El Pejerrey Empedernido, gran catador de vinos, repasa cómo te los venden diciendo que son los mejores cuando en realidad se trata de intereses… y concluye: el mejor vino del mundo es el que te gusta y podés pagar.
La verdad está en él. O como escribía por el año 50 aquél antiguo colega de mi amigo Ducrot, Gayo Plinio Segundo, más conocido como Plinio el Viejo: veritas vino est; o el vino es la verdad. He ahí un texto de mi coleto, a ustedes ofrecido cuando se nos iba el ’19… Y otro, de octubre del ’20: Porque el vino corre peligro y es urgente, imprescindible, encontrar un líder que lleve a los sarmientos y los toneles hasta la victoria final, contra los enmascarados que acechan; los tahúres del mercadeo, publicistas y hasta dizque periodistas. Pero antes, un descanso de cocina, al decir del maestro Alfonso Reyes, aunque para el caso mejor sería proponer una alto a la barra de los versos eternos; ya volveremos, sin que ello quiera decir que por el camino no haremos uso de ciertos y habituales desvíos por senderos que nos tientan con sus llamados, aunque se bifurquen… ¿En qué reino, en qué siglo, bajo qué silenciosa conjunción de los astros, en qué secreto día que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa y singular idea de inventar la alegría? Con otoños de oro la inventaron. El vino fluye rojo a lo largo de las generaciones como el río del tiempo y en el arduo camino nos prodiga su música, su fuego y sus leones. En la noche del júbilo o en la jornada adversa exalta la alegría o mitiga el espanto y el ditirambo nuevo que este día le canto otrora lo cantaron el árabe y el persa. Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia como si ésta ya fuera ceniza en la memoria. (De Soneto del vino, de Jorge Luis Borges). Y desde otro repertorio, el de un poeta amado: Con la sombra del año, con el tiempo que envejece al otoño en la madera, madura al rojo el corazón del vino fraguado en calendarios de paciencia. La ciencia milenaria de su alquimia no admite sino el cálculo del clima cuando el mosto recobra el movimiento y en su fermentación hierve la vida. Enmelada de abejas va la tarde, fundándole regiones de dulzura, como una jubilosa flor del aire dormida en el vivero de la espuma. El vino va del verde a lo morado, tornasol de la rosa, transparencia donde la luz es sólida un instante y el aroma un lugar de residencia. El hombre sabe a vino. El vino a hombre. Es un secreto a voces el misterio. Desde lo más remoto vienen juntos rompiendo las ventanas del silencio. La memoria del vino, es la memoria del labrador de pámpanos y estrellas que un día, ya de pie, mató al olvido y se vino a zancadas por la tierra (…). El vino tiene un orden. Él conduce los infinitos duendes de la vida (…). Es el otro sabor de la comida. (De Carta de vinos; Canto popular de las comidas; Armando Tejada Gómez). El viento de uva sopla desde muy antaño, pero con los dos recuerdos de recién tenemos tanto, tantísimo…Por ello, los enamorados del vino todo, del rojo y de los otros, refundamos y no fundamos, pues ya me referí algunas veces a esa zarabanda, una suerte de Frente Popular Tintos, Blancos y Claretes de Liberación (FPTBCyL) con la consigna de ¿?… La historia de nuestro escabio uvero es tan vieja como el país mismo. Allá por el XVI, las primeras vides fueron madres en la provincia de Santiago del Estero, mucho antes, claro, de La Forestal y sus maldades contra la tierra y el hábitat. Transcurrió tanto tiempo hasta que Cuyo llegó a ser lo que hoy es, la comarca espléndida del novi argento; y de qué vino, porque a nadie se le escapa que, más allá de los guarismos y las ecuaciones de la economía del sector, desde la época del común de mesa hasta la actualidad, de los tantos varietales y cortes, todo este estar metido en la harina con la sangre de Cristo, que le dicen, es o debería ser una historia de amor… Este Peje no pretende poner como un trapo a todo el periodismo culinariovinero del planeta ni a los artefactos publicitarios de la tan noble industria y comercio -¡que el Altísimo y el Bajísimo no me lo permitan -, pues al fin y al cabo y con todo pesar capitalismo seguimos respirando; pero tras colarme el otro día en una de la clases que el coso ese amigo mío, el tal Ducrot, dicta sobre menesteres de la gastronomía y la comunicación en la UNLP, se me ocurrió advertir y lanzar pullas contra los tahúres y buhoneros de la palabra especializada, los fijadores de cánones al mejor postor del negocio… Fijaos en lo que acaba de circular por medios de comunicación, tradicionales y algorítmicos: El mejor Malbec del mundo es argentino y vale 1.200 pesos (Ámbito Financiero); Un vino Malbec mendocino fue elegido como el mejor del mundo y cuesta alrededor de1.200 pesos (Página 12); El Malbec Doña Paula Estate de Tupungato fue premiado como el mejor del mundo es su categoría (Uno, de Mendoza)… La lista de títulos y portadores podría continuar, diario por diario, portal por portal, tele por tele, de todo el país; pero para qué… El citado mendocino informó: Los especialistas en enología reconocen como a uno de los mejores terroir para el Malbec, a la zona de Gualtallary, en Tupungato. De allí salió un vino premiado como el mejor de este varietal a nivel mundial en la relación precio-calidad, según la revista especializada inglesa Decanter. El representante de los prestigiosos vinos mendocinos es el vino Santa Paula Estate, cosecha 2021, que obtuvo 93 puntos… Al gran bonete se le ha perdido una idea y dice que alguien la tiene… Es cierto que los Malbec mendocinos hace rato que ocupan un lugar de gloria en los modios globales. A este Peje el ña Paula de marras le gustó y mucho, y efectivamente lo consiguió por solo mil sopes en un “chino” almágrense y porteño. Pero Decanter es una publicación de Future Publishing Limited, con registros en Inglaterra y Gales, conectada con y hasta dependiente de los más importantes actores del negocio global del vino, y articula su actividad “periodística” con los intereses promocionales de bodegas y firmas comerciales del sector; claro, como las tantas otras publicaciones especializadas que circulan por el planeta… Entonces… No se trata de difundir improperios sino tan sólo tornar o virar el punto de vista, para expresarme no desde el negocio sino del usuario, es decir y más a tono con nuestro goce: desde la voz de los chupandines, de las parranderas, de los golosos y las glotonas… Así pues, se preguntaba mi amigo en el aula aquella que les mencioné hace un rato: cuál es acaso el mejor vino del mundo. Y el mismo ensayaba una respuesta puesta a consideración y crítica de la audiencia: para ser leales a una ética como ser, no en tanto buenos o malos, que en definitiva se definirá desde nuestra pasión viviente por el goce, desde nuestra posibilidad de lenguaje y nuestra capacidad de persistencia en lo que somos como sujetos históricos -¡Ay cómo se guiñan y seducen los dones Spinoza, Marx y Freud!-; para ser leales con todo eso, el mejor vino del mundo será el que más os guste, el que mayor disfrute os provoque y el que estéis en condiciones de conseguir y o adquirir; pues repito, lamentablemente respiramos capitalismo y así continuaremos viviendo hasta que una feliz embriaguez nos permita alcanzar aquello que dice: que el garrafón se vuelva, que los pobres beban el mejor de los vinos y los ricos mierda, mierda… ¡Salud a todos y a cada uno de los jaraneros del tonel, ellos y ellas, que bien sabrán a qué vino del verbo venir vino lo de hoy: tinto, blanco y clarete!
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