La Nación pide y Macri cumple, pero no dignifica. Le critican la calidad institucional y echa parientes. Un gobierno que sabe a quién tiene que escuchar y quienes tienen el copyright del libreto.

Toda  una página central de La Nación del pasado domingo 28 está dedicada a aleccionar a Macri. Hay una sola editorial del diario (suelen ser dos, lo que habla de la importancia que se adjudica a la cuestión) y en ella el tema es la falta de calidad institucional que se hace patente sobre todo en el megadecreto y en el episodio Triaca. Eso tuvo una respuesta inmediata el lunes con el anuncio del congelamiento de salarios de funcionarios y con el despido de los parientes que trabajan en el Estado. Una reacción efectista pero que distrae a la opinión pública y también al diario del meneado tema de la calidad institucional, convertido de pronto y tal vez para siempre en una cuestión moral (es de buena familia respetar la independencia y las atribuciones particulares de los distintos poderes).  Los países serios tienen calidad institucional y pueden, para decirlo en palabras de Borges, pertenecer al universo aunque no se lo frecuente.

Si uno se mete en Google en busca de mayores precisiones acerca de lo que es “calidad institucional”, descubre que la mayoría de las definiciones la vinculan a los mercados e inversores. Por ejemplo, la guatemalteca FUNDESA –pero casi todas coinciden- plantea: “La importancia de la calidad institucional radica, a su vez, en las señales que da a los participantes del mercado al momento de asignar recursos en los distintos países. Una calidad institucional fuerte será de gran atractivo para aquellas inversiones de largo plazo que esperan generar un retorno sostenido y creciente en un mediano y largo plazo. La estabilidad institucional es una de las señales  positivas que todo inversionista, tanto local como extranjero, identifica al momento de colocar una cantidad considerable de fondos en un país debido a que compromete esta cantidad de recursos por un período largo de tiempo. Los efectos negativos derivados de no tener una calidad institucional óptima, obstaculizan el desarrollo de cualquier nación.”

Transparencia Internacional, supuesto termómetro de la corrupción a nivel mundial,  maneja un criterio parecido y considera a la información de los inversores como fuente privilegiada de sus evaluaciones.

Se podría avanzar mucho en este sentido sobre qué es y qué no es corrupción para el poder económico mundial, pero lo concreto es que lo que se plantea como problema moral es una cuestión puramente económica, como lo demuestra la columna de Joaquín Morales Solá (en esa misma doble página) que dice que Macri cosecha elogios de los empresarios extranjeros pero de dólares ni hablar. Y con elogios nadie come, aunque el gobierno pretende que coticen en encuestas y urnas.

En el medio entre la palabra oficial del diario y la de su columnista emblema, hay un texto de Jorge Llotti, que analiza el paso del gobierno del “reformismo permanente al pragmatismo total”. Según el artículo, Macri habría ido cediendo posiciones en aras de mantener su imagen, hace unos meses en caída, y en garantizarse gobernabilidad, o sea hacer política. Si se lee entrelíneas, se entregan los principios para sostenerse en el poder.  Lo cual de alguna manera juega con una doble imagen que trata de transmitir Cambiemos, tenemos ideas y proyectos a los que no pensamos renunciar y al mismo tiempo dialogamos sobre esos proyectos y los demoramos cuando hace falta llegar a acuerdos. Pasó con la reforma fiscal y va a pasar con la reforma laboral. Pero La Nación quiere mano dura porque el estilo contradictorio del  principista-pragmático pone en peligro la economía. Y estos pedidos encubiertos oscilan entre la sugerencia y la presión abierta.

El editorialista anónimo pasa la lista: “Entre las leyes pendientes de tratamiento figuran, además de la reforma laboral, la electoral y la del Ministerio Público Fiscal; la adecuación del Código Procesal Penal; el financiamiento productivo; la modificación del acuerdo impositivo con Brasil con el fin de evitar la doble imposición; la ley de extinción de dominio para recuperar los bienes del Estado en manos de la corrupción, y el financiamiento de los partidos políticos.”

Los poderosos también tienen sus utopías, generalmente entorpecidas por un mundo que a veces se empeña en no obedecerlos. Pero no las abandonan por eso. La utopía de La Nación es que se consolide un campo fértil de negocios para los intereses a los que representa. En ese sentido es vocero directo de los poderes económicos. Y en esto se diferencia de Clarín, que defiende primordialmente sus propios intereses, con eventuales alianzas con otros grupos. En La Nación, hay periodistas que saben lo que conviene escribir, Clarín es un grupo de accionistas que escriben el libreto de los distintos house organs del grupo.

Por eso el diario de Escribano pasa el listado de las tareas para el hogar, como intentó hacer desde el primer día del gobierno de Macri cuando abogó por la libertad de los represores. Como para hacerle recordar al gobierno que, pese a que está integrado por gente que es del palo, no por eso tienen el monopolio del poder y cuando se salen del rumbo se los hace saber públicamente.

Y así como los periodistas comentan los partidos con el diario del lunes, el gobierno actúa con el diario del domingo.

La doble página pone en evidencia los problemas de Cambiemos con el poder. Por un lado,  hace afirmaciones de autoridad, que van desde sostener a Triaca contra viento y marea hasta la más lisa y llana represión, por el otro lado hace monigotes ante los que sabe más poderosos. Por eso Macri intentó seducir a Putin con chistes sobre fútbol (un recurso que nunca le terminó de funcionar) o a la UE haciendo gala del supuesto origen europeo de la población sudamericana. Una mezcla entre simpatía forzada y obsecuencia a cualquier precio.

Así como el silencio de Putin y el planteo firme de Macron le hizo recordar al gobierno argentino (aunque por supuesto todo se vendió como un triunfo)  que está muy lejos de donde se toman las decisiones, La Nación le subraya lo que debe hacer, aunque eso signifique sacrificar el ejercicio de la política porque –y en eso el discurso es explícito- no hay moros, o sea una oposición consolidada,   en la costa.

Si llega a haber que pelearla en 2019, está claro de qué lado se va a parar el diario, mientras tanto  Macri lee La Nación y sabe de qué lado suenan las campanas.