Sin la banca de empresas privadas, oenegés bondadosas, partidos, el Estado, Socompa se hizo un lugar bonito y singular en el mapa de los medios alternativos. La cosa tiene mucho de oficio, mucho de amor y bastante de esfuerzo en un mundo y un país que se vinieron de contramano. Un poco de historia y balance.

Hace unas semanas, estando en Salta y recuperando para una nota el primer texto publicado en Socompa, recordé con alguna melancolía imágenes fugaces de los orígenes de nuestra historia, que ya no es tan breve. El hecho de que todavía estemos ahí, pataleando y a veces jugueteando, publicando de todo un poco y no al estilo maquinal, rutinario, repetido, agobiante, no solo de los grandes medios sino de algunos espacios kirchneristas, me sigue poniendo contento y moderadamente orgulloso. Socompa es un milagro a la vez robusto y modesto que se sostiene con un perfil diverso que se propuso desde el inicio y que adquirió personalidad propia. Original, distinta a lo que hay, no solo a lo hegemónico. Una web informativa y cultural que no abreva ni se aliena solo en el presente inmediato y perpetuo. Dicho esto, festejando que hay muchos portales y medios valiosos en el campo de lo no hegemónico.

Creo recordar que las primeras dos reuniones las hicimos en un local gastronómico de la familia del amoroso (y talentoso) Alejandro Agostinelli. Antes, en la convocatoria que hice por Facebook para crear la web bajo una lista sucinta de premisas (básicamente pelear contra el macrismo pero desde la diversidad y sin alaridos), se había anotado cantidad de gente. Muchos quedaron en el camino y luego quedaron en el camino muchos de los que fueron a las primeras reuniones. Nada de lo que quejarse: todos tienen que ganarse la vida, o los más jóvenes criar hijos, sin tiempo para quijotadas, aunque sean leves.

Marcos Mayer y Rubén Levenberg en una de las primeras reuniones.

Por las fotos que hizo entonces nuestro fotógrafo y editor Horacio Canadá Paone, recuerdo la cara de un compañerazo de fierro de los viejos tiempos de El Porteño, el Flaco Alberto Ferrari, los rostros de tres cuyanas amigas que entraron juntas, unas de las cuales está en Latfem (“medio de comunicación feminista”). Casi seguro que fue Christian Kupchik el que tiró sobre la mesa la palabra “Socompa” cuando buscamos un nombre para la web que hiciera evocar algo de la Argentina profunda e interminada.

Recuerdo una intervención de Alejandro Grimson pidiendo que no nos quedáramos cortos de ambición. Claro que para sostener la ambición necesitábamos buenas cabecitas, compromiso, donaciones personales de tiempo propio y guita. Recuerdo que ya entonces Marcos Mayer tenía la voz llamativamente suavecita, como que venía baqueteado. Nos cuesta reponernos de la muerte de Marcos y por su ausencia nos cuesta generar contenidos para eso que se llama “Cultura”. Recuerdo la muy grata sorpresa de reencontrarme con Rubén Levenberg en una versión más llana, divertida y cercana que la del Rubén algo quejumbroso que había conocido por años en Página. El arranque con Rubén fue muy importante en el manejo de la cosa tecnológica.

Si nombro a Marcos y a Rubén es para homenajearlos y agradecerles. Y ya que estoy de agradecimientos vuelvo a decir y trompetear que Socompa no hubiera existido ni existiría sin Marcos, Rubén, Daniel Cecchini, Gabriel Bencivengo (que viene reemplazando el rol de editor de Marcos), el Rafa Calviño –“editor fotográfico in chief”-, Horacio Paone y Claudia Conteris. Y sin la ayuda generosísima de Marcelo Cutini, otra vez en lo tecnológico.

Gracias, público

Agradecimiento también y mucho cariño hacia el público de Socompa, a nuestros lectores. La mayoría de ellos híper híper politizados y muchos entendiendo las razones que nos llevan a no perder espíritu crítico, a no ser solemnes, no gritar certezas que no tenemos, no alinearnos a ningún verticalismo. Ahí va el otro milagrito: haber conformado una audiencia de gente copada, de buena gente, a menudo con nuestras mismas marcas generacionales, muy inquieta a la hora de leer no solo política sino también ficción, crónicas, temas sociales, científico-tecnológicos, rescates históricos y culturales. Esto último vuelve a tener relación con lo ya mencionado: no seguir siempre la agenda obsesiva del presente perpetuo cortoplacista, no perder contextos ni perspectiva histórica. Un muy querido profesor uruguayo de mis años de estudiante en Barcelona, Héctor Borrat, decía que un periodista debe ser una combinación de historiador y sociólogo. Eso no lo encontrás en Clarín pero tampoco en el Gato Sylvestre. Otro modo de decirlo es apelando a una frase que tiene su tiempo: a menudo la política está en otra parte.

Hay otra cosa que hace Socompa y otros medios no, incluso medios muy buenos: reflejar el estado de cosas del mundo, exhibir sin pudores nuestro desamparo ante tanta distopía, reconocer que en este mundo estamos en off-side en lugar de vociferar consignas. Hay demasiado de provinciano en los medios argentinos –de nuevo: incluso en buenos portales- siendo que el estado del mundo, puta pandemia incluida, es un marco explicatorio para discutir muchas de las cosas que suceden en Argentina. Incluidos los rumbos a veces lánguidos por los que discurre la actual gestión de gobierno, amén del odio, el infantilismo y la ceguera de las derechas. Es célebre el dato histórico de lo que sucedía en la España de la transición. Las buenas gentes de izquierda decían “Contra Franco estábamos mejor” (casi seguro que la frase la inauguró el enorme Manuel Vázquez Montalbán). Contra Macri, aun en la angustia y la desolación, a Socompa le resultaba más fácil posicionarse.

“El violento oficio de mentir”, el libro de Socompa.

Lo que sigue ahora ya lo escribí unas cuantas veces: aunque cueste bastante–al que escribe particularmente- sostener Socompa, y además de mediar un acto de amor e interés por el prójimo, conforme a los mandatos de nuestra infanto-adolescencia zurdita, participar de la web es un modo de sortear la pálida y hacer terapia, contenerse. Estoy seguro de que a los lectores les sucede algo parecido. Al punto que se podría reemplazar el slogan “periodismo de frontera” por “Socompa. Terapia alternativa”.

Voy a ventilar con riesgo un asuntillo privado que me sucede a mí y no necesariamente al resto de los compañeros de la web. En los años del estallido trabajé con Luis Bruschtein en un mensuario que se llamaba Lezama en una redacción piojosa de San Telmo. Teníamos un Consejo de Redacción algo fantasma en el que estaban Nicolás Casullo, Horacio González, Laura Bonaparte, José Pablo Feinman, entre otros. Pero sucedía que casi todo se hablaba por mail y yo extrañaba el clima intenso y fervoroso de las redacciones grandes, el mano a mano, la joda. Aunque nos queremos y nos respetamos, en Socompa, a falta de una redacción física, también resolvemos por mail y en pandemia más. Cuando la pandemia fue aflojando, creí que nos reuniríamos presencialmente y que joderíamos mucho y haríamos grandes chistes. Pero no. Nos juntamos hace un tiempito tras la muerte de Marcos Mayer, para charlar sobre cómo seguíamos. Fuimos a El Británico, no nos escuchábamos por el ruido y los barbijos, y propuse tirarnos en el pasto del parque Lezama. Terminamos bien como somos nosotros, armada Brancaleone, gente de cierta edad, sentados sobre las raíces enormes de un ombú. Algún chiste hubo de vez en cuando, pero estábamos tristes, y veníamos de mucho desgaste y mucha muerte por covid o no, no solo la de Marcos, o la de mi hermano Coco. La imagen –excesivamente negativa, mal seleccionada- evoca un poco los tiempos que vivimos. Pero habla también de nuestros restos de polenta para dar pelea con las ganas de vivir y hacer que aun conservamos, gracias a Dios, la Virgen y los Santos Evangelios.

Todavía escribimos

Estamos grandes, y sin embargo hacemos Socompa por gusto y sin afanes de lucro. Entre otras razones porque queremos al buen periodismo, bien escrito, y porque queremos intentar algo a contramano del mundo. Y aun en la pesadumbre civilizatoria, pandémica y argenta me pone bien que sigamos rompiendo los kinotos.

Escribí esto a vuelapluma, casi sin pensar qué y para qué, salvo celebrar nuestro quinto aniversario y compartir algunas cosas con ustedes. Es viernes de Nochebuena a las 12.19. Acá estamos. Pasaron y pasan muy buenas firmas por Socompa. Nos faltan desde el principio plumas jóvenes y plumas femeninas (están invitades y a financiar con unas monedas el proyecto).

Publicamos hace un tiempo un libro recopilando lo mejorcito de lo publicado en los primeros años y nos fue bien: El violento oficio de mentir. Terminó siendo un gran registro o memoria de los años macristas, complejo, rico, nada cuadrado. Estamos consiguiendo alguna pauta publicitaria que da para pagar ciertos gastos fijos. Hay ideas, nos faltan brazos y cráneos y dineros. En mi caso, cada vez que termino una nota y se la mando a los muchachos para que la suban a la web, me siento un poco mejor. Ínfimo granito de arena.

Con poco, no lo hicimos tan mal. Lo cual me recuerda una vieja consigna que solía enarbolar en años más jóvenes: “Los medios para los trabajadores” (más alguna participación social).

Alzo la copa de champagne –que no me gusta nada- por los cinco años de Socompa. Que el 2022 resulte más mejor, estimades todes, dando siempre humilde pelea, en lo posible con risas y ternura.

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