En la Argentina del siglo XXI lo que de manera amplia puede llamarse la izquierda – tanto la parlamentaria burguesa como la que no participa electoralmente – no ha encontrado las condiciones ni las herramientas para transformarse en una opción de poder. En esta coyuntura, cuando desplazar del gobierno al macrismo aparece como prioridad, se la interpela desde otros sectores opositores para que vote. Pero… ¿a quién?
Desde que surgió el peronismo como movimiento que representa las mayorías populares en la Argentina a la izquierda se le complicó su estrategia política. Sería largo de subrayar en esta nota cómo actuó cada fuerza frente a cada hecho político, pero podemos poner algunos ejemplos para ilustrar: a saber, el Partido Comunista integró la Unión Democrática que enfrentó a Perón, a quien veía prácticamente como un nuevo Hitler; ni qué hablar de socialistas como Palacios o Ghioldi, reconocidos antiperonistas; el trotskismo también tuvo lo suyo, por caso, la corriente morenista (antiguo PST, luego MAS y hoy desperdigada en varias fuerzas de izquierda) supo hacer entrismo cuando el surgimiento de las 62 Organizaciones Peronistas.
No hay un manual que desde la izquierda diga cómo trabajar políticamente con un movimiento nacional y popular como el peronismo, sobre todo cuando a ese movimiento adhiere la mayoría de los trabajadores. O sí lo hay, pero en todo caso hay diferentes maneras de interpretar ese manual.
El panorama se aclaró desde 1983, cuando el peronismo post dictadura quedó absorbido como un partido más del régimen democrático. Atrás habían quedado, sepultados por la represión ilegal los combativos militantes de la JP y los combatientes clandestinos de ese ejército popular que fue Montoneros. El peronismo surgido tras la dictadura fue más fácil de asimilar al otro gran partido nacional, el radicalismo. Cuánto más fácil resultó cuando Carlos Menem entregó las banderas peronistas al neoliberalismo, el movimiento que a nivel mundial encabezan el norteamericano Ronald Reagan y la británica Margaret Thatcher.
Sin embargo, desde el 25 de mayo del 2003, cuando asumió Néstor Kirchner, y al menos durante todo su gobierno, nuevamente surgieron las contradicciones de la izquierda. (Ni vamos a mencionar aquí la fenomenal crisis que provocó la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética.) Algunos movimientos sociales, tan radicales durante los gobiernos de Menem y de Fernando de la Rúa, quedaron absorbidos por la política kirchnerista, que accedió a las demandas que exigieron durante tanto tiempo. La recuperación de la economía, el auge de la industria, la baja de la desocupación y el aumento del salario real, transformaron al gobierno de Néstor Kirchner en el más peronista de la historia; después, claro, del encabezado por el mismísimo general.
¿Y ahora?
Toda la historia está bien, podemos disentir en muchas cosas; pero ahora, ahora, ¿qué hacemos? De un lado tenemos al candidato que gobernó los últimos cuatro años, con un poder destructivo importante, pues de un plumazo acabó con varias de las conquistas que alumbraron durante el kirchnerismo y, peor, lo hizo sin mayoría parlamentaria y sin demasiada oposición del sindicalismo.
Hoy, algunos de quienes permitieron esa destrucción se encuentran en la vereda de enfrente, pugnando por la candidatura presidencial de Alberto Fernández. ¿Quién les garantiza entonces, a los incautos y minoritarios adherentes al progresismo, que los candidatos del Frente de Todos no son lo mismo que los de Juntos por el Cambio, como pregonaron y aun pregonan los candidatos del FIT?
Para ello, este cronista decidió hacer una pequeña recorrida –que para nada es ilustrativa ni intenta representar el sentir y pensar de ese sector de la sociedad– por las cabezas de aquellos que desde ese lugar de la izquierda van a votar la fórmula Alberto Fernández-Cristina Fernández. Veamos.
Andrea, periodista e investigadora, militante feminista, prefiere no dar su nombre para que sus camaradas no se enojen, sostiene: “Respecto del feminismo, Alberto siempre tuvo una posición mucho más clara. Una postura mucho más inclusiva de la mujer en la sociedad. Está a favor de la legalización del aborto; en cambio, Macri representa todo lo contrario. Por otra parte, por votar a un candidato como Alberto Fernández no abandono ninguna de mis banderas políticas. Básicamente hay un escenario que es éste que tenemos, no es el que me gustaría, pero es el real, y en ese marco la prioridad es sacar a este gobierno nefasto; después, en todo caso, nos reorganizaremos. Hoy la prioridad es clara. Por otro lado, el Frente de Todos lleva a una candidata de lujo para el Senado, Dora Barrancos, a quien directamente me gustaría votarla para presidenta. Sólo en un país de tradición tan machista puede ir de segunda candidata semejante mujer”.
Para Andrea es más fácil, tal vez, decidir su voto, toda vez que no milita en ningún partido político, más allá de definirse como anarco-feminista.
Sin embargo, Manuel Martínez también opta por la fórmula Fernández-Fernández desde un lugar mucho más orgánico que Andrea. Fue militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT-La Verdad) a principios de los años 70. Participó en la fundación del Partido Socialista de los Trabajadores (PST) en diciembre de 1972. Militó en el PST peruano entre 1978 y 1990. A su regreso a la Argentina se integró al Movimiento al Socialismo (MAS). En 1999 fue parte de la fundación de Socialismo Libertario, organización que en 2012 contribuyó a la fundación de Marea Popular. En 2014, junto con otras organizaciones, Marea Popular dio lugar a Patria Grande.
“Sin grandes discusiones teóricas, sin explicaciones necesarias, sin apelar a la figura eufemística de que el voto es un problema táctico, no tengo ninguna duda de que en las próximas elecciones votaré por la fórmula Fernández-Fernández”, dice Manuel.
“La política necesaria hoy es derrotar al gobierno, al macrismo, a esta derecha del siglo XXI que volvió al pasado siglo XX entregando al país del presente y del futuro al FMI. ¿Cómo se concreta esa política en este proceso electoral? Votando por el Frente de Todos. ¿Hay otra opción para sacar a Mauricio Macri del gobierno? No, categóricamente”, agrega.
Pero, ¿cómo se justifica desde ese lugar el voto a un frente que ni siquiera garantiza ser totalmente antineoliberal? “No es claramente un frente antineoliberal, es cierto. Pero hoy, así como fue conformado, con todas sus potenciales contradicciones, su victoria electoral significaría un golpe muy duro para el neoliberalismo. En esto deberíamos ponernos de acuerdo, es una necesidad. El viejo Marx hablaba de la distinción como algo fundamental para hacer política. No todo es igual a todo. Scioli no era igual a Macri en 2015. Hoy, Fernández-Fernández no son para nada iguales a Macri-Pichetto. La simplificación de las diferencias lleva al dogmatismo”.
“Tengo 50 años de militancia en la izquierda –agrega Manuel Martínez–, fundamentalmente en el trotskismo con sus luces y sombras. No reniego ni renegaré de nada. Creo sí, modestamente, haber superado mi experiencia anterior. Cuando hace 30 años –caída del Muro de Berlín, disolución de la Unión Soviética– dijimos: ‘el mundo cambió’ creo que vimos algo fundamental, pero no sacamos todas las conclusiones. Es más, nos sumergimos en un debate-no-debate que nos llevó a un fraccionamiento trágico y a una total dispersión mientras avanzaba el neoliberalismo. Los núcleos duros de esa izquierda vigesimónica no pudieron relacionarse con los procesos populares tal cual se daban en Nuestra América, ni en Venezuela ni en Bolivia, mucho menos Brasil, Ecuador o Argentina. Estuvieron por fuera, contando votos, aunque en la Argentina lograron unas cuantas representaciones parlamentarias. Sí, estuvieron por fuera de los procesos reales sólo por la defensa de tal o cual programa y de los cotos partidarios. ¿Sirvió eso de algo? ¿Sigue sirviendo? Algo más: ¿sirve de algo para nuestra gente seguir haciendo balances de esos procesos?”
Para finalizar con su polémica declaración, Martínez agrega: “No tengo duda de que estas palabras son polémicas. Enhorabuena que así sea. Buscando interpretar las mejores aspiraciones y reivindicaciones de nuestra gente, nunca podría decir que mi voto por Fernández-Fernández es vergonzante. No. Es parte de esa búsqueda por relacionarnos con el pueblo, aunque desde una impostada sociología marxista me/nos digan populistas. El Frente de Todos requiere de la participación activa de la izquierda. Es hoy el puente, la herramienta, el instrumento electoral para avanzar ahora, y en el período próximo inmediato hacia una situación diferente, tal vez sólo relativamente diferente de la actual, pero igualmente positiva”.
Alberto, otro ex PRT (El Combatiente), ex preso político, sostiene algo similar: “la prioridad es echar a Macri, después podemos discutir lo que quieran; obviamente que Alberto Fernández no es un revolucionario y que es un político del sistema que de algún modo reproducirá lo vigente, pero primero tenemos que sacarnos la pata de Estados Unidos de encima, al menos en lo que tiene que ver con este gobierno. No vamos a dejar de ser de izquierda ni a borrar nuestra historia de un plumazo por votar a un político tradicional como Fernández; ni tampoco por votar a Cristina pasaba eso. El voto es un voto, y en este caso tiene que servir para sacarnos de encima a un gobierno que no ha hecho más que empeorar las condiciones de vida de la mayoría de la población”.
Natalia, economista, sonó mucho más categórica: “para presidente voy a votar la fórmula Fernández-Fernández, y para jefe de gobierno a Matías Lammens; pero para diputada voy a votar a Myriam Bregman. Para mí la prioridad es que se vaya Cambiemos, pero además no me gustan los candidatos del FIT (excepción hecha de Bregman, claro)”.
Alejandro Horowicz, quien acaba de sacar un libro de obligatoria lectura para todo adherente a las ideas de izquierda y que quien firma este artículo modestamente recomienda (“El Huracán Rojo – De Francia a Rusia, 1789-1917”), esclarece acerca de la forma en que está estructurada la política argentina: “La política argentina está centrada en el comportamiento del Poder Ejecutivo, que ejerce de hecho el monopolio. Las políticas que lleva adelante el Ejecutivo merecen discurso de aplauso, de crítica; dicho de otra manera, el PE hace lo que hace, y de la vereda de enfrente solamente se producen discursos. Hay una oposición que es televisiva; puede ocurrir entonces que un opositor en la televisión es una cosa y en la Cámara de Diputados es otra. Así se entiende que un gobierno que nunca tuvo mayoría parlamentaria básicamente pudo gobernar sin que nadie le ponga un palo en la rueda. La oposición parlamentaria se fue transformando en una pura oposición discursiva, esto es, de no acompañar desde el Parlamento los enfrentamientos reales de la sociedad. Los partidos políticos son entonces federaciones de intendentes que gobiernan territorios y disponen de medios que les asigna el Poder Ejecutivo. Estamos hablando entonces de una degradación de la política. En 1973 la democracia tenía un contenido que de ningún modo tiene en la actualidad, y por lo tanto las votaciones en ese entonces estaban cargadas de otra clase de expectativa y de otro nivel de movilización; por eso estamos hablando en 1973, de democracia de militantes; baste mencionar que el 20 de junio de 1973 (día del regreso definitivo de Juan Domingo Perón y de la masacre de Ezeiza) se movilizaron en la Argentina 2 millones de personas. Esto es, 1 de cada 3 votantes de Perón estaban en la calle”.
“Ahora bien –continúa Horowicz–, ya no tenemos democracia de militantes ni de ciudadanos que peticionan, sino que, Menem mediante, lo que existe es un desinterés absoluto por la actividad política, transformación que supone básicamente una democracia de consumidores.”
¿Pero qué hacer, entonces, Horowicz, con el gobierno de Mauricio Macri?
“Ya no se trata sólo de poner fin al gobierno de Macri y a las terribles consecuencias que tal gobierno supone para la sociedad argentina, en términos de pobreza, de endeudamiento, de reducción de derechos, en términos de regresión política y crisis de valores, sino fundamentalmente en entender que éste es un gobierno, en tanto que legal, en tanto que votado, tiene el perfecto derecho de hacer todo lo que hace, y el resto consiste en volver a votar en las próximas elecciones. Todo esto arroja como resultado, como estrategia de la política, la cooperativa electoral; en ella todos participan según su aporte, y según su aporte reciben candidaturas, canonjías y repartos de prebendas; ése es todo el horizonte de la política nacional. En consecuencia, estamos diciendo que esta degradación tiene como objetivo y como límite que Macri no sea presidente a condición de que no quede de ningún modo en claro en qué va a consistir una recomposición política donde Macri ya no sea el eje, pero donde la política de Macri sea básicamente el punto que haya que enfrentar como resolución.”
¿Y la izquierda? “No es diferente, la izquierda también organiza una cooperativa electoral, y presentan un candidato presidencial unificado para tener una posición parlamentaria, esa posición parlamentaria que también es una oposición discursiva que sirve o no sirve, pero que básicamente cuando uno mira las condiciones en las que esta política se ejerce queda claro el fenomenal retroceso numérico que esta izquierda ha tenido en el transcurso de la peor crisis que desde el 2001 tenemos en la sociedad argentina”.
“En consecuencia –finaliza Horowicz su análisis–, lo prioritario sería votar al candidato que tiene más chances de ganarle a Macri, pero sabiendo que esto no va a cambiar sustancialmente la vida de la mayoría de los argentinos, porque será una democracia de consumidores que seguirá reproduciendo el orden político vigente.”
Para finalizar, la palabra de un representante del FIT que, ajeno a estas disquisiciones, tiene claro que no hay que votar por Macri ni por Fernández y dice: “No somos macristas, pero nos quieren embarcar en una grieta trucha y en una falsa polarización. Justamente criticamos a la coalición Fernández-Fernández-Massa por devaluacionista, por no romper con el FMI, por ser socia de la burocracia sindical y por proponer otra vía para la reforma laboral a través de convenios flexibles”.
Néstor Pitrola, candidato a diputado nacional por el FIT, es quien dijo las palabras anteriores, y luego agregó: “Nuestra militancia sale a la calle a desafiar la falsa polarización entre variantes capitalistas con historias distintas pero que son igualmente fondomonetaristas y por lo tanto serán variantes antiobreras cualquiera de ellas que gane”. Por eso es que cuestiona la consigna Fuera Macri-Asamblea Constituyente, que, dicho sea de paso, fue una discusión que provocó la ruptura de una parte del PO. “Lo nuestro –enfatizó Pitrola– es enfrentar a todo el régimen del FMI (incluyendo a la dupla F-F). La Constituyente debe estar asociada a la irrupción de los trabajadores por la cual trabajamos y tenemos que seguir trabajando (…) Y contribuimos a ello con la consigna ‘que la crisis la paguen los capitalistas’, para separar a los trabajadores del nefasto nacionalismo que es incapaz de sacar a los trabajadores adelante”.
En definitiva, marxista o no marxista, progre o no progre, todos aquellos que adhieren a un sistema político de gobierno no capitalista deberán elegir, como todos, quién quiere que lo gobierne los próximos 4 años. Y también debe decidir si votará de acuerdo con sus convicciones o si, consciente de que una elección no va a cambiar el sistema político, acude al voto útil para que, al menos, la debacle del capitalismo mundial lo agarre en una mejor situación económica.
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