Mañana se vota y El Pejerrey Empedernido se dejó llevar por la asociación  de palabras que le da título a esta nota y terminó preparando unas tortas fritas de zapallo que te recomienda mandarte entre mate y mate – o lo que quieras tomar, que los alcoholes no están prohibidos – mientras esperás los resultados.

Esto pasa por darle bola a mi amigo Ducrot. Se enteró que iba a escribir sobre morfares y sufragios, para estar a tono con el fin de semana pasero. Entonces se acercó, y me cantó al oído ni votos, ni botas… y no sigo, escribo, tan solo por lo de pelotas, porque a los fusiles hubo patriotas que no les tuvieron miedo cuando la Historia así lo indicó, ya que los tiempos bravos del fundamentalismo chiquEs están tan espesos como sopa de exagerado fuego a olla destapada. Y antes de irse el tal Ducrot me espetó, no se cagón don Pejerrey, cántelo completo: ni votos, ni botas, fusiles y pelotas; y aclare que se trata de una reflexión de mero corte remembrancero, casi de profe acerca del pasado entre alumnos que vienen cada día menos curiosos, y que hoy vade retro Satanás, la cosa da en el mundo entero, salvo excepciones y yaya a saber por cuánto tiempo, apenas si para meter papelitos en la urna cada tanto, bancarse la sarasa ya no sólo por la tele sino también por las redes, con el perdón de la palabra porque cada vez que oigo, digo o escribo redes, se me cruza por la mía testa escamosa la caripela maligna de algún guacho pescador; y creer en el embeleso sanatero de las elecciones, porque el universal sufragio es a la democracia lo que la mal llamada cocina molecular, pues toda cocina es transformación de moléculas, de moda ella, esa de espumas y humos en vez de contundencias, es a la culinaria y el arte del morfar: el voto y los humos te dejan con hambre; en el primer caso no hay más remedio que esperar hasta la próxima y en el segundo si uno es sincero, apenas si le queda correr hasta una pizzería y zamparse dos de muzza con fainá, y dos vasos de moscato. Y antes que alguien me pregunte para qué me meto con todo esto, porque crea que los Pejerreyes no votamos, les cuento que éste, el Empedernido, lo hizo siempre con la intención de joder a los más malos y que entonces está vez lo hará por las FF que no son las de Ford Falcon o las de la Familia Falcón, aquella suerte de telenovela de la era del blanco y negro. Y como soy pescadito memorioso y rebuscador de todo, también de mí mismo, lean lo que encontré acerca de las propias letras, ya con casi trece años de antigüedad. Entre la buena mesa, la gula y una democracia inapetente, para saborear en tiempo de elecciones: lejos estoy de propiciar una cruzada contra los excesos en el buen comer, a menos que los excedidos sean siempre unos pocos; los mismos que viven de aquellos muchos que no pueden ni siquiera pensar en la olla diaria para los suyos. Aclarado ese punto, digamos que de inicios o mejor dicho de principios, la historia refiere a cómo comen los políticos, no los militantes políticos de endeveras, que no son lo mismo, y a las diferencias que ofrecen esos yantares, conforme elijamos la mesa a la cual sentarnos, la de los angurrientos o la de los otros; y de acuerdo también con las comparaciones que nos regala el paso lungo del tiempo. Me dice un candidato a diputado: -Hay que trabajar por la salvación del país. La patria está en bancarrota. -Che, hacé el favor, anda a engrupir a otro…a mí no me vengas con esa novela…Decí la verdad. ¿Cuántos negocios pensás hacer…? Cuando el gran Roberto Arlt escribió esa aguafuerte porteña se avecinaba la larga noche del ´30. Qué escalofrío nos constriñe la barriga si pensamos en lo cercano que suena su texto, aunque vivamos lejos, muy lejos de aquél escenario. Sucede que nuestra democracia está inapetente porque los de a pie apenas si se chupan los piolines. Sigo. Como en tantos asuntos de la vida, cada práctica política tiene su propia cultura manducatoria. A muchos candidatos se los ve gorditos. No escamotean tarjetas de crédito ni buenas relaciones públicas a la hora de recorrer el mapa restaurantero de sus barrios y ciudades, aunque la tendencia es a puertas cerradas, pues quien más o menos, todos tienen sus quinchos de lustre y raja. Siempre les gustó comer, simplemente ocurre que a algunos los priva la gula y a otros la buena mesa. Por ejemplo, Sarmiento se empachaba con ensalada de pepinos –no podía detenerse-, mientras quien le demostró que su “civilización o barbarie” estaba al vesre, Lucio V. Mansilla, el autor de las más grande crónica jamás contada del periodismo argentino, Una excursión a los indios ranqueles, convirtió al arroz con leche en título de un ensayo exquisito. Mucho antes, Cornelio Saavedra, traidorzuelo de poca monta, conspiró contra la vida de Mariano Moreno en su regimiento de Patricios, deglutiendo un puchero que le llevaran desde la fonda “de Clara, la inglesa”, ubicada en lo que hoy es 25 de Mayo, entre Corrientes y Sarmiento, en la Santa María de los Buenos Ayres. Mucho después, tanto que para nosotros fue ayer, una resaca de políticos mal paridos que fue amante del plato de los pescadores pobres japoneses del siglo XVIII – el sushi -, se escapó hacia donde pudo, sin rendir cuentas por el asesinato de más de 30 argentinos en Plaza de Mayo, y volvieron y están hoy entre la podredumbre cambiemita. A Hipólito Irigoyen le gustaba la sopa de verduras, el pastel de choclo, el bacalao y los helados de crema; bebía agua pero apreciaba el champán. Perón se entusiasmaba con el pastel de papas y los alcauciles; sabía disfrutar del coñac. Evita era fanática de las milanesas y hasta firmó un pequeño libro sobre la culinaria de la papa. A Frondizi le apasionaba la parrilla, los chorizos bien tostados. Illia, dicen quienes comieron con él, era admirador de las empanadas. Alfonsín de la cocina española y los bifes de chorizo “con tres huevos fritos mejor”, según contó una vez un veterano colega de Ducrot y de los pibes estos de Socompa. De otros mejor ni hablar, ¿se acuerdan de la pizza con champán? Y los dictadores seguro que comían carroña. Si en el estanque nos da el cuero, para este domingo de elecciones propongo lo siguiente: sopaipillas, que son como tortas fritas pero con zapallo; empanadas de pino (relleno de carne) y un caldo de pescado (porque no hay Cristo que pueda comprar mariscos); vino tinto y postre a gusto. No es el menú de un político argentino pero sí el de uno que murió por la democracia. Se llamaba Salvador Allende. Y con ello me voy, pero antes dos pequeñas aclaraciones: las PASO son un plato fallido, inspiradas en artilugios bipartidistas de los cosos esos de la USA, expertos en pillajes y turrerías, y aquí apenas si constituyen una falacia; aunque por ahí insistan con lo contrario, sólo sirven para evitar el rejuego de una verdadera democracia interna en términos de movimientos populares. Y lo del título de este texto, que fue una suerte de divertimento sobre v cortas y b largas, sobre votos y votas – y me faltaron las p de pelotas –, aluden a unas batatas o boniatos que son lo mismo, cortadas en pequeño, entre ramilletes de tomillo y al horno fuerte hasta que se chamusquen, entonces sí, sal sobre sus cuerpos. Y a la botarga, el sabio preparado de los pescadores de Cerdeña, que son huevas de bichos del mar resecadas a meses de escondrijos entre sal gruesa y luego trituradas sobre aceite de oliva, ajo y pimienta para danzar al compás de espaguetis al dente. Votemos para darle el raje a los cambiemitas. ¡Salud!

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