Se acerca el otoño y para recibirlo como se merece El Pejerrey Empedernido se puso a preparar aquel exquisito brebaje que tanto odiaba la nena de Quino. Aquí va su receta de sopa de pollo en vino Sauvignon Blanc y las verduras que quieras.
Primero lo primero. Sé que mi escritora y comensala preferida no se pondrá celosa. Nada de caldos insípidos y sí con un Malbec de Lucy, la que anda de amoríos por el cielo y con diamantes; pues claro, así cualquiera, de voladuras y entre piedritas que brillan, como las de la sal entrefina que uso para salar carnes y aguas para potajes: pensar carajo que de allí, de sal, viene la palabra salario que cada vez más menguado está entre nosotros (cuando lo hay, claro), porque el turraje manda en nuestro país, que aquél en bolsita para sazonar polentas de trigo con los que generales en sandalias pagaban a las tropas romanas, para que, pobre soldadesca, dejase sus pellejos en guerras de fiolos con togas. Chupaos esa mandarina, la criolla que ya quedan menos, pues en nombre de la diversidad frutera ahora nos someten a ciertas especies que no son tan sabrosas, ni por asomo, y para colmo de males, da más laburo pelarlas que escribir estas humildes letras para vosotros. Y exclamo que se nos espianta el verano, esa estación del año que, dicen erróneamente, no es la propicia para las sopas; si hasta en la canícula de nuestro enero son fina galanura sobre las mesas y humedades de ensueños, como casi todas la humedades, algunas como el lejano gazpacho o aquella, recuerdo, de tomates también pero con naranjas picantes, que entre verónicas de amantes en noches de seducción jugaba a que se la ofrecía a ella en una fiesta de amigos en la que cociné, para encenderle el deseo y rajarme por bulerías. Y no me refiero a Lucy, la de los diamantes, sino a ella mi comensala, que me tiene negadísima la posibilidad de mencionar su nombre, a riesgo de abandono, y como vivir un tiempejo más deseo, sin vos me muero, ni se me ocurre violar la prohibición, que ved a cantarle a Gardel con aquello de la manzana de Eva y las costillas paridoras, pues tal cual decía un cartel de las pibas el 8 de marzo, no vengo de ninguna costeleta; todos ustedes señoritos, salen de nuestras conchas. ¡Uy Pejerrey Empedernido, que boquita! Y sigo: para recibir al otoño pergeñé una sopilla de pollo en vino Sauvignon Blanc y con cuantas verdurillas dio la naturaleza de mi verdulería preferida, y luego ya hirviente, más hebras de quesos azules y parmesanos, y pimienta molida con ganas, presencia y decisión. A mi escritora y comensala preferida la deleitó y ello para mí es suficiente agasajo, y lo admito, no se lo digan a naides, motivo de esperanza retozadora para noches finales de marzo. Así fue entonces que descorché un Malbec, un Finca Gabriel de Jorge Rubio: Vinos de autor, del cuadro de honor de mi cavita pejerreyera. Pero como siempre me sucede, las letras me traen y llevan, por eso vuelvo y me ato a la chalupa salvadora y cuento: Lucy y su marido son mi verduleros preferidos, del Altiplano ellos afincados en esta reina ya algo mistonga del Plata, quienes me proveen de lo mejor para guisados, sopejas y otras ollas y ensaladas, tanto que aunque no lo crean y parezca sin sentido acerca de Clark Kent y Luisa Lane debatimos, a favor de la parejita boludona y en contra de la lucidez urbana de aquellos tiempo del Fiat 600, es decir de Mafalda y sus amigos. Y no enloquecimos ni brotamos por derecha – este es texto prohibido para giles y gilastrunas -, pues se trata de una obviedad. Nos opusimos a la cruzada sin sentido de la tal Mafalada contra las sopas, injusta por demás porque no hay dato científico o paracientífico alguno que le dé la razón, y en cambio ciertos eruditos de de cuatro mangos indican que el mequetrefe Superman y su novia la periodista Lane sí le daban con cucharón a la de Kryptonita. Caramba lo que son las asociaciones libres: estaba yo hecho un Pejerrey grandecito, hace añazos, cuando comencé a enarbolar las banderas del mundo sopero: no tanto por las aburridas de mi vieja, con aquellos intratables cabellos de ángeles sin gracia ni capacidad de enamoramiento alguno – ella no sabía de Caravaggios, pobre lo que se perdía -, sino por las preparaba una tía adorada de tetas gloriosas, con fideíllos caseros de pan rallado, queso, huevos, cascarilla de limón, nuez moscada y sal y pimienta en amasijo tierno, del cual resultan unos muy pequeños ñoquis; y en caldo de gallina como el dios que, dicen, bajó de los cielos para instalarse en la cocina, ordena. Sí señoritas y señoritos. Son palabras santas, porque tuvo que ser sorprendente para aquellas minas y tipos anteriores a la Historia, la primera vez que sumergieron un trozo de hueso, carne o raíces en agua hirviente; habían descubierto la sopa. Este hallazgo marco el rumbo de la humanidad, pues la sopa es hija del fuego, y el fuego trajo la palabra, que nos hace lo que somos. ¿Acaso entonces la sopa nace con el Hombre mismo? Me despido: jodete Mafalda, ¡viva la sopa y mis besos para Luisa Lane!
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