El historiador y escritor Federico Lorenz responde, discute y dialoga, punto por punto, con el texto de David Blaustein que Socompa publicó hace unos días y que fue uno de los más leídos en la breve (pero bonita) historia de nuestra web. (Foto de portada: Víctor Bugge).
El artículo “¿Al kirchnerismo se le acaba el tiempo?” publicado por David Blaustein en Socompa (ver aquí) es una invitación a la discusión y a la reflexión que no he podido soslayar. Afortunadamente el autor usa la primera persona (del plural, del singular) lo que me releva de excusarme por hacer lo mismo. Que, creo yo, es la única forma posible para responder tanto a las preguntas que el texto genera como a las que la coyuntura nos plantea.
Empezaré por señalar que entiendo que hacer la discusión “abierta” genera riesgos, pero creo precisamente que un intercambio así debe ser así, si lo que se quiere es sumar y construir. Lo contrario ya es al uso: son tiempos de puteada fácil frente a problemas complejos, lo que es tremendamente funcional al actual retroceso del campo popular. Seguiré diciendo que ocupo el espacio ambiguo de alguien que se reconoce “de izquierda”, que acompañó al (y trabajó para la transversalidad del) kirchnerismo. Diríamos que convencido hasta “la 125”, y cada vez más reluctante hasta 2012. Llamado/ enviado a silencio, asumí como director del Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur en enero de 2016, concursé para el cargo (a falta de una, dos veces) y heme aquí, fuera del cargo, y sin haber logrado ser rector del CNBA el año pasado. El recorrido profesional/ intelectual es importante para contextualizar las líneas que siguen.
Elegí, para desplegar mis razonamientos, comenzar respondiendo la primera pregunta que da título a las reflexiones de Blaustein (a quien me cuesta no decirle “Coco”), y luego seguiré el orden que él mismo propone para facilitar la discusión, que espero siga.
Se le acaba
“¿Al kirchnerismo se le acaba el tiempo?”, nos pregunta. Sí, respondo enfático. Al kirchnerismo sí. Y al campo popular, para esta coyuntura electoral, también. Es decir que comparto su pesimismo. Pero a la vez quiero señalar, por fuera del mundo kirchnerista, que a mediano plazo no se ha agotado ningún tiempo si somos capaces de darnos una serie de discusiones que permitan formular un proyecto claro, que llene huecos descuidados en contextos políticos más favorables, tanto nacionales como internacionales. Más aún, aunque es costoso en el día a día, es mucho más costoso, estratégicamente, no hacerlo.
1 – La militancia y su (in)capacidad. No puedo opinar sobre los militantes pues no lo soy, pero sí interactúo con ellas y ellos. Es preocupante el nivel de consignismo y de desprecio por el que piensa diferente. Dicho más sencillo: al analfabetismo político no se lo combate con analfabetismo político. Entender al otro no significa comulgar con él, significa saber a qué me enfrento para disputarle, retórica, práctica y políticamente, la escena. La hegemonía; y eso es mucho más que ganar una elección. El macrismo ha simplificado la agenda política, pero eso no significa que dicha simplificación no toque cuerdas sensibles para amplios sectores de la sociedad, aunque la perjudique. O sea que aquí discrepo ligeramente con Blaustein, que dice que “las elecciones del 2015 no las ganó le macrismo. Las perdimos nosotros”. Es una sumatoria de factores, algo habrán hecho bien para ser votados de manera recurrente (y creciente). En todo caso, el desafío político es explicar (y convencer) de por qué “hacen mal”. Mal puede ser hecho eso desde una caracterización binaria (no la atribuyo a Blaustein, hablo del clima político en un sentido más amplio). Pero este ejercicio argumentativo es muy difícil porque el kirchnerismo en el poder no se preocupó por construir hegemonía, sino por consolidar su dominancia.
2 – El encierro en redes. Deviene del punto anterior. Hay una profunda soberbia y una retroalimentación entre los creyentes. Lo llamativo, en mi experiencia, es que quienes estén más dispuestos a revisar eso sean militantes de la generación de Blaustein, y no los más jóvenes. Pero es explicable. ¿Quién podía creerse, en 2003, la cantidad de puertas que se abrieron? Ni los sobrevivientes de los setenta ni los treintañeros que no habíamos conocido otra cosa, como formación política, que afrontar el ajuste de los ’90 y militar por los derechos humanos. Ahora bien, los que ingresaron a su vida laboral, o al secundario, en 2003, no cargaban con ninguna de esas experiencias a cuestas: dicho a lo bestia, no conocieron otra cosa que la “década ganada” (habrá que discutir qué, cuánto se ganó, a qué precio, etc.). Pero entonces, la propensión al encierro y a la subestimación del otro son grandes, tan grandes como la veta antipopular del mayor gorila que nos podamos imaginar. El problema es que ahora el kircherismo no está en el poder. Y la reacción frente a esa constatación es de ofuscación, primaria. Aquí sí que no hay distingos generacionales.
3 – Es breve lo que tengo para decir. Blaustein habla de ausencia de conducción. No puede esperársela donde la lógica de la conducción es dividir para prevalecer. ¿O no fue la candidatura de Scioli, en 2015, jugar a perdedor? Y esto lleva a preguntarse qué características va a tener el armado electoral con el que se confronte este año. La experiencia de la Alianza debería advertir acerca de los peligros del rejunte. Un armado programático implica tiempos, discusiones, horizontes. “Sacar a tal o cual” puede ser una consigna, pero no un plan de gobierno y mucho menos un proyecto de sociedad. Hay una confusión enorme al respecto que se acentúa al no tener la iniciativa política. Está bien, Cambiemos hizo eje en el “que se vaya la yegua”, pero ¿quién va a negar que venía un proyecto político detrás de eso? Sólo los fanáticos o los que los subestimaron (pronto me referiré a esto).
4 y 5 – Coincido con Blaustein en que mientras no se haga una gran autocrítica, el futuro viene mal aspectado. La autocrítica debe, a la vez, superar lo mecanicista, debe generar las condiciones para pensar un proyecto, de abordar (los kirchneristas) lo que creen que hicieron mal, pero sobre todo, en un amplio espectro, lo que queremos hacer: el país que imaginamos, vaya. Un relato en función de un proyecto político, que lleva tiempo, generaciones incluso. Un relato que exceda la coyuntura. La lógica electoralista y cortoplacista es funcional al actual estado de cosas, porque claramente el campo popular no maneja la agenda de la política o en el mejor de los casos responde (mal) a ella. Una estrategia defensiva – argumentativa permite ganar espacio para procesar, proponer, instalar.
¿Una derrota como la del 83?
6 – Efectivamente, el “kirchnerismo” no se ha tomado el trabajo de entender al “macrismo”. Me resisto a utilizar estas categorías porque es precisamente esta polarización la que debe ser rota. ¿Qué he visto yo? Una enorme subestimación hasta las elecciones del 2015, con una cantidad de rótulos a mano tan autosatisfactorios como insuficientes. Un 2016 donde esa subestimación siguió, alimentada por un estado de shock como el que debe haber vivido el PJ en 1984 tras la “impensada” derrota. Un 2017 y 2018 donde esa conmoción fue canalizada a través de herramientas polemológicas ineficaces por desconocimiento de aquello que tenían que enfrentar. Esto, claro, viendo la mitad del escenario. La otra mitad es el avance de las políticas que se supone “enfrentaban”, que se beneficia de la perplejidad y parálisis.
7 – La famosa batalla cultural. Yo no sé si ellos fueron “el campo” y “la patria”. Sé que mucho del pensamiento kirchnerista es porteñocéntrico y desconoce cantidad de variables que hacen a la cotidianeidad de realidades locales muy diversas. Que Néstor Kirchner y CFK fueran “patagónicos” no garantiza nada, menos aún a ojos vista de que provincias como Santa Cruz son enormemente estatal–nacional dependientes, al punto de reproducir casi sin fisuras los relatos nacionales surgidos desde el centro político y cultural del país, Buenos Aires. Eso es hegemonía cultural, claro que sí. ¿Cuántos de los que rodeaban a CFK, de los productores de “masa crítica” tenían una mirada federal sobre los problemas nacionales? ¿A qué modelo económico se ataron NK y CFK? ¿Hasta dónde hubo un interés en cambiar la matriz productiva de la Argentina? ¿O fue solo aprovechar un momento favorable? ¿Interesaba, mientras se estaba en el gobierno? Por hacer de la necesidad de virtud, hay aquí una enorme posibilidad: un discurso político que incluya diversidades regionales y que precisamente discuta aquello que retóricamente se impugna: porque el “Patria sí, colonia no” garpa, pero tiene que tener algo detrás, si no es solamente para la tribuna.
8 y 9 – El bloqueo mediático. Coincido con Blaustein. Agrego: pocas espadas mediáticas, siempre los mismos, mucho libreto. Mucha jerga para los propios. Mucha voluntad de dejar pillo al antagonista en lugar de convencerlo y convencer a los espectadores. El no ir a los canales “de ellos” me perturba como concepto, sobre todo porque desde el 2011 se dedicaron a cerrar espacios en los medios “¿nuestros?”. Poco interés en polemizar que se saldaba con el famoso “54%” o “si no les gusta, ganen las elecciones”. Soberbia y el “síndrome Kohinoor”, una vocación centrífuga que alejó a aquellos con críticas o matices, vistos como tibios o, lisa y llanamente, traidores, sobre todo a partir del 2012.
Listo, ahora se dio vuelta la taba. Mayor inteligencia implica también mayor humildad, si no es mero pragmatismo (de hecho, los medios hegemónicos ya machacan con aquello de que “Cristina no va a cambiar”).
10 – No hay alternativa de construcción sin la superación de la lógica binaria. “Como la derecha y la izquierda pegan no podemos hablar”. Esto amerita un comentario: no importa que la derecha pegue. Sí tenemos que ser capaces de dar la discusión hacia adentro, entendiendo por “adentro” el variopinto “campo popular”. Y ahí sí le toca al kirchnerismo asumir que si está dispuesto a discutir, y construir, va a tener que absorber una cantidad de palos. Por ejemplo: ¿es posible sostener la idea de aceptar, como propuso CFK, la “convivencia de los pañuelos verdes con los celestes”? ¿Unidad a cualquier costo? ¿Cuánto dura eso? Es decir: ¿Un “pañuelo celeste” es bueno porque es antimacrista, pero un “pañuelo celeste” es malo si banca a Vidal? ¿Nos pasamos por ahí fenómenos como la religiosidad popular?
Por último, coincido cuando Blaustein dice que “el tercio macrista irradia mejor que el nuestro”. Me sale decir “de ustedes”. Pero la verdad, compañeros, que esto es así porque la vocación expulsiva ha sido enorme. Hay que arrancar desde muy abajo para (re)construir. Tal vez hasta implique correrse un poco. Y aquí hay una gran pregunta por el tipo de construcción política se quiere encarar.
Si es centralismo democrático, me avisan que me bajo, porfis.
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