Y una vez más El Pejerrey Empedernido bordea el canibalismo y te habla de cornalitos que resucitan y que también pueden comerse. Y te dice dónde se consiguen de los frescos y buenos en la Ciudad de Santa María del Buen Ayre.
Todo comenzó por la mañana, uno de los tantos jueves, o sábados, porque estos últimos y previos al domingo nada tienen de guardar y tantísimo de jolgorios; y no vengan con aquella ruina mohosa del llamado inglés, ya que la farruca comienza a la hora de las brujas y ni por joda a la del aperitivo, cuando el sol llega su cenit, al mediodía que lo llaman: qué tal entonces un blanco refrescado, algunas aceitunas de las gordas que no deben ser gordales porque sí y acaso tostadas con aceite de oliva y refriegue de ajos y tomates, como si de cuerpos entre azahares de estío se tratase; o de aliolis o tapenades: los primeros con su primores de batido en mayonesa del coleto y sin coletas; los segundos como paso doble y jota de anchoas, aceitunas y alcaparras… Sigo y disculpen las distracciones: sucede pues que los jueves y los sábados por la mañana, casi como ritual en humano muto por un rato y hacia la Plaza del barrio de Almagro parto, aunque lejos quede de mis arenales entre las aguas del Tuyú. Es que por esos andares habita, en la feria, una de las mejores pescaderías de Nuestra Señora Santa María del Buen Ayre, la de don Mendoza; o de Trinidad y su puerto Santa María de los Buenos Ayres, del viejo Garay; y por qué no la de Misteriosa, por aquella gran escritura, la de Manuel Mujica Láinez… Se trata del puesto para la venta de hermanos y primos, los mariscos, de Ricardo, más conocido como Corvina Negra, su nombre de guerra y andanzas… Filetes de merluzas y de brótolas, jibias y mejillones, qué langostinos y un mero cabezón como corresponde; las testas de salmones, palometas y demás parientes decapitados porque otros ambulantes de la provista las rechazan pero que este Peje bendice para caldos, calderos y sopones… Y entre voceos y regateos, charla va charla viene, que siempre me gustó aquello que la abuela de mi amigo Ducrot mencionaba con descrédito, lo de charlatán de feria, y que tanto para él como para mí suena a noble oficio, casi como el de escriba casamentero o el de saltimbanqui… Podemos departir gallardos sobre aquellas peleas del gran Mohammed Alí y la última, la del otro día, en la que el cubano Yordenis Ugás castigó para el campeonato y con una exhibición de boxeo nada menos que a la leyenda filipina, ya veterana por cierto, llamada Manny Pacquiao. Aunque dicho sea de paso, otros temas nos ocupan, entre ellos recetas del hacer sabroso, leyendas y mitos del vivir callejero que fueron, o no; y estridencias de la humorada, del estoque burlón acerca de propios y ajenos, siempre para desasosiego de la clientela más seria que anida minutos en la cola, todo sea por la frescura de la mar entre los adoquines de la barriada en que nacieron los fasos La Popular y en el que aun titila el brillo esplendido del té con masas en Las Violetas… El otro día, siempre de albo vistiendo en su puesto, Corvina Negra me contó la historia del resucitador de cornalitos; sí, así como lo leen, muchacho bravío en parrandas no muy santas que tuvo el tino de trabajar un tiempo bajo su batuta. Le dicen el Piqui Piqui por su condición de fiel a la Pantera Rosa, a pesar del tiempo transcurrido, y un día, en la misma feria, cumplió con su propósito, o al menos su promesa de vida después de la muerte para un puñado de cornalitos frescos que rescatara de la batea como exhibidor, lanzó hacia el balde de agua limpia y fría que aguardaba y espetó para pasmo y campanada de la concurrencia: ¡nadad, resucitad, amos y reproducíos!… Cuentan en luna llena que en el puerto de San Antonio y por la 12 de Octubre de Mar del Plata un próspero joven de muy pocas palabras vive agradeciendo su fortuna a los cornalitos almagreros que supieron dar buen fe de cantares decidores sobre buenas nuevas pascuales, con todo respeto, ¡por favor!… Y sabía que no podría evitarlo; sepan disculpar (otra vez) las digresiones que se avecinan, antes de algunos textos de esos breves sobre el cómo hacer, que no con cornalitos, puesto qué tan simples son: con enharinarlos y al aceite que hierve basta, para sazonar luego con sal y jugo de limón… Pero sí de un antojo, que por supuesto no es lo mismo que un capricho, tan sólo y quizás de la familia berretín… Pero antes, ¿habrá reparado el famoso Piqui Piqui en lo que sigue, casi al pasar? En que aquello de la resurrección proviene de una reescritura en clave melodramática (de telenovela o culebrón para parlarla en gaita, si se quiere) del resurgir de la vida en primavera, después de la melancolía otoñal y la soledad yerma del inverno. En que Osiris en Egipto; Tammuz entre el Tigris y el Éufrates; y Baal en Canaan, fueron todos dioses del salmo para quienes volvieron de la muerte. En que, entre esas y otras volteretas, de la imaginación y la memoria, y traducciones con los codos quizás o por supuesto, lo de la resurrección llegó primero a las escrituras de los judíos y después a los Evangelios de los cristianos, que hasta aquí insisten con aquello del Hijo crucificado que al tercer día dejó vacía su tumba, porque despertó y rajó… En fin; no lo sé, pero antes de irme, lo de la promesa, lo del antojo que no capricho para el café cargado en una próxima mañana de jueves o sábado con Corvina Negra y compañera, a veces con Gustavo, otrora el del jab pulsudo, y con Bob Marley, no el de Kingston pero sí el de Lugano, el de la tierra, las flores y los yuyos milagreros, quien acampa en la más próxima de las cercanía ferieras… Con ustedes entonces, las torrejas de la Misteriosa (leed más arriba): que la leche con azúcar hierva de amor sobre las llamas y luego enfríe solita como la desesperanza; que con ella los huevos cascados se enzarcen en zarabanda, para humedades divinas de aquellas rodajas sin cinturas esbeltas del pan de ayer; en aceite que si metés el dedo en la sartén te hará mentar a madres ausentes en arameo, a freír que sí vuestras torrejas hasta que el oro del color cubra sus cuerpecillos; entonces que descansen en escurridos y reciban la bendición con polvos celestiales de canelas y cristales blancos de la caña dulce, la misma de la que sale el ron, que una gotillas de su embrujo sabrosura le regalarían a tan señoriales golosinas mañaneras…Resucitad y amaos como lo hicieron los cornalitos de Piqui Piqui… ¡Y salud, esta vez con posdata!… Oiga don Corvina Negra, acuérdese de mis mejillones…
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