La Nación lo elogia como un hombre de principios, como si formar parte del elenco de la dictadura y defender militantemente los intereses de los grandes bancos le diera patente de honestidad más allá de muerte. La realidad fue bien otra, donde, bajo su protección, ganaron los de siempre.

El diario La Nación ofrece dos textos en su web para despedir a Roberto Alemann. Uno es de Juan Carlos de Pablo, acaso el gran empobrecedor del debate económico en los medios, aunque la camada de los Cachanosky, Milei, Ravier y compañía se esmera en superar al maestro. Define a Alemann como “un grande” y nos ilustra:

“Ministro de Economía de la Nación en dos oportunidades: durante 263 días, en 1961, durante la presidencia de Arturo Frondizi; y durante 191 días, en 1982, durante la presidencia de Leopoldo Fortunato Galtieri”.

Año 2020, 36 años de democracia y todavía hay que tolerar que se hable de “presidencia” en el caso de un dictador y criminal como Galtieri. De Pablo se refiere a los meses de Alemann en la “presidencia” que arrojó a la Argentina a su única guerra en el siglo XX:

“Las Fuerzas Armadas argentinas intentaron recuperar por la fuerza las Islas Malvinas, a comienzos de abril de 1982. Alemann era el Ministro de Economía, y estaba implementando una política económica que se proponía desinflacionar, desregular y desestatizar la economía. ¿Se imagina al Ministro exigiéndole al presidente de la Nación que detuviera la operación porque no tenía presupuesto para comprar municiones o combustible? Se lo bancó. Hizo algo más. No renunció, disconforme con la decisión de la Junta, o porque sabía que en tales condiciones lo único que iba a generar eran malas noticias. ¿Quién permanece en el gabinete en estas condiciones? Un grande”.

Se ha hablado poco desde 1982 de varios aspectos sobre Malvinas. Uno es el costado económico. Las cosas no son tan simples como se propone De Pablo. No puedo no recurrir a un texto de referencia como “La democracia de la derrota”, de Alejandro Horowicz, incluido en su libro Las dictaduras argentinas. Leemos sobre el momento del golpe interno de Galtieri a Viola:

“Consta en autos que el establishment odia los experimentos económicos. Entonces, para acompañar al general Galtieri, eligieron a un conservador probado: Roberto Alemann. Con ese colaborador y esa cobertura ideológica, el general majestuoso se lanzó a conquistar, en homérico asado, a todos los conservadores dispuestos a impulsar la cría del ‘Proceso’. El número de participantes, con ser impresionante (más de diez mil comensales) constituía una apoyatura social insignificante: nunca tantos representaron tan poco.
De modo que Galtieri, lanzado por la misma ruta que Viola, intento construir un partido de gobierno. Ante la pobreza del resultado, mudó de táctica. La política sustitutiva se denominó Malvinas.
El resultado del intento no requiere mayores explicaciones. Pero la clave pasa por el balance que del intento se haga. No existió movimiento militar de mayor independencia relativa respecto del bloque de clases dominantes que el ejecutado en ese período. Tan independiente resultó, que la guerra fue encabezada por un gobierno que ninguna clase social reconocía como propio; al tiempo que sus representantes políticos (salvo Rogelio Frigerio y el ingeniero Álvaro Alsogaray) mantenían ambigua distancia y verbal identificación.
Oponerse equivalía a ser declarado ‘infame traidor a la patria’. De modo que mientras el doctor Alemann, explicaba que no ejecutaba una política económica de guerra (cosa que cumplió de cabo a rabo), es decir, que no acompañaría el esfuerzo bélico del gobierno que integraba, Galtieri libraba ‘su’ guerra con la OTAN”.

En otras palabras. el “grande” no se dedicó a acompañar el supuesto esfuerzo patriótico en el Atlántico Sur con su permanencia a regañadientes en el gabinete, sino a aportar una cuota de razonabilidad cuando hasta un anticomunista fervoroso como Costa Méndez terminó abrazado a Fidel Castro. Es decir: a cumplir a rajatabla un programa pese al desvarío militar. Porque el presunto anticolonialismo de Galtieri era una cosa, y el plan económico con beneficiarios inocultables en sectores como la patria financiera, de la cual el doctor Alemann era un conspicuo representante, otra muy distinta. De Pablo no ignora esto, pero no lo dice, porque hacerlo implica desmontar la mitología de la Argentina de 1976 como campo de batalla de la Guerra Fría.

El segundo texto de  La Nación va en consonancia con esta línea y lo firma Fernando Laborda, quien repasa la vida de Alemann:

“Más recientemente, en marzo de 2004, cuando tenía 81 años, Roberto Alemann sufrió una cobarde agresión por parte de un grupo de inadaptados mientras caminaba por la calle Juncal, en esta ciudad. Sus más críticos siempre lo consideraron un representante del establishment y de ‘la derecha reaccionaria’”.

Funcionario de la Libertadora, de Frondizi, de Guido y de Galtieri. Si los críticos opinan que fue “un representante del establishment y de ‘la derecha reaccionaria'”, convendría preguntarse si ser el hombre de la Unión de Bancos Suizos en la Argentina implica cercanías ideológicas con la Cuarta Internacional; y si haber sido ministro de la dictadura más brutal de la historia de este país otorga credenciales de progresista.

 

 

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