El Pejerrey Empedernido está triste, como todos nosotros, porque Quino ya no está, aunque seguirá presente siempre entre nosotros. Por eso, hizo de tripas corazón y se mandó este sábado con el plato que Mafalda detestaba y que – para su desazón – Guille se mandaba al buche con placer: la sopa.
Estaba leyendo los interminables y merecidos recordatorios en homenaje a Quino tras saberse de su partida, cuando sonó la campanita horrible, esa del guasá, que también repica entre las aguas del Tuyú, con el mensaje de una vieja amiga, a la que tanto hace que no veo y tan poco de ella me he ocupado en los últimos tiempos. La soupe éternelle est arrivée; efectivamente de doña Sopa se trataba, y comencé a leer… Mi queridísimo don Peje, lunas y soles sin saber de usted, de nuestros encuentros, a veces en secreto, otras en público pero siempre sin pliegues… Cómo llevan usted y mi amiga, su Pejerreina, este año maldito de la peste; cuánta desolación y entre tantas infaustas noticias, la de las últimas horas… La partida de quien quizá haya sido el mejor de todos los críticos culturales de este país que, pese a todo, insiste en sobrevivir, pues parece la paciente Argentina tan empedernida como uno que yo conozco muy bien… ¿Sabía usted que Quino dijo una vez de mí, “la sopa es una metáfora sobre el militarismo y la imposición política”; que esa fue su explicación acerca de por qué se le ocurrió que la también eterna Mafalda me odiaría con las mismas ganas que hinca sus dentelladas de humor impiadoso contra la injusticia en sus diversas versiones a la página, de los ’60 y los ’70; y mucho más, claro, tanto que ella y sus amigos se convirtieron en universales?… Mire, ni se me ocurrirá deslizar crítica alguna – tal cual dice usted, que el Altísimo y el Bajísimo no me lo permitan -; fíjese las certezas de la geniecita y sus compañeros de aventuras que una vez Julio Cortázar disparó con puntería sin par, “no tiene importancia lo que yo pienso de Mafalda. Lo importante es lo que Mafalda piensa de mí” (dicho sea de paso, tal vez la más breve y perfecta explicación de lo que es aquello que se denomina crítica cultural).
Pero no quiero irme por las ramas, pese a saber que usted prefiere a las ranas a menos que las ramas sean las de la vid, ni esquivar el propósito de mi carta, consistente en deslizar algunas observaciones con impertinencia pertinente respecto del mal trato que he recibido… ¡Mire don Peje que hacerme metáfora del autoritarismo, lo que Quino me ha hecho llorar en silencio! ¡Es hora de que algo diga!… Primero, en estos tiempos tan afectos a las estadísticas y a las encuestas, a punto tal que, conforme a los subibajas en los guarismos de los cuales viven incontables consultores, nuestras dirigencias políticas, a la caza del votante sí señores, señoras y señoritos, emulan al gran Groucho cuando se pronunció “estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros”; y retomo, en estos tiempo de mediciones, aún no ha aparecido aquella que sostenga en forma verificable, que, entre el piberío, la sopa es más odiada que otros platos como los pastiches de sémola con leche, las croquetas de sesos – de semovientes, se entiende -, los mondongos, a los que suelen calificar de toallas hervidas… Por lo dicho, bien podrían haberme ahorrado tanto dolor y llevar a niveles de metáfora al filete de pescado mal frito y con espinas (y no se ofenda don Peje por ejemplo)… Además, un poco más de respeto por mi historia, que soy del Paleolítico – a ver cuántos platos de semejante prosapia se disfrutan hoy en día en este planeta de algoritmos y sufrimientos sin fin -; que primero fui tan sólo caldo nacido de una necesidad perentoria, el ablandamiento de aquello que se quería morfar – y de chiripa norma de salud alimentaria, para que los hervores acabasen con los microbios bandidos -; que deje rastros en las cuevas francesas de Les Eyzies; que los de la Esparta valiente se mandaban el “caldo negro”, una versión muy de mí a base de sangre de bestia con vinagre, sal y aromáticas del buen oler; que Nerón, al que suelen pintar como el gran colifa romano, era adicto a mi prima la de puerros, porque decía que le protegía las cuerdas vocales; que el gran Marco Gavio Apicio, fundador casi de este oficio de la escritura sobre el yantar, con el libro De re coquinaria, nos ilustra sobre los niveles de buen trato y lujo que alancé en la época de los Césares…Y para no hacerla tan larga mi querido amigo, ¿acaso sabía usted que su socio, el tal Ducrot, tiene escrito en unos de sus librejos un algo bastante completo sobre los recontra tatarabuelos y locales de los caldos y las sopas instantáneas, que les dicen? ¿Sabía que antes de fajarse contra los ingleses y ser Virrey y después traidorzuelo, el francés Liniers y su hermano montaron en Buenos Aires y con final de mala fortuna algo así como una fábrica de concentrados de hueso vacuno, para sopones con destino de barcos y mercados esclavistas?… Bien, bien, don Peje; me despido con besos y abrazos, y no dejemos que pase tanto tiempo hasta volver a ponernos en contacto. Posdata: disculpe que lo haya elegido a usted para hacer tanta catarsis….Verán ustedes que la carta de mi amiga doña Sopa me dejó pensando en…Primero: va aquí una receta para los meses de canícula que se aproximan, una vez que el maldito invierno del ’20 se haya ido del todo: naranjas anaranjadas de pulpas bonitas, tentadoras, y limones que nos hagan la vida un tanto alimonada; tomates frescos y maduros en su punto, sin exageraciones, y sin piel ni semillas, es decir tomates desnudos; un algo de pepinos sin el verde intenso que suele vestirlos; retoques de apio blanco y aquí el momento crucial: equilibrio sobre cuerdas y sin redes entre los sabores de la albahaca y el coriandro o cilantro o culantro. A la licuadora pero para vibraciones espasmódicas, nada más; al frio intenso y servir en vasos pequeños, como si de un traguillo se tratase, y ved por el Torrontés de los contundentes, nada de dulzuras…Y segundo, a título de despedida y en serio: ¡Salud maestro Quino, viaje tranquilo, que Mafalda es inmortal!
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