Alentado por la prensa que vive de la sobredosis de grieta, el oficialismo agita el fantasma de los saqueos y los adjudica, con mayor o menor énfasis, a grupos de izquierda y del kirchnerismo. Al mismo tiempo se prepara para reprimir a esos pobres que no se avienen a no comer y a vivir en la incertidumbre.

No sé. Sé que entre la angustia de la gente que se empobreció con la megadevaluación, hay punteros políticos ofreciendo plata a cambio de disturbios. Pero no consigo testimonios y como no hay recibos y como no lo puedo probar no lo publico en borderperiodismo”. Esto escribía hace alrededor de una semana en Twitter la periodista María Julia Oliván, hablando de los contenidos de su página web. Extraña redacción. La primera oración es “No sé”. Y la segunda empieza con un taxativo “sé”. No se puede adjudicar todo a pobrezas de estilo y a un coloquialismo que busca ser amistoso. Es como el “no sé” de Michetti después de haber recomendado a una mujer violada que fuera al psicólogo.

“No sé” se parece en ambos casos a no importa, lo que sea. Es una muletilla que hace que el “sé” quede devaluado. Si no hay testimonios, ni papeles, ¿cómo es que sabe? ¿O será que no sabe? ¿Importa mucho la diferencia?

La ministra de Seguridad (dios no permita que la seguridad sea una secretaría) habla de whatsapps convocando a los saqueos y lo mismo hace el ministro de seguridad mendocino Néstor Majul quien incorpora a facebook entre los vehículos que promueven el asalto masivo a los supermercados.  Y afirma a partir de esa nada que está el kirchernismo detrás de saqueos que no se han producido.  Al punto tal que Macri -que anda desesperado porque le aprueben el presupuesto y arreglar con los gobernadores- sale a bajar la apuesta de Bullrich porque le embarra la cancha. No siempre, y ni Pato ni Lilita terminan de aprender, la provocación sirve para hacer política.

Pato obedece órdenes, fue al programa de Morales Solá y al lado de este renacido barrabrava del ajuste parecía una funcionaria que pone a la democracia por encima de cualquier otro valor. Él quería a toda costa que ella le dijera que había una organización política detrás de los saqueos. Ella insistía en que todo estaba bajo control, aunque daba entender que algo había. Habló del robo de una base de datos de beneficiarios de planes sociales. Pero siempre con los guantes puestos Tanta insistencia tenía como objetivo dejar en claro que hay una trama troskokirchnerista detrás de los saqueos. Lo que el funcionario no puede decir (y eso que Pato no es de controlarse demasiado) lo dice el periodista. No es nuevo. Sirvén trabaja de Chirolita de Mister Mauricio Chassman.

 

Días antes, Majul (¡cuándo no!) había dedicado una de esas piezas a las que llama editorial a denunciar el trasfondo político de los saqueos, mientras la ministra Carolina Stanley a la que entrevistó después no sabía si seguirle la corriente con el tema o tratar de defender su gestión diciendo que estaba todo bajo control gracias a la política social del gobierno.

La palabra saqueos tiene su prosapia. Se usó para referirse a los asaltos a supermercados en busca de alimentos durante la crisis de 1988 y sobre todo la de 2001. Saqueos que muchas se intentó adjudicar a grupos monitoreados políticamente o a maniobras de vivillos que se llevaban de los locales mercaderías que nada tenían que ver con paliar el hambre, como alcohol o productos electrónicos. La figura del saqueo tiene la gran ventaja de unir la política con la inseguridad, eso que pretende resumir en su persona la ministra Bullrich. Se ocupa con igual enjundia y metodología de chorros y de mapuches. De hecho, el final de la charla (decirle entrevista es faltar a la verdad) se dedicó a la supuestamente exitosa campaña contra el narcotráfico. Cuando se pone al kirchnerismo detrás de los saqueos se intenta probar un axioma que merecería ser formulado por Fernando Iglesias: Todo kirchnerista nace chorro.

Pero politizar tiene otras ventajas. Saca a la pobreza de la escena. No es por necesidad que la gente entra a saco a los supermercados. No es el hambre lo que los impulsa, aunque puedan eventualmente estar pasando por momentos difíciles. Hace rato que el macrismo viene separando a los pobres entre los  rebeldes y los buenos salvajes (la mejor representante de esta última calificación es Margarita Barrientos, la amiga pobre de Macri). Los buenos salvajes no afanan supermercados ni se meten en líos, están preocupados por ayudar a su familia y cuando pueden le tiran un cable a los demás. Aunque el oficialismo no los incluya en su proyecto de país quiere bajarles línea de cómo deben comportarse en la vida. Tienen que consumir menos, bancarse en silencio el ajuste y hasta resignarse a ser despedidos sin decir ni mu. Y aceptar que, como dice La Nación, el inexorable despido se les transmitirá de manera clara, rápida y directa. Qué tanta vuelta. Los pobres buenos irán al cielo de las propinas y las changas, mientras tanto sufren para que la buena de Carrió tenga su indispensable dosis de adrenalina.

Esa tensión de Bullrich con Morales Solá y de Carolina Stanley con Majul pone en evidencia un doble discurso que la torpeza retórica de María Julia Oliván pone bien en evidencia. Un doble discurso dirigido a los periodistas afines para que de alguna manera lo transmitan a los que se les ha dicho claramente a través de los hechos y las decisiones de gobierno que están afuera del mundo y que el regreso de allí es imposible.  Les vamos a dar algo de comer, siempre y cuando no se lo busquen por su cuenta y sin pagar.

Un par de verbos que podrían ser el título de un libro de Foucault: tranquilizar y amenazar. Para lo primero, a modo de ejemplo, Vidal suspende partidas destinadas a la obra pública para bancar comederos. Y encima lo presenta (y el corifeo oficialista aplaude) como una inequívoca muestra de sensibilidad social. No te doy trabajo, pero acá tenés tu plato de fideos recalentados.

Para lo segundo, un decreto publicado en el Boletín Oficial que decide aumentar el presupuesto del ministerio de Seguridad con fondos que se quitarán de las partidas para educación y ciencia y tecnología, entre otros. A veces dan ganas de que sean un poco más sutiles. No mucho más.

Pero más allá de la tosquedad, afirman que hubo unos pocos saqueos (inducidos, claro), porque tales cosas no deberían suceder en el mundo feliz de Mauricio. Al mismo tiempo se prepara la represión para cuando sucedan. Todo azuzado por una prensa que trabaja sobre el esquema de un país irreal, en el que los buenos son todos aquellos que no son los malos (en este caso, los k y, de paso, los troskos que les hacen el juego, más los que siguen creyendo, contra toda evidencia y razón, que podían tener un celular y se resisten, a diferencia de los buenos salvajes, a pagar los costos de la fiesta). La grieta viene siendo un gran negocio para los medios que no abandonan la retroexcavadora retórica para ahondarla.

El problema es que cuando se trata de lanzar versiones que imaginan satélites Arsat o  contenedores llenos de guita, la cosa se dirime en tribunales. Lo de los saqueos es en la calle, no hay abogados y se mata gente. El Gobierno tiene ganas de hacerlo, por si faltara evidencia de esto, alcanza con la doctrina Chocobar. Pero sabe que la foto puede resultar piantavotos. Entonces va de la prudencia a la amenaza, de las partidas –aunque escasas- destinadas a los comederos a mandar a la calle policías y gendarmes que saben que, hagan lo que hagan, están protegidos por el gobierno.

Toda esta movida, este estado de tensión y de invención de señales de alerta,  está alentada y justificada por un coro de voces para las cuales la sangre ajena es como un río que corre sin dejar huellas. Hace mucho tiempo que quiero decir esto: es gente de mierda.

 

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