Una frase de Cristina Fernández de Kirchner que desató una ola de críticas por derecha y desde supuestas izquierdas que parecen no haber leído a Marx. ¿El capitalismo es homogéneo, con la burguesía unida en un solo bloque, o tiene fuerzas en tensión que no deben ser ignoradas?

La ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner dijo en Río Gallegos el pasado 13 de julio: “No me jodan, conmigo había capitalismo”. Lo hizo en la presentación de su libro Sinceramente.  La pregunta que podría hacerse es sobre el porqué de esa frase o en todo caso a quiénes va dirigida. No deja de ser cierto que hoy la formación política de los militantes deja bastante que desear y si a eso se le añade que la derecha, fundamentalmente a través de las redes sociales y del periodismo militante autodenominado independiente, construye un discurso en el que lo importante no es esclarecer si no confundir con seudo silogismos en los que se atan ciertas aristas que adrede excluyen otras.

En tiempos de fake news y posverdad, el campo conceptual propio de la política también sucumbe a la misma lógica. Al leer los comentarios en los diferentes portales de noticias se advierte claramente que los denominados trolls el único argumento sólido con el que cuentan es el del agravio.  A pocos les importa la argumentación. Lamentablemente hoy se va perdiendo el debate entre posiciones y convengamos que lo que se da en las redes sociales no puede ser considerado como tal. Hoy da la sensación de que Occidente regresó a eras históricas oscuras, que está rompiendo con el paradigma de las Luces.  Un retorno a la caverna platónica y a la primacía de esos constructores de artificios que fueron los viejos sofistas.

Entonces el portal La Política Online publicando una nota anónima sobre los dichos de la ex mandataria en la presentación del libro, señalaba: “Cristina pareció retomar así su acercamiento a los empresarios y cierta toma de distancia del chavismo, profundizando el giro que motivó la designación de Alberto Fernández como candidato a presidente”.  Si no fuera porque hay gente que consume esos seudo argumentos tal vez ni valdría hablar sobre ello.

No hace falta haber leído El Capital de Marx para corroborar que hoy no existe lugar en el planeta alejado del capitalismo. Podrá haber regímenes políticos diferentes, tal vez adaptados a sus culturas nacionales, tildados de autoritarios o dictatoriales o en todo caso una mayor o menor participación del Estado en la economía, pero en ningún sitio de la Tierra hoy se cuestiona la propiedad privada de los medios que generan la riqueza. Basta señalar que la mayor producción de plusvalía se genera actualmente en parte de China y el Sudeste asiático, donde se encuentra la mayor  concentración planetaria del proletariado industrial. Esto se debe principalmente a los bajos costos laborales y a una subordinación que permite el disciplinamiento que requieren los inversores. Los ultraliberales especialistas en la especulación financiera no tienen en cuenta lo antedicho y mucho menos debido a que se supondría que tanto China como Vietnam son países en donde “reina” el comunismo.

Entonces es posible escuchar a los denominados capitalistas libertarios como el precandidato presidencial José Luis Espert o el economista Javier Milei sostener que el problema argentino se debe a la existencia de una cultura popular marxista. Hoy el discurso de la derecha está compuesto por groseras condensaciones en las que populismo, marxismo, comunismo, estatismo son lo mismo.

No hay dudas de que un país con un fuerte sindicalismo aunque éste sea burocrático repele a inversores extranjeros, aunque también es posible como en los 90 que con su complicidad hagan negocios pingües. La reiterada siesta cegetista durante el gobierno de Macri también lo corrobora. Pero lo que hay que diferenciar es que la existencia de un fuerte sindicalismo no necesariamente significa tener una cultura marxista. Por el contrario, en la década del 70 los sectores sindicales dominantes se convirtieron en parte del aparato represivo del Estado para controlar el ascenso de las bases obreras movilizadas.

También se asegura que el comunismo en la Tierra dejó a millones en la pobreza. La Rusia o la China anteriores a la revolución eran naciones extremadamente pobres, con bajo desarrollo productivo y extremada desigualdad. Nadie dice que sin la revolucionarización de la economía que se produjo durante los regímenes llamados socialistas hoy esas naciones no podrían ocupar geopolíticamente el lugar en el que están. Tildan de autoritarios y dictatoriales a Venezuela y Cuba, hablan de sus miserias pero no dicen cómo estaban esas naciones antes de la llegada de Chávez y Fidel. Seguramente hace falta bibliografía sobre el tema que sea accesible a diferentes sectores de la sociedad que cuentan con poca formación política pero que consumen rutinariamente lo que los grandes medios propagan pornográficamente. Tal vez sea ésta una parte necesaria de la hoy poco conocida lucha ideológica.

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Uno de los motes preferidos de las derechas regionales es el que utilizan para acusar a los denominados gobiernos progresistas de practicar lo que ellas llaman “capitalismo de amigos”.  La denominada clase capitalista o burguesía nunca es un bloque homogéneo sino un entramado complejo constituido por distintas contradicciones en las cuales la feroz competencia tiene un rol preponderante. También la división entre capitales industrial, comercial y financiero.

No es lo mismo una clase capitalista nacional en un país central que en un país periférico. En naciones estructuradas principalmente por la exportación de commodities no existen burguesías industriales fuertes e incluso sus desarrollos pueden ser boicoteados tanto por la competencia externa como por las burguesías comerciales locales asociadas a empresas supranacionales. Lo que llaman capitalismo de amigos no es otra cosa que el intento de los gobiernos progresistas de desarrollar esas empresas que no son compatibles con los sectores capitalistas locales más arraigados que se ocupan del comercio exterior, de la venta de materias primas o de la especulación financiera y el capital bancario y que por ende no están interesados en el desarrollo industrial.

No es ocioso recordar que durante la última dictadura cívico militar (1976-83) se produjo una persecución sistemática a determinados empresarios para beneficiar a otros. El caso Papel Prensa es paradigmático y puede ser inscripto en lo que el marxista británico David Harvey denomina acumulación por desposesión y que se basa en lo que Marx llamó acumulación originaria.

Foto: Horacio Paone.

Las denominadas burguesías nacionales nunca tuvieron gran incidencia política en las economías periféricas y si lograron algún ascenso se debió principalmente a crisis que se produjeron en el mundo más desarrollado. El capitalismo siempre es desigual. Claro, pero si alguien apuesta a esos sectores más vulnerables de la economía para sacar del atraso relativo a una nación dependiente puede ser tildado por los ultraliberales de marxista o tal vez de populista sin importar demasiado la diferencia.

Ningún marxista serio puede esperar de los denominados gobiernos progresistas que propicien la revolución socialista, pero tampoco sostener que son lo mismo que los de las derechas, como lo hacen ciertos dogmáticos que creen que la burguesía es un bloque unido para frenar el avance revolucionario del proletariado.

Lo que sí se puede esperar de los gobiernos progresistas es que generen mejores condiciones objetivas para los sectores populares. Por ejemplo, el kirchnerismo logró mejorar los índices de empleo productivo al igual que de sindicalización. Ese es un dato que pocas izquierdas tienen en cuenta. Si consideramos la frase de CFK en relación con que durante su gobierno no se tocó al capitalismo, tendríamos que afirmar que tiene toda la razón. Las grandes propiedades tanto productivas como territoriales (latifundios) o de la minería no fueron tocadas. Renacionalizar YPF no implica una medida socialista como tampoco lo fue la estatización de los trenes durante el primer gobierno del General Perón. Se trata de que el Estado se haga cargo de empresas a cuyos dueños lo único que les importaba era hacer grandes negocios sin tener en cuenta si con eso mejoraban o no la economía local.

Durante la Cumbre del G20 realizada en Cannes en noviembre de 2011 la por entonces mandataria argentina señalaba que para que el mundo cambie su situación actual “es necesario tocar intereses” y destacaba la necesidad de volver al “capitalismo en serio” ya que lo que hoy reina es lo que ella denominó entonces “una especie de anarcocapitalismo, en el que nadie controla a nadie”.

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