acá hace un tiempo cuya duración olvidamos, en las entrañas de este volcán. Discutimos todavía si vamos a crear un foco insurgente, una comunidad utópica, un hostel, un hotel boutique, un local de comida crudivegana o si de verdad vamos a dar el puntapié inicial a una iniciativa colectiva que… No. No es tiempo aun, no es tiempo de decirlo todavía. Y hay alguna historia y cosas que contar de lo que hemos sabido meditando acá adentro, o revisando documentos añejos, acá adentro en las entrañas del volcán. Cosas que no creemos muy ciertas.

Más abajo, a la altura del paso de frontera, hubo alguna vez un tren que osó llegar. O eso dicen porque no lo creemos. Era el ramal C14 del Ferrocarril General Belgrano, de la época aquella, cuando existía Argentina. Seguramente escucharon hablar de Argentina, de la leyenda. La extensión de ese ramal era de 554 kilómetros solo entre Cerrillos y Socompa, donde ahora estamos nosotros y a donde ustedes acaban de llegar, con bravura. Los orígenes de aquel trazado ferroviario mítico –o por lo menos dudoso- se remontan a los estudios de alguien que suponemos trabajó dentro del cráneo de H. P. Lovecraft: otro árabe loco pero ingeniero, Abd El Kader. No creemos en nada de esto pero dicen las tradiciones locales que aquellos delirios del islámico datan del año 1889. Los organismos técnicos del Estado concluyeron: el turco está chapita, mirá que hacer pasar un tren por arriba de estos abismos y estos cráteres rugientes. Pero hubo otros locos que siguieron en sus delirios al árabe y primer orate, Abd El Kader, cuyo nombre significa, dicen los doctos, Servidor del Fuerte.

Fueron esos otros ingenieros que sucedieron al árabe Abd El Kader de apellidos (en orden de aparición) Rauch, Candini, Schneidwin, Cassaffousth. Este último sugirió: “Debe utilizarse cremallera para vencer la fuerte pendiente”. Hubo en tanto un jefe de hordas que pretendió hacer ciertos estos proyectos y unir naciones imposibles: Argentina, Chile, Bolivia, Paraguay, mediante varios trenes irracionales. Se llamaba ese jefe o caudillo de hordas –estamos siempre en un plano conjetural, fábulas y habladurías- Hipólito Yrigoyen. Luego sobrevino una reyerta: que si la construcción de esos ferrocarriles se sufragaba con capitales británicos o estatales, ya que las hordas se habían dado un Estado elemental, pringoso. Las patrañas dicen que fue al cabo un ingeniero estadounidense, Richard Maury, el que se escupió las manos y puso esas manos a la obra en 1921. Nos reímos con risa exquisita de esto. No creemos en nada. No nos consta siquiera la existencia real de algo llamado Argentina pero puede que sea porque vivimos un poco aislados, los de Socompa, en las entrañas del volcán homónimo y tenemos mucho que discutir y que hacer, si bien es mucho más lo que discutimos que lo que hacemos. Discutimos muchísimo pero nos tenemos cariño y solemos no llegar a nada.

Como sea, añejos documentos de origen más que incierto aseguran que en 1930 este tal medio huno, Hipólito Yrigoyen, fue quitado de su trono, decapitado después, y que las obras del tren inverosímil se interrumpieron de pronto como por antojo de un dios antiguo.Y que llegó otro dios y escupió en la cara al anterior y permitió continuar las obras en puntos perdidos de geografías fantasmales: OlacapatoUnquillal, Tolar Grande. Luego llegó otro reyezuelo llamado Mi General, Cuanto Valés, quien dirigió las obras a veces montado en un caballo pinto desde diversas cimas de montaña, otras veces conduciendo por cornisas un raro vehículo que respondía al nombre de El Justicialista. Acorde a rumores remotísimos y tan poco creíbles, los fanáticos del maléfico culto justicialista golpearon unos bombos gigantescos cuando el tren llegó a Socompa pero los que realmente conocemos las entrañas del Socompa no creemos en esto. Tampoco en lo que complementan otras sagas: que con los bombos excesivos sonaron a modo de bárbaro festejo instrumentos que empleaban hace mil años los naturales de la zona -erkes, quenas, cajas, zampoñas- y que incluso alguien encontró junto al cuerpo momificado de un soldado español – al parecer sorprendido y congelado por una tormenta de nieve en las alturas- un yelmo oxidado, un peto mejor conservado y una antigua vihuelita española con las cuerdas milagrosamente intactas. De modo tal que dicen las sagas que alguien hizo tañir esa vihuela, de buen sonido. Ridículo.

Nada de esto importa realmente porque aun si fuera cierto que alguna vez hubo un país llamado Argentina y un tren que llegó a donde nosotros moramos, ese tren de seguro transportaría gentes harto desagradables: oscuras, de pieles cetrinas, con poco dominio de nuestra lengua, menesterosas y hablantes de lenguas arcanas, imposibles. Es fácil imaginar el mal olor que exudaban sus cuerpos y una carga en los vagones de pobres mercancías baratas, más cabras y gallinas, azúcar y sal y papas de todo tipo, triciclos, bolsas de cemento, pailas de cobre y ollas de hierro, una pelota Pulpo, colchones, comida rancia en envases de plástico adquiridos en Colombraro.

A nuestro actual Gran Capitán y referente ético y moral, Don Mauricio María de las Mercedes Macri, que prefirió no vivir con nosotros, no le gustan las gentes oscuras y por ende a nosotros tampoco. Por otro lado, si este tren quimérico, el ramal C14, de verdad existió, era un tren absurdo: permitía solo llegar –no había como seguir hacia el otro lado de las altísimas montañas y volcanes- y no volver. Con lo cual si alguna vez hubo un tren que llegó todos murieron de hambre, apunamiento, congelación u onanismo, incluso el conductor y el fogonero.

Nosotros, los de Socompa, vivimos en las entrañas del volcán y tenemos grandes proyectos y sabemos que nunca hubo un tren ni un país.

Pero, la puta madre, a contramano de nuestras certezas se emperran algunos en sostener que ese tren fue real. Arguyen que en los domingos eleccionarios la formación llevaba unas urna itinerantes que paseaban por entre casitas de adobe y poblaciones escasas y que esas urnas custodiadas por buenos jueces y erguidos soldados del presunto Ejército argentino viajaban de regreso, llenas de votos, recorriendo distancias inauditas, hasta llegarse hasta un así llamado Correo Central, donde se erigió mucho después –con ingentes despilfarros y mil corrupciones- un templo desgraciado en el que convergían aquellos que profesaban el abominable culto justicialista.

Nosotros, en las entrañas del volcán, sabemos de sobra que son todas mentiras y macanas. Sabemos bien –mientras discutimos mucho acerca de qué hacer con nuestras vidas, nuestros días y proyectos- que en el año 5.250 Antes de Cristo reventó nuestro volcán y causó un terrible cataclismo. Fue tal el desparramo de piedras y cenizas que los detritos expulsados desde nuestro actual hogar y centro de operaciones (al que se llega mediante este ascensor vidriado por el que ustedes ahora descienden, aprovechando las chimeneas que alguna vez dieron paso a la lava) cubrieron un área de 600 kilómetros cuadrados y que los piedrazos recorrieron extensiones definitivamente siderales.

Compañeros, muchachos: estamos en ese punto imaginario. 24° 25´ 30”” latitud Sur y 68° 20” 30”” longitud Este, no muy lejos sino más bien cerca del trópico de Capricornio. Nosotros somos de salir poco porque vivimos adentro del volcán. Pero sabemos por experiencia y porque llegamos hasta aquí que el exterior es horrible, pedregoso, que las aristas de la cordillera son más que imposibles, que el suelo no solo que tiembla y está que pela sino que el riesgo de pisar un liquen y que se desmorone todo y rueden rocas enormes es altísimo.

El clima exterior aquí es un asco: por lo general seco y frío. Llueve cada quinientos mil años y sin embargo –esto no pudimos descularlo- a veces hay nevadas. Ocurren entre mayo y agosto, entonces la nieve se acumula hasta enterrarnos, si es que nos animamos a salir al exterior para hacernos de huevos de cóndor.

Por eso es que vivimos del lado de adentro y tenemos estufas, un ejemplar de la revista Goles, y trajimos latas de sardinas, de paté, de corned beef y muchos paquetes de yerba, fideos, arroz. No nos interesa otra cosa que discutir hasta que nos pongamos de acuerdo en lo que vamos a hacer. No nos interesa lo que nos rodea: los peñascos horrendos, las fumarolas, los abismos de vértigo, los inmensos salares y salinas que flanquean nuestro volcán por el Oriente: Rincón, Incahuasi, Pocitos, Cauchari.

En este momento –ustedes ya casi están llegando en el ascensor vidriado y a través de los cristales antibala pudieron ver los mil infiernos y criaturas de Dante y escuchar los sollozos de los fantasmas de los mineros y de los exploradores incas-, en este momento, decíamos, hay una moción de orden. Alguien propone salir del volcán y llegar hasta los desiertos de Atacama. Mociona este compañero nuestro llegarnos bien armados por los túneles labrados por el magma incandescente en la placa tectónica y tomar por la fuerza alguno de los grandes telescopios que hay en el desierto de Atacama y mirar por ellos hasta entender algo sobre el origen del Cosmos y a partir de allí torcer el funesto destino que entendemos nos aguarda, salvo que ese destino sea socialista o algo parecido, o más mejor, y no lo que tenemos, que a decir verdad es una porquería. Como sea: de concretar la idea de la toma del telescopio, tenemos que inventarnos una sigla guerrillera y liberadora para cuando dejemos un comunicado en un baño público o llamemos a las radios. No podemos tomar el telescopio sin hacernos cargo de por qué lo hicimos y quiénes somos.

Ahora mismo estamos ligeramente estancados discutiendo esa sigla.

Pero puede que nos decidamos por los otros proyectos: foco insurgente, comunidad utópica, hostel, hotel boutique, local de comida crudivegana, un local de fotocopias que, descontando alquiler e impuestos, puede que dé algún margen como para que sobrevivamos aquí dentro, aunque somos unos cuantos.

Saben ustedes que da la curiosa casualidad de que la mayoría de nosotros, además de estar completamente locos, tenemos cierta vieja relación con la escritura y el periodismo; otros saben bastante de fotografía o son sabedores de las artes informáticas y el uso de las redes sociales. No sabemos –ninguno de nosotros- hacer muchas cosas más que escribir y hacer periodismo o tomar fotos –selfies, en general- o estar al pedo en las redes sociales. En realidad no sabemos hacer una mierda.

Pero acabamos de cambiar el eje del debate aquí dentro y ahora mismo se nos antoja que –puede ser- acaso sea cierto que alguna vez pasó un tren y que hubo un país llamado Argentina y, en rigor de verdad, cuando aludimos a Mauricio María de las Mercedes Macri lo hicimos no con cariño o respeto sino con cobardía. Estamos absolutamente locos, somos de talante más bien tornadizo. Algunos de nosotros están pensando en armar alguna cosa que tenga relación con eso que es de lo único que sabemos hacer: escribir, y escribir mal, tomar fotografías, poner me gusta. De tanto en tanto, de repente, se nos da por detestar lo que –al encender nuestros televisores- vemos que pasa fuera de las paredes del volcán. Puede que nosotros seamos una manga de inútiles pero tendemos a ser gente de buen corazón.

Caramba, lo que pasa afuera de estas paredes se nos hace un poco agobiante. Surge ahora mismo un súbito consenso entre nosotros, que discutimos mucho y avanzamos poco. Acaban de llegar ustedes y les vamos a convidar con mate y bizcochitos de grasa. Una pena, sepan discupar, no es que no seamos buenos anfitriones, pero ustedes interrumpen. Interrumpen justo cuando parecía que estábamos a punto de concluir que Don Mauricio María de las Mercedes Macri nos cae para el orto. Onda que de pronto sentimos que hay mucho que hacer al respecto. Tipo llenar a Macri y al mundo de palabras y periodismos. Pero llegaron ustedes y nos interrumpieron.

A decir verdad estamos algo perplejos. O confundidos. Sírvanse de los bizcochitos.

No tenemos idea de si quienes habitan los inmensos territorios que quedan por fuera de nuestro hogar, el volcán Socompa, tendrán algún día nuevas noticias nuestras, o escritos, o fotos e ilustraciones, pues solo sabemos escribir o fotografiar o poner me gusta y lo hacemos para el ojete y algún día, Dios dirá, acaso esto termine en un blog colectivo y pésimo, o una web posthippie o un oscuro portal con contenidos -400 grs.- del que ustedes querrán salir huyendo y bien que harán.

Sabemos solo esto: vivimos en el volcán y nos llamamos Socompa.

Si un día nos ponemos a escribir y nadie nos da pelota o hacemos papelones no será un drama: estamos cerca del centro de la Tierra, que nos dará cobijo.

Somos valientes y cobardes, nos llamamos Socompa.

PD: esto fue escrito a puro Google.