El macrismo trajo cambios en las reglas de la política y el peronismo todavía vive en el trauma de la derrota y por ahora sin lograr armar un frente homogéneo desde donde disputar el poder. En este contexto, la tradición peronista parece el mejor camino para seguir siendo una opción verdadera, lo que requiere más de un replanteo.
Más de dos años tardó el peronismo en asomar la cabeza y dar los primeros signos de reacción después del duro golpe sufrido por las elecciones del 2015. También para encontrar y procesar las causas detrás de la derrota del kirchnerismo, del comportamiento electoral de la gente y de la victoria de Macri. El peronismo suele responder a sus crisis con un llamamiento a la unidad, pero las transformaciones que han dado lugar a un novedoso escenario político, económico y social parecen reclamar otras respuestas.
Derecha moderna y democrática (ma non troppo)
Cambiemos es un partido que no tiene una historia a la que deba rendirle cuentas. Tiene un relato pero no un pasado. Los insistentes errores que Macri comete cuando de referencias históricas se trata ya sugieren un intento deliberado de desmarcarse de la historia argentina. Sus funcionarios son rápidos de reflejos (si pasa, pasa y, si no, vamos por otro lado) o mejor, tienen neuroplasticidad. Siente que esto le otorga incluso permiso para decir que es posible ganar menos pero no perder poder adquisitivo, negar primero la existencia de cuentas off-shore a justificarlas por ser carentes de ilegalidad después, o hablar de “crecimiento invisible” paradójicamente en un partido cuya gestión se caracteriza principalmente por hacer el tipo de cosas que se pueden ver.
Este estilo y su manejo de la comunicación a través de las redes han sorprendido y naturalmente han llevado a considerar a Cambiemos como una fuerza política que propone algo nuevo y distinto de la vieja política. Sin embargo, las políticas económicas del gobierno no parecen diferir mucho de la vieja fórmula neoliberal ya conocida y aplicada en nuestro país. No hay allí nada nuevo, ninguna idea original ni medidas contracíclicas adaptadas al contexto y a las contingencias que el mundo le plantea: toma incesante de deuda, aplicación de las recetas ortodoxas del FMI, liberación de la importación y baja de los salarios para intentar controlar la inflación, entre otras. Apenas puede identificarse algún barniz sugerido por los nuevos manuales del management empresario y no mucho más. También remite al pasado de la vieja derecha el garantizar y basar su gobernabilidad en el apoyo de los grandes poderes, económicos, mediáticos y judicial, así como en la persecución de la oposición, todos recursos sin los cuales parece no poder gobernar. La principal alianza de Cambiemos no ha sido política sino mediática, decirlo hoy es para encogerse de hombros. No el Radicalismo sino el Grupo Clarín que, nobleza obliga por los favores recibidos, lo protege, encubre y ensalza a diario y no es para menos. Conciliar la aplicación del proyecto socioeconómico de Cambiemos con estabilidad institucional sin ese apoyo sería imposible. Este soporte mediático es mucho más determinante que la función que ocupa la represión sin la cual, como se ha dicho, la propuesta de Cambiemos no cierra.
En cuanto al uso de la fuerza, Cambiemos sólo se ha modernizado en las herramientas, en las que ha volcado recursos con una generosidad que no tuvo en áreas sensibles como la educación y la investigación científica. En Topología de la violencia, Byung Chul Han al hablar de la violencia antes de la Modernidad, dice que “la violencia y su puesta en escena teatral son una parte esencial del ejercicio del poder y la dominación (…) la puesta en escena de la violencia es un elemento central y constitutivo de la comunicación social”. Reconocemos ahí también la impronta del pasado en la política de Cambiemos.
Si este ya no es el pueblo, ¿el pueblo dónde está?
La calle y la plaza aún hoy, en la era de la hipercomunicación, sigue siendo en nuestro país una forma de expresión popular que otorga fortaleza política. Sin embargo, han ido ganando peso expresiones que circulan por otras pistas, otros cableados. Las demandas se han renovado y la fidelidad del pueblo, incluso la de las clases sociales más bajas, ya no es lo que era. No hay más margen para ignorar estas transformaciones.
Franco “Bifo” Berardi, filósofo y activista italiano, sostiene en su libro Fenomenología del fin. Sensibilidad y mutación conectiva que el flujo incesante de información está afectando seria y definitivamente la capacidad de discernir entre verdad y mentira, las posibilidades neuronales de atención y las capacidades humanas de empatía. El reconocimiento de este hecho es y ha sido necesario para entender el comportamiento llamativo y sorpresivo del electorado en otras partes del mundo y en este aspecto Cambiemos se adelantó a los hechos aventajando silenciosamente a las otras fuerzas políticas sin que se dieran cuenta hasta el día de recuento final de los votos.
Para Cambiemos, el pueblo está en las redes, es virtual (en más de un sentido). Cuando se dirige a las personas elige el contacto directo, mediante el timbreo: a cada tanto sus funcionarios bajan de la altura de sus despachos y se acercan a la gente en un intento de mostrarse como empresarios sensibles, capaces de escuchar y para quienes las personas no son –sólo- un Excel. Pero cuando se dirigen a la gente en su conjunto (que no al pueblo) lo hacen a través de las redes, nunca la calle o la plaza. Es la, digamos, versión digital de “la patria es el otro”.
Un año después
Luego de su primer año de gobierno en la que justificó la casi totalidad de sus decisiones por la pesada herencia, Macri dijo que de ahí en adelante aceptaba ser juzgado. Subestimó las consecuencias de sus palabras. Desde entonces se acumularon una serie de eventos que lesionaron las expectativas que muchos pusieron en la gestión económica de Cambiemos, otros que definitivamente echaron por tierra la promesa de presentarse como la reserva moral del país, y unas cuantas expresiones y decisiones de Macri, Patricia Bullrich y Triaca que dejaron en evidencia la falta de sensibilidad o directamente la crueldad del gobierno. Este recorrido que fue de ser la gran esperanza blanca al creciente descontento social tuvo, por decirlo así, tres ritmos o escalas que son las que marcaron el paso de “Macri gato” a” Macri basura…” y de este a “MMLPQTP”.
Sumemos la toma de distancia de algunos dirigentes del radicalismo por el manejo autoritario que Cambiemos utiliza en materia de libertades individuales y derechos humanos, el contrapunto planteado por los grupos empresarios debido al rumbo económico, así como algunos cuestionamientos de cierto sector de la Justicia por la intromisión del Ejecutivo sobre su independencia de poder, que parecen haber sacado a Macri momentáneamente de su zona de confort y han dejado con vida al Peronismo. Todavía está en partido, dirían los periodistas deportivos.
Mientras tanto en la Unidad Básica…
El periodo menemista le ha dejado para siempre al peronismo una fractura irreversible de la pata sindical: desde entonces son muchos los sindicalistas que piensan, actúan y viven como empresarios. Es decir que, más allá de conveniencias puntuales, un sector importante del sindicalismo tiene clara afinidad ideológica y procedimental con Cambiemos. Forman y formarán parte de gobiernos de sesgo antipopular, es un hecho.
La década kirchnerista también le ha dejado al peronismo algunas cuentas pendientes: quienes quedaron afuera o sufrieron desengaños durante los largos años de Néstor y Cristina entienden ahora, y asumen, que después de la derrota electoral del 2015, deben ellos pasar al frente y ser otros quienes den un paso al costado. Durante el kirchnerismo se reflotó además un viejo conflicto generacional del cual el peronismo tiene tristes antecedentes, un problema que, por otra parte, no sufre Cambiemos. Son cuentas a saldar si se pretende dar vuelta la página y mirar para adelante.
Finalmente, el discurso de Cambiemos y su estrategia comunicacional han sido tan efectivos que muchos peronistas han cuestionado al kirchnerismo con los argumentos de aquellos. Algunos parecen haberse convertido en una figura ideológica novedosa, los “progresistas de derecha”. Incluso figuras reconocidas del campo popular han relativizado y desmerecido logros hasta hace poco indiscutidos de la gestión kirchnerista. Se ha exagerado sobre sus errores y se han sobredimensionado las virtudes de Cambiemos. El resultado final es una pérdida de confianza y una desorientación acerca del rumbo a seguir que deben ser superadas.
Volver
El Peronismo, como toda gran estructura con aspiraciones de poder, ha tenido históricamente criterios laxos de admisión. Hasta ahora siempre trató de contener a corrientes disímiles y hasta opuestas bajo el lema de la Unidad.
Estar fuera del poder es tedioso, interminable y caro, incluso. Sin embargo, en estos momentos de su historia como partido parece haberle llegado la hora al peronismo de definirse ideológicamente. No puede haber “tantos peronismos”. La idea de Unidad parece reclamar que se imponga un concepto sustractivo sobre uno aditivo. Sólo como medida y para llevarlo al terreno de los nombres propios, qué decisión tomar con respecto a Cristina por un lado y Massa, Urtubey y Schiaretti por el otro. El poner límites más estrictos será percibido por algunos como un riesgo de achicamiento o directamente disolución, pero por otros como un movimiento necesario para garantizar la supervivencia de una idea y de una lucha de más de cincuenta años. El escaso tiempo que falta hasta las elecciones presidenciales y el temor a perder son dos factores que se la hacen más complicada. Tal vez deba por esta vez mirar un poco más allá del 2019.
No es el único ni tal vez el desafío más complexo. Retomar la senda de la justicia social en tiempos de Neoliberalismo recargado encuentra muchos más obstáculos que antes. Franco Berardi en un intento de recuperar la efectividad de la decisión política, hoy perdida, remarca el concepto de que la impotencia de la política para redistribuir la riqueza se debe a que esta se encuentra ya escrita en los automatismos financieros. Berardi no habla de fin del mundo sino del fin de un mundo. No menos delicado será qué tipo de relación de poder mantener con los medios de comunicación, una subestimación que le costó caro a la gestión kirchnerista.
Curiosamente se le plantea entonces al peronismo la disyuntiva entre aferrarse a su tradición o cambiar. Octavio Paz ha escrito una frase que puede funcionar como puntapié inicial: “Para ser verdaderamente modernos tenemos antes que reconciliarnos con nuestras tradiciones”. Será tarea del peronismo rescatar sus mejores y más valiosas tradiciones, y replantearse sino es tiempo de dejar otras por ineficaces o directamente obsoletas. Una transformación ética, estética y estratégica que le devuelva su sex appeal para recomponer su vínculo con la gente y recuperar su condición de alternativa política y cultural. No es otra cosa que el desplazamiento del “Vamos a volver” a “Cómo vamos a volver”.