El acting de convocar a un acuerdo de diez puntos por parte del macrismo a la oposición le evocó al autor de esta nota la figura de un insigne artista cuyo mayor talento era tirarse pedos a discreción.
Por esas cosas que tiene la memoria, o el inconsciente -bien definido como inconsciente (irresponsable)- con el llamado a un encuentro donde se hablaría del destino del país por parte del Ejecutivo, es decir Mauricio Macri, se me hizo presente un artista olvidado por el tiempo, y lo que llaman las buenas costumbres. El catalán de origen, nacido en Marsella, don Joshep Pujol.
El tipo tenía una particularidad, podía manejar a voluntad las ventosidades de sus intestinos. Algún adicto a las prácticas faquíricas de la India y vecindades podría argüir que eso depende del prana, de por donde la caiga la “Flor solar”, y que esa habilidad es de lo más normal cuando se alcanza cierto nivel de autocontrol. Ya… pero el común de los mortales ya tiene bastantes dificultades para evitar las flatulencias en público, con lo que es altamente meritorio transformarlas en un arte.
A fines del siglo XIX, más concretamente en 1892, el muchacho, que ya hacía presentaciones por libre, hizo contacto con el Moulin Rouge, pasando con éxito un casting de uno, y debutando a sala llena.
Con smoking y moñito a juego, Pujol presentaba su espectáculo en olor de multitudes; aunque parezca un juego de palabras algo obsceno. Los libros que nos hablan de este artista de los pedos no dan detalles sobre en qué se basaba su habilidad. Responsabilizar a una dieta especial sería menoscabar lo que hacía. En ese sentido cabe señalar, como una pista posible, al escritor español Camilo José Cela, que aseguraba tener la habilidad de “aspirar” agua por el ano. Se sospecha que, para hacerse el interesante, hizo suyas las habilidades de Joshep Pujol, conocido artísticamente como Le Pétomane; que en traducción literal sería El Pedómano.
El hombre se convirtió en bestseller del espectáculo en un tiempo que, por lo desfachatado y anticonvencional es de envidiar. En este siglo de la corrección política el marsellés sería lapidado.
Entre su público, cuando aún no se habían inventado la televisión -flatulencia extrema y masiva- se contaba lo más granado de cada casa. Empezando por las señoritas de familia y siguiendo lo más destacado de los artistas, como Toulouse-Loutrec, hasta el rey de los belgas, Leopoldo II que, cuando no estaba jodiendo la vida a los africanos, se disfrazaba de incógnito para verlo en el teatro. Para dar una medida de su éxito alcanza con decir que, cuando la genial, hiper famosa, Sarah Bernhardt ganaba mucho dinero, el cachet de Le Pétomane lo triplicaba.
Se estarán preguntando qué lo hacía tan peculiar y famoso.
Regulando lo gases intestinales con talento incomparable, apagaba velas desde una considerable distancia, imitaba el llamado de los animales de granja y reproducía tormentas y cañonazos. También, fino él, interpretaba música, conectándose, mediante un tubo de goma, con el instrumento, de viento naturalmente, que conviniese. Así le era posible tocar “Au clair de la lune”, canción de cuna atribuida a Jean-Baptiste Lully, con un flautín y “La Marsellesa” con una ocarina. Y, partidario de la participación del público, lo invitaba a cantar “La Marsellesa” mientras hacía tremolar la sacrosanta canción de Francia con las ventosidades de su culo.
En cierta circunstancia en que el artista no cumplió con el convenio de exclusividad, el Moulin Rouge lo pateó, pero eso no impidió que iniciara una gira triunfal por toda Europa. Era noticia obligada en todos los medios de la época, y no se sabe si perdió la habilidad o, simplemente, decidió retirarse de la arena artística, pero, en cierto momento, se reconvirtió en panadero en Marsella, y adiós a su arte.
Si aún se pregunta cuál es la poco razonable ligazón entre la propuesta del presidente Mauricio Macri y este artista de los pedos, voy por lo sencillo: tienen en común la vacuidad, la falta de consistencia y el mal olor. Porque llega con varios años de retraso, y porque no supera un mal truco de feria, que, como mucho, logra que más de un pétomane, de un amplio arco político, salga a competir con sus flatulencias.
Puesto a elegir, no votaría a Joseph Pujol para presidente, pero lo haría estrella absoluta del Colón, circo máximo de la cultura argentina. Al fin, no desentonaría con las políticas culturales de Mauricio Macri y otros gobiernos que lo precedieron. Seguramente, en nuestro medio, El Pétomane interpretaría La Cumparsita, y algún éxito de Gilda, con coros de Gabriela Michetti. No lo tendría fácil, porque entre los políticos de Argentina hay muchos artistas de las flatulencias.
Todo sea por la cultura. Vote a Joseph Pujol, el auténtico Pétomane. No compre imitaciones.
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