En el Sitio de la Memoria se presentó una muestra anclada en los “papeles perdidos” de Rodolfo Walsh. Esta es la crónica de un acto conmovedor, sucedido entre ruidos de loros y colectivos, atención profunda, y una rara sensación de atemporalidad, otra marca del Terrorismo de Estado.

Se puede haber visitado cincuenta veces el predio de la ex ESMA. Se puede trabajar allí en alguno de los edificios, de los institutos, de los museos, en la sede de alguno de los organismos de Derechos Humanos, o se puede haber trabajado allí un tiempo, como es el caso de este cronista. Lo cierto es que siempre alguna vez sucede. No hay acostumbramiento definitivo. Cada tanto surgen los fantasmas. Esa sensación de agobio, de tristeza, de vaga inquietud, de congoja, de sordidez. Suele ocurrir en los días de lluvia, la congoja, la inquietud, el agujero negro.

En el museo Sitio de la Memoria, el sábado por la tarde, se organizó una “visita de las cinco” a la muestra sobre Rodolfo Walsh inaugurada pocos días atrás. Horacio Verbitsky, Martín Gras –sobreviviente de la ESMA- y el periodista y escritor Marcelo Figueras hicieron de –la palabra falla- presentadores.

Fueron cientos de personas haciendo cola al aire libre para ingresar a la muestra, a cuarenta años de la desaparición de Walsh. Muy ardua la visita en el interior porque el edificio donde funciona el sitio conserva mucho de lo que fue/es: áspero, hostil, laberinto fulero, no contiene espacios amplios y sí el horror seco de Capucha y Capuchita con sus techos opresivos y ausencia de ventanas, las piezas donde tiraban a las embarazadas, las oficinas estrechas de los represores, el sótano, los lugares de tortura.

De nuevo: se puede haber ido cincuenta veces al predio de la ex ESMA y no dejar de inquietarse –con extrañamiento- por la existencia de bellos árboles añejos. Árboles que acaso comenzaron a ser plantados en 1924, durante la presidencia de Marcelo T. de Alvear, cuando el predio fue cedido por el Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires al Ministerio de Marina, por decreto. ¿Árboles y represores? ¿Tenemos eso en común?, es la pregunta, entre abrumada y perpleja.

Cientos de personas esperan y escucharán las intervenciones en silencio religioso en lo que alguien de la organización de la muestra, a la hora de ordenar el acto, llama “jardín”. Además de los árboles y de los cientos –muchos jóvenes, personas de extracción humilde también- habrá sonido de loros cuando avancen las palabras de Verbitsky, Gras y Figueras. Loros y ruido de bondis que van por Libertador. Uno supone que a los bondis los escucharían los secuestrados, aun con capuchas puestas. O no. El 29, el 15.

 

Hoy me toca a mí

El que abre el acto es Horacio Verbitsky. Se lo tiene como a un tipo duro, implacable y algo de eso hay. Pero comienza su intervención diciendo esto:

  -Para mí hoy es un día muy triste. Me pega más fuerte que los años anteriores, no por el número 40. Lilia (Ferreyra, última compañera de Walsh) se ponía muy mal y yo trataba de confortarla; eso desde el secuestro, cuando estuvo unos meses viviendo en mi casa, hasta su exilio.

Verbitsky, el implacable, es el que meses atrás dedicó unas palabras bellísimas, cargadas de afecto, a Laura Conte, fundadora del CELS y de Madres (otra vez) Fundadoras, cuando a iniciativa del legislador Carlos Tomada fue distinguida como personalidad destacada de la ciudad en el ámbito de los Derechos Humanos. El periodista habla de Lilia –esto lo agrega el cronista: sus últimos años, cada vez más menudita y siempre hermosa, tuvieron algo de furtivos-, habla de ella y cuenta que solía venirse abajo en los aniversarios de la muerte de Walsh. Se quiebra el implacable y agrega:

  -Ahora me toca a mí.

Más o menos así sigue su tono cuando dice que Walsh tenía en vida quince años más que él, que él ahora tiene muchos años más que Walsh, quien murió a los 50. A Verbitsky le pasa lo que todos respecto de los seres queridos muertos y desaparecidos, esa cosa inconcebible del paso del tiempo, eso que también les pasó a los HIJOS cuando sobrepasaron la edad de sus padres. “Él (Walsh) tenía la edad que hoy tiene uno de mis hijos”.

Silencio en el “jardín” de la ex ESMA, salvo por los loros y los bondis, atención respetuosa, casi religiosa. Verbitsky, ya ahora cambiando a otro tono, repasa algunas cosas conocidas o no de los días finales de Walsh. Que quería escribir una novela y que “arrancaba y se trancaba”. Que pensó en construirla mediante cuentos articulados en los que Juan, el personaje del cuento “Juan que iba para el río”, fuera el protagonista e hilador. Es la parte aquella de la apuesta que se hizo Walsh de terminar a la vez la Carta Abierta y el cuento que presuntamente se perdió en la ESMA y que tuvo a Martín Gras como lector/secuestrado azaroso. Verbitsky se detiene unos minutos en diferenciar las técnicas de trabajo y los distintos objetivos de ANCLA y de la Cadena Informativa. Para simplificarlo: una herramienta para los periodistas que se atrevieran a publicar (fueron apenas un puñado, a menudo enviando la información al extranjero vía agencias), otra, la Cadena, en un lenguaje más accesible y anclada en la cultura popular. Ejemplo: el famoso “nueve de cada diez” estaba inspirado en el histórico “nueve de cada diez estrellas usan jabón Lux”, nacido en alguna agencia de publicidad estadounidense y abundantemente usado en nuestro país. Y lo mismo la palabra misma “cadena”, que en los 70 se empleaba para usos variopintos.

Luego Verbitsky dará a entender –las palabras no son suyas sino de quien transcribe- que la famosa autocrítica que aun se demanda a Montoneros (tarea imposible por otro lado pues fueron tantas las muertes y escisiones que ya para el regreso de la democracia no había una orgánica verosímil de la organización sino la sobrevivencia en modo fantoche de Mario Firmenich y pocos más) la hizo Walsh en sus documentos críticos a la conducción. Tan flojita la conducción que aceptó que Walsh –que venía pensando en dejar la organización y dedicarse a escribir- firmara como escritor su Carta Abierta. Pero pretendió la conducción censurarle el mejor párrafo, aquel que remata diciendo que no era solo la represión el peor de los infiernos desatados por la dictadura sino que “en la política económica de ese gobierno debe buscarse no solo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada”.

Apuntará después Martín Gras: “el párrafo más magnífico de la Carta Abierta”. Añadirá Verbitsky que Walsh desobedeció el intento de censura “de una conducción que creía tener el poder de hacer cumplir sus instrucciones, cuando no lo tenía”. La Carta, recordará el director del CELS, era una pieza en la estrategia de Walsh, la línea de repliegue en el seno del campo popular, no la patrulla perdida.

Vienen luego las también célebres líneas de Walsh, “las cosas que quiero”, sin puntos ni comas: “Las cosas que quiero Lilia mis hijas el trabajo oscuro que hago los compañeros el futuro los que no obedecen los que no se rinden los que piensan y forjan y planean los que actúan el análisis claro la revelación de lo escondido el método cotidiano la furia fría la alegría general que ha de venir un día la gente abrazándose la pareja en su amor la esperanza insobornable la sumersión en los otros”.

Verbitsky cierra: “La sumersión en los otros. Eso logró Rodolfo”. El aplauso dura varios minutos.

 

Walsh vivo, muerto, vuelto, mito

Mientras, antes o después de las intervenciones, el cronista teme lo que ya temieron –como escribió Eduardo Jozami en Página/12– Guillermo Saccomano y Ricardo Piglia, “el peligro de que la construcción del héroe Walsh transformara su figura en la de un mito escolar impidiendo valorar su importantísima obra literaria”. El cronista teme más, teme la sacralización de Walsh, su fosilización en mito intocable. Luego se dice: somos humanos, necesitamos una referencia ética que nos dé fuerza para seguir adelante.

Llega el turno de la intervención de Martín Gras y abre de este modo.

  -Yo soy el que está del otro lado del espejo.

Gras es el sobreviviente de la ESMA que desde una ubicación y circunstancias imposibles reconoció el cuerpo acribillado de Walsh. Da a entender Gras que no hablará del Walsh vivo sino del Walsh muerto, desde su “lugar de residencia: último piso, Capuchita”, con idas rutinarias a la mínima oficina del represor Antonio Pernías -“estaba entre azorado y fascinado por el mundo de Montoneros”-, o la oficina estrecha de quien por entonces, como otros de los suyos, se presentaba como Dios omnipotente y hoy está condenado a perpetua. Gras no siempre encapuchado y medio asfixiado sino a menudo con los “anteojitos” (un antifaz rígido y molesto), los grilletes puestos en las piernas, aislado del mundo, impedido de percibir nada, afuera del tiempo, para eso lo desconectaban como a los demás de todo estímulo sensorial.

Sucedió el día en que a Grass lo dejaron en espera en algún lado e intuyó que algo inusual estaba sucediendo: gritos, tumulto, imprecaciones, órdenes. Alcanzó a meterse en un baño y hasta a bajarse los pantalones para mejor fingimiento. Hasta que lo sacaron a los gritos de allí y cuando lo movieron, por haberse aflojado los “anteojitos” pudo ver medio cuerpo desnudo de Walsh atravesado por ráfagas, sobre algo parecido a una camilla.

Grass pasa después a lo que llama una segunda parte de su relato. En la oficina minúscula de Pernías había un armario lleno de carpetas rústicas y de papeles. Él solía meterse, agachándose, en ese armario. ¿Por qué? “Porque era el único momento en que podía estar solo en la ESMA, en una burbuja de libertad”.

  -Me encerraba yo, sí, me encerraba yo.

Fue dentro de ese armario que Martín Gras encontró en carpetas los papeles robados a Walsh: una colección del Diario de la CGT de los Argentinos, tres documentos críticos dirigidos a la conducción de Montoneros, el original de “Juan que se iba para el río”. La historia de cómo luego, en 1982, en un café de la Gran Vía de Madrid, Martín Gras se juntó con Lilia Ferreyra y cómo ambos reconstruyeron oralmente el cuento la relata muy bien Roxana Barone en la revista Haroldo: http://revistaharoldo.com.ar/nota.php?id=192. En cuanto a los “papeles perdidos” de la muestra que se puede visitar en el museo Sitio de la Memoria es más que recomendable leer otro artículo de Diego Igal publicado en Anfibia: http://www.revistaanfibia.com/cronica/todos-los-misterios-la-carta-walsh/. La muestra incluye, además de los papeles perdidos, tres piezas audiovisuales con fragmentos de testimonios brindados durante los juicios orales ante el Tribunal Oral Federal 5: la caída de Walsh, los papeles robados en la quinta de San Vicente, la reconstrucción de “Juan se iba por el río”.

Gritos de loros; bellos, tristes árboles en la ex ESMA por calles en las que caminaban los represores, emoción, atención profunda, los juegos y traiciones de la memoria, la perplejidad sobre los otros juegos que practica el tiempo en nosotros, qué nos decimos en el presente, que nos dijimos en el pasado. Ejemplo, en frase de Martín Gras:

  -Yo pensaba que aquellos a los que los “trasladaban” eran los que iban a sobrevivir y que los que nos quedábamos íbamos a ser ejecutados.

Y aquí la última extrañeza de la memoria. Porque el que escribe está seguro de que fuera de la ESMA, ya a pocos meses del golpe, entre los militantes circulaba un rumor oscuro, lo mismo que le decían a Gras y demás secuestrados, que existían unas granjas de reeducación para los subversivos, en el sur, allí a donde serían trasladados, vacunación mediante para prevenir enfermedades, vacunación que era el Pentotal. Granjas de reeducación nos decíamos que se decía fuera de la ESMA, cuando ni por puta podíamos medir los estragos de la represión aunque estuviéramos hechos percha o aterrados. Y otro rumor vago: torturas practicadas con sierras eléctricas.

Sonidos de loros y de bondis, y de sierras.