Se sabe que a El Pejerrey Empedernido no sólo le gustan las ollas y las hornallas para el buen yantar, sino que también se pone exquisito con los desayunos. Este sábado la encaró con las medialunas, esquivando la famosa grieta: ¿de manteca o de grasa?

Sucedió cuando viendo estaba una serie de moda, muy políticamente correcta ella, aunque modosita cumplidora de los cánones netflixeros, hizo que las aletas se me acalambraran de tanto estar sentado frente a la pantalla: me refiero a la dinamarquesa Borgen… En un de repente bailotearon las burbujas que hacen las aguas por los lados del Tuyú cuando los de mi familia, los Odontesthes Bonariensis, y los del clan de mis primas, las Micropogon Furnieri, en el barrio conocidas como las rubias Corvinas; todos, ellas y nosotros con el don de humanizarnos cuando se nos canta al mejor estilo de los tenores. Pero, ¿qué aconteció? ¿Acaso algo nos ofuscó? Sí, sí. No podemos soportar ya más que, en nombre de una tal vez vida sana, cualquier personajucho mequetrefón de parla en la lengua de Extranjia tire al tacho de basura una medialuna porque, dijo el fulano, he de comenzar con mis ejercicios y ponerme de buen ver, para el buen ver de los que nacen y mueren con vocación de neuronas resfriadas (opina este Peje). Mis primas las rubias y yo mismo transmutados en viandantes de la ciudad, con barbijo y todo para estar a tono con el año de la peste, enfilamos hacia una de las panaderías preferidas de mi amigo Ducrot. Por pura casualidad, allí estaba él, discutiendo acerca de la ilegitimidad ontológica de la dizque pastrafrola de dulce de batata, cuando al vernos y enterarse del motivo de nuestra inesperada irrupción, se solidarizó con la causa y dijo marchemos juntos por la vindicta de la medialunas, ellas no perdonan. Y en lo que para gusto propio y el de las rubias fue un exceso de su parte, agregó, porque condenar al silencio a las medialunas es aspirar a ciertos propósitos de la razón deificada, con la cual hay quienes que pretenden erradicar para siempre aquello de los ritos ordenadores…Y añadió, fíjense lo que se me ocurre para el caso, tomado de un texto del colombiano Leonardo Otálora Cotrino – profesor él de la Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano (Facultad de Artes y Diseño)-  sobre los procesos de creación de ritos y mitos, es decir creencias, desde los medios de comunicación: “el mundo moderno se distingue por la presencia de una religiosidad camuflada, difusa y que permea la generalidad de la cultura, en cuyas dinámicas sociales no sólo perviven elementos míticos y rituales del pasado, sino que se reproducen unos del todo nuevos en reemplazo de los anteriores. Dicho en otros términos, el sujeto moderno, historizado, aunque parecería carecer de estas preocupaciones de tipo religioso, al quitarle el carácter sagrado a una buena parte de su realidad desplaza la trascendencia a un terreno laico, o, lo que es lo mismo, pasa de una sociedad preponderantemente teísta a una sociedad civil llena de piedades emergentes (…)”. Y se zarpó Ducrot: ¿no creen ustedes que el café con leche con medialunas, sobre todos estas últimas, no forman parte de nuestros ritos laicos y ordenadores que debemos proteger?…Ante nuestras miradas absortas, la mía y las de la rubias, mis primas, arremetió: Hace casi una década escribí “le sucedió a un amigo escritor, tímido o prudente, vaya uno a saber, porque me contó la historia y autorizó a reproducirla pero no a citarlo con nombre y apellido…Aconteció un sábado por la mañana, en el supermercado que crujía con el ejército de clientes ingenuos que creen que en el día de ofertas harán ellos buenos negocios, cuando en realidad los únicos que lucran son los otros, los dueños de los supermercados… – Mirá, me dirigía al planeta carnicería, cuando de  repente me topé con una canasta llena de vigilantes. Lucían sin gorra, pistola ni palos golpeadores, sí cubiertos de azúcar tostada, larguiruchos y tentadores. Tomé uno, le hinqué el diente y continué mi viaje hacia las rojuras de la vaca y las blancuras de las aves… ¿Entonces?… – Una exaltada agente de seguridad privada se me abalanzó sin piedad y sus gritos hicieron que yo enmudeciera, no sé si por susto, bronca o vergüenza, fijate que todo el mundo se dio vuelta para observar al ladrón, es decir a mí. Te cuento… ¿Qué hace –dijo la cana trucha-, acaso pagó usted el vigilante que se está comiendo? ¡Tiene que hacerlo ya mismo…vaya y pague!… Esteeee, sí, sí… creí que era un convite; sí, sí, ya mismo pago…Pero cuando vi que la botonaza se aprestaba a seguirme hasta la caja, con su radio en mano, convocando refuerzos debido al indiscutible carácter peligroso del ladrón, me sobrevino un momento de lucidez y detuve mi marcha con ojos de fuego. Ya se habían acercado otros policías frustrados o retirados y entonces grité ¡por qué no se van todos al carajo! …Fin del recuerdo de mi amigo, y ahora a lo nuestro: como él mismo escribiera en su libro “Los sabores de la Historia” (Norma; Buenos Aires; 2000), antes de que hacerlo sobre estos asuntos se convirtiese en moda editorial, llena de copiones, tal cual decía y regañaba la seño Marta, la de tercero, tan hermosa ella…Se sabe  que los vigilantes se llaman vigilantes y otras facturas bolas de fraile, sacramentos y suspiros de monjas porque esas fueron las burlonas denominaciones que adjudicaron a sus quehaceres diarios los trabajadores del viejo gremio de panaderos, en épocas de fundaciones anarquistas, y por lo tanto de laburantes con pocas pulgas ante gorras y sotanas; como debe ser. También es sabido que el fastuoso rito de las mañanas o las tardes de millones de argentinos, llamado facturas, para el desayuno, la merienda o el mate tranquilo, se instaló por aquí con la llegada de los inmigrantes europeos de los siglos XIX y XX…Y todos coincidirán en que la reina de todas esas especialidades son las únicas y casi divinas medialunas, que también tienen su historia. Los franceses las llamaron croissantes, pero las inventaron los panaderos austriacos: sucedió en 1683, cuando las tropas otomanas que habían cercado la ciudad de Viena decidieron tomar la plaza en sus manos e invadirla de noche a través de túneles secretos. Pero los invasores tuvieron tanta mala suerte que asomaron sus cabezas desde bajo tierra una madrugada, justo en el barrio de los panaderos, donde la labores dan inicio con las primeras luces, y esos hombres de hornos llevar, en homenaje a la heroica resistencia y al emperador Leopoldo I, se mandaron con un pan en forma de media luna, como la que lucía estampada en los estandartes turcos…Y hablando de medialunas, el dilema es dulces, de manteca, o saladas, de grasa…Mi opción es por las segundas, pero reprimiré todo fundamentalismo; elegid vosotros…Y está vez nos los saludo con aquél ¡salud! de cada sábado, pues…Mejor, voy a colar café, y al estilo de los napolitanos, de abajo para arriba…Hasta la semana que viene…

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