El oficialismo entiende mal un mal chiste y compra hecho un flan que no tiene idea cómo hacer. Después canta la consigna equivocada. Pero hay maneras de que el flan salga bien, con mucho huevo, buena leche y paciencia.

El flan es leche, huevo y azúcar. Y nada más. Le podés poner esencia de vainilla, cáscara de naranja o limón, canela. Para mí todo eso le sobra.  Lo que más me gusta del flan es que lleva sólo tres ingredientes básicos.  Que toda la magia está en dedicarle tiempo y onda.

Antes que nada,  hay que saber tres cosas. Primero, cuánto líquido entra en la flanera. Medir la leche. Que le quede un borde de más o menos dos centímetros y ponela después en un bol o cualquier coso en el que vayas a prepararlo. Segundo, estar segure de tener una tartera o algo así en el que quepa la flanera como para hacer el baño María dentro del horno. Tercero, tener un plato o una fuente más grande que la flanera, para poder darlo vuelta cuando ya esté hecho.

Lo más difícil del flan es el caramelo. Yo lo hago directamente en la flanera: después de medir la leche secala y ponele cinco cucharadas de azúcar, agarrala con un trapo (porque en breve va a quemar con la yuta que la parió) y apoyala directamente sobre la hornalla. Esta es la parte más difícil, hay que controlar al muñeco que se nos escapa y quiere revolver. No revuelvas. Aguantá unos segundos más. Ahora si, cuando empieza a aparecer ese almíbar, ese líquido amarillito, empezó la joda. Remové el azúcar con una cuchara, pero no a lo loco; movela como para que no se pegue y se siga derritiendo, caramelizando, que le dicen. Cuando esté todo hecho un líquido oscuro,  sacá la flanera del fuego y movela como para que se le pegue el caramelo por todas las paredes. Ya pasó lo peor, dejá la flanera a un costado y guarda que quema.

Alfredo Casero usó la figura de Queremos Flan para ilustrar su idea de la actual coyuntura política: que el gobierno está haciendo lo que puede y que nosotros le pedimos que baje la inflación, que no suban los impuestos y que baje el dólar. Es una idea muy miserable de la cosa. El flan que yo quiero es que no le saquen a mi vieja la jubilación que le corresponde por derecho y que obtuvo por una financiación generosa de su deuda previsional que le otorgó el gobierno anterior. Quiero el flan de que vuelvan a cobrar impuestos a la exportación de productos agrícolas para financiar la salud pública. Quiero el flan de que no subejecuten más el presupuesto educativo. Son todos flanes que quiero y que no son delirios: antes los tenía y este programa neoliberal los destruyó.

No hay casas incendiándose, hay un plan sistemático de transferencia de recursos de los sectores bajos a los más ricos. Y cuando le celebran la humorada y la convierten en consigna #QueremosFlan me descolocan. ¿No era que eso lo decíamos nosotros? Vean otra vez el video. Casero dice que reclamar flan en una casa incendiada es de “chotos y cómplices de todo esto”.

Casi una semana después de decir esa idiotez, tuvo que salir a aclararlo. No causa ningún asombro que lo haya hecho en el programa de Nicolás Wiñazki en radio Mitre. “Lo del flan la gente no lo entendió. Es la parábola de aquel que pide lo que no hay en el momento que no hay cuando es lo justo para que todo se vaya al carajo”. Tampoco se entiende muy bien si lo decís así, Alfredo. Intentalo una vez más. “Queremos flan es Baradel. No tenemos el 21, tenemos el 18. ¡Ehh, queremos flan”. Tampoco, che. Nunca tuvo precisión para hablar, pero antes era gracioso.

A la leche que tenías separada endulzala como te gustaría que quede de dulce el flan. Yo le pongo cinco cucharadas grandes de azúcar para unos 750 centímetros cúbicos, que es lo que entra en mi flanera. No me copa muy dulce. Y ahora viene la proporción de huevos. Para medio litro de leche, pueden ir de cuatro a ocho huevos, según si te gusta muy amarillo o más bien blanquito. La cantidad de huevo también incide en la firmeza del flan, porque es la coagulación de la clara lo que da la consistencia. A mi flan de ¾ litros de leche le pongo 10 huevos. Me gusta consistente y amarillo. Ahora mezclá todo y ponelo en la flanera. Después poné la tartera al horno con agua y adentro de eso la flanera. Es el famoso baño María, que se hace para dar mayor homogeneidad al calor, para que el horno tenga cierta humedad y para que no se pegue la leche. En rigor, en el baño María el fondo de la flanera no debería tocar la tartera, pero en esta cocción breve no pasa nada. Me encanta el baño María, es una forma delicada de cocinar. Cuidadosa.  Me gusta mucho porque es sofisticada pero a la vez es re fácil. A propósito, también me gusta contar que lleva ese nombre por María la judía o María la profetisa, la primera mujer alquimista que, según muchos, es la creadora de la alquimia. Gugleala, tiene una historia interesantśima.

Bueno, hay una mezcla de flan en la flanera en el agua en la tartera en el horno en el fondo de la mar.  Dejalo en el horno unos 45 minutos. Controlale cada tanto que no se haya evaporado el agua de la tartera. Lo óptimo, si hay que agregarle agua, es que esté al menos caliente. O hirviendo.

Pienso en esas entrevistas faranduleras en las que a une famose le preguntan sobre su peor defecto y contesta “ser demasiado consecuente” o “no saber rodearme de gente que esté a mi altura”. No está reconociendo un defecto, antes bien, se está subiendo el precio. O le está pasando la pelota a los demás. De manera similar, nadie dice de sí “soy un boludo” o “soy una boluda” como autocrítica. En general, esa frase se dice para autocompadecerse y, si se lee el contexto, en realidad dice “soy une bolude porque me confié en que fulano iba a hacer tal cosa”.  Es decir, la única culpa propia es ser demasiado buene.

Porque de una autocrítica sincera uno saca conclusiones que supone que le van a impedir repetir el error. Y decir fui un boludo o una boluda no sirve para mejorar. Es, en todo caso, un autodiagnóstico tribunero.

Y a la inversa, nadie dice “no soy boludo” o “no soy boluda” a menos que dude.

La consigna No somos boludos haciendo yunta con el pelotudismo Queremos Flan es un curioso reconocimiento de capacidades. No más diagnósticos, señor juez.

Antes de sacar el flan del horno, hundile un escarbadiente. Si sale limpito, está. Si ves que se le pega y sale medio mierdosito, dejalo un rato más.

Ahora, cuando el presidente Mauricio Macri se muestra en una foto comiendo flan ¿qué quiere decir? ¿Que tiene el porcentaje de aumento que pide Baradel pero que no se lo piensa dar? ¿O que él tampoco entendió la mala metáfora de Casero?

En las historias gastronómicas se suele decir que la primera referencia al flan proviene de la Roma Antigua porque, en su libro De re coquinaria, el gastrónomo Marco Gavio Apicio registra una receta de leche, huevo y miel (faltaban diez siglos para que el azúcar llegara a Europa) cocida a fuego lento. No le vamos a restar mérito al bueno de Marco, pero eso es una natilla. Para que el flan sea flan como lo conocemos, hay que ponerle caramelo en la base y darlo vuelta. Que es lo que viene ahora.

Agarrá el plato que es más grande que la boca de la flanera y tapala. Dalo vuelta todo rápido, de modo que no se caiga el caramelo. Si no se desmolda enseguida, dale unos golpecitos.

Cuando el flan está bueno, a mí me sobran el dulce de leche y la crema.