La desaparición de  Santiago Maldonado y la falta de reacción oficial es una muestra de cómo se está pensando desde el poder la relación con las fuerzas de seguridad, que hoy se sienten protegidas para  manejarse a su antojo. Una actitud que trae reminiscencias de otros tiempos. (Fotos: Gustavo Zaninelli)

A poco de asumir Macri, la policía baleó un grupo de chicos de 10 años durante un operativo en la villa 11-14. Casi nadie reaccionó demasiado, pese que se supondría que  el hecho de que se hiera a niños sería normalmente un escándalo más allá de las adscripciones políticas. La ministra de Seguridad se limitó a visitar en el hospital Churruca a un policía que había recibido un balazo durante el procedimiento y no dijo palabra sobre los pibes baleados. Ni siquiera aquellas que se pronuncian de ocasión y en las que nadie cree al estilo “se investigará hasta las últimas consecuencias y no descansaremos hasta encontrar a los responsables”. La situación tuvo un poco de rebote en algunos medios y en las redes sociales y, de acuerdo a lo que es habitual en estos casos, dio paso a otros temas.

Pero fue demostrativo de muchas de las actitudes de la gente de Cambiemos. Entre ellas una comunión con la agenda que le proponen los medios. La Bullrich asume en medio de un reclamo por la inseguridad. Relato que consiste en que hay una serie de personas –sobre todo de clase media- que son víctimas de un ejército de delincuentes que, estimulados por el paco, se abalanzan sobre los bienes, la integridad e incluso la vida de sus compatriotas. Versión de la inseguridad bastante limitada, por cierto, baste leer la denuncia sobre la convivencia entre narcotraficantes y policías que describe con acierto Marcelo Sain en su reciente libro Por qué preferimos no ver la inseguridad. Los chicos baleados serían, en la versión oficial mediática, futuros soldados del ejército del paco, como trató de mostrar Lanata con las “declaraciones” del Polaquito.

La bibliografía de Cambiemos está en las tapas y editoriales de Clarín y La Nación que hoy están entretenidas en la detención del cuñado de De Vido mientras  no dicen palabra de la desaparición de Santiago Maldonado. Es más, en su show dominical, Jorge Lanata mostró un informe especial sobre una presunta guerrilla mapuche, lo que no se puede leer sino como una justificación más o menos encubierta del episodio Maldonado.

La ministra de Seguridad deja que hablen los medios –ella no dijo palabra sobre el tema, sólo hubo una declaración de Claudio Avruj mostrando una preocupación que no se condice con los hechos. Ese no hacerse cargo, esa no presencia de la responsable del Estado en temas en que está en juego la vida de un ciudadano y que están vinculados con el accionar de las fuerzas a su cargo, habla más allá del silencio. Esta vez no hay shows en uniformes de camuflaje.

Es indudable que el tema no importa pero no hacer nada es hacer mucho. Por de pronto es un crédito a ciegas al accionar de la Gendarmería, aval que antes se otorgó a la policía, que hoy se siente con derecho a parar a la gente, pedir la exhibición del DNI y exigir, generalmente por la fuerza, que se abran mochilas y morrales. O dejando a criterio de las fuerzas de seguridad el manejo de la represión, como ocurrió  en Pepsico y en el Obelisco. Unas fuerzas de seguridad, es obvio decirlo, que no molestan a los ciudadanos de Barrio Parque o del Nordelta.

Junto con esta inacción, se van produciendo hechos alarmantes. Infobae informa la constitución de un partido que se presentará a las elecciones legislativas y cuyo único programa es luchar por la libertad de los represores presos. La Nación dedica su editorial de hoy a la carta de José Brunetta, un ex directivo de Chrysler, escrita al correo  de lectores del diario hace casi diez años, en las que reclama el juicio de los dirigentes guerrilleros. La sensación es que la teoría de los dos demonios va a terminar por hacer que quede uno solo.

Y todo este clima hace que en la mente oficial y, lamentablemente, en la de gran parte de la clase política, la desaparición de Maldonado no amerite siquiera una nota al pie.  Y en un país que ha sido identificado con la palabra “desaparecidos”. Y no es que estén distraídos con la campaña, de hecho salen a contestar cualquier cosa que se diga en la mesa de Mirtha o en el living de Susana.

En un artículo de Socompa, Eduardo Blaustein analizaba las diferencias entre la prensa de la dictadura y la actual. Podría pensarse que antes los medios eran cómplices del gobierno militar mientras que hoy el poder civil es cómplice de los medios, a los que no les cierra ni conviene que las fuerzas de seguridad queden en entredicho porque se las precisa para otras cosas.

Mientras tanto la Bullrich se prueba el uniforme de callar. O el de cierta forma de declarar: “Tampoco tenemos indicios de que Santiago haya estado en el lugar, porque todas las personas estaban encapuchadas”. Todo demasiado parecido a los desaparecidos que no están de Videla. Después de andar por tanto partido, la ministra demuestra que se puede ser procesista en democracia. Tal vez ese sea su lugar en el mundo.