Hubo cosas que se escucharon en la marcha del 17 A que demuestran la existencia de un nuevo sentido común que se basa en el rechazo a cualquier forma de conocimiento y en la negativa a someter los propios planteos a cualquier pregunta. Desconocer la pandemia, desconfiar de médicos y vacunas y entregarse a lo que dicen los títulos y zócalos de los diarios y la tele arman una especie de nueva ignorancia que gana las calles para oponerse a algo que no tienen ni quieren tener claro.
La idea de insertar en el cuerpo humano un dispositivo para controlar su voluntad es un viejo tópico de la ciencia ficción. Se lo encuentra en muchas películas norteamericanas de la década del 50, en las que la amenaza comunista se disfrazaba de invasión extraterrestre. Hasta se lo puede hallar en El Eternauta donde el gran peligro es recibir en el cuello un aparato de filosas puntas y así quedar a merced de los Ellos. De todos modos, aquellos dispositivos eran visibles y recién con los cambios tecnológicos aparece, sobre todo en el cine, la idea del chip, un aparato diminuto, casi invisible, que se inyecta para que logre su objetivo de dominio sobre los inyectados.
Esta es la fantasía que propagan muchos de los militantes antivacunas, quienes acusan a Bill Gates, justamente el emblema del mundo de la computación, de proveer vacunas con chip incluido. Y se escuchó el día del banderazo en boca de varios manifestantes. En los planteos antivacunas tradicionales, el argumento es que afectan la salud al inyectar una sustancia nociva en el cuerpo. Hoy, se plantea, lo que está en riesgo es la libertad, que se formuló como el gran tema de la marcha, con todos los significados posibles, alusiones a San Martín mediante, la de circular, la de abrir la economía, la de no usar barbijo, la de defender la justicia y un largo etcétera.
Para que fantasías como la del chip de Bill Gates funcionen, aparte del dudoso orgullo de estar en la mira del hombre más rico del mundo, se requiere no hacerse ninguna clase de preguntas. La más obvias ¿para qué le serviría al dueño de Microsoft disponer de los datos de miles de millones de personas alrededor del mundo? ¿Cuánto tiempo le llevaría procesarlos?
El recurso indispensable para cualquier relato funcione y ejerza sus efectos: la suspensión de la incredulidad, o sea vivir eso como real, negando, al menos mientras dura la lectura de un cuento o la visión de la película, cualquier principio de realidad. Por momentos pareciera que esa suspensión se vuelve perpetua.
Para detener las preguntas hay que disponer previamente de las respuestas o si no huir de ellas. Y para evitarlas, el proceso más eficaz darles nombres a las cosas.
De ese trabajo se ocupan los tituleros de los diarios y los zocaleros de la tele. Y se instalan fórmulas parte de cuyo éxito es no permitir hacerse preguntas. Ejemplos últimos: la ley Cristóbal López, la comisión Beraldi, la reforma de la impunidad. No se explica porqué el gobierno querría salvar al dueño del grupo Indalo cuando, si es que se trata de apoyar a C5N, podría reemplazarlo con cualquier otro empresario. ¿Los otros diez integrantes del comité asesor son una manga de pusilánimes que van a decir lo que Beraldi (o sea Cristina) les indique? No hay ningún artículo en la ley que detenga los juicios en curso y no se permite que pasen a manos de otros jueces.
Es una manera de construir un sentido común que detesta cualquier forma de conocimiento. De allí los agravios al doctor Cahn. En muchos medios se burlaron de los dichos de los manifestantes. Tal vez no haya que tomárselos tan a joda ni reducirlos a diversas formas de enfermedades mentales. Hay un componente de clase, sin dudas, una exhibición de la arrogancia del dinero (como cuando los manifestantes se enorgullecen de que no hubo micros ni choripán). Pero no lo explica todo.
La ignorancia es un valor para mucha gente. De hecho, el gobierno de Macri militó la ignorancia, al punto de rebajar a Cultura y a Educación al nivel de secretarías. La ignorancia da autenticidad y es una zona de la que no se quiere salir. Se supone que allí la vida es más simple. El ex presidente ni siquiera leía los diarios, recordar el episodio en la mesa de Mirtha en la que mostró desconocer el monto de la jubilación mínima. O recientemente Patricia Bullrich, refiriéndose al doctor Cahn, “qué importa que sepa más”. O su tocayo Esteban declarando que había que parar la circulación del virus y no de la gente. O Carrió que tiene una formación más sólida que la mayoría de su espacio y a la que abandonó para estar a la altura de sus compañeros de ruta para terminar acunando muñecas de plástico.
Hay una larga prosapia alrededor de la ignorancia en la literatura, el cine y hasta la tele, si pensamos en Minguito, por ejemplo. Pero esa ignorancia era compensada por otros saberes, la intuición, lo aprendido en la calle, la vida en el campo. Incluso la pobreza, son varias las películas, sobre todo de la década del 40 (recuerdo una de Niní Marshall), en las que los pobres enseñan a los ricos cómo se debe vivir.
La ignorancia actual no viene de ningún lado, no se sustenta en alguna forma de experiencia previa, es como si no tuviera historia y en tanto tal no tiene nada que proponer salvo defenderse a sí misma, convertirla en una zona de confort a la que no hay la menor voluntad de abandonar. Por eso las marchas son siempre contra alguna cosa, son un mecanismo de defensa de la ignorancia contra la posibilidad de hacerse preguntas, seguir indagando y llegado el caso, cambiar de idea o reafirmar las actuales opiniones.
Eso es lo que parecen haber descubierto una buena parte de la dirigencia política y ciertos medios: contrariamente a lo que se decía, la ignorancia no es inerme y puede llegar a ser peligrosa y potente porque no está dispuesta dar cuenta de sus razones. Algo de eso ocurrió el 17 A, que fue, más allá de las cuestiones que estaban en juego, un atentado contra la idea de ciudadanía a la que el PRO ninguneó desde el poder. Porque no se sabe contra qué se protesta. En realidad, se trata de afirmar una identidad. El ciudadano ignorante de la política encuentra en ese desconocimiento militante el rasgo que garantiza su integridad y demuestra que no está buscando ningún interés subalterno. Lo dijo con toda claridad Alfredo Leuco cuando convocaba a la marcha: “Que esta vez ganen los buenos”.
Cuando la moral se declama y se la usa para eludir cualquier forma de debate político, no hay vacuna que valga con o sin el chip de Bill Gates.