Impresiones (jazzeras) del Japón es el nombre de un precioso disco de Dave Brubeck. Lo alquilo acá como título porque este texto va a ser rarito, impresionista y Japón pretenderá ser por unos segundos la metáfora presunta de la Argentina vista con ojos de extrañamiento. Así era como los exiliados de los 70 trataban –con dolor, con bajón, con ironía, con cariño- a los habitantes del DF mexicano, como japoneses. ¿Quiénes no entendían qué o a quiénes? ¿Quiénes estaban en orsay? Los exiliados, obvio. Un poco como nosotros en el presente.
Vivimos en un estado de cosas –lo venimos repitiendo muchos y a lo pavo- al que ni siquiera sabemos ponerle un nombre. Hoy a la mañana nuestro compañero de Socompa y fotógrafo, Horacio Paone, escribió en nuestro grupo cerrado de Facebook la expresión Neotodolomalo. Me gustó y la posteé. No sabemos cómo llamarlo a esto que vivimos, a este estado de cosas, a este Estado. Como uno es un vivo bárbaro, un canchero de aquellos, cuando un militante del FIT o un kirchnerista intenso dice “dictadura” o “fascismo”, uno dice: no, pelotudo, no es eso. Nabo querido: tu mensaje es piantavotos porque a los votantes de Macri, pobrecitos, si querés que les entre una reflexión crítica, hay que tratarlos con amabilidad y no espetarles la palabra horrísona, dictadura. Porque si no se nos asustan, se nos piantan, se nos enojan y cierran su mente y su pequeño corazón extraviado. Uno dice o se dice eso cuando otros dicen fascismo, dictadura. Pero verso. Uno, que es un vivo de aquellos, sin embargo ha ensayado o pensado internamente cosas muy parecidas a “fascismo”. Las ha descartado, las ha retomado, les da vueltas a las categorías, las categorías no sirven, uno no entiende nada, ni cómo llamar a las cosas.
Amazing stories of science-fiction
A mí me está dando que es la ciencia-ficción vieja y nos las ciencias políticas la que más se acerca a describir, sintonizar, entender, dar con la tecla emocional o psíquica, la que previó lo que nos está pasando. Marcos Mayer, nacido en Socompa, Europa central, ha posteado algo de eso. Onda que la distopía futurista que tanto manejamos, apocalíptica mal según el caso, ya llegó. Yo hice lo mismo, incluyendo el envío repetido de alguna de las ilustraciones que pretenden engalanar este texto. Muchos de nuestra generación –lectores juveniles que hoy tienen, ponele, de 45 a 65 y ex rockeros- sienten/ sentimos esa cosa futurista-distópica-totalitaria.
El viejo Huxley está circulando estos días en las redes. Circula esta frase suya de Un mundo feliz, la de una dictadura perfecta a la que se someten gozosos los ciudadanos porque son una manga de esclavos de espíritu, o haraganes torpones de emoción escasa, o “simples”, en el viejo sentido en que se aplicaba el adjetivo simple, un campesino simple, seres escasamente complejos, adictos a la felicidad boba, al consumo con la tarjeta del Galicia. No le niego la menor pizca de mérito a ese golazo anticipatorio de Huxley (de quien fui típico lector admirado en mi primera juventud). Pero si yo creyese que las gentes son así o me pego un tiro, o me voy a vivir a San Javier-Yacanto, o me hago macrista y hago guita. Será porque me queda un poco de psicobolchismo peronista pero sigo oponiendo (más o menos sigo) el riesgoso calificativo de “elitista” a esas visiones sobre la sociedad, onda Ortega, Gasset y las masas. Me sigo negando a creer que la humanidad esa más o menos una porquería y –lo admito- me niego porque acaso ya es tarde en mi vida para cambiar mesejantes paradigmas con los que me formé. Que si creyera en tales amargores, muy amargo esperaría la muerte, y sepan disculpar y amén.
Bradbury, que era un melancólico de aquellos, algo insufrible según cómo, postuló también lo que hoy pasa con Fahrenheit 451. Es más peor en realidad: el mundo Cambiemos no necesita de la quema de libros porque en el mundo Cambiemos no se lee salvo autoayuda y aquellos que leen supone uno que serán mirados con simpatía y suficiencia displicente, o más bien con burla.
1984, de Orwell, a mi gusto, nunca fue un libro que se pasó de la raya, una profecía amarga o excesiva o pesada y no cumplida. No, 1984 vive en el corazón de cada compañero y para colmo el autor era trosco y se llevó de la Guerra Civil española una impresión medio horrible.
Entonces: la ciencia-ficción, camaradas, acertó. O acertó más que la frase que le salió mal al bueno de José Natanson: derecha moderna y compasiva.
Esto es una dictad… sarasa
Esto no es una dictadura, no. Es no sé qué con fortísimos rasgos totalitarios y con el riesgo nítido de que se fortalezcan esos rasgos, incluyendo represiones. Es totalitario el discurso de la amabilidad hipócrita y el autoritarismo profundo en la toma final de decisiones. Son totalitarios los Decretos de Necesidad y Urgencia que firmó Macri (¿Cómo? ¿Eso no lo hacían los Kerner?), desde aquellos iniciales relacionados con los nuevos integrantes de la Corte Suprema, pasando por los que desmantelaron la llamada Ley de Medios, continuando con el que salvó a los familiares de funcionarios (incluyendo los de Macri) a la hora de “acogerse a los beneficios del blanqueo”, cuando la ley fresquita apoyada por el massismo había pretendido supuestamente evitar que eso sucediera. Es totalitario el sistema de comunicación privado-estatal y el embate contra los opositores (Navarro aunque no me entusiasme, Página/12). Es totalitario (y enormemennte dispendioso) el uso de las redes sociales ya sea a la hora de atacar opositores, viralizar truchadas, defender al Gobierno. Es totalitario el manejo del Poder Judicial atacando a los réprobos y desplazándolos de su lugar (juez Arias, “mafias” del fuero laboral). Fue totalitaria la ofensiva que terminó con la renuncia de Gils Carbó. Es salvaje el accionar de Gendarmería no solo en el caso Maldonado sino en el ingreso a universidades y colegios. Es totalitario el manejo cotidiano de la policía que se mete –agrandada mal, en modo matón- con pibes, pobres y morochos. Fueron totalitarios los manejos de infiltrados seudo anarcos en las marchas por Santiago Maldonado. Son totalitarios los anuncios y las promesas hipócritas de consenso para la discusión de las nuevas reformas que impulsa el Gobierno, muy especialmente en la medida en que –tanto a la hora de persuadir gobernadores como a sindicalistas- se los extorsionará por el lado económico (pero la “caja” era solo kirchnerista). Son totalitarios, como mínimo no transparentes, los modos en que se está juzgando o apretando a ex funcionarios K, incluida la ex Presidenta. Son totalitarios los intentos negacionistas o de revisión de los juicios a los genocidas y Carrió, la Dama de Republiquita, es la más totalitaria de los políticos argentinos. Por algo dinamitó cada espacio por el que pasó y todos esperamos con altas esperanzas que en su perversión, su egocentrismo o su pire un día le haga la vida difícil al Gobierno.
Sonríe, te están torturando
Todo esto que se acaba de describir es conocido y hasta da vergüenza repetirlo. Porque además es imposible no quedarse corto con la lista de horrores. Prefiero volver a los climas culturales que estamos viviendo, a nuestro desconcierto y desasosiego, a la comunicación psicotizante (el eficaz adjetivo psicotizante no es mío pero no puedo revelar la fuente) que con tan perversa eficacia maneja el Gobierno, el actual partido de Estado, diría el bueno de Martín Rodríguez.
Ayer, en un arranque de furia, producto de apreciar el desempeño mediático de un legislador macrista, intenté resumir con exceso de pasión esto de la comunicación psicotizante. Temo que volveré a cometer el mismo exceso pasional. No sé si a toda la sociedad le pasa lo que nos pasa a los nosotros. No sé, no termino de entender qué le pasa al conjunto de la sociedad (que votó al oficialismo) con el discurso y la comunicación macrista, excepto por logros tales como la construcción de cercanía, de amabilidad, de antipolítica suave, de sonrisas, de somos lo nuevo y los otros lo viejo y mediocre y corrupto y gris y los argentinos somos buenos y en equipo, etc, etc. Sé lo que nos pasa a nosotros: el bajón. A nosotros nos pasa que somos un cuerpo social –una minoría social de millones, pero minoría al fin ahora mismo- sujeto a tortura. Nos están torturando figurada o psíquicamente (o en la realidad-real cuando se trata de cárceles y comisarías y patrulleros y aprietes callejeros). Nos torturan como quien dice en modo televisado, en vivo y en directo. Nos torturan, nos desgarran, y nos estudia atentamente un señor del PRO vestido con un traje de plástico transparente, con capucha y respirador, de esos con los que se fabrican armas biológicas. Nos torturan y el señor del traje protector, mira a cámara, se quita la capucha, respira aire puro, se acomoda rubios cabellos, sonríe y te dice:
-Bueno, todos tienen su visión de las cosas y eso está bien (y nosotros gritando).
-En la nueva Argentina respetamos el disenso.
Te torturan (tortura como metáfora no sólo de bajón sino de te destruyen el país), te empobrecen, te garchan de pie en tus derechos, te demuelen las economías regionales, te endeudan hasta las pelotas de tus biznietos- y te siguen sonriendo a cámara:
-Las cosas ahora son así y transparentes porque se acabó la mentira del INDEC.
-El Congreso no es una escribanía.
-Reparación histórica a los jubilados.
-Ahora la Justicia investiga a los corruptos.
Y te dan y te dan y te dan para que tengas y sonríen. Torturan con buenos modales.
A mí me ha pasado –y apuesto a que muchos de a ustedes también- de ir por la calle bajoneado por las condiciones climáticas macristas y ver las gigantografías y los afiches electorales o no de Cambiemos y del Estado macrista y amargarme y gritarle a esos carteles felices. Y esos carteles felices son a la vez la promesa de los otros carteles de otra puesta de ciencia-ficción: los de la Blade Runner original y la secuela que se estrenó hace poco (que está buenísima). Aquellos carteles luminosos de Blade Runner prometen que en “las colonias” los seres humanos encontrarán felicidad, en una tácita resignación de que las ciudades de la Tierra son eso comprobadamente triste y definitivo que se ve: polución, llamaradas industriales, llovizna sucia y eterna, súper población y pobreza. La gran promesa que vende el Gobierno no son “las colonias”. Pero es bien de ciencia-ficción la promesa de Cambiemos: la palabra futuro. La Los Angeles de Blade Runner, caramba, tenía un algo de megalópolis japonesa intrusada masivamente por chinos pobres. Vendrían a ser nuestros bolitas, fieras y cartoneros.
Dictadura, democracia
Me sigue dando malditas vueltas en la cabeza el tema del comportamiento actual de los medios. Publiqué acá en Socompa alguna cosa al respecto, que todavía siento muy tosca ¿Es tan fiero cómo entonces?. No estoy conforme con las vueltas que le estoy dando al asunto. No sé si es el producto de la bronca y la angustia antes que la “serena racionalidad” pero cada vez más siento que esto que están haciendo los medios es peor que en dictadura. No es chivo: se supone que inauguré una discusión seria sobre el asunto de medios y dictadura cuando publiqué hacia 1997 o 98 Decíamos ayer. Comenté algo al respecto en Facebook y un colega al que respeto muchísimo, Sebastián Lacunza, que no tiene mi ideología (o los cachos enredados que componen mi ideología) dijo con posible razón (o razón muy verosímil) que no puede establecerse una comparación porque la escala de aquello que encubrieron los medios (Terrorismo de Estado) es demasiado. No fue así la frase, pero nos entendemos. Yo mismo escribí en este espacio algo parecido: “Aquel pecado horripilante de la prensa en dictadura (la negación del horror y hasta el apoyo al genocidio) parece insuperable, cierto”.
Me quedo con ganas de discutir sin embargo, con Sebastián y con Martín Becerra, otro tipo al que respeto muchísimo. Ninguno fue kirchnerista, yo sí, aunque un poco díscolo. Los voy a etiquetar cuando postee esta nota a ver si charlamos. Por dos cosas: porque creo que ambos, quizá sin saberlo –y esto puede que los irrite- no dejan de anclar en un tipo de ideología o de ética a mi juicio fantasiosa, una ética del equilibrio perfecto que deviene de los mejores estándares del periodismo (o las ciencias de la sociales)… de otras épocas e infrecuentes. Me parece borroso e ingenuo ese estándar si es que tengo razón, me parece que con ese estándar se corre el riesgo de un distanciamiento excesivo de la vida real, de lo que es la vida política y la vida personal y bien cruel de las personas, sometidas a presiones igualmente crueles. No digo que es un estándar purista ni que lleve a un distanciamiento “descomprometido”, aunque existe el riesgo. Digo que le faltan a esos estándares los desgarros de la vida política y personal real.
Lo otro que discutiría es este tema de la escala y de lo incomparable. El mayor de los pecados cometido por los medios en dictadura, en efecto, fue esconder el terrorismo de Estado y al mismo tiempo apoyarlo y aplaudirlo (porque no fue omisión, como dijo hace muchos años Mariano Grondona). Estamos de acuerdo en ese punto. Pero también hay otra escala a aplicar al presente que lo trastoca todo: estamos en democracia, se supone, amiguitos. No podemos juzgar a los medios con el estándar que tuvieron en dictadura, con y por los horrores que cometieron entonces. Los medios tendrían que ser democráticos, caramba, nadie desde el Estado (creemos) le pone una Itaka en la cabeza a nadie en el sistema Clarín o en La Nación o en editorial Perfil o a Ari Paluch y siguen quichicientas firmas.
Y por otro lado: ¿acaso la línea editorial de los medios oficialistas es hoy tan distinta a la que tuvieron en dictadura? ¿Cómo se comportaron en el caso Maldonado? Esto viene desde el estallido del 2001, cuando La Nación (no recuerdo si también Clarín) padecieron un ataque de pánico ante el clima asambleario y salieron a exorcizarnos y al salvataje de la clase política o de las instituciones presuntas o del statu-quo diciendo que lo de las asambleas no estaba nada bien, que el pueblo no gobierna ni delibera sino a través de sus representantes. ¿Se acuerdan de eso, amiguites? ¿Se acuerdan del cagazo también pánico que tenían las derechas de que los conurbánicos del tercer cinturón se apoderaran de los countries y barrios privados?
Si el Gobierno tuviera en seis meses que salir a reprimir, ¿cuál sería la línea editorial de los medios oficialistas? ¿La crisis causó dos nuevas muertes? ¿El artículo de La Nación de días atrás exigiendo que pidamos perdón a Gendarmería? (ver en Socompa dos excelentes notas de Daniel Cecchini. Una es esta: El brulote del hijo del Cadete) ¿Apoyarían los medios conservadores la represión y judicialización de la protesta social? Sí, juro. Ergo: ¿no son más o menos la misma mierda que en dictadura, dicho con alma de poeta?
Y no, claro, hay matices (uno importante: permiten hasta hoy la existencia de mil pequeñísimos espacios críticos como este, Socompa, un tanto acorralados, mientras cambia de manos C5N). Pero la distinción fundamental es la que viene. Los diarios en dictadura –lo escribí mil veces- eran el ingreso al Medioevo más triste imaginable, un imaginario de cuentos góticos con cementerios y gárgolas y noche y niebla y graznidos de cuervos sobre tumbas frías y un horror latente, irreal. El totalitarismo de hoy es opuesto, es casi un canto a la vida. Vivimos en joda la joda de eso que no sabemos denominar, así de mal estamos (estamos tan mal que en esta nota ni siquiera estamos poniendo el foco en cómo armar una oposición consistente al Gobierno). Vivimos un no sé qué, un fascismo fashion, un fascismo que ríe, un fascismo new-age, un fascismo de ínfimas solidaridades de autoayuda.
No, son totalitarismos distintos el de la dictadura y el ¿proto? totalitarismo macrista. Aquí, carajo, hay alegría y Macri festeja cantando Queen o bailando sobre la tarima, re onda. Los diarios de la dictadura no festejaban nada salvo el triunfo del Mundial y las victorias en la guerra antisubversiva. Todo era severo, rígido, cariacontecido, católico, rígido, triste y gris oscuro. Pero acá no, muchachos, acá estamos de joda, la pasamos estupendamente mientras nos torturan y si en dictadura casi no existían las firmas de periodistas y los diarios y la tele eran en blanco y negro esto es Technicolor+3D y el ejército de mercenarios con firma y micrófono de que dispone el Estado es inmenso y son livianos y amables sus lenguajes y en La Nación y Clarín podés ir a las notas frívolas sobre la farándula o los escándalos con un scrolleo de segundos y somos re modenos, muy tecno, abiertos, entusiastas, festivos y los rasgos de conmovedora humanidad que tienen Mauricio con Antonia y María Eugenia Vidal, no te digo y, a bailar dijimos, vivimos en un país discoteca habitado solo por blancos personajes de publicidad.
No sé que más decir para ponerle nombre a todo esto y ya es obvio por la puntuación que me fui de mambo. Recuerden que Socompa es también terapia de contención: para los que la hacemos y para ustedes. Sépannos disculpar si, como Boogie, nos ponemos tontos y sentimentales.
Resumen posible: revolución de la alegría supone que vivimos una fiesta totalitaria. Una que podría llamarse igual que aquella bellísima e ingenua película sobre el Mundial ’78 (a la distancia pudieron hacerla los publicistas PRO de hoy), La fiesta de todos.