Parece que ahora empieza una nueva Argentina donde todo va a ser honesto y transparente, se entusiasman y se excitan el oficialismo y sus voceros mediáticos en el coro dirigido por Bonadio. Un relato que no cuestiona ni a empresarios ni a su relación de odio-beneficio con el Estado.

Cosas que me venía preguntando y que se volvieron un poco más insidiosas después de leer el artículo de Eduardo Blaustein en Socompa (https://socompa.info/politica/leyendo-los-cuadernos-con-los-ojos-al-reves/). Primero, escuchaba a Iván Schargrodsky y también a Alejandro Bercovich, en C5N –que suele ser un canal de oposición- dando por probado, aunque con un dejo de desconfianza, el contenido de las fotocopias de Centeno. Segunda cuestión. Pese a la atmósfera de escándalo indignado y machacón que rodea al tema cuadernos en Clarín, La Nación y sus repetidoras radiales y televisivas, en las tapas de Diario Popular y de Crónica, que se supone se dirigen a las clases trabajadoras, las peripecias de Bonadio y Stronelli apenas aparecen en tapa y nunca en lugar destacado, que ocupa casi siempre el fútbol. Tercera, y por ahora última, el editorial de Morales Solá de La Nación del domingo 19 es una retórica de la amenaza dirigida al peronismo que no estaba por entonces dispuesto a conceder los pedidos del juez contra CFK. Cierra de este modo: “Pero hay dinero en efectivo en algún lugar del país. Y hay mucho. Desde 2010 o 2011, las transferencias confiables de dinero al exterior se hicieron prácticamente imposibles si no se trata de recursos transparentes. La Justicia tiene otras pistas, además de las de López. Una foto de 100 millones de dólares, un monto escaso para la cantidad acumulada por los Kirchner durante 12 años, convertiría la actual complicidad del peronismo en un suicidio político. Y la resurrección es un fenómeno remoto, incierto, incompatible con la vida.” Sentencia de muerte política anticipada para aquellos que pongan el pie fuera del plato oficialista del que come opíparamente lord Joaquín. (Algún resultado obtuvo, aunque todavía lejos de sus deseos, por de pronto, tras trece horas de show inspeccional televisivo, el dinero no aparece).

En el caso de C5N, la corrupción es algo que se acepta a regañadientes. Por un lado, porque cierra en términos periodísticos, o para decirlo mejor, es un asunto que garpa tanto como incomoda, aunque el eje se ponga más en la patria contratista que en el lado K del mostrador. Pero en la lógica de este relato, tal como está instalado K es abreviatura de contaminación. De acuerdo a la trama armada por las fotocopias, el pecado no es la coima sino el destinatario elegido para ese dinero mucho más manchado que la pelota. Y entonces termina por ser muy difícil jugar al equilibrio o a la ecuanimidad cuando el relato, sorprendentemente,  cierra por todos lados, lo que lo hace inevitablemente sospechoso.

Cualquier lector de novelas policiales sabe que cuando todo encaja demasiado bien, algo no funciona. La suma de todas las pruebas en contra suele ser una prueba a favor del acusado (ver El fugitivo). Y la historia que hace arrancar los cuadernos del remisero cierra por todos lados. Impecablemente. Los personajes suman versiones concordantes, todo se sabe, hasta los montos de dinero y su modo de transporte. Es una historia sin claroscuros. No hay hilos sueltos ni contradicciones entre los testigos. Si hasta apareció el bueno de Jorge López, epítome hasta ahora de la corrupción como dios manda, para corroborar con su testimonio las certezas (ya no hay hipótesis, si es que alguna vez las hubo) de Bonadio y sus fiscales.

Primera hipótesis (aquí sí las hay): la corrupción perfecta no te deja hablar. Se la presenta como irrefutable. No hay nada qué decir. Es de esos discursos que no permiten que se pongan en cuestión no solo su verdad sino ni siquiera su verosimilitud. El discurso sobre la corrupción es por naturaleza y definición autoritario. Cierra los debates. Como diría Morales Solá, si no perseguís al corrupto (en este caso, Cristina) sos tan corrupto como ella (o peor, porque según dice, ella lo hizo por codicia y maldad, vos por boludez o por cagazo). Declararte en contra de la corrupción – alcanza con que lo digas- te pone del lado bueno de la vida.  No hay otra. De paso cañazo, se define como plenamente corrupta solo una parte de la historia, que es la que se quiere condenar de antemano. Está mal aceptar coimas, darlas también èrp depende cuándo, cómo y por qué. En las voces indignadas (algún día habría que hacer una semiología de la indignación, sus tonos, gestos, palabras favoritas, la cara de Majul), se habla de funcionarios y no de empresarios. Ellos son los que fueron presionados por la política y nunca al revés.  Roggio nunca se considerará un corrupto, el primo Calcaterra menos que menos.  Dejemos esto pendiente por un rato.

A los diarios “populares” toda esta historia les importa muy poco. Pueda que los mueva la incredulidad, pero lo más probable es que adivinen –o imaginen- que sus lectores están en otra y que todo esto es cosa del pasado, algo que ocurrió hace mucho y cuya resolución, cualquiera que sea, nova a cambiarles en nada en la vida. Para decirlo de otro modo, no creen que haya aquí le menor épica. Gente que coimeó, que se dejó coimear, lo que sea ¿y entonces? Mirá vos.

Estamos acostumbrados a vivir, a nuestro pesar, en el clima épico que nos proponen los medios hegemónicos y el gobierno. La épica también es autoritaria. No por nada, este gobierno quiere reemplazar el pensamiento crítico por el entusiasmo. El ¿qué alternativas hay?, por “estoy convencido de que vamos por el camino correcto”, aunque todo sea un desastre. Otra de las opciones falsas de la cultura macrista: la voluntad contra el análisis.  Este clima de épica hace que cualquier desbarranque sea pertinente como los de Fernando Iglesias anunciando que ahora empieza otro país o el flan de Alfredo Casero. O que se den por ciertas cosas que son imposibles como “se robaron un PBI”. O especulaciones sobre cuántos fajos de dólares podés guardar en un bolso de tamaño mediano. Todo se hace cierto en medio de la cruzada regeneradora.

Este relato establece como axioma que son estos tiempos históricos y que estamos en la antesala de la Argentina honesta y decente con la que soñaron esos próceres de ayer que ya no figuran en los billetes. Que solo falta que Bonadio allane y Stornelli dignifique para que el desafuero y la cárcel se vuelvan necesarios para firmar el acta de la nueva república naciente. ¿En el medio de todo esto vas a hablar de economía? Los pragmáticos de ayer son los idealistas de hoy.

Y pasaron ya los tiempos de la política y la economía, entramos en una época marcada bajo el signo de la moral. Y la lucha contra la corrupción (siempre la de ayer) es desde el poder –del cual La Nación es la voz autorizada y cultivada- un arma que se usa en nombre de un axioma moral que nadie se sentiría en condiciones de discutir: afanar está mal y si se trata de dineros públicos, peor todavía.

La moral está llena de trampas y de promesas. También de confusiones. Y la palabra corrupción es confusa porque pertenece al ámbito de lo moral.  La moral se presenta como algo fuera del tiempo, algo que fue escrito en los 10 mandamientos desde una vez y para siempre. Se dice que no cambia con la historia. Pero si indagamos vemos que no es tan así. Hay una moral del capitalismo que hace legítimo tener cuentas off shore, eludir impuestos, invertir el dinero en el exterior, jugar a la ruleta financiera, desentenderse de lo que pasa detrás de los vidrios polarizados. La moral de la ganancia, algo que en tiempos mejores se llamaba plusvalía. Y esa corrupción de la que hablan las fotocopias, que alimenta las ansias de épica y hace imposible dudar, forma parte constituyente de esa moral. Los empresarios que coimearon lo hicieron para tener más ganancias, para invertir la plata en la timba, mandarla afuera, evadir impuestos. Así funciona la cosa y seguramente así seguirá funcionando. Es inherente, al menos en estos tiempos neoliberales, a la relación entre los capitalistas y el Estado, al que necesitan y detestan al mismo tiempo en una relación de odio y usufructo.

En ese sentido, es probable que Crónica y Diario Popular tengan razón. El amperímetro no se va a mover pese a este desaforado clima mediático. Los que andamos de a pie y no hacemos negocios con el Estado estamos cada vez peor.