¿Tiene sentido establecer una comparación entre el comportamiento de los medios en un contexto extremo como el de la última dictadura y el actual? A poca de escarbar se descubre que sí, que sobran los paralelismos, las similitud de los lenguajes y los prejuicios, la vigencia de ciertos discursos autoritarios, antipolíticos y antipopulares. Quién te dice: a lo mejor la cosa es peor.

La primera aclaración: este texto se escribe con bronca, con memoria y con angustia. Seguramente compartimos con los lectores la idea de que la objetividad periodística es más que cuestionable pero no solemos tampoco cagarnos olímpicamente en ella (el lema sería: con la objetividad se hace lo que se puede). Intentamos suplir la noble idea de la objetividad mediante el intento de ser intelectualmente honestos, equilibrados, críticos, intentando quitar emocionalidad al escribir según venga el texto  o el tema. Quizá este texto no cumpla con esa pretensión de equilibrio porque –reiteramos- hoy escribimos con bronca, con memoria y con angustia. Y porque la veíamos venir desde mucho antes de las elecciones: a cambio de cadena nacional el macrismo contaría con el apoyo sistemático y masivo del enorme poder del sistema de medios privados, lo que equivale a –ponele- un millón de cadenas nacionales.

Es más: no les alcanzó con eso, pudieron darse el lujo de dotar de alguna pluralidad a los medios estatales de bajo rating (la TV Pública se parece un poco a eso). Pero resultó que hasta la agencia Télam hoy se parece a la agencia Télam de la dictadura (o a la que, en su peor gestión, funcionó con el kirchnerismo), se acallaron voces en radio Nacional y más todavía en sus filiales, se están vaciando iniciativas como canal Encuentro, se voló por los aires la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, se marchita la TDA y hasta tenemos naturalizado el poder inusitado de Cablevisión para interferir la señal C5N (señal esquizoide que a partir de las 18 cambia de cerebro). Si es por el “reparto de la pauta” (publicitaria) que tanto indignó en años kirchneristas, el panorama es aún peor que en esos tiempos ominosos, con el agravamiento de la casi extinción de medios K que en buena medida obedece a las apuestas o errores del núcleo duro del anterior(es) Ejecutivo(s).

La pregunta central de este texto suena simple y a la vez complicada, controversial y enojosa: ¿el comportamiento de los medios es hoy similar e incluso peor que el que tuvieron en dictadura?

No hablamos del gobierno macrista ni decimos Macri=dictadura (el gobierno fue elegido por los votos, hay un Congreso que funciona flojo pero funciona y un poder Judicial fulería con algunos espacios dignos. No se arrojan cadáveres al río de la Plata). Nos referimos estrictamente al comportamiento de los medios y de yapa/ complemento a su alianza con el macrismo, o de mínima su alianza estratégica contra el peligro populista/ kirchnerista (dato curioso: en La Política Online y otros medios dividen kirchnerismo y “peronismo racional”).

La pregunta se hace un poco demasiado simplona porque –entre tantas cosas- lo que silenciaron los medios en dictadura es a la vez lo más sagrado y horroroso que se pueda silenciar: el elemental derecho a la vida, el terrorismo de Estado, los desaparecidos, los campos de concentración, la tortura, el secuestro de bebés y niños. No solo callaron o silenciaron: negaron explícitamente el terrorismo de Estado, o dijeron de manera poco sutil que eso se justificaba, repitiendo el argumento castrense de la guerra sucia que se libra de otro modo y no como en la película Un puente demasiado lejano. Los medios de entonces aplaudieron a rabiar “los triunfos en la guerra antisubversiva”, ampliaron hasta el paroxismo y sofisticaron la construcción oficial sobre la campaña antiargentina. Hasta el Fontevecchia tardío negó de puño y letra la existencia de la ESMA como campo de concentración, asunto que recordó el remoto Miguel Bonasso de Página/12 cuando salió a la calle el fracasado diario Perfil con el slogan “Donde decía equis, debió decir zeta”, en alusión seudo independiente a la complicidad de los diarios con la dictadura.

Aquel pecado horripilante de la prensa en dictadura (la negación del horror y hasta el apoyo al genocidio) parece insuperable, cierto. Otras campañas a favor de la política económica de la dictadura (La Nación, La Prensa, Atlántida, Bernardo Neustadt, Mariano Grondona y muy llamativamente el digno Buenos Aires Herald) y sus consecuencias sociales también fueron parte del comportamiento mediático (recuerdo: solo al final del menemismo se derramaron lágrimas de cocodrilo por los efectos de las políticas neoliberales). Pero, claro, a la distancia aquella empatía con el proyecto económica cívico-militar empalidece con el apoyo a la Muerte.

El Peor de los Pecados

Volviendo entonces al presente, pareciera que no hay modo de comparar el Peor de los Pecados (apoyo al Terrorismo de Estado) con el apoyo macizo al actual gobierno (con sus pequeñas grietas, el reflejo creciente –nunca en primera plana- de los malos resultados económicos de las políticas macristas). Supongamos entonces que tenemos una primera respuesta a la pregunta bien básica de si el comportamiento de los medios es hoy similar e incluso peor que el que tuvieron en dictadura. No, porque hoy no se tortura a embarazadas ni se arrojan cadáveres a zanjas o al río y por lo tanto los medios no están negando lo que no existe. Es una respuesta algo idiota y enrevesada porque no se puede evaluar un comportamiento en base a una respuesta a lo que no existe. Esto entonces comienza a parecerse a una discusión teológica enredada de tipo bizantina o entre rabinos que discuten el Talmud. Pero… por otro lado: ¿acaso no se discrimina a los pobres, a los inútiles, a los que no saben emprender, a la grasa militante y se apoya la represión abierta al conflicto social, aquello que sí existe? ¿Y acaso, como en dictadura, no se demoniza al sindicalismo desde una perspectiva que no es nuestra crítica a buena parte (no todo) del sindicalismo? ¿Y no es ese comportamiento mediático, en sus argumentos, idéntico al de los lenguajes mediáticos y políticos en dictadura?

En mi ya viejito libro Decíamos ayer. La prensa argentina bajo el Proceso citaba a un viejo tratadista del periodismo, Émile Dovifat, quien hablaba de periodismo totalitario “como aquella modalidad del quehacer informativo en la cual se introduce directamente en el cuerpo de la noticia su valoración política, al mismo tiempo que se sirve de términos difamatorios o ambiguos, hábilmente utilizados, para condicionar arteramente la reacción emotiva del lector”. Se supone que entonces introduje esa cita solo para hablar de periodismo en dictadura… En cuanto a buscar reacciones emotivas, ¿Jaime Durán Barba no es el mejor especialista contemporáneo en esa materia?

Argentinos: vivimos en democracia

Otro modo de responder a la pregunta central de este texto es muy obvia: debemos juzgar a los medios según el contexto del presente, es decir, vivimos –se supone, dado el recortamiento de pautas básicas de convivencia democrática o el ataque a los jueces desacatados- en democracia. Sin embargo el lenguaje y la agenda y los tratamientos se parecen ominosamente al lenguaje, los modos, la agenda y los tratamientos de la dictadura. Es más feo: porque no hay Terror estatal que pueda presuntamente “explicar” el comportamiento de los medios: miedo, censuras presuntamente externas, ser secuestrado y aparecer en una zanja (argumentos que tampoco funcionan del todo cuando se analiza a fondo lo que hicieron los medios a partir de 1976).

Es peor aún porque el nivel de sofisticación de los lenguajes mediáticos (incluido el estudio y conocimiento sobre las audiencias) y su capacidad de impacto cultural deja en ridículo a las jergas medievales de la dictadura.

Es mucho peor mirado desde el contexto institucional, político y socio-cultural del presente. Porque ante una sociedad híper fragmentada, siempre dada al odio fácil y la exculpación, es posible decir –con prudencia, según cómo y dónde- que los medios son más poderosos que durante la dictadura. Ejemplo: una sociedad con altos grados de sindicalización tiene mejores defensas que una sociedad de cuentapropistas y perdedores solitarios. Porque el sistema Clarín es infinitamente más power que lo que era el diario Clarín del fútbol, Información General y los clasificados en dictadura, aunque haya emergido de ella con mucho más poder del que tuvo en sus inicios.

Dónde hay un mango, viejo Schönfeld

Otras comparaciones posibles. El viejo diario La Prensa, el más antiperonista y anticomunista de los diarios en dictadura (y desde mucho antes), tuvo su Manfred Schönfeld, quien apoyó a rabiar el golpe pero luego se convirtió en una llamativa voz crítica (algunos decía que era la pelea de la Marina vs. el Ejército, muy dudoso). El 12 de diciembre de 1978 apareció a modo de muestra este texto suyo en La Prensa, el mismo diario en el que escribía Camps:

“Añadamos que `desaparecer´ significa, habitual aunque no necesariamente, haber sido detenido por personas armadas que ora estaban vestidas de civil ora de uniforme y que se identifican –o no– como pertenecientes a tal o cual rama de las Fuerzas Armadas, de seguridad o del orden. El silencio es el caldo de cultivo ideal para toda clase de versiones. La falta de información –o la información manipulada– da lugar a falsedades de toda clase… Lo que importa, empero, es que sigue sabiéndose muy poco, y en ciertos casos nada, acerca de mucha gente, casi siempre joven, que desapareció, ya sea de sus hogares, como de sus lugares de trabajo o de estudios (…) No es lo mismo, finalmente, morir con un consuelo espiritual y religioso –al cual tiene derecho hasta el más infame de los criminales, por su mera condición humana– que ser `liquidado´ entre gallos y medianoche. No sabemos si esto último ha sucedido, pero tenemos derecho a saber qué sucedió y qué sucede”.

También Clarín, solo cuando la dictadura entraba en su crepúsculo, tuvo su Oscar Raúl Cardoso difundiendo dignamente las denuncias sobre violaciones a los Derechos Humanos llegadas desde el exterior.

“Vivimos en democracia”, los diarios se dicen pluralistas. ¿Dónde se refleja ese pluralismo? ¿Dónde están en las pantallas de TN, en La Nación y Clarín, los Schönfeld y los Cardoso? ¿Quiénes en esos espacios van a contrapelo de la línea editorial? Tenemos tan naturalizada la perversión esencial de los medios que nos obligan a hacer una pregunta así de elemental y patética. Cuando muy de vez en cuando un periodista de investigación de La Nación tira un dato de corrupción en el macrismo el alma de ciertos progresistas o izquierdistas liberales–y la del que escribe también- encuentra un pobre consuelo. Pero eso sucede muy escasamente y últimamente cada vez menos.

Es hasta grotesco. A la dictadura la corrieron por derecha ciertos medios y ciertos periodistas cuando su ciclo ya se agotaba. Lo mismo hizo la Sociedad Rural en un famoso comunicado, con verdadero espanto. Decían que no, que no estábamos maduros para la democracia, que las elecciones podían (debían) esperar. Lo hizo Grondona tras Malvinas. 30 de junio de 1982, escrito con el alias de Guicciardini:

“Los argentinos, que nos habíamos portado tan bien durante la guerra de las Malvinas, que habíamos mostrado tantas señales de unidad, valor y eficiencia, no hemos sin embargo sabido hacerlo después de la derrota”. Lo que pedía era continuidad de la dictadura y unidad nacional, para disminuir “los efectos del contraste”. Lo que hacía era tirar la pelota afuera y dejar el juicio en manos de la futura Historia, algún día lejano, de modo tal de no sumirnos en “una suerte de inútil serie de disquisiciones” que, por supuesto, lastimaban a las últimas Juntas militares.

Ya se verá más adelante que en el presente hay otros oficialistas asustados que corren al gobierno por derecha.

Fuego de artillería/ baterías a lo pavo

Seguimos con la pregunta comparativa: ¿es semejante o aun peor el comportamiento de los medios actuales en relación a lo que hicieron en dictadura? Hay otros rasgos que indican que sí.

En líneas generales, durante la dictadura tanto los silencios como los apoyos mediáticos no estaban dotados ni potenciados con los tonos abiertos, desembozados, entusiastas, teñidos por el lenguaje del impacto y del espectáculo o de la frivolidad y hasta de la fiesta que domina hoy en los medios. Cuando escribí Decíamos ayer aludí a una apreciación fuertemente subjetiva: entrarle a los diarios de entonces era como trasponer los portalones de hierro de un cementerio. Todo era gris oscuro, frío, invernal, medieval, silencioso, tristísimo, sin vida. Dominaba la opacidad, la evidencia de los labios cosidos o las mordazas o los grilletes, el miedo, las jergas intrincadas (Morales Solá, antes de estampar su firma y después también) o las burocrático-autoritarias. Todo era rígido y severo, con un país que libraba una guerra vagarosa y lejana modelo 1984. Repetimos; los apoyos venían por el lado de la titulación presuntamente neutra (no como la actual), la construcción de agenda y los editoriales. Solo La Nación respiraba una cierta soltura aún con su lenguaje conservador, como si se sintiera cómoda. Y la revista Gente alternaba bikinis de verano con persecución de subversivos en la escuela y la Iglesia o la portada mentirosa sobre Norma Arrostito que decía simplemente “MUERTA”, más la foto prontuarial. Nadie parecía tener derecho al habla excepto los milicos en sus arengas y partes de guerra y comunicados número… La reproducción de los partes de guerra era literal, con entrecomillados. En todo caso, luego los medios les hacían de megáfono a los militares, casi sin intermediaciones. Había un solo discurso marcial, macizo y medieval. El periodismo estrella/ los periodistas estrella apenas si existían o el espacio para ese ejercicio eran las publicaciones de editorial Atlántida. También con cierta presunta galanura escribían Mariano Grondona en su revista Carta Abierta o firmando con el seudónimo Guicciardini en el viejo Cronista Comercial y Bernardo Neustadt en la revista Extra, que apoyaba las políticas económicas liberales y vivía de la pauta de empresas estatales.

Qué fantástica esta fiesta

Hoy todo eso es distinto. Los apoyos son abiertos, entusiastas, festivos, humanizantes y –ya se dijo- “espectaculares”. A veces también banales o frívolos pero siempre eficientes. Los recursos mediáticos, discursivos, para dar ese apoyo o blindar al gobierno son enormemente más sofisticados que en dictadura. Si existe o no un engaño general a las audiencias, o cuáles son los límites de influencia de ese comportamiento generalizado es una discusión válida que hemos dado en otras ocasiones pero que aquí no entra por razones de espacio.

Tampoco vamos a entrar en la descripción de lo que se publica cada día porque no hay alma que pueda con eso salvo en una serie de cinco a diez libros. De cara a lo que uno sabe de los lectores de Socompa a esta altura el corpus material es demasiado obvio, cansador, se reproduce toooodos los días en las redes sociales desde los tiempos de 6,7,8 y aun antes, como mínimo desde “La crisis causó dos nuevas muertes”.

Sí cabe subrayar –siempre- lo sistemático y brutal y continuo tanto del apoyo/ blindaje al gobierno macrista como los “embates” (palabra reinventada durante los últimos gobiernos y que ahora usan al revés el Gato Sylvestre y a veces Página) contra el kirchnerismo, desde la corrupción real o inventada a Cristina como La suma de todos los miedos y de todos los males pasados, presentes y futuros. No se inventaba tanto en dictadura, no había tanto despliegue, ni tanto recurso, ni tanta creatividad. No existían tampoco las series temáticas actuales que duran hasta diez días o más y perduran por años (expulsión de De Vido, causas judiciales contra los K, Santa Cruz). Sí existieron, impuestas desde el Estado terrorista y apoyadas con alegría en los diarios series más breves en su duración: la construcción de la idea de un “clan Graiver” en la previa de la venta de Papel Prensa, el descubrimiento de nichos subversivos en una universidad. Existían sí las operaciones digitadas desde los medios y –de nuevo- amplificadas por los medios: el secuestro de las monjas francesas a manos (falsas) de Montoneros, la carta (falsa) de la madre arrepentida de un subversivo, la visita a la dulce granja reeducativa (falsa) para terroristas, los partes de guerra (falsos) sobre delincuentes subversivos abatidos.

Cuantitativamente esas operaciones eran mucho menores que en la actualidad. Lo que sí tenía duración permanente en tiempo y espacio era el discurso de fondo: los males devenidos del populismo y la demagogia, la corrupción, el caos del que se venía, la inutilidad y perversión de la partidocracia, la antipolítica.

Caramba: es exactamente la agenda actual, ya lo habréis notado.

Lo mismo vale para la herencia recibida y la horrorosa idea de que “ella gane” (Morales Solá, Majul) y con ella la demagogia, el populismo y el kirchnerismo (y los piquetes, y los vagos, y las tomas de fábricas por parte de la izquierda). Todos fenómenos que hacen a una zona enferma de la sociedad que debe ser extirpada, algo que no corresponde a cierta particular idea de democracia. De esas cosas escribían en dictadura Grondona o Renée Salas en Gente (me remito siempre al día en que esa periodista, fallecida en 2014, salió a entrevistar a Pérez Esquivel por el premio Nobel y llegó a su casa solo para vomitarlo).

Si antes solo los milicos hablaban y hablaban y se los reproducía hasta el infinito y más allá, casi sin intermediaciones, si casi no existían las notas de opinión o no con firma, hoy son muchos más los que salen a vomitar llamas firmando o sin firma, periodistas estrella u otros en leve ascenso. Es decir, de nuevo: la batería de recursos y de voces es mucho mayor que en dictadura. ¿Es necesario citar los nombres? No. Excepto para decir que, últimamente, si aparece algún disenso entre los apoyadores es para alertar –como los economistas gurkas que se oponen al gradualismo- por derecha. Hay algo de eso en Majul y en Lanata. Onda: dale Macri, hacete macho, ponete los pantalones y goberná, báncate las consecuencias, usá el poder.

Hay por último otra serie temática en el discurso de la derecha mediática. Se trata de una serie discursiva con muchas décadas de historia en el país. Para no remontarnos al siglo XIX, tiene que ver con el viejo antirradicalismo que se practicó en tiempos del Peludo Yrigoyen, con el terror y el desprecio hacia la chusma ultramarina y los anarquistas y socialistas, con el antiperonismo histórico, pero también con una añoranza de refundación del país como la que se ensayó durante el Onganiato y tuvo un éxito más que importante con la última dictadura. Es una melancolía de los distinguidos en la que late en la noción de democracia real un problema, un límite, un peligro. Es una idea autoritaria, antipolítica y antipopular. La nostalgia (teñida de odio) es por la fundación de un proyecto de Nación por parte de la generación del 80 (los que somos buenos a la vez deberíamos reexaminarla) y la necesidad imperiosa de recrear aquella experiencia histórica. Mariano Grondona, escrito en plena dictadura:

“En el proceso que estamos viviendo los argentinos, se espera o se supone que tiene que producirse algún tipo de renovación generacional –una renovación política profunda- y que de alguna manera, cuando ese proceso llegue a su hora política, la Argentina tendría que mostrar nuevas ideas, nuevos rostros, nuevas organizaciones”.

Nuevas ideas, nuevos rostros, eso es PRO/ Cambiermos. La revista Gente decía lo mismo –fotos mediante- comparando la juventud, distinción y brillo de ciertos funcionarios del Proceso con la decrepitud de dirigentes partidarios prolijamente seleccionados.

Tan vigentes resultan estas reliquias de archivo que Mariano Grondona, el 12 de septiembre de 1979, se anticipó al debate que existe hoy en la derecha política y económica en torno del problema del gradualismo económico:

“Decía hace unos días en una mesa redonda un sagaz analista político que ‘gradualismo’ no quiere decir cometer despacio los mismos errores que antes cometíamos ligero. Si la dirección de la marcha es la misma de siempre, ¿de qué vale en última instancia que su ritmo sea intenso o paulatino? Ir despacio, en esta hipótesis, no ha de significar otra cosa que llegar un poco más tarde a la catástrofe”.

Puede tomarse este último párrafo como alerta: atento, Gato, porque como sigan mal las cosas muchos de los que te apoyan se van a hacer los boludos poniendo cara de afligiditos, pero dignísimos en su independencia.