Diálogo-polémica amistosa con un texto publicado en Anfibia. O de cuando los datos duros no necesariamente dicen si somos felices o una manga de desgraciados.

Históricamente, una de las causas esenciales del sufrimiento colectivo es la decepción de las poblaciones establecidas sobre una tierra amada pero que las expone a invasiones, catástrofes o nutre mal.

Gastón Blanco en el prólogo a la edición del Cantar de Gilgamesh (¡upa!). Galerna. 1977.

Hace ya unos días la benemérita revista digital Anfibia publicó un artículo extenso firmado por Daniel Schteingart titulado -¡impunemente!- “No somos un país de mierda”. Schteingart se presenta en Twitter como “doctor en Sociología, desarrollista, beatlemaníaco, tecladista fogonero”. Que se declare beatlemaníaco y tecladista ya nos predispone favorablemente. Que se califique como desarrollista nos deja un poco en penumbras porque el desarrollismo –a nuestro modesto entender- es una ideología algo difusa, añeja y escasa que nos da un poco de miedito, por aquello de ciertas consecuencias (humanas y ambientales, por decir algo) que puede generar el desarrollo capitalista. Pero eso es un problema del que escribe y lo que escribió Schteingart nos gustó aunque nos da cierto trabajo teclear su apellido.

Joaquín Torres García- América invertida (1943)

Él mismo explica en sus términos el por qué del artículo y de su título. Pero acá vamos a suponer que lo escribió –acaso o al menos para una audiencia antimacrista- para paliar un poco ciertos titulares exagerados y que lo hizo además en el marco de la depre colectiva que inauguró el bueno de Mauricio Macri. Eso del bajón colectivo de los que sufrimos la Era Macri es un temazo. Es un fenómeno sociocultural que pese a lo triste insistimos en calificar de único y fascinante (y ojalá irrepetible). El artículo –dijimos- es extenso y muy generoso en números socioeconómicos. Pueden ustedes leerlo acá, si bien los datos generales son conocidos para un lector informado. Coincidimos con Schteingart en lo esencial: somos -en eso que sonoramente se llama “el concierto mundial”- un país de clase media, o de media tabla con aspiraciones y no de mierda.

El texto informa dónde estamos parados internacionalmente en términos de pobreza o ingreso per cápita, contiene datos interesantes o divertidos como saber que la poderosa China, siempre al borde de ser la primera potencia mundial “aún es bastante más pobre que Argentina (su PIB per cápita es hoy el 75% del nuestro, de acuerdo al Banco Mundial)”. O que en la comparación con la India, también enorme y en ascenso relativo, triplicamos el ingreso per cápita. O que atendiendo al coeficiente de Gini no solo que tenemos una sociedad más igualitaria que Colombia, México y Brasil sino que nos va más o menos tan bien o tan mal como a Estados Unidos pero bastante peor que a Noruega, célebre por ser “el país de mayor desarrollo humano del mundo desde 1995”.

Más interesantes que estos datos son unas preguntas no solo “metodológicas” que plantea el autor: “Argentina tiene hoy, por lejos, la vara de pobreza más exigente de la región. Muchas personas se preguntarán: ¿Es razonable tal vara? ¿Está inflada la pobreza? ¿Qué medida es más verdadera? (…) La clave no es ver el 30% de pobres que hoy tiene Argentina en abstracto, sino en términos comparados, a lo largo del tiempo y espacio”.

Unos cuantos párrafos después, en relación con lo anterior, viene lo que a nuestro juicio es lo más importante y también sabido pero parece que nunca alcanzara: “El último cuarto del siglo XX fue un gran retroceso en nuestro país: en términos absolutos Argentina fue el país del mundo que más se desindustrializó (el PIB per cápita industrial cayó a la mitad) entre 1974 y 2002. En este último año el PIB per cápita del país fue 14% menor al de 1974, con un dramático deterioro distributivo (la brecha entre el 10% de mayores ingresos y el 10% de menores ingresos pasó de 10 veces a 44 (…) Ello implicó que la pobreza urbana pasara de un 16% (con vara actual) a un 69% en ese período. Allí sí Argentina rozó niveles de pobreza latinoamericanos: la región en su conjunto tenía 72% de pobres”.

Para alegría de lectores kirchneristas (el resto cierre los ojos y niegue con ira), agrega el autor beatlemaníaco que “la etapa de crecimiento que fue de mediados de 2002 a 2011 fue prolífica: el PIB per cápita se recuperó fuerte y la brecha de ingresos entre el decil 1 y el 10 cayó de 44 veces a 18 en ese período. El corolario de ello fue una pobreza que mermó 40 puntos porcentuales (25 puntos más que la región, la cual no había sufrido una crisis-rebote-recuperación como la que tuvimos entre fines de la Convertibilidad y los primeros años post-2002)”.

Hasta que llegó (2011) el estancamiento económico y otra suba de la pobreza. ¡Y luego Macri!

Hasta acá todo bien

Bien, resumimos mucho al amigo Schteingart y a partir de este momento pasamos a tomar un café con él para charlar; están todos invitados. Pero antes que nada necesitamos establecer con ustedes un doble pacto de lectura:

Pacto de lectura 1. Nuestra primera respuesta al artículo es sencilla y entrecomillable: “No es solo la economía, manso”, aunque por supuesto la economía, cuando saludable (o inclusiva), es asunto crucial.

Pacto de lectura 2. Necesitamos por razones de escritura un sustantivo propio para aludir a la categoría abstracta “un país de mierda” y hemos decidido –otra vez es simple- denominar a esa Nación ominosa con el nombre Mierdor, que es hermano de Mordor. Por contrapartida, a un país ideal que no sea de mierda sino todo lo contrario le pondremos Winipú (pero no Winnie The Pooh), que es un hermoso osito gordinflón.

Sazonemos este doble pacto de lectura con una pizca de clonazepam. ¿Estamos bajón? ¿Nos irritan la Argentina y nuestros compatriotas? ¿Somos Mierdor? Tranquilos todos, los complejos de culpa “nacionales” –creerse lo peorcito del mundo- son habituales. En la España post franquista decían “Europa comienza en los Pirineos”. Después se agrandaron mal y fueron. En cuanto al complejo nacional de inferioridad, por lateral derecho suele avanzar asimismo la tilinguería.

El asunto es saber si alcanza con los parámetros económicos, incluso los socio-económicos básicos, para saber si tendemos a Mierdor o a Winipú. Con todo respeto y admiración por tales datos, adelantamos que a nuestro juicio no, no son suficientes (era obvio que íbamos a escribir esto). Hay países “prósperos” que, al menos al que escribe, no le gustan nada y otros con unos productos per cápita de la san puta y acaso eso suceda –un suponer- porque exportan petróleo y son poquitos habitantes. O porque constituyen, tales países Winipú, un paraíso fiscal.

 

(Recreo: una vez, cuando vivía en España, el que escribe fue por razones de estudio unos pocos días a Suiza, paraíso fiscal. Fue alojado por unos amigos uruguayos exiliados quienes le contaron que tirás un papel en Suiza y te pegan, que tenés el coche abollado y te multan y te miran mal, que hacés ruido a las ocho de la noche y perdiste. Un país semejante de ninguna manera puede ser un país Winipú)

Hablando de paraísos fiscales y de Estados impotentes miren ustedes lo sombrías (tirando a Mierdor) que andan las cosas en Europa. No solo se trata del ascenso del voto neonazi en Alemania (donde “neo” debe estar de sobra) sino de lo que ya había contado en Socompa Christian Kupchik sobre fenómenos similares nada menos que en los países escandinavos. También en Socompa acabamos de publicar –respecto de Alemania- este otro artículo de Diego Zúñiga. Y hace tres o cuatro días adelantamos un texto de Thomas Piketty en el que se explica hasta qué puntos son nabos los Estados europeos –o hacen arrugue de barrera- a la hora de cobrar impuestos a las multinacionales, pelear contra los paraísos fiscales, enfrentar al poder económico (ver acá). Esto que sucede en Europa sucede en todas partes y no tiene nada de Winipú tampoco, aunque hablemos en algunos casos de sociedades más igualitarias y prósperas que la nuestra. Va de nuevo: aunque Noruega y otros países escandinavos tengan un precioso Índice de Desarrollo Humano (o índice pre-Winipú), también en algunos se viene agrietando el Estado de Bienestar y ascienden, de modo entre larvario y alarmante, grupos políticos totalitarios.

Estado de Malestar

Se sabe que el Estado de Bienestar viene en caída en casi toda Europa hace añares y hay buenas razones para creer que eso explica en gran medida cierta disolución de los partidos políticos (la socialdemocracia clásica sobre todo), la aparición de otros nuevos, tan fugaces, la del neonazismo, las xenofobias, siempre latentes. Nuestra socialdemocracia argentina –solía decir Torcuato Di Tella- fue el peronismo y Perón más parecido a Franklin Delano Roosevelt que a Mussolini. Peruca o no, a lo que apuntó a quebrar la última dictadura fue al movimiento obrero, a ese Estado de Bienestar “a mi manera” (un saludo en v de la victoria a Sinatra), al modelo proindustrial distributivo. A riesgo de arriesgar, sin embargo, casi que en la última dictadura latió un último, agónico sesgo desarrollista a lo milico, más que con el menemismo y más que con el macrismo, que se les da de desarrollista, aunque no de beatlemaníaco.

La desigualdad y la pobreza trajeron a la Argentina problemas sociales graves y nuevos modos de violencia social, bastante horribles. A la hora de comparar, de oscilar entre Mierdor y Winipú, es interesante (pretender) comparar fenómenos sociales poco agradables. ¿Tenemos fenómenos de racismo y xenofobia como en EE.UU y unos cuantos países europeos? Tenemos, pero más que seguramente menos extendidos. O quizá nuestro racismo se exprese contra pobres de rostro morocho sin llegar sin embargo a ser tan violento o explícito como el de otros países que pintan flor y truco.

Así que en esa materia acaso estamos más cerca de Winipú. Pero más cerca de Mierdor cuando hablamos de la (mala) salud de nuestro Estado de Bienestar y es que en los países europeos la caída es desde estándares más altos. A nivel regional, a la vez, de nuevo, de cara a la contención social de los Estados, nos acercamos a Winipú y mucho. Tenemos también encuestas internacionales y regulares que hablan de la valoración que tiene la sociedad argentina promedio sobre el rol del Estado, superior a la de todos los países latinoamericanos.

Otro posible parámetro a aplicar muy especialmente a escala regional, en comparación con países que sufrieron dictaduras, es el de la sensibilidad social ante los Derechos Humanos y las políticas que cada Estado practique en la materia. Nuestra experiencia desde el Juicio a las Juntas hasta el kirchnerismo es en ese sentido claramente Winipú. Lo cual no obsta para que se haya producido el bruto giro macrista, para que salga gente del placar diciendo literalmente “Por fin puedo decir puto”, o que alberguemos una parte de sociedad ya sea muy conservadora o tal vez facha, pero dudosamente más facha que muchas sociedades de los países serios.

(Segundo recreo. Aquella vez que se discutía la extradición de Pinochet desde Londres a Santiago al que escribe le tocó ir por la revista Tres Puntos a Chile. Ni qué decir de la enorme porción de sociedad chilena que aun bancaba a Pinocho ni de las puteadas que nos comimos en la casona de la Fundación Pinochet ni de lo relativamente escasas que eran las manifestaciones contra el dictador, sobre todo comparadas con las que comenzaron a ensancharse en nuestro país desde fines de los 90, durante el kirchnerismo y aun en el presente).

Si es por políticas de ampliación de derechos, hasta el fin del kirchnerismo tuvimos un Estado bastante Winipú y bastante más reformista que tanto país serio desarrollado, del tipo en que da más o menos lo mismo votar socialdemocracia o derecha, republicanos o demócratas como Obama, casi tan lindo como Will Smith.

Vayan anotando puntitos Winipú en la tarjeta de regalo que tiene este ejemplar de Socompa.

Cana, gatillo fácil, cárceles

Tiremos otros parámetros que permitan de manera mucho más informal que formal aproximarnos al debate de si habitamos Mierdor o Winipú. Tenemos en el país unas “fuerzas del orden” que tienden al espanto y al gatillo fácil, a la desaparición de Santiago Maldonado y a cárceles atestadas. Suena absolutamente Mierdor y sin embargo estamos lejos –en la materia- de ser la peor escoria del mundo.

EE.UU., con más de 2.300.000 presos, es el país récord en materia de población carcelaria y también récord mundial en términos de cantidad de detenidos por habitantes. La primera potencia mundial dedica 68 mil millones de dólares anuales sólo al manejo de cárceles. Y tiene además un sistema penitenciario privado convertido en un negocio perverso que cotiza en bolsa y cuya ecuación es espantosa: cuanto más preso haya, más rentabilidad (Chile importó ese sistema, las empresas son multinacionales y a su vez hay multinacionales dentro del sistema penitenciario privado, como Boeing, TWA, Konika, Texas Lockhart Technologies, Microsoft, Starbucks o Colgate Palmolive que explotan a los presos como obreros baratos).

Seguimos: en la “mayor democracia del mundo” hay casi 800 encarcelados por cada 100.000 habitantes. La cifra es ocho veces superior a la media europea. La cantidad de presidiarios en 1970 era de 200.000 personas. En 1985 eran 750.000. En 1999, 1.800.000. Hoy, repetimos –pista posible, mucho Reagan y Bush después- son 2.300.000. El 63% de los reclusos son negros y latinos, las minorías más pobres, que sólo constituyen una cuarta parte de la población. Por nuestra casa es parecido: son pobres.

Veamos Argentina. En mayo de 2017 se informó desde la Procuración Penitenciaria de la Nación que estamos entre los países que más incrementaron su población carcelaria. Tan a lo pavo que ese incremento llega a duplicar  el porcentaje promedio internacional. Teníamos más de 25 mil presos en 1996 y llegamos en poco tiempo a unos 73 mil. Según el Centro Internacional para Estudios de Prisiones hacia 2013 estábamos en 147 presos por cada cien mil habitantes (de nuevo, contra los casi 800 de EE.UU., pero mucho más que el promedio europeo, con excepción de Rusia, que es inferior a 100).

Pegarse un tiro o comprarse un LCD

Llamemos al amigo Alejandro Grimson que hay que demoler un mito. Según la Organización Mundial de la Salud la tasa de suicidios a nivel mundial no la encabezan cinematográfica o brumosamente los países escandinavos. Lo que aparece es una (no tan) extraña lista encabezada por Groenlandia (no es para menos) con 83 suicidios anuales cada cien mil personas. Le siguen en el podio Rusia (34,3), Lituania, Kazajastán, Eslovenia y Corea del Sur (estos últimos empatados en 28,1 suicidios cada cien mil personas).  Finlandia está ahí nomás: 20,6, al igual que Japón. Suecia: 13. Lo mismo Dinamarca. Noruega: 11,9.

¿Y Argentina, muchachos? 7,3 suicidios –si confiamos en las estadísticas nacionales y mundiales—por cada cien mil habitantes. De lo que se concluye que somos felicísimos en Winipú y mundo, la tenés adentro.

“¡Madera, más madera!”, gritaba Groucho Marx, en la famosa secuencia en la que quemaban todo un tren para alimentar la caldera. Acá es parámetros, más parámetros, para presuntamente charlar si somos Mierdor o Winipú.

 

Veamos: ¿tenemos como en Estados Unidos un interior profundo que abomina del darwinismo y la pelea por el creacionismo? No, aunque al centro, noroeste y acaso noreste tenemos un interesante conservadurismo, condimentado según cómo por la santa iglesia católica (apuntes: que la crema de la colectividad judía porteña sea activamente  macrista es un grano terrible en el tujes para quienes venimos de la historia de la colectividad por izquierda). ¿Tenemos evangelismos como ellos? Sí, variaditos. Pero nunca variantes del protestantismo tan fanas (u otras creencias bizarras), con tanto poder económico, cultural y político; y tan fundamentalistas. ¿Tenemos “inseguridad”? Sí. Pero no tenemos el culto por las armas que ellos ostentan, ni la Asociación Nacional del Rifle, ni jovencitos o gentes medio raras que cada dos meses salen con la metra comprada en cualquier bazar y matan a 15, 20 o más en una escuela o universidad.

En fin, estimados, son tantos posibles parámetros para medir, que no sabemos. Muchos de esos parámetros son generados desde el Centro del Mundo pero evidentemente anhelados por la periferia; tantos males (respecto de algunos de los cuales sí coincidimos con la santa madre iglesia): consumismo y sus patologías, adicciones, aislamiento social, fobias, neuras, multitudes hundidas en lo profundo del celular. Si el parámetro fuera cierto equilibrio mental, emocional o existencial, podría postularse que un argentino hipotético promedio está menos loco que un neoyorquino o un texano amante de la pena capital pero menos que un pobrísimo morocho de Zimbabwe (parece que ahora hay que escribirlo Zimbabue). Aporten ustedes, con el fin de saber si somos Mierdor o Winipú, datos sobre salud pública, incluida –insistimos- la mental, en un país donde en los grandes centros urbanos mucha gente recurre a terapias de todo tipo, desde las más cancheras venidas de Palo Alto, California, pasando por Freud que es argentino, hasta llegar a la bruja del barrio o practicar la macumba.

Alguna pista dimos acerca de que en todo este asunto comparativo hay un problema que está entre lo cultural y la construcción de la subjetividad. Una imagen posible: caceroleros antiká que se vistieron con una camiseta con la bandera yanqui o que reivindicaron a Nisman pero en inglés. El fenómeno de la tilinguería/ complejo de inferioridad oscurece también nuestras ecuaciones (nuestros parámetros comparativos), las complejiza. Lo mismo la comparación ya no solo con el presente de otras naciones sino con el propio pasado personal o colectivo. El que escribe, escuela pública y barrio de clase media, está seguro de que la de su infancia, aun en dictadura (Onganía-Lanusse), era una sociedad más justa, calma e integrada. Y cuando fue padre y salió a pasear por el barrio con sus hijas chiquitas, el que escribe miró con temor las esquinas, por “temor a la inseguridad”, cosa que seguramente no sucedió con sus padres. A propósito de calidades de vida, comunitarismo, confianza en el otro, integración, señor en musculosa sobre silla de madera y paja, del concepto “barrio” queda poco y mucho hay en cambio de estar en casa, encerrados, viendo Telenoche o Tinelli. Eso es muy poco Winipú, creemos.

Qué bien se vive en Miami

La comparación pasa también por lo aspiracional, aunque medie el egoísmo, y meterse con la parte legítima de lo aspiracional vendría a ser una pavada. La comparación boba con los países desarrollados también es espinosa, sobre todo cuando esos países son sobre representados en su prosperidad presunta y demás virtudes por sus propias industrias culturales. Verbigracia el cine y una imagen cualquiera: detective de policía -¡negro!- de Los Ángeles que maneja un cochazo que no te digo y vive en un loft que no sabés y en el Día de Acción de Gracias tira la casa por la ventana porque ahora nuestro detective tiene una familia ejemplar, llena de negritos ejemplares que acceden a la universidad de Harvard.

Aquí, en nuestro país, tuvimos una dictadura crudelísima y aquí se inventó la picana y la categoría del desaparecido. Aquí, desde el siglo XIX, no padecimos ningún enfrentamiento bélico con un país de la región. Nos ahorramos a Hitler y no fuimos agresores coloniales (sí contra minorías de nuestra propia población, pobres, subversivos o pueblos originarios); nos ahorramos arrojar o recibir las bombas de Hiroshima y Nagasaki y dos guerras mundiales espantosas.

¿Qué parámetro usar como sociedad feliz winiputense? Olvidate de proyectar cierta sociedad socialista (pensás en la URSS y…¡brrrrr!). Cuba es un socialismo alegre, precioso, eso dicen, con sus coches americanos del 50. A veces no conseguís papel o birome ni tenés Internet pero médicos te sobran y nunca sabremos del todo si Cuba es alegre por socialista o por idiosincrasia (calma: seguramente las dos cosas). Uruguay en una época tuvo algo de paraisito: una sociedad más austera, bien tranqui, con coches viejos también. Pero los yorugas son gente algo melanco y te digo que chupan bastante. Uruguay, suicidios: 16,5 por cada cien mil.

Arriesguemos pavadas, total, a esta altura ya no estamos haciendo periodismo sino charlando en un café. Cuando hablamos de pobreza, especialmente de ciertos (¿pocos?) fenómenos de pobreza no urbana sino rural, ¿qué especialistas pueden medir los índices de felicidad o infelicidad? ¿Los psicoantropólogos? Esto que viene es riesgosísimo, pero los porteños progres solemos creer que es una macana que el jujeño, catamarqueño o correntino humilde que se viene a la ciudad la pasa peor que en su pago. Ocurre sin embargo que lo mismo sugiere una hermosa canción mexicana (de Pancho Madrigal), a la altura del estribillo:

 

Jacinto Cenobio, Jacinto Adán 

si en tu paraíso solo había paz 

yo no sé qué culpa quieres pagar 

aquí en el infierno de la ciudad

 

Tenemos -¡por fin!- no solo fútbol, Maradona y Messi. Tenemos literatura, cine, tango y rock nacional. Spinetta, Ginastera y Piazzola y demás artistas difundidos y respetados en buena parte del mundo. No es poco para ser lo que somos: un equipo de media tabla con aspiraciones. ¿Por qué absurda razón esas cosas nos provocan un cierto orgullito que acaso sea cholulo o imbécil? Vaya a saber aunque mucho sospechamos. Y todo esto para llegar a la misma conclusión de nuestro amigo beatlemaníaco: no somos un país de mierda. Claro que esto recuerda casi como una plegaria o un alerta a un viejísimo chiste de Fontanarrosa publicado años antes del golpe del ’76 en la revista cordobesa Hortensia, en la que un milico con bigotazo arengaba: “Por eso repito e insisto: ¡No somos un país subdesarrollado! ¡No somos un país subdesarrollado! ¡Pero lo seremos!”.

Guarda la tosca ahora, porque gobierna Macri.

Roberto Fontanarrosa