No se trata de que el sujeto social haya desaparecido pero, igual que el conjunto de lo social, vive un proceso creciente de fragmentación que contradice la falsa panacea de una humanidad unida gracias a la globalización.
Hoy se intenta mostrar que a partir de la denominada globalización se fue produciendo de forma ascendente la unificación planetaria de la humanidad. Lo que no se dice es que ante ese avance, a nivel de los diferentes territorios y de forma inversamente proporcional, se fue dando una fragmentación creciente de las estructuras sociales.
A diferencia de tiempos anteriores en los que primaba un tipo de sociedad integrada, hoy se percibe una balcanización cada vez más profunda. Esto resulta bastante evidente en relación a los desarrollos arquitectónicos presentes en la configuración de las ciudades, logrando que los diferentes estratos sociales se vayan aislando entre ellos, mientras que al interior de un mismo sector, se vaya perdiendo el sentido de pertenencia, haciendo que prime el individualismo ya no como actitud subjetiva sino como lazo social concreto.
Barrios cerrados, domicilios enrejados, asentamientos precarios en los que no entran más que sus habitantes; logran escindir a los diferentes sectores sociales; mientras que la supuesta unidad de lo social, sólo es factible encontrarla en el universo virtual creado por las plataformas tecnológicas. No se trata pues de una mera cuestión espacial sino principalmente de una reconversión profunda del universo de la producción y de los modos de encarar la subsistencia.
Esto que se señala, paradójicamente aparece de modo redundante en la ficción distópica que hoy abunda tanto en el cine, las series de las plataformas y la literatura. Sociedades fragmentadas separadas por extensos desiertos, rotura del tejido social y modos de subsistencia en los que prima la competencia salvaje en la que no se escatima la utilización de métodos violentos y criminales. Si bien se podría decir que lo que se muestra en esa ficción no es igual a la realidad, ahí lo que varía simplemente es el modo de resaltar determinados contrastes en los que la ficción aporta apenas, la pintura del paisaje.
En una nota anterior, quien escribe señalaba cómo en los tiempos que corren, fueron despareciendo diferentes elementos y conceptos que se cuentan para llevar adelante una práctica política transformadora y que otrora se consideraban indispensables. Todo parece haber quedado reducido a la experiencia electoral propia de las democracias liberales y a la gestión de lugares institucionales que no hacen otra cosa que reproducir el status quo, más allá de lo que discursivamente se pregona.
La consideración que debiera tener una fuerza social para transformar la realidad queda así reducida a la voluntad de los que se ofrecen como sus representantes. No se trata de gobernar “para” ciertos sectores de la sociedad que deben confiar, apoyar y seguir; sino gobernar “junto a” o más precisamente que los sectores populares, gobiernen a través de los que ellos mismos eligieron para hacerlo. No existe profundización de la democracia si eso no acontece, solamente la inercia en la que los más poderosos viven completamente resguardados.
¿Y el sujeto?
En la nota citada se señalaba que la potencialidad que tuvo la clase obrera en otros tiempos fue decreciendo y fue quedando poco que pueda torcer el rumbo de la acumulación capitalista propia del neoliberalismo reinante desde hace casi cuatro décadas. No se trata de que el sujeto social haya desaparecido, sino que al igual que el conjunto de lo social, se produjeron profundas hendijas que lo fragmentaron acorde a la balcanización creciente. Una estrategia política de liberación debiera construir un único centro de coordinación que permita unir los distintos fragmentos para que se potencien en las luchas contra la injusticia.
De todas formas vale señalar que alcanzar una comprensión científica de los fragmentos, sólo puede hacerse desde una perspectiva histórica, que no se encuentre escindida de los movimientos sociales. Una tarea tanto teórica como militante. Algo difícil y complicado en un tiempo en que cualquier conceptualización de la realidad siempre tienda a quedar absorbida por el discurso académico que monopoliza al saber.
Se intentará en lo que sigue rastrear someramente el proceso de desarticulación del sujeto que se fue produciendo desde hace al menos tres décadas, al interior de la sociedad argentina. Convengamos a su vez que esto es un proceso global que coincide con la instauración de ese sistema político, social, cultural y económico que conocemos como neoliberalismo.
A poco de asumir como nuevo presidente de la Argentina, en 1989, Carlos Menem impulsó la Ley de Reforma del Estado. Ello ocurrió el 17 de agosto de dicho año, cuando se sancionó la Ley 23.696 impulsada por el Partido Justicialista y sus por entonces socios de la UCeDe del ingeniero Álvaro Alsogaray. Con esta normativa el mandatario podía iniciar el proceso de privatizaciones de las diversas empresas públicas entregándoselas a inversores privados.
Esto afectaría principalmente a las diversas empresas estatales encargadas del suministro energético: electricidad, agua, gas, petróleo, carbón. La posterior privatización de YPF en 1992 dejaría una marca muy profunda al interior de la sociedad argentina. El desempleo comenzaba a crecer desmesuradamente a lo largo y ancho del país, llegando en mayo de 1995 al 18,4 por ciento. Gran parte de los trabajadores que fueron perdiendo su empleo, serían protagonistas en los años siguientes, de los nuevos movimientos sociales de los cuales hablaremos más adelante.
Resulta interesante ver cómo determinados agrupamientos sociales fueron percibiendo esos cambios en la estructura, e intentaron construir nuevas herramientas organizativas para contener a una clase trabajadora que comenzaba una importante mutación. El 14 de noviembre de 1992 se conformaría el Congreso de los Trabajadores Argentinos (CTA) que algunos años después se convertiría en una nueva central obrera. Para el nuevo CTA, el modelo sindical vigente, encarnado por la CGT, terminaría siendo ineficaz para enfrentar los cambios estructurales que se estaban produciendo.
Entre otras cosas el nuevo modelo sindical proponía que los trabajadores desocupados, jubilados, precarizados; debían formar parte de la nueva central obrera y que no se podía participar de los nuevos conflictos sociales sin establecer la unidad de todos los sectores, principalmente entre ocupados y desocupados. El trabajador despedido no podía ser ignorado por el sindicato del cual formaba parte.
El CTA, al igual que otros nuevos agrupamientos obreros como eran el Movimiento de los Trabajadores Argentinos (MTA), constituido principalmente por los camioneros de Hugo Moyano y los transportistas dirigidos por Juan Manuel Palacios; y la Corriente Clasista y Combativa (CCC) que encabezaba Carlos “Perro” Santillán; tuvieron una gran incidencia en la resistencia al ajuste menemista. Fue en 1994 que esos sectores impulsaron la gran Marcha Federal, siendo esta la punta de un iceberg que comenzaba a tronar ante la indiferencia de la burocratizada y anquilosada CGT.
Ante la pérdida constante de puestos de trabajo, el sector empresarial más concentrado comenzó a plantear la necesidad de la flexibilización laboral, cosa que iría precarizando cada vez más la relación entre capital y trabajo, y que lejos de ser una solución, junto al proceso de privatizaciones pondrían en jaque las condiciones materiales en las que se desempeñan los trabajadores.
La movilización iniciada con la Marcha Federal se iría a desarrollar hasta mediados de 1996, cuando tanto la CTA, como el MTA dejaron de lado la resistencia, poniendo gran énfasis en la construcción de una alternativa electoral, surgiendo la Alianza entre la UCR y el Frepaso. En esos tiempos cobraría relevancia la irrupción del movimiento piquetero que pasaría a ser el principal protagonista de la conflictividad social.
La necesidad de una central obrera que pueda darle un marco organizativo a los diferentes sectores populares sigue siendo prioritaria, a pesar de que hoy es mucho más complejo que por ese entonces.
En una próxima nota nos ocuparemos de esos movimientos de trabajadores desocupados que fueron surgiendo al calor de las luchas de Cutral- Có en el Sur y Tartagal en el Norte, protagonizadas principalmente por ex trabajadores de YPF. Desde 1995, a lo largo de los diferentes municipios del Conurbano bonaerense también nacieron diferentes movimientos, de los cuales nos ocuparemos, pero que diferían bastante de los que tuvieron lugar tanto en Neuquén como en Salta.
¿Querés recibir las novedades semanales de Socompa?
¨