El Pejerrey Empedernido es un gastrónomo de principios firmes, aunque tenga que nadar contra la corriente. Por eso acá se planta contra la estrategia de vinos de colores y metidos en cualquier envase con el que dicen que quieren relanzar el producto los del Instituto de Vitivinicultura. Que es tan maslo y falto de principios como votar en contra de Venezuela en la ONU, dice.
Porque el vino corre peligro y es urgente, imprescindible, encontrar un líder que lleve a los sarmientos y los toneles hasta la victoria final, contra los enmascarados que acechan. Pero antes, un descanso de cocina, al decir del maestro Alfonso Reyes, aunque para el caso mejor sería proponer una alto a la barra de los versos eternos; ya volveremos, sin que ello quiera decir que por el camino no haremos uso de ciertos y habituales desvíos por senderos que nos tientan con sus llamados… “¿En qué reino, en qué siglo, bajo qué silenciosa conjunción de los astros, en qué secreto día que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa y singular idea de inventar la alegría? Con otoños de oro la inventaron. El vino fluye rojo a lo largo de las generaciones como el río del tiempo y en el arduo camino nos prodiga su música, su fuego y sus leones. En la noche del júbilo o en la jornada adversa exalta la alegría o mitiga el espanto y el ditirambo nuevo que este día le canto otrora lo cantaron el árabe y el persa. Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia como si ésta ya fuera ceniza en la memoria” (Soneto del vino, de Jorge Luis Borges). Y en otro registro, en el de un poeta amado: “Con la sombra del año, con el tiempo que envejece al otoño en la madera, madura al rojo el corazón del vino fraguado en calendarios de paciencia. La ciencia milenaria de su alquimia no admite sino el cálculo del clima cuando el mosto recobra el movimiento y en su fermentación hierve la vida. Enmelada de abejas va la tarde, fundándole regiones de dulzura, como una jubilosa flor del aire dormida en el vivero de la espuma. El vino va del verde a lo morado, tornasol de la rosa, transparencia donde la luz es sólida un instante y el aroma un lugar de residencia. El hombre sabe a vino. El vino a hombre. Es un secreto a voces el misterio. Desde lo más remoto vienen juntos rompiendo las ventanas del silencio. La memoria del vino, es la memoria del labrador de pámpanos y estrellas que un día, ya de pie, mató al olvido y se vino a zancadas por la tierra (…). El vino tiene un orden. Él conduce los infinitos duendes de la vida (…). Es el otro sabor de la comida …”. (De Carta de vinos; Canto popular de las comidas; Armando Tejada Gómez). El viento de uva sopla desde muy antaño, pero con los dos recuerdos de recién tenemos tanto, tantísimo, para ya comenzar a contarles una historia llegada desde el aburrido como pan sin sal o agua de los fideos que es el planeta político en estos tiempo de simulaciones y engañifas, y ya que hasta ahí, nadando por el Tuyú llegue, permítanme antes de lanzarme con “la exclusiva”, como dirían el tal Ducrot y sus amigos de Socompa, jovatos con inventario en el periodismo, zamparme sí un platillo de “pabellón criollo”, de carnecitas, arroz, frijoles negros y platanito maduro que le dicen mis comadres y compadres venezolanos, para ellos todos; a ver si aventamos la vergüenza que es dolor por el voto del Estado Argentino en la ONU, orga burocrática a la que, como a sus operadores más poderosos, sobre todo al gringaje conchisumadre, nunca les importó un carajo aquello de los derechos humanos, sino más bien armar el circo que les permita quedarse con la ajeno, cuántas veces a los bombazos… Y no jodan que no voy hacerla por zurda, tan solo recordar que no Fidel ni el Che, ni ningún peronista de la Resistencia entre tantos otros, y en el tintero se me escurren muchísimos nombres, si no un canciller de Roca, don Luis María Drago, estará revolviéndose los huesos o sus cenizas bajo tierra desde que supo lo que hizo nuestro gobierno con la soberana Venezuela… Ahora sí a lo nuestro que la cosa está que arde, por favor presten atención. Fuentes de mis amores y sangre, pues no son pejerreyes pero sí escribidoras, como uno mismo, y para más datos, mendocinas, me contaron lo siguiente: los jefes gubernamentales del vino, es decir los del Instituto Nacional de Vitivinicultura (INVI) están decididos a desplegar políticas de Estado que impulsen el crecimiento, como se dice ahora, sostenido, del consumo de la sangre divina que recorre como uvas las venas de la tierra. Quieren recuperar el espacio que nuestro bendito vino viene perdiendo desde hace años frente a la avalancha de cervezas, otros libares y esos engendros malignos que se denominan gaseosas, digamos que todo una consecuencia de los mismos males que trastornan no al orden, que dicho sea de paso, sí hace falta darlo vuelta en nombre de las esperanzas libertarias, si no que socavan el más elemental espíritu de resistencias frente a las boberías del escabio en una cultura que es de vino, y lo será, pese a comunicadores variopintos, zombis de alma y panegiristas de la publicidad… Fíjense ustedes que no estamos ante una huevadita cualquiera: los muchachos del INVI informaron a las fuentes seguras de este vuestro Peje servidor que el sector del vino en su integralidad produce el siete por ciento de la riqueza mendocina aunque es el ámbito que más empleo genera en esa provincia, y que un veinte por ciento de la producción se exporta a distintos puertos del orbe gozador de tintos, blancos y rosados; también que seguro comenzarán, si no lo hicieron ya, conversaciones con bodegueros y otros actores privados y sociales del quehacer vinero, a ver qué sapa con todo ese botellerío de dime qué hago… Y además, recordaron, con razón en el aserto, pues lo que sigue muchos de los que saben del noble oficio de vender vino lo han dicho hasta el hartazgo, que cuando la llamada reconversión del sector, allá por los ’90, proceso con el cual aumentó en forma notable la calidad y las modalidades del vino argento – ¡anotad que por ejemplo surgió la producción especializada en varietales! –, los “expertos” que nunca faltan convirtieron a la bebida “de los pueblos fuertes” como decía una vieja proclama y de “andá hasta la almacén y pedile a don Antonio un Resero tinto y un sifón, y que lo anote” – palabras del viejo – en un objeto de consumo para iniciados, para dizque cultos y saraseros con lucimientos de billeteras de pintusa ricachona… Mucho verso cuando lo que hace falta para tomar vino es sólo una botella, un sacacorchos y un vaso, dicen que dijeron los INVI… Hasta ahí todo lo que me contaban me parecía más que oportuno, plausible; pero claro, no todo es color y gusto de Torrontés, tuvo que suceder. Para alcanzar los tan nobles objetivos anunciados parece ser que los INVI no tienen mejor idea que proponer “vino de todos los colores” y tradujeron: hay que seducir a los jóvenes, ganarle a la cerveza, al Fernet y a los “tragos”; por eso habrá que pensar en vinos con frutas, con duraznos, con frutillas, en latas, en botellas pequeñas; hay que dejar de lado los viejos ritos, hasta hay que pensar en vinos sin alcohol, más dulces… A esa altura del relato ya había oído demasiado; me serené para que la furia le diese paso a la tranquilidad que requiere toda estrategia de movilización aguerrida, y lo primero que pensé fue convocar al Malbec, cartulina de identidad merecida entre las cepas de cultivo y vinificación nacional, para que lidere el movimiento contra semejantes y oprobiosas iniciativas…¿Saben que es lo que creo? Que con todo esto está aconteciendo lo mismo que en muchos planos de la acción política, lamentablemente convertida en maquillaje corrido tras la primera función, debido a una suerte de práctica nefanda en la que los unos que se dicen distintos se parecen tanto a los otros que todo termina enchastrado en un mismo lodo, y aquello que es no parece y lo que parece no es. Por las dudas, vamos con el Malbec… Y ¡salud!
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