La cercanía de la navidad produce raros efectos en El Pejerrey Empedernido. Por un lado propone pensar qué pasaría si saliera a la calle desnudo gritando que es el mesías, y por el otro te canta un rock gastronómico. Claro que al final vuelve a su cauce y te da una receta de pionono que ni te cuento.

Supongamos que no soy quien soy, El Pejerrey Empedernido, y sí un humano como vosotros y vosotras, y les cuento lo siguiente: que ando casi en bolas recorriendo las calles de mi barrio, anunciándome como el mesías, el enviado de dios y a golpe de milagros; que después de estar finado tres días resucitaré y me mudaré a los cielos; y que mi vieja me tuvo en su panza y me parió sin antes haber retozado con mi viejo, quien por cierto fue un humilde laburante; y todo porque una noche el fulano de la alturas se metió en su cama… ¡pero nada más, ehhh… y hasta ahí! Sean sinceros conmigo; si así me encontrasen, acaso no llamarían a urgencias psiquiátricas para que me saquen de circulación antes de que acometa con algún desmán un tanto más peligroso que fabular a los gritos contra toda posible evidencia científica o constatación histórica; y si no lo hacen es porque están tan pirados como yo… Aunque se me acaba de ocurrir: no será que mi locura puede esperar, ya que a ojos vista y para buen entendedor o entendedora, antes hay que ir a buscar al fulano ese que se dice de las alturas e investigarlo por eventual abuso o violación contra María, digamos que mi vieja, y con el agravante por uso de narcóticos para confundir o borrar la memoria de su víctima… En fin, qué compleja es la vida, y ni les cuento la que se disfruta en el universo del manduque; si gracias a un tipo, quizá tan loco como mi versión de Peje reconvertido en humano que se cree mesías; sí, gracias a él, existe uno de los platillos que supieron por décadas y lustros animar las mesas festejantes, frías y hasta dulces de la argentinidad morfística, tanto que sobre manteles en fiestas diciembreras supo ser infaltable, tal cual sobreviviente a la injuria de las modas señoritas y señoritos…  Por eso, como la semana pasada ante otros altares, hoy mi tributo ateo – quien encuentre un Peje creyente se ganó un viaje a la Luna en primera clase – al sempiterno pionono… Miren lo que vi entre papeles recién recortados, que no siempre en buena ley si no, como Ducrot y sus amigotes dicen, en tanto fuentes, en este caso de publicaciones vaticanas: el pionono habría visto la luz, repostera en un principio, en 1858 en Granada. Un tal Ceferino Isla González, devoto de María (que no fue mi vieja, ¡ojo!), quiso rendir homenaje al papa Pío IX – Pío Nono en italiano –, por haber sido él quien impuso el dogma de la inmaculada concepción, ese balurdo aburrido del no coger, y de paso sancionador del goce y consagrante del pecado como instrumento de dominio; para el pobrerío, claro… Por suerte, para los golosos perdió la exclusividad de lo dulce y pasó a ser también salado, el más glorioso por cierto y sobre el cual casi ya mismo les recordaré una receta, versión libre de la mejor, la de la cocinera de la patria, Doña Petrona C. de Gandulfo, entre otras cosas, lejos, la argentina más leída… Pero antes cierto chascarrillo de regalo, la letra de un rocanrol de los bordes: Huevos: 2 / Harina: 1 Kilo / Leche: ¡Charcos! / ¡Oh uh oh uh oh Doña Petrona! / Oh uh oh uh oh seee de Gandulfo! / Primero vi el diario, después vi la TV / pero sin embargo…no podía creer que te habías ido con 95 / y te escuche decir, coqueta hasta los 100 / Yo te conocí hace algunos lustros / en ese programa Buenas tardes mucho gusto / Toda la Argentina usa tus recetas / por eso este homenaje de Aguante Baretta… Ohhh… Petrona, cocinera de la patria… Ohhh… Petrona, santiagueña de mi alma… / Después vinieron otras… Blanca Cotta y Chichita / pero no había dupla como vos y Juanita. / Todos criticaban tus comidas caras / sacaste el libro cocinar no cuesta nada. / Pato a la naranja, paisano milanesa / cualquiera de tus platos nos volaba la cabeza… / Íbamos de fiestas y de borracheras hasta que probamos tu lasaña rellena (…). Ahora sí, la dizque receta: con tres huevos, sesenta gramos de azúcar y otros sesenta de harina, dos cucharadillas de polvo Royal (¿se acuerdan?), otra de miel y una más de esencia de vainilla… El horno que no se zarpe… Mezclar la harina con el Royal…Aparte, un batido de huevos con el azúcar, y luego la miel y la vainilla… Entonces y con templanza, requetemezclamos y una y otra vez… Vertemos esa magia sobre asadera cubierta con legendario papel manteca, y al calor del horneado por aproximadamente diez minutos… Que se enfríe y entonces lo que ya es bizcochuelo con una fantasía de nuestro sainete en revoltijo de trescientos gramos de escualo (gatusso, o cazón, por ejemplo), guisado antes en hierbas y desmenuzado luego, con cebolleta y morrón que le dicen, en picadillos; aceite de oliva, mayonesas y un algo de mostaza que al estilo de Dijon; aceitunas trozadas y alcaparras; sales y pimientas de colores… O si no, fijaos: con jamón que cocido te quiero, mozzarella fresca, tomate en rodajillas, olivas y siempre mayonesa…Enrollamos entonces, humedecemos con un algo de más mayonesa o Golf, y que pase por maquillajes de perejil fresco, y más aceitunas… ¡A esperar pues y a la fresca, hasta la hora señalada! Para el final, el recuerdo de otro nombre que le dan al plato, sobre todo cuando el rollo es de dulce crema: brazo gitano… ¡Es maravilloso…! Y antes de la despedida, otra vez el clamor para quienes sean responsables, y todos sabemos quiénes: a dejarse de joder con los precios de la comida, porque si comer es un lujo pues entonces sucede que el turraje va ganando, y eso está muy pero muy mal…. La seguimos… Mientras tanto, como siempre y esta vez con Semillón pulsudo y fresco: ¡Salud!

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