En tiempos de resistencias y rebeliones las cosas deben estar más claras que nunca. A la derecha ni un respiro y menos permitirle que nos robe las banderas. El dulce de leche es nuestro, dice El Pejerrey Empedernido y Socompa le hace el aguante.
Una vez más el viejo héroe justiciero volvió del frío. Sí, como en 2008 cuando arrancó para Bolivia, hoy la sufriente por la cual no deberíamos llorar sino pelear con puñales, cimitarras y arcabuces, porque, aunque parezca mentira, las bestezuelas nadantes algo de todo eso sabemos. Pero lo de aquella vez ya fue escrito y anoche me llegó un chasque que decía, oiga don Pejerrey Empedernido, yo sí que vuelvo, así que dele a esas sus teclas por debajo de las olas. Y por cierto parece entonces que el viejo héroe desempolvó el entusiasmo fusilero que hace tanto le donara nuestro Julio Cortázar. Fantomas dice, hay que estar pertrechados para la ocasión que se avecina, para recuperar las energías y afilar los contrafilos, porque si no tanto elecciones como quilombos en las calles de nuestra América se van aguar por obra maléfica de fachos de cruces y fuegos, milicos y ratis que matan, putos gringos de allá del Norte y turrajes politiqueros que abundan, y cómo. Y ahora sigo yo con la historia, que para eso nado y nado toda la semana, y esquivo pescadores, pues quiero estar presente los sábados con los cosos estos de Socompa. Como nadie podrá desmentir esta historia, tampoco confirmarla, claro; fuentes diplomáticas confiables informaron que, al grito de mueran las derechas chupasangres, Fantomas se apresta a lanzar sus brigadas de combate, integrada por héroes del papel con letras y dibujos, por las calles de Santiago, de La Paz, de Bogotá, y por donde fuere. Excluyó como posible camarada de luchas a Homero Simpson, y no tanto por razones ideológicas sino porque no soporta sus horripilantes gustos culinarios: quien se pasa la vida libando esa cerveza lavada que fabrican en Springfield y engullendo hamburguesas grasientas y pasta de maní no está en condiciones de asumir una causa noble como la nuestra, dijo. Tuvo rápidas y enfervorizadas respuestas de Asterix, Lindor Cobas el Cimarrón, Clemente, Mendieta, el Corto Maltés y… Sí ya sé, convocó a otros más pero en el apuro por hoy sólo cite a ciertos y algunos, aunque valga la siguiente mención maliciosa: Mafalda, por gorilona que terminó; Susanita por jodida o charlatana; ustedes elijan, e Isidorito Cañones por impresentable, ninguno de ellos fue, es ni será de la partida. En 1977, en un texto de su propia hechura (Fantomas contra los vampiros multinacionales), Julio Cortázar, el mismo que alguna vez identificara al Río de la Plata con el color del dulce de leche, fue entrevistado por el héroe justiciero para encontrar una respuesta a la ola destructiva de libros que amenazaba al mundo. Dicen las fuentes seguras consultadas que, de aquel encuentro, Fantomas se llevó una idea fija: el dulce de leche, además de solazar los paladares – y ni les cuento sus capacidades para el retozo de los cuerpos en tardecitas de verano -, puede aligerar las mentes, otorgarle fuerza a las convicciones y, en el más extremo de los casos, brindar toda la energía que hace falta para colgar fascistas para festejo de los justos. Y así es, parece, que la brigada internacionalista que ni Brancaleone mismo pudo haber soñado, el comando secreto fugado de historietas, hizo acopio de las mejores confituras salidas de tetas vacunas, también las hay de leches de cabras, y para estas tierras zarpó. Supongo que Cortázar se sentirá orgulloso de semejante acometida, para que algún día un tiro suene como regocijo entre los nuestros. Y ahora sí: por más que le duela al patrioterismo gastronómico vernáculo, el dulce de leche es de origen muy latinoamericano. Antes que en comarcas argentinas se elaboró en la Capitanía General de Chile, donde lo bautizaron manjar blanco; en el Caribe le dicen fanguito y en México dulce de cajeta, disculpen los castos y pelotudos oídos por la expresión. Por más que tenga mis preferencias no pienso mencionar marcas sino simplemente recomendar a los untuosos de deslices y apretujes rápidos entre los comprados en boliche cualquiera; y los de no demasiada azúcar hechos en casa, con cucharadita de bicarbonato, chaucha de vainilla y paciencia en el acompañamiento amoroso de la cuchara de madera hasta que nuestro gusto por el paladar gozoso, que tiene ojos y narices, diga ya está, a enfriarse con tiempo y sin premuras. Hecho lo que hubo que hacer, entonces pueden darle del tarro a cucharada limpia; tenerlo a mano para el flan, el budín de pan o la tarantela, que está entre ellos pero con manzanas de entrevero, que así me gusta; para merengues, enteros y rozagantes o triturados y entre cremas batidas o postre Gran Gotis como no hace mucho lo bauticé, tortas, pasteles y budines varios, que no viene a cuento aquí enumerarlos, porque esto no es una carta de consigna para embarques de la Casa de Contratación…Y sí helados, que el de dulce de leche merece una historia aparte acerca de la cual, adelanto, no me vengan con granizados de ni ninguna de esas mojigaterías del gusto; de dulce de leche, ¿está claro?. Bien, hasta aquí llegamos. ¡Vivan las magias y amorosas del dulce de leche! ¡Viva Fantomas! ¡Salud!
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