Por un lado está Macri, con su Queen mal cantado y su triunfalismo de baja gama. Están  además CEOs y  militantes profesionales a los que no les importa demasiado cosas que nos importan y mucho. Pero, también hay ocho de millones de votos de Cambiemos que llenan la canasta de estupores y de interrogantes. Aquí se empieza a querer contestar algunos.

 

Imaginen ustedes que son todos gallinas, muy hinchas de River y muy amargos, y ven el caño de Riquelme a Yepes en la cancha misma, en pleno fragor del partido, que viene peleado. Imaginen algo peor: imaginen una pesadilla gallina en la que ven en directo y con una claridad cruel e inusitada ese mismo caño pero en un tamaño cósmico, gigantesco, y que se repite el caño, varias veces, así como el largo ole con su festejo humillante y que de pronto la cancha cósmica se deshace y pasan a otra realidad, transpirando frío, con una sensación de agobio. Imaginen que no entienden nada.

Bueno, esa sensación se parecería apenas al caño monumental que nos está haciendo cada día el macrismo a los que lo detestamos, pero  quizá más aun a quienes intentamos comprender lo que nos está pasando como sociedad (en medio mundo para consuelo de tontos) sin odiar. Nos hacen el caño y lo festejan todos los días, o varios por día, lo hacen con una naturalidad inusitada y una violencia sibilina y se llevan la pelota, designan a los árbitros, se llevan también el pasto, luego la cancha, después el barrio, la colección completa de El Gráfico que guardábamos desde los doce, todos nuestros recuerdos y valores futboleros de infancia y adolescencia y todas y cada una de las camisetas y sus identidades e historias de provincias, el álbum de figuritas, borran la historia misma del fútbol argentino y finalmente nos dejan recontra desamparados, tristes, huerfanitos, perplejos, desnudos a la orilla de la nada en evidentísima posición adelantada, sin rumbo y en otro planeta.

¿Pudieron imaginar?

Tiempo de la aclaración que debería haber sido inicial: esta no será una nota política. No al menos en su sentido clásico (algo se va a escapar de todos modos). Será más bien –o intentará ser- una nota epidérmica. Con escasas articulaciones a parámetros tales como lucha de clases, sin alusión casi a las políticas concretas o las económicas del gobierno, o a la relación de fuerzas y poderes, sin información ni citas de esas que se multiplican en las redes sociales en formato de meme. Esta nota se referirá más a la dirigencia del macrismo –y más específicamente a sus CEOS- y no al votante que eligió a Cambiemos, a los ocho millones de tipos y tipas que votaron a Cambiemos y que no necesariamente apoyaron lo que de este lado llamaríamos lo más jodido de Cambiemos que es el PRO, ni a sus peores políticas. Quién carajo, además, puede tener la sabiduría de comprender (y otorgarse el derecho de putear) nada menos que a ocho y pico de variadísimos millones de almas que votaron Cambiemos desde Cachi a Tierra del Fuego.

Hay una Antártida entre nosotros

¿Por dónde empezar? De veras que se hace  difícil.

La cosa esencial de este asunto es todo lo que nos separa de estos tipos (remember: piensen, concéntrense, evoquen las caras de los CEO del Gobierno). Una distancia enorme, abisal, fría y muy consciente en nosotros, que pasa por la piel y la eriza y pasa por la sensibilidad y la hiere. Es mirarles las fachas, las pintas, la pilcha, el gesto, el acento  y ya de movida, con solo eso, es recelar mucho de ellos, quererlos nada, sospechar con el entrecejo muy pero muy fruncido, alertas, prejuiciosos, claro, pero de prejuicios hermosos. Apenas los vemos sentimos que hay miles de kilómetros de hielo entre ellos y nosotros (cielo en blanco, enorme, lejísimo).

Luego o al mismo tiempo, no importa, viene la ideología, eso está tácito y hoy no tengo ganas de escribir estrictamente sobre ideología. Es como si lo supiéramos desde el secundario o antes: estos son malos tipos o –de mínima- tipos que no valen la pena. En el secundario cargábamos –no solo los militantes ni los rockeros- a los chetos y a los rugbiers (generalmente por pelotudos, por cancheros, por vacíos, por brutos) sin que yo supiera entonces que hay rugbiers buenas personas y rugbiers de barrio. Pido perdón al respecto: por mi culpa. Pero estos sí son unos mostros.

Pongámoslo así, de este otro modo. Recuerdan muy bien ustedes el día en que Macri cantó en su festejo un tema de Queen. No eligió cualquier tema, eligió We are the champions. Una garcha de tema de Queen eligió Macri y eso es lo más rocker que puede dar Macri y esa es una razón crucial para nuestro desprecio. Porque no le pido a Mauricio que lea, como le piden otros. Yo no le pido que haya escuchado clásica, ni Beethoven, Debussy, ni Stockhausen. No le pido free-jazz. Yo no le pido que me baje una estrella azul ni King Crimson ni Jethro Tull. Le pido, ponele, teniendo ambos más o menos la misma edad, solamente, que haya escuchado Led Zeppelin, más o menos media discografía. Pero me juego a que Macri no escuchó Led Zeppelin (excepto Escalera al cielo, claro). Me juego que no escuchó a Spinetta, el muy pelotudo.

¿¿¿¡¡¡Cómo va escuchar Macri al Flaco si no tiene alma!!!???

Más ángulos. Ellos tienen la cara de cemento, como decían mi viejo y sus amigos del pésimo actor Adan Ladd, que protagonizaba antiquísimas películas del Lejano Oeste. Tienen algo de androide: son fríos, metálico-plásticos, desafectivizados, de emocionalidad cero y suponemos que quieren a sus familias, sus hijos y amigos pero en el mejor de los casos los imaginamos (saquemos la política un minuto) hablando pavadas con sus amigos (¿ropa?, ¿marcas?, ¿minas?,  ¿coches?,  ¿inversiones?,  ¿viajes?,  ¿Cristina?). Charlas de muy escasa profundidad, porque no son enteramente humanos –como nosotros, que somos buenos y tenemos charlas largas, cálidas, tangueras, preciosas- y no tienen por tanto suficiente emoción para intercambiar. O como dicen mis hijas citando un diálogo de la saga Harry Potter (creo que es Hermione hablándole a Ron): “Tienes la sensibilidad de una cucharita de té”.

Ah, no. La encontré en Wikipedia: “Que tú tengas la variedad de emociones de una cucharita de té no significa que los demás seamos iguales”.

Hasta Hermione te canta  la posta, Mauricio.

Pero ellos sin embargo nos recontra igualan, nos achatan, nos aplanan, nos marketinizan, nos hacen inmenso colectivo uniforme de “vecinos”. Otra variedad (menor) de androides parejitos y estúpidamente buenazos, cual de pequeña y boscosa ciudad USA de puro Flanders, suavemente solidarios y agradeselfies. Nos dibujan como un nuevo arquetipo del (¿anti?) sujeto político y a la vez, o sin embargo, como saben mucho, como nos estudian minuciosamente (como si fueran extraterrestres que nos abdujeron y nos metieron en el horrible laboratorio del OVNI), saben dirigir su comunicación multitarget: tribus urbanas y demás, en el caso de Capital, para que cada comedor de hamburguesas, skater, freak, vegano, rolinga, o lo que coño sea reciba su comunicación personalizada. En términos generales, al mismo tiempo, somos lo otro, ese rebaño homogéneo. Somos para ellos una ciudadanía onda pareja del Galicia (y tantos otros imaginarios de publicidad y de imaginario ONG o de Facebook filantrópico), con ganas de consumir y pasarla bien, un poco imbéciles, a medias simpáticos, con apenas un rasgo de más que comprensible y risible mezquindad, no mucho más.

No sé. Serrat diría obviamente entre estos tipos y yo hay algo personal. Pero no quiero citar a Serrat. No quiero porque sí, porque me pone triste, porque se hace cosa vieja Serrat, porque no se me canta. No pienso dar explicaciones ni ponerme a discutir a Serrat acá y lo un poco obvio que me resulta desde hace años (perdón, Joan Manuel sociata por tus bellos y viejos discos).

Diálogo

No sé, insisto. Ponele: el día de “Belgrano, el gran emprendedor”. Un escándalo para nosotros. ¿Pero para ellos? Imaginalos de adolescentes en el Newman, ¿mediados de los 70?

-Qué embole historia, man.

Bolodo, no sirve para nada.

-Historia de este país patético (subrayado) además, bolodo.

-¿Jugás tenis mañana?

-Me jodí el codo, bolodo. Me lo jodí mal.

-Mi viejo me trajo una Slazenger.

-Copado, bolodo. ¿De Miami?

-De New York.

-Me voy porque tengo inglés. Mi viejo me mata si no voy.

-¿Me alcanzás, bolodo?

-¿Qué? ¿Sos pobre?

-¿Qué onda al final con Belgrano?

-Si nos aprueban igual, bolodo.

Por supuesto que esta conversación ficcional es forzada y psicobolche de lo peor. Pero veamos este otro diálogo, recogido de una muy bonita crónica de La Vaca. Aclara la crónica: “La pregunta es idéntica: señalar tres logros del gobierno que se plebiscitaron en estas PASO”.

“Responde Andrea: ‘Estoy tan emocionada que no sé qué decirte’.

María José: ‘Que se levantó el cepo cambiario’.

Pablo Avellutto: ‘El principal, lo profundo del cambio, que no para de crecer desde el 2015. En segundo lugar… (N. de A: puntos suspensivos nuestros porque no importa). Y para la tercera, retomo lo del cambio, que no es sólo político, sino cultural. Es un cambio de época’.

Daiana, empleada del Ministerio de Modernización porteño: ‘El transporte… ¿qué otro? No sé… ayúdame.

Su amiga le advierte: “Mirá que está anotando todo y esa frase también”.

Dijo la crónica al principio: “No hay clima de fiesta, sino de cóctel”.

Dice la crónica al final:

“Implora Vidal desde el escenario: ‘No volvamos al pasado, por favor’.

Abajo y en el centro, dos mujeres comienzan a corear: ‘Nunca Más, Nunca Más’.

Alguien las ubica: ‘Eso no’.

Se callan.

Cambiemos no tiene consignas, anoto.

Nadie canta.

¿Otra porción de pizza?, ofrece la moza”.

 

La nota original puede leerse en http://www.lavaca.org/notas/como-digerir-los-resultados-de-las-paso-cronica-desde-el-coctail/.

¿Qué me dijiste que era el peronismo?

Para escribir esta nota un tanto diletante me valí de mis propias ideas, percepciones y sentimientos; de lo que charlé con mi señora novia o mis hermanos o amigos o Facebook; de otros escritos que me estimularon a darle a la compu (como el de La Vaca); de la libertad que nos permite Socompa de escribir lo que se nos cante y como se nos cante. De paso: un modo de vengarse de las formalidades del periodismo.

Con mi novia charlábamos por ejemplo (el otro día) de algo de lo que escribió Durán Barba: esperar agradecimiento de la sociedad por las obras realizadas por un gobierno es una ingenuidad o una pavada o algo parecido. Puede que tenga un 80% de razón. Para uno que es filokirchnerista es una pena sentir que efectivamente esta sociedad –por las complejas razones que sean- no tiene la claridad o la generosidad o la lucidez para saber reconocer los méritos de los gobiernos kirchneristas y…. ¡¡¡no voten a Macri, manga de forros!!!

No, eso no, pero… nos preguntábamos porque los recuerdos e identidad del primer peronismo sí perduraron al menos un largo medio siglo, tres generaciones y un nieto diciendo “Mi abuela le escribió a Evita quien a su vez regalole la máquina de coser”. Donde la máquina de coser no es solo el dispositivo técnico que “salvó” a la abu sino un símbolo de un gobierno contenedor, cercano, inclusivo y de una época de alegría popular.

¿Por qué, entonces, me cago en Dios, no sucedió lo mismo con Néstor y Cristina? Bueno, quizá fue más radical y perceptible el cambio en 1945. Pero la diferencia pasa más que hipotéticamente porque somos radicalmente otra sociedad: la del consumo, el encierro, la burbuja, el hedonismo, la desconfianza en el otro, la tele y esto que están haciendo ustedes: leer solitos en el celular o la compu. Ese mundo que es más macrista y global que… peronista.

(dicho sea de paso: hoy día es más fácil definir antiperonismo que peronista. Necesitamos además urgentes trabajos de campo que digan cuanto peronismo subsiste en la sociedad. Chiste: los más peronistas deben ser los pibes de La Cámpora con la paradoja de que son infiltrados en el movimiento)

Escribió Ricardo Rouvier tras las elecciones: “Se puede decir hoy en forma rotunda que el kichnerismo, estando en el gobierno no kichnerizó al peronismo, no construyó una subjetividad afín, para lograr una mayoría por encima de lo electoral”.

No, no lo hizo. Visto a la distancia: esa hazaña, para esta sociedad, parece imposible.

 

Fin del espacio publicitario

Perdonen la deriva anterior. Sírvanse de esta que viene.

Hace un par de años, o cosa así, dejé voluntariamente de trabajar en el Centro Cultural Haroldo Conti, hermoso lugar, hermosos compañeros/as. Lo dejé por la asunción de Mauricio, claro, relacionada con la especificidad de mi laburo ahí dentro. Tuve tiempo de ver la llegada de Los Invasores, sin embargo. No llevaban el dedito torcido como en la vieja serie pero eran espantosa, desgarradoramente reconocibles, tan distintos a nosotros, los compañeros, los buenos de la película (ellos, los malos, odian que ostentemos una suerte de superioridad moral, puede que nos pasemos de la raya, es cierto). Cuestión que Los Invasores, efectivamente, comparados con nosotros, los desgreñados, los gritones, los jodones, los cálidos, efectivamente parecían venir de otro planeta. Pronto en el bar del Conti hubo conjuntos de mesas ocupadas por terrícolas y conjuntos de mesas para los de Alfa Centauro. Todos ellos prolíjísimos, impecables, de rostros no poco inteligentes (pero esa expresión fría…), mucho pantalón gris, mucha camisa celeste o blanca. Muy odiosamente guapos muchos de ellos, y esbeltos; ellas también, impecables. Nos cruzábamos miradas los unos a los otros, miradas de desconfianza, también de curiosidad y quién te dice de “The russians love their children too. Los que iban al bar del Conti obviamente no eran los cuadros mayores del PRO. De modo que no nos vamos a pelar con ellos, tan jóvenes emprendedores. Pero que venían de otro planeta, se los juro: venían, esos pibes y pibas, de otro planeta.

El amarillo que cayó del cielo

 

Hace pocos días mandé una linda nota salida en Sudestada por Facebook. Antes de los correspondientes halagos escribí: “Esa cosa gélida tan cordial, banal pero astuta, bruta pero eficiente, de la dirigencia macrista”. Si sois perspicaces, podréis observar que aquella nota también me estimuló para escribir esta. Me queda la duda de si la de Sudestada (http://www.revistasudestada.com.ar/articulo/1461/son-horribles/) no le debe algo a una de Martín Rodríguez o a una escrita en Panamá, particulamente la idea del macrismo como conjunto de apps, de aplicaciones.

Ahora sí, lo que yo escribo es armado/ rescate de notas ajenas. Reproduzco párrafos (discutibles) textuales:

“No son humanistas, no dudan. Retroceden, a veces, pero no dudan. Saben a dónde van y no necesitan que haya alguna mediación. No tienen un proyecto de país. No les importa. Son lo más agudo del capitalismo, su bisturí más impiadoso”.

“No es un nombre. Son otra cosa: una raza política nueva que casi no conocemos (cursivas y subrayado míos)”.

“La administración del gobierno actual tiene una forma específica de ejercer poder: es la política vaciada como aplicación (app). No hay votantes, hay usuarios. Eso ofrecieron en las elecciones: aplicaciones para usuarios. Es decir, herramientas de uso y habilitación personal: ser felices, estar todos juntos, la alegría es poder colaborar, en todo estás vos, mirar al futuro. La aplicación más elocuente: cambiemos. Ante cualquiera de estas aplicaciones, la fuerza argumental en contra es vista como violencia. Y en el colmo de la aplicación, como soberbia (ídem anterior cursivas y subrayado)”.

Este último párrafo me parece valioso. Nada que nos desarme más a los buenos que la innecesaridad de la que goza el PRO de argumentar a lo hora de discutir política y sus políticas. La argumentación es una reliquia cultural inútil. Les alcanza y sobra, amén del mentado blindaje y aplauso mediático, con dos estrategias: o apelar a la ofensa de que la argumentación o la crítica conllevan violencia o apelar al espanto pasado: qué decís, vos, chanta, si dejaste 30% de pobreza y te quedaste con un PBI entero y mentiste con el INDEC.

Danzando en el espacio

Así nos tienen, medio impotentes, con el kirchnerismo haciendo una elección flojería (asoman difíciles las elecciones de octubre en provincia de Buenos Aires y demás) y qué carajo sabemos qué será del peronismo. Si por momentos hasta da cosita de que al peronismo (el que escribe no se declara peronista simplemente porque cree que eso ya no dice demasiado) le pase como al radicalismo, terminar de extinguirse por disolución en Cambiemos, como una mosca al interior de la planta carnívora.

Deshistorizados, tratando de recomponer una identidad porque estos tipos nos robaron la biografía, nos movieron el piso mal, no entendemos el partido, estamos con jet-lag.

Otro artículo que me movió a escribir (esto es larguísimo, ahí es el que escribe el que tiene penosa conciencia de que no nació para esta época) es uno que fue bastante discutido, el del siempre interesante José Natanson (https://www.pagina12.com.ar/56997-el-macrismo-no-es-un-golpe-de-suerte). Con diferentes tonos y broncas todas las notas apuntan a tomarse en serio al macrismo y dejarse de joder con los chistes y broncas fáciles (ya sucedió mientras nos destruían: el chiste de Menem y Sócrates). Recomiendo leer la nota de Natanson y todas las mencionadas. Aun cuando discrepe suavemente con Natanson cuando describe al macrismo como una derecha moderna y democrática, cosa que hizo también Horacio Verbitsky hace un tiempo ya largo, interpreto que con esperanzas CELS en el Congreso de que la política de Derechos Humanos no sufriera demasiado. Moderna sí, democrática más o menos. Y moderna más o menos también según calibremos nuestra percepción o bronca de ciertos aspectos brutales de las políticas oficiales. Indirectamente el texto de Natanson se articula con algo que escribió en Socompa Gabriel Bencivengo cuando dijo que la percepción de la malaria social no es tan extrema en el conjunto de la sociedad (o el 35% que votó Cambiemos más lo que sumen otras fuerzas más moderadas) como la que describió el kirchnerismo en su campaña. O al menos la sociedad cree que vamos bien, sufriendo pero vamos bien.

Lo que dice Natanson es que el macrismo pudo ser más brutal –y no “gradual”- tanto en Capital como en el resto del país. Que no recortó planes sociales por ejemplo ni salió a privatizar a lo pavo. Dos cosas: eso pudo suceder en Capital, donde hay muy buena recaudación fiscal. Más allá de que sí hubo recortes, si bien parciales, de “inversión social”, todo hace sospechar que “después de octubre” –como titulan todos los diarios- termine el gradualismo y haya acelerón derechoso y temible.

Sí acuerdo enteramente con Natanson en algunas de las conocidas destrezas de la comunicación macrista:

“El macrismo ha logrado expresar también ciertas marcas de la época. Sus apelaciones a los valores pos-materiales, aquellos que van más allá de las necesidades cotidianas de supervivencia, resultan seductoras para las clases medias acomodadas en un contexto de hipersegmentación social, en donde los sectores más privilegiados llevan una vida más parecida a la de sus pares sociales de Nueva York o París que a los sufridos compatriotas que viven en el Conurbano, a un colectivo de distancia”.

“Más pendiente de la época que de la épica, el oficialismo defiende una visión anti-heroica de los asuntos públicos, una reivindicación de la normalidad cuya gran escenificación es el timbreo (…) La política se hace, en un pase de manos mágico, local: el mensaje es que son los problemas inmediatos y cotidianos los que realmente importan, los que el político, como muestran las fotos que luego circulan por los medios, se acerca a escuchar”.

“El efecto es individualizante. Lejos de las asambleas, las movilizaciones o cualquier otra forma de apelación colectiva, el timbreo es la operación ideal de la política macrista porque sintoniza con su concepción de la sociedad como una agregación de individualidades”.

Se acabó esta zona de la nota hecha de VV.AA. (varios autores). Lo que traté de hacer hasta acá… no sé lo que traté de hacer hasta acá. Descargar un poco de desazón y de joda con la complicidad de mis compañeros de Socompa y la de ustedes, voten lo que voten. Tenía ya escrito el título de la nota, incluyendo lo de las contraindicaciones de odiar al macrismo. Esa parte se las debo, digo de pie, firme junto a Mauricio. Otro día escribiré –aunque lo hice en otras notas con y sin kirchnerismo, o en Facebook- acerca de la imbecilidad política de odiar a la propia sociedad o de putear al propio país, como si otras sociedades o naciones fueran superiores (¿no éramos lo anti-tilingos, nosotros los buenos? ¿No nos llenamos la boca con la palabra pueblo?)). Vamos a decirlo en otros términos más hippones: identificar voto a Cambiemos con los mostros cara de CEO que intenté describir al principio es una pavada. Son ocho millones y pico de tipos, hermano, no podés odiar a ocho millones de tipos si querés a tu país y te considerás democrático y para colmo querés hacer política democrática.

Ahora finalicemos esto, muy apresuradamente, con otro tono, no sé si de autoayuda, algo medio hippón: ¿de qué carajo te sirve odiar?

Así que nada, buenas noches, vermouth con papafritas y love, love, love. That is all you need.