A la distancia, los paisajes pueden confundirse, pero el gobierno de Fernando De la Rúa y el de Mauricio Macri son parecidos en sus objetivos aunque diferentes en su fortaleza. Sin embargo, las fórmulas se repiten y cuando eso ocurre  el desenlace es sólo cuestión de tiempo.

Amanece 19 de diciembre, 16 años después. Gajes del oficio, al cronista le tocó ayer quedarse en su casa, en la pequeña redacción virtual que tiene armada desde hace un tiempo, en contacto con los compañeros de Socompa que están en la calle, en la marcha, en el Congreso. El televisor está sin sonido y sólo muestra lo que busca: imágenes de guerra; en la computadora está abierta la página de Youtube que transmite la sesión de Diputados; el cronista la escucha pero no la mira: la tapa un documento de Word donde está editando una nota. Al cronista le ha tocado ser editor y envidia a los otros, a los que pueden moverse entre la multitud que marcha hacia el Congreso.

Los compañeros están bien distribuidos, aunque se mueven de acá para allá. Uno anda por Hipólito Yrigoyen y Solís, donde llueven los gases y las piedras; otro están en Callao y Bartolomé Mitre, donde la multitud y la policía se miran, tensos, a través de las vallas; un tercero recorre esa marcha gigantesca que los canales de televisión no muestran, ideológicamente fascinados por las piedras, los gases y las balas de goma, eso que quieren y tienen que mostrar, su recorte perverso de la realidad; un cuarto camina entre la gente, se mete en los bares y anota ese contraste entre las pantallas y lo que pasa en ese mar que es la inmensa mayoría de los cientos de miles que protestan con bronca pero en paz.

Anoche el cronista metido a editor subió tres notas de la cobertura de Socompa; esta mañana subirá otras dos. Buena cobertura para un medio que se hace a pulmón –con una cooperativa en trance de ser – casi sin ingresos. Ahora, en una pausa, escribe estas líneas.

Es 19 de diciembre, 16 años después. Las diferencias con aquel otro son notorias. El agonizante gobierno de la Alianza que tenía como mascarón de proa el rostro estupefacto de Fernando De la Rúa se caía a pedazos. Había perdido las elecciones de medio término y su fuga hacia adelante ya era un suicidio. El gobierno de los dueños del país enmascarados en la Alianza Cambiemos que tiene como cara visible el rostro perverso de Mauricio Macri todavía se sostiene. Acaba de ganar las elecciones de medio término y cree –o creyó hasta ayer – que eso le brinda un nuevo cheque en blanco para saquear con impunidad a los argentinos. Un saqueo que necesita perpetrar en el Congreso porque las cuentas que le exige el FMI no le cierran. Maneja a gobernadores y legisladores con billetera, carpetazos y rebenque. Y para el pueblo lo que cree que es del pueblo: represión.

Las situaciones –separadas por 16 años – son diferentes, pero no tanto. El de ayer era y el de hoy es un gobierno neoliberal que aplica, casi, las mismas recetas: distribución agudamente desigual, saqueo a los de abajo y beneficios para los de arriba, endeudamiento vicioso, desocupación, recorte de derechos y, claro, la inevitable violencia para aplastar las protestas.

Gobiernos que le dan deliberadamente la espalda a la sociedad que deberían representar. Que gobiernan de espaldas al pueblo.

Y cuando eso sucede, se sabe, la película tiene un solo final posible. La única duda es cuánto tiempo y tanta sangre deberán derramarse todavía para que se concrete.